Dos propuestas (que son cinco)
de verano muy americanas: un libro (una saga mejor dicho) y dos series (que son
cuatro) ambientadas en el mismo año.
Un(os)
libro(s) Los mensajeros de la oscuridad
John Connolly
Este verano he leído la última
entrega de la serie de libros de John Connolly
sobre el detective Charlie Parker. Leí el primer libro, Todo lo que muere, en el 2005 y me
sorprendió que siendo tan americano estuviera escrito por un irlandés. Desde
entonces los he leído todos, llevo 20 años siguiendo a Parker y sus fantasmas a
lo largo de 22 títulos, el último Los
mensajeros de la oscuridad. Y espero que siga. Porque aun no me he cansado
del detective mas atormentado del mundo,
ni de sus inseparable amigos el inteligente Ángel y el elegante Louis, sus
auténticos ángeles de la guardia en el mundo tenebroso y oscuro donde se mueven
todas sus historias. Charlie no es un detective normal, en ningún sentido.
Charlie ve cosas que otros no ven, tiene enemigos muy peligrosos que surgen de
las zonas más oscuras de la mente y la tierra. No hace falta leerlos todos para
sumergirte en sus historias, pero para mí, que los he ido leyendo a medida que
se publicaban, ha sido como ver crecer a un amigo y acompañarlo en su camino en
esa América tan stephenkingiana de los paisajes brumosos de Maine donde vive
Charlie, uno de los lugares más antiguos y con más secretos enterrados de todo
Estados Unidos. Cuando aparece Parker por primera vez en 1999 (aquí se publicó
más tarde), Bill Clinton aún era presidente y el país vivía los últimos años de
una edad de la abundancia. En los 25
años transcurridos entre el primero y el último, Estados Unidos, y el
mundo, ha dado un vuelco de 360ª. Nada es igual. Ni en la tecnología, no había
móviles en 1999, ni en la política, no había populismos ni yihadismo en 1999, ni
en la vida diaria, la vida era más fácil y sobre todo más despreocupada y sin
redes sociales en 1999. Pero si había maldad y esa maldad que atacó duramente
al detective Charlie Parker, estaba ahí, acechándonos a todos. A medida que
Connolly iba avanzando en la vida de Parker, el mundo iba cambiando: el ataque
a las Torres Gemelas, la guerra de Irak
y Afganistán que desangró el país, George Bush en sus dos mandatos
fraudulentos, la esperanza negra de Obama que tuvo que lidiar con la mayor
crisis económica del mundo en 2008, la
primera presidencia de Trump y el ascenso lento pero imparable de la amenaza
rusa y de la extrema derecha. Todo esto está en los libros pero no es el tema
de los libros. Las historias y los seres depravados a los que se enfrenta
Charlie son mucho más antiguos, mucho más tenebrosos y crueles, tienen sus
raíces en Lovecraft. Pero ahí está Charlie un superviviente acompañado de sus
hijas, la hija muerta y la hija viva, a las que hemos visto morir y nacer. Y
Maine y Portland y el pantano y el misterio. Si no lo conocen y les apetece,
empiecen por el principio. Vale la pena leerlos en orden, pero no de golpe, es
mejor dejar pasar un tiempo antes de leer otro y así seguir con los 22. Hay
lectura para años.
Dos
series: La edad dorada, Julian
Fellowes,1883, Taylor Sheridan, Sky
Showtime
¿Por qué hablo de las dos
series juntas? Porque las dos suceden en el mismo tiempo histórico: 1882-1883.
