Los
colores del tiempo es el título de una película de Cédric
Klapisch, pero también puede ser una buena forma de hablar de la exposición que
acaba de inaugurar Ramon Herreros en una galería de Barcelona. Los colores del
tiempo son los de los once cuadros expuestos que recorren su trayectoria de más
de cuarenta años.
La tierra está desierta y
vacía.
Exposición Ramon Herreros.
Ramon vuelve a exponer en una
galería después de muchos años. Es una gran noticia. La exposición se inauguró
el 14 de noviembre y estará abierta hasta el 14 de marzo. Es una exposición
pequeña pero muy cuidada. Como pequeña y cuidada es la galería en la que se
expone. El Principal de Còrsega, dirigida por Sònia Villegas. Una galería en un
piso que se puede visitar siempre con cita previa. Por lo visto es así como
funcionan las galerías europeas ahora. Y no me parece mal. Es una forma de
devolver algo de la sacralidad de las obras, de verlas de otra manera. No
consumirlas, disfrutarlas. Y en estas once obras de Ramon que van de 1989 al
2013, algunas conocidas, otras poco
vistas, se puede disfrutar de los colores del tiempo. La exposición toma su
título de uno de los cuadros más misteriosos y fascinantes de Ramon: La tierra está desierta y vacía. Una
mujer duerme y sueña. Un cuadro figurativo que parece abstracto; una
abstracción hecha figura. El texto del catálogo que Sònia Villegas me pidió
escribir, se acaba con estas palabras: “Esta no es una exposición antológica ni
lo pretende, pero si es una exposición que devuelve al público los muchos Ramon
Herreros que ha habido en estos cuarenta años. Los que le conocen, le
reconocerán, los que lo descubran por primera vez, puede que no lo olviden.”
Llevo muchos años regalando cuadros y
dibujos de Ramon en este blog. Esta es una buena ocasión para que los que
quieran puedan verlos de verdad.
Para visitar la exposición hay
que concertar cita con Sònia Villegas. Su contacto está en la web https://elprincipaldecorsega.com/es/
Los colores del tiempo, Cédric Klapisch
También va de pintura y de
cuadros esta bonita película en la que dialogan dos tiempos: el presente de
ahora mismo y el pasado de finales del XIX. El nexo de unión es la pintura de
Claude Monet. Con tan solo una secuencia, Klapisch muestra la falta de respeto
y de sensibilidad que hay en este presente tan poco ilustrado: frente a los
maravillosos cuadros de los nenúfares que hay en el Museo Marmottan Monet de
París se está filmando un reportaje de moda. Uno de los estilistas sugiere que
el color del vestido y el del fondo no pegan, habría que cambiarlo
digitalmente. “¿El del vestido?” pregunta el realizador. “No, no, el del
cuadro” afirma con total tranquilidad el estilista. Me he detenido en esta
secuencia, que por otra parte es la primera de la película, porque me hizo daño
comprender hasta qué punto se ha perdido la sensibilidad y el gusto por las
obras de arte, por la belleza, por la creación. A partir de aquí, la película
se va por otros caminos siguiendo en paralelo a Adèle, una joven normanda que
llega a París en 1895 donde conoce a un pintor y a un fotógrafo; y cuatro de
sus descendientes que en el 2025 intentan averiguar quién fue esa tatarabuela
que les ha dejado en herencia una casa y sus tesoros. Hay una frase en la
película que me gusta mucho. Uno de los herederos de Adèle, el más joven,
confiesa a su abuelo que está muy contento de haber participado en esa búsqueda
porque “siempre he estado mirando hacia adelante y me ha hecho bien mirar hacia
atrás.” Sin quererlo, sin aspavientos intelectuales, Klapisch resume en esa
frase tan sencilla lo importante que es mirar el pasado para entender el
presente y sobre todo para encarar el futuro. Los colores del tiempo es una película bonita, alegre, optimista.
Feliz y libre. Klapisch sigue siendo un
maestro de los films corales, en los que siempre hay algún solista que acaba
por robar la película: Suzanne Lindon en el pasado, Vincent Macaigne en el
presente. No es fácil ir a Paris a ver los Monet en persona, pero si es fácil
deleitarse con ellos en Internet. No es lo mismo, ya lo sé, pero sirve para
evocarlos.
