sábado, 31 de julio de 2021

TIEMPO

 


(Fred Basset ilustra perfectamente la idea de “dejar pasar el tiempo” disfrutándolo)

Tenía muchas ganas de ver Tiempo, la nueva película de M. Night Shyamalan. Así que fui a verla a un cine la tarde de su estreno, es decir el viernes pasado. Había gente, no mucha, unas veinte personas en la sesión de las cuatro. Me dispuse a disfrutar. Las ficciones que tienen el tiempo como elemento de la narración me gustan mucho. El tiempo, lo rápido que pasa, lo mal que lo usamos, la enorme facilidad que tenemos para perderlo y lo poco que sabemos disfrutar de su transcurrir si hacer nada útil, solo dejándolo pasar, son temas que me interesan. También los viajes en el tiempo, los universos paralelos de tiempo y cualquier variación de la ciencia ficción que tenga el tiempo como motor. Pues ahí estaba, en mi butaca en un cine refrigerado y… Y, nada. Este tiempo de Shyamalan fue una enorme decepción. Me aburrí, que es lo peor que te puede pasar con una película como ésta. (Uno se puede aburrir con algunas películas que tienen el aburrimiento en su ADN, pero no con ésta). En fin, no solo me aburrí. Hubo momento de vergüenza ajena, otros de pensar ¿Cómo alguien como este director cae en estos errores? Algunos de mirar el reloj, el tiempo pasaba muy despacio al contrario que en esa historia de tiempo acelerado. No conseguí sentir empatía por ningún personaje, mientras iban cayendo como moscas, uno, dos, tres, cuatro…. Todos muriendo por envejecimiento o por estupidez. El mensaje es muy claro: el tiempo pasa muy deprisa, no lo desperdicies. Pues bien, como decía una crítica de las que he leído estos días: no lo pierdan yendo a ver Tiempo. Ustedes mismos.

 


Atlántida Mallorca Film Fest

Si tienen tiempo, mejor dedíquenlo a este festival que durante un mes, hasta el 26 de agosto, se puede disfrutar en Filmin. Hay más de cincuenta películas  disponibles, de todo tipo: documentales, ficciones, cine político, cine de género (no podía faltar) historias de todos los colores. Me resulta difícil recomendar una u otra. De hecho he visto cinco y de ellas solo dos me parecen muy estimulantes: Bajo los cielos del Líbano de Chloé Mazlo, una curiosa comedia romántica teñida de tragedia con toques de Wes Anderson ambientada en Beirut en la incompresible guerra civil que sumió esa preciosa ciudad en un caos en los años setenta. Es artificiosa de una manera naif, es divertida de una manera inocente y es política en su denuncia de la irresponsabilidad de destruir un equilibrio de convivencia con iras identitarias.
La otra es un documental se titula El chico más bello del mundo, que no es otro que el Tadzio de Muerte en Venecia, es decir el actor Björn Andrésen. Juguete roto durante buena parte de su vida, el adolescente descubierto por Visconti es hoy un hombre de 65 años, con el pelo blanco y muy largo, una barba entrecana y los mismos ojos grises que encandilaron al director. Lo que empieza como una crónica de su descubrimiento, con imágenes inéditas del casting de Tadzio y el rodaje de Muerte en Venecia, va derivando poco a poco a una búsqueda personal sobre las tragedias que jalonan su vida, empezando por la desaparición de su madre cuando era tan solo un niño; la explotación de una abuela que quiso hacer de él una estrella y la decadencia de un chico tímido que no soportó las presiones de ser objeto del deseo de unos y otras. No es un gran documental, pero si hay un gran personaje. Viéndolo me preguntaba si habría alguien capaz de hacer algo parecido, o mejor, con Marisol, Pepa Flores, nuestra propia niña más bella del mundo. Es un tema documento pendiente.

En fin, lo mejor que pueden hacer, si pueden, tienen tiempo y quiere, es arriesgarse con las películas de la Atlántida, empezar a verlas, y si no les gustan o no les interesan, no pierdan ese tiempo tan valioso, déjenla de lado y empiecen con otra. Seguro que encuentran alguna que si les permitirá decir: ¡Qué bien he aprovechado el tiempo!