Una en Nueva York, la otra en el lejano oeste camino de Montana. Ver las dos en
paralelo es un buen ejercicio de historia para entender ese complejo país en el
que convive lo más sofisticado con lo más brutal, la rancia tradición con la
insolente modernidad. El despilfarro de los nuevos ricos con la lucha por la
supervivencia de los colonos en el lejano oeste. Todo está ahí: los demócratas
y los republicanos, los que miran adelante y construyen y los que dejan el
pasado atrás pero no el peso de sus prejuicios. Y la violencia, una violencia
diferente en la ciudad de la que se ejerce en los polvorientos caminos de las
carretas, pero violencia siempre. Y el triunfo del individuo frente a lo
colectivo. Hay que triunfar, hay que conquistar, hay que imponer: la nueva
riqueza sucia del petróleo y los ferrocarriles, frente a la riqueza heredada de
la vieja aristocracia; la nueva riqueza sucia de las ganaderos frente a la riqueza de los indios que son los
auténticos propietarios de las tierras ocupadas. Ambas series son historias de
familias. La edad dorada evoca la década prodigiosa de
1882, cuando Nueva York era el centro de una revolución urbanística, cultural y
social muy lejos del salvaje oeste y la culta Europa. En este contexto
acompañamos a Marian Brook, una joven sin fortuna que llega a Nueva York para
vivir en casa de sus tías Ada y Agnes, representantes de la vieja tradición de
americanos descendientes de los primeros colonos, auténtica aristocracia
neoyorquina, en la calle 61 del Upper East Side de Manhattan. Al mismo tiempo
que ella, se instalan en la gran nueva casa que se levanta enfrente, los
Russell, una poderosa familia de nuevos ricos industriales. En la segunda
temporada de La edad dorada, Berta
Russell consigue destronar a la vieja aristocracia neoyorquina construyendo el
Metropolitan Opera House. Toda la lucha de Bertha tanto en la primera como en
la segunda temporada, es conseguir ser aceptada en la restringida y elitista
sociedad neoyorquina de los 400, las familias que realmente contaban y cuentan, con la mayor influencia
en la vida pública. En la tercera temporada, que es la que se estrena ahora,
Berta Russell da un paso más al
empeñarse en casar a su hija con un duque inglés. Mientras, la vida de Marian y
de su amiga Peggy, una chica negra periodista y escritora a la que conoce en el
tren que la lleva a Nueva York en la primera temporada, da varios giros en sus
particulares historias. Y de fondo, el oeste como tierra prometida y explotable.
Ahí enlaza La edad dorada con 1883, una precuela de Yellowstone
en la que encontramos a los tatarabuelos de John Dutton luchando por llegar a Oregón
aunque el destino los conduce a Montana donde sentarán las bases del futuro rancho
Yellowstone que se consolidara en una segunda (falsa) temporada en la serie 1923, donde John Dutton con el rostro
envejecido de Harrison Ford, ya es el poderoso dueño de un gran rancho.
Comparar 1883 y La edad dorada da mucho juego, también lo puede dar ver en paralelo
1923 y Boardwalk Empire, de Martin Scorsese, las dos pasan en los primeros
años 20, una en el lejano y salvaje oeste, la otra en el cercano pero también
salvaje este de Nueva York y Atlantic City. Son series muy buenas en todos los
sentidos, entretenidas, apasionantes, llenas de giros. Son series que se pueden
ver separadas unas de otras, pero juntas, 1883/La
edad dorada; 1923/Boardwalk Empire,
componen el mejor fresco histórico, social, económico y político de
Estados Unidos. Donald Trump no nace de la nada. Tampoco Barak Obama nacía de
la nada. Tienen muchas raíces. Una
curiosidad: un irlandés se inventó a un detective típicamente americano; un
inglés, Julien Fellowes, se ha inventado a dos familias genuinamente
americanas. Al principio sorprende. Luego te das cuenta de que Estados Unidos
es un país de acogida, hay pocos americanos que
no tengan abuelos o tatarabuelos europeos o chinos. Quizás por eso los
europeos los conocen tan bien.
La edad dorada y Boardwalk
Empire, están en HBO; 1883 y1923, están en Sky Showtime.
El regalo de
esta semana es un árbol que podría estar en Maine, o en los bosques de Montana
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