viernes, 14 de noviembre de 2025


Los colores del tiempo es el título de una película de Cédric Klapisch, pero también puede ser una buena forma de hablar de la exposición que acaba de inaugurar Ramon Herreros en una galería de Barcelona. Los colores del tiempo son los de los once cuadros expuestos que recorren su trayectoria de más de cuarenta años.

 


La tierra está desierta y vacía. Exposición Ramon Herreros.

Ramon vuelve a exponer en una galería después de muchos años. Es una gran noticia. La exposición se inauguró el 14 de noviembre y estará abierta hasta el 14 de marzo. Es una exposición pequeña pero muy cuidada. Como pequeña y cuidada es la galería en la que se expone. El Principal de Còrsega, dirigida por Sònia Villegas. Una galería en un piso que se puede visitar siempre con cita previa. Por lo visto es así como funcionan las galerías europeas ahora. Y no me parece mal. Es una forma de devolver algo de la sacralidad de las obras, de verlas de otra manera. No consumirlas, disfrutarlas. Y en estas once obras de Ramon que van de 1989 al 2013, algunas conocidas, otras  poco vistas, se puede disfrutar de los colores del tiempo. La exposición toma su título de uno de los cuadros más misteriosos y fascinantes de Ramon: La tierra está desierta y vacía. Una mujer duerme y sueña. Un cuadro figurativo que parece abstracto; una abstracción hecha figura. El texto del catálogo que Sònia Villegas me pidió escribir, se acaba con estas palabras: “Esta no es una exposición antológica ni lo pretende, pero si es una exposición que devuelve al público los muchos Ramon Herreros que ha habido en estos cuarenta años. Los que le conocen, le reconocerán, los que lo descubran por primera vez, puede que no lo olviden.” Llevo muchos años  regalando cuadros y dibujos de Ramon en este blog. Esta es una buena ocasión para que los que quieran puedan verlos de verdad.

Para visitar la exposición hay que concertar cita con Sònia Villegas. Su contacto está en la web https://elprincipaldecorsega.com/es/


Los colores del tiempo, Cédric Klapisch

También va de pintura y de cuadros esta bonita película en la que dialogan dos tiempos: el presente de ahora mismo y el pasado de finales del XIX. El nexo de unión es la pintura de Claude Monet. Con tan solo una secuencia, Klapisch muestra la falta de respeto y de sensibilidad que hay en este presente tan poco ilustrado: frente a los maravillosos cuadros de los nenúfares que hay en el Museo Marmottan Monet de París se está filmando un reportaje de moda. Uno de los estilistas sugiere que el color del vestido y el del fondo no pegan, habría que cambiarlo digitalmente. “¿El del vestido?” pregunta el realizador. “No, no, el del cuadro” afirma con total tranquilidad el estilista. Me he detenido en esta secuencia, que por otra parte es la primera de la película, porque me hizo daño comprender hasta qué punto se ha perdido la sensibilidad y el gusto por las obras de arte, por la belleza, por la creación. A partir de aquí, la película se va por otros caminos siguiendo en paralelo a Adèle, una joven normanda que llega a París en 1895 donde conoce a un pintor y a un fotógrafo; y cuatro de sus descendientes que en el 2025 intentan averiguar quién fue esa tatarabuela que les ha dejado en herencia una casa y sus tesoros. Hay una frase en la película que me gusta mucho. Uno de los herederos de Adèle, el más joven, confiesa a su abuelo que está muy contento de haber participado en esa búsqueda porque “siempre he estado mirando hacia adelante y me ha hecho bien mirar hacia atrás.” Sin quererlo, sin aspavientos intelectuales, Klapisch resume en esa frase tan sencilla lo importante que es mirar el pasado para entender el presente y sobre todo para encarar el futuro. Los colores del tiempo es una película bonita, alegre, optimista. Feliz y libre.  Klapisch sigue siendo un maestro de los films corales, en los que siempre hay algún solista que acaba por robar la película: Suzanne Lindon en el pasado, Vincent Macaigne en el presente. No es fácil ir a Paris a ver los Monet en persona, pero si es fácil deleitarse con ellos en Internet. No es lo mismo, ya lo sé, pero sirve para evocarlos.

