Vermiglio, Maura Delpero
He de confesar mi confusión antes que nada: estaba convencida que la película de Maura Delpero pasaba a finales de la Primera Guerra Mundial. Seguramente esta idea surgía de una acierta atemporalidad en el film, en lo que respecta a vestuario, ambientación, formas de vida en ese pequeño pueblo de montaña alejado del mundo donde se esconde un soldado desertor. Pero también se me sobreponían a sus imágenes las del impresionante y clásico film de Ermanno Olmi, El árbol de los zuecos, ambientado a finales del XIX en el campo lombardo, junto con la enorme modernidad del film de Robert Rossellini Paisà, rodado en 1946 en pequeños pueblos italianos recién liberados. Todo contribuyó a mi confusión hasta que una buena amiga me envió la información de la productora (que yo no había leído) en la que se dejaba muy claro que la película pasaba a finales de la Segunda Guerra Mundial, es decir, al mismo tiempo que Paisà y muy lejos de El árbol de los zuecos. Todo esto me ha hecho pensar mucho en el poder del cine y en el poder de la propia memoria. El cine tiene el poder de evocar tiempos pasados desde el presente, es decir, modelándolos a su propio tiempo. Es lo que ha hecho la joven directora italiana con Vermiglio, una historia que en realidad no tiene tiempo, porque lo que les pasa a esta familia en esa pequeña comunidad rural podría pasar en cualquier lugar de Europa después de cualquiera de las muchas guerras que ha sufrido. En realidad, que suceda en los estertores de la segunda guerra mundial da igual porque lo que hace interesante y hermosa esta película, es la historia de sus mujeres. De las tres hermanas, Lucía, Ada y Flavia, las tres con una potente carga metafórica. Lucía, la mayor, es, según Maura Delpero, “La primera en abrir las puertas a una nueva sociedad y tiene la responsabilidad de la mayor trama que subyace en la historia: la transición del conflicto a la reconstrucción, del mundo antiguo al moderno, del campo a la ciudad, de la colectividad al individualismo”. Ada, la mediana, es la más olvidada de las tres, Ada es todo aquello que no vemos pero necesitamos, Ada es el espíritu y al mismo tiempo es la raíz en la tierra. Flavia, la pequeña, es la inteligencia, la curiosidad, el futuro ya sin ataduras. Entre las tres crean una nueva sociedad, de la que su madre, Adela, está excluida y en la que la rebelde Virginia aun no tiene cabida. Delpero reconoce como influencia en su cine a Ermanno Olmi (eso me consuela un poco) en su realismo no realista de un mundo campesino que ya no existe. Pero sobre todo reivindica a su padre, nacido en ese Vermiglio del film donde se rodó la película desde el mes de agosto a diciembre del 2023, como la auténtica inspiración de la historia. Su padre, de la misma edad de Olmi, podía ser ese Pietrin descarado y divertido que es el primero en acercarse al soldado desertor. Vermiglio es en palabras de su directora, “un paisaje del alma que vive dentro de mí, en el umbral del inconsciente, un acto de amor por mi padre, su familia y su pequeño pueblo. Al atravesar un período personal, quiero rendir homenaje a una memoria colectiva.”. Un paisaje de una gran belleza, silencioso, sutil; una luz tamizada; el ritmo de la naturaleza; tres rostros de mujeres compartiendo una misma cama y muchos secretos. Un film precioso.
(si alguien tiene curiosidad y ganas, en Filmin se pueden ver El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi y Paisà de Roberto Rossellini)
La tutoría, Halfdan Ullmann Tondel
En realidad este film noruego se llama Armand, un título mucho más representativo de lo que nos cuenta. Pero antes de hablar de Armand, de la ausencia de Armand, dos apuntes sobre el director, porque no se lleva el apellido Ullmann siendo sueco sin despertar alguna curiosidad. Halfdan es hijo de Linn Ullman que a su vez es hija de Ingmar Bergman y Liv Ullmann. !Uf! Menudo peso sobre los hombros de este joven realizador que ha decidido arriesgarse en el mismo terreno donde sus ilustres abuelos son figuras intocables. ¿Cómo ser fiel a esa herencia y al mismo tiempo aportar algo nuevo, personal, propio? Difícil planteamiento al que se ha enfrentado en su primer largometraje recompensado con la Cámara de Oro del Festival de Cannes del 2024. Armand es una película muy controlada. Un único escenario, la escuela, pocos personajes, los padres y los maestros y una situación insostenible. Todo gira en torno a Armand, un niño de seis años al que un compañero, Jon, acusa de haberle hecho insinuaciones y haberle agredido verbalmente e incluso físicamente. Nunca veremos a los niños (como en Un Dios Salvaje), todo pasa a través de los padres. Mejor dicho las madres y el padre de uno de ellos. Porque Armand es hijo de una célebre actriz y su padre ha muerto, mientras que Jon es hijo de un joven y muy convencional matrimonio. La escuela convoca a los tres a un reunión en la que estarán presentes una joven y un tanto ingenia profesora, la enfermera del centro a la que no para de salirle sangre de la nariz y el pusilánime director del colegio. Más de la mitad de la película sucede entre la clase donde se reúnen los padres y los maestros y los pasillos y escaleras de la escuela que funcionan como una inmensa jaula de hámsteres en la que unos y otros suben, bajan, se esconden en salas vacías, se encuentran y se desencuentran. La sombra de Bergman es muy alargada en esta primera mitad sin que por ello se sienta pesada o impostada. Son personajes que a Bergman le habrían gustado. Pero en la segunda mitad, parece que el nieto sea consciente de que se está pareciendo demasiado a su abuelo y decide marcar territorio introduciendo unos números musicales de danza contemporánea que la verdad no acaban de funcionar. Yo creo que no hacían ninguna falta. A mí me encantan las películas en las que de repente se ponen a cantar o a bailar, pero tiene que responder a algo. Y aquí no responde a nada. Es algo arbitrario. A pesar de esta pega que yo le pongo, y que otros pueden considerar estupenda, el film del último de la saga Ullmann/Bergman me parece importante y muy interesante. Como en La calumnia de William Wyler, no somos conscientes del mal que un niño puede hacer diciendo una simple mentira.
Y
hablando de males y mentiras
No voy a entrar en las
polémicas sobre Karla Sofía Gascón. Pero si quiero dejar claro lo que pienso de
las redes sociales. Es el mejor caldo de cultivo de la manipulación, cualquier
manipulación. Es la herramienta de control que Goebbels hubiera deseado tener a
mano y que, por desgracia, tienen a mano todos los poderosos encargados de
construir relatos, ya sean de una ideología o de otra, creando estados de
opinión entre una audiencia cautiva y muy poco formada. Creo que las redes
sociales son la mayor desgracia que ha ocurrido este siglo (y mira que llevamos
unas cuantas). Es un Gran Hermano orwelliamo a nivel planetario.
El regalo de esta semana no
tiene nada que ver con las películas, pero es un dibujo que me gusta mucho y me
tranquiliza.
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