Esta semana el regalo es otro
de los misteriosos cuadros que se pueden ver en la exposición de Ramon: La cazadora de rocas.
Una
mañana de finales de junio me llegó un mail. Sònia Villegas estaba preparando
una exposición de Ramon Herreros, la primera en mucho tiempo. Hacía pocos días
que había estado en el estudio escogiendo los cuadros con él. Una amiga y yo
les ayudábamos a moverlos, escuchando porqué un cuadro sí y porqué otro no. El
mail era de ella. Me proponía escribir el texto del catálogo que se iba a
hacer. Mi primera reacción fue de sorpresa, luego de duda. Se lo comenté a
Ramon y él me dijo que si me apetecía, lo hiciera. En los más de cuarenta años
que lleva Ramon exponiendo nunca nadie me había pedido un texto. A mí me
parecía lógico, estoy demasiado cerca de su obra y de él mismo. Pero eso era
precisamente lo que había llevado a Sònia a pensar en mí. Al final acepté.
Los
once cuadros que se presentan en El Principal de Còrsega están seleccionados
con mucho cuidado para mostrar la evolución de una pintura que pasó de la
abstracción a la figuración, sin dejar de ser reconocible y personal. El más antiguo es de 1989, una abstracción
donde aletea ya el deseo de la figuración en esa hoja negra que flota en la
parte de arriba. Hay otro cuadro abstracto, de 1992; es una de las piezas de El axioma de María, título sugerente de
una serie presentada en la Galería Maeght de Barcelona en 1992.
Dos
pinturas de los años 90 representan el salto de la abstracción a la figuración.
Son dos obras figurativas, pero en absoluto naturalistas. La espera-1, de 1995, muestra a una mujer sentada en el vacío
leyendo un libro. Dos colores dominan el cuadro, los tonos grises del fondo
sobre el que destaca iluminada la figura que espera. La
tierra está desierta y vacía, de 1997, es para mí una de las piezas más
importantes de la obra de Ramon. La mujer dormida que sueña, cubierta de un
manto del color de la tierra con una palmera sobre un fondo azul, es uno de los
cuadros más misteriosos y fascinantes de Ramon.
La ofrenda de Turín IV, con fecha de2001, es una de sus obras más serenas. No te
cansarías nunca de ver a ese perro dormido a los pies de una mujer sentada y
tranquila. En cambio, los dos cuadros que llevan el nombre de Alicia, de 2002-2003, son retratos
valientes de una mujer orgullosa de serlo, una mujer de la que Ramon sabe
captar su poder y su fuerza.
Si
la figuración aleteaba en el primer cuadro, en Constelaciones, de 2004, es la abstracción la que intenta abrirse
paso en una combinación mágica entre una granada, la fruta más sagrada, y la
constelación de Orión, brillante en el cielo nocturno de la primavera. Magia,
misterio, algo sagrado es lo que vemos, desde su título, en La cazadora de rocas, de 2003-2004, un
cuadro físico, tangible, donde la sensualidad y humanidad de la modelo se
apoyan en la solidez estructural de una roca.
Las
dos últimas pinturas escogidas para esta exposición son de los años 2011 y
2013. Son cuadros arquitectónicos. Monasterio
de Leyre invita a hablar en silencio y cobijarse bajo el árbol negro, quien
sabe si escuchando un lejano canto gregoriano. El árbol filosófico reúne la forma cuadrada de un edificio y la
forma orgánica de un árbol seco; la conjunción justifica plenamente el nombre
del cuadro.
No
soy crítica de arte, por eso mi aproximación a la pintura es emocional,
sentimental incluso. Agradezco mucho a Sònia que haya escogido estos cuadros y
le agradezco mucho también que me haya dado la oportunidad de compartir
pensamientos que hasta ahora solo guardaba para mí. Esta no es una exposición
antológica ni lo pretende, pero si es una exposición que devuelve al público
los muchos Ramon Herreros que ha habido en estos cuarenta años. Los que le
conocen le reconocerán, los que lo descubran por primera vez, puede que no lo
olviden.
Nuria
Vidal, agosto de 2025



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