Esta semana el regalo es otro de los misteriosos cuadros que se pueden ver en la exposición de Ramon: La cazadora de rocas.



 

 

 

 

 

 

Una mañana de finales de junio me llegó un mail. Sònia Villegas estaba preparando una exposición de Ramon Herreros, la primera en mucho tiempo. Hacía pocos días que había estado en el estudio escogiendo los cuadros con él. Una amiga y yo les ayudábamos a moverlos, escuchando porqué un cuadro sí y porqué otro no. El mail era de ella. Me proponía escribir el texto del catálogo que se iba a hacer. Mi primera reacción fue de sorpresa, luego de duda. Se lo comenté a Ramon y él me dijo que si me apetecía, lo hiciera. En los más de cuarenta años que lleva Ramon exponiendo nunca nadie me había pedido un texto. A mí me parecía lógico, estoy demasiado cerca de su obra y de él mismo. Pero eso era precisamente lo que había llevado a Sònia a pensar en mí. Al final acepté.

 

Los once cuadros que se presentan en El Principal de Còrsega están seleccionados con mucho cuidado para mostrar la evolución de una pintura que pasó de la abstracción a la figuración, sin dejar de ser reconocible y personal.  El más antiguo es de 1989, una abstracción donde aletea ya el deseo de la figuración en esa hoja negra que flota en la parte de arriba. Hay otro cuadro abstracto, de 1992; es una de las piezas de El axioma de María, título sugerente de una serie presentada en la Galería Maeght de Barcelona en 1992.

 

Dos pinturas de los años 90 representan el salto de la abstracción a la figuración. Son dos obras figurativas, pero en absoluto naturalistas. La espera-1, de 1995, muestra a una mujer sentada en el vacío leyendo un libro. Dos colores dominan el cuadro, los tonos grises del fondo sobre el que destaca iluminada la figura que espera.  La tierra está desierta y vacía, de 1997, es para mí una de las piezas más importantes de la obra de Ramon. La mujer dormida que sueña, cubierta de un manto del color de la tierra con una palmera sobre un fondo azul, es uno de los cuadros más misteriosos y fascinantes de Ramon.

 

La ofrenda de Turín IV, con fecha de2001, es una de sus obras más serenas. No te cansarías nunca de ver a ese perro dormido a los pies de una mujer sentada y tranquila. En cambio, los dos cuadros que llevan el nombre de Alicia, de 2002-2003, son retratos valientes de una mujer orgullosa de serlo, una mujer de la que Ramon sabe captar su poder y su fuerza.

 

Si la figuración aleteaba en el primer cuadro, en Constelaciones, de 2004, es la abstracción la que intenta abrirse paso en una combinación mágica entre una granada, la fruta más sagrada, y la constelación de Orión, brillante en el cielo nocturno de la primavera. Magia, misterio, algo sagrado es lo que vemos, desde su título, en La cazadora de rocas, de 2003-2004, un cuadro físico, tangible, donde la sensualidad y humanidad de la modelo se apoyan en la solidez estructural de una roca.

 

Las dos últimas pinturas escogidas para esta exposición son de los años 2011 y 2013. Son cuadros arquitectónicos. Monasterio de Leyre invita a hablar en silencio y cobijarse bajo el árbol negro, quien sabe si escuchando un lejano canto gregoriano. El árbol filosófico reúne la forma cuadrada de un edificio y la forma orgánica de un árbol seco; la conjunción justifica plenamente el nombre del cuadro.

 

No soy crítica de arte, por eso mi aproximación a la pintura es emocional, sentimental incluso. Agradezco mucho a Sònia que haya escogido estos cuadros y le agradezco mucho también que me haya dado la oportunidad de compartir pensamientos que hasta ahora solo guardaba para mí. Esta no es una exposición antológica ni lo pretende, pero si es una exposición que devuelve al público los muchos Ramon Herreros que ha habido en estos cuarenta años. Los que le conocen le reconocerán, los que lo descubran por primera vez, puede que no lo olviden.

 

 

Nuria Vidal, agosto de 2025

 

 

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