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES



En la ciénaga Netflix

También tiene algo que ver con el tiempo esta serie. Llegué a ella por casualidad: buscaba series criminales No americanas No inglesas. Y así me salió esta serie polaca. No sabía nada de ella. Empecé a verla con cierto escepticismo (no siempre los experimentos dan buenos resultados) pero tengo que reconocer que me enganchó. En la ciénaga tiene dos temporadas. La primera pasa en 1984, cuando el régimen comunista empieza a dar muestras de clara descomposición. La segunda nos lleva a 1997, cuando Polonia ha entrado, se supone, en la vía de la democratización. La acción se sitúa en una pequeña ciudad de provincias, triste, miserable, mediocre. Los protagonistas son dos periodistas de un diario local. El más veterano, quiere dejarlo todo para marcharse a Alemania, el más joven, llega con una carga de energía. Ninguno de los dos son personajes ejemplares, tienen sus claroscuros y sus grises. Pero los dos se empeñan en resolver un crimen que las autoridades han dado por cerrado. La investigación del crimen es la trama central de la serie de cinco episodios, pero no es la única. Casi más importante o tan importante como resolver el asesinato de una prostituta y un líder político, es el contexto represivo, moralmente corrupto de una ciudad deprimida y en decadencia absoluta rodeada de un bosque que encierra una vergüenza colectiva. La serie es auto conclusiva: el crimen se resuelve no sin antes dejar por el camino algunos cadáveres no tanto reales, como personales y profesionales. Por eso me sorprendió que hubiera una segunda parte ambientada 13 años después. ¿Cómo iban a relacionarla con la de 1984? Pues, lo hacen de una manera muy inteligente. Y además, la vinculan a la vergüenza colectiva del bosque maldito en el que, primero los nazis y luego los rusos, perpetraron atrocidades que nadie quiere recordar, pero que tienen consecuencias tanto en 1984 como en 1997. Los dos periodistas vuelven a ser protagonistas: el joven convertido en redactor jefe del periódico; el veterano, mucho más presente en la historia de 1945 que le atormenta. A ellos se suman dos personajes nuevos muy interesantes: una comisaria que viene de Varsovia arrastrando un problema personal y un policía que intenta sobrevivir en ese mundo de corrupción. La mediocridad y la miseria de los años 80 sigue con su mugre física y moral, pero ahora bajo una capa de falso capitalismo de casas adosadas y lavadoras. Las tramas se entrecruzan: la rotura de un dique provoca una gran inundación y deja la ciudad convertida en un basurero, espejo del basurero que es su sociedad; un niños de doce años aparece ahogado en lo que se supone es un accidente, pero en realidad es un asesinato que la mujer policía se empeña en investigar cueste lo que cueste; el misterio del bosque con sus crueldades da paso a una realidad en la que nada ha cambiado aunque parezca que todo ha cambiado. En esa ciudad olvidada siguen mandando los mismos que mandaban, solo que ahora son más ricos y despreciables. En la ciénaga no es una serie fácil. Su ritmo es pausado (no lento), hay poca acción y mucho trasfondo. No hace falta conocer la historia de Polonia para entenderla, simplemente recordar que hasta 1989 Polonia era comunista bajo el manto dominante de la URSS y que en 1997 Polonia ya no era comunista pero sus traumas seguían estando ahí. Hay que verla con atención para no perder los detalles que ayudan a entenderla y hay que perdonarle algunos giros de guión relativamente forzados. Precisamente por todo esto es una pequeña sorpresa entre las series de cine negro. No se parece a las americanas ni a las inglesas y además nos muestra un país, Polonia, que no parece haber evolucionado mucho en cuarenta años, o si me apuran, en casi ochenta, si nos remontamos a 1945.

El regalo de esta semana es un paisaje para dejar pasar el tiempo



No hay comentarios:

Publicar un comentario