viernes, 21 de octubre de 2022

APAGONES



 Un año, una noche, de Isaki Lacuesta

El año es 2015, la noche la del viernes 13 de noviembre. Falta añadir el lugar: París. París esa noche de ese año vivió una auténtica Noche del Terror provocado no por los zombis de Halloween, sino por los zombis del fundamentalismo islámico, tan carentes de alma como los de La noche de los muertos vivientes de George Romero. Fue una noche terrible. Todo empezó en el estadio de futbol de Saint Denis, el más grande de la ciudad, donde se jugaba un partido amistoso entre Francia y Alemania. Los terroristas suicidas no pudieron acceder al campo, pero eso no les impidió inmolarse causando las primeras víctimas en la calle. Poco después, en una acción coordinada por los zombis asesinos, se desplazaron a distintos cafés de la ciudad sembrando el terror, la muerte y el miedo entre la gente que disfrutaba de una noche de viernes. La culminación de este viaje mortal fue la sala Bataclan donde tres terroristas consiguieron masacrar a una masa de gente que bailaba al ritmo de la banda de heavy metal Eagles of Death Metal mientras cantaban la canción Kiss the Devil. El diablo en persona llegó a darles un beso mortal a más de 80 personas asesinadas fríamente en la sala. En total hubo en Paris casi 140 muertos esa noche revivida en 13 de noviembre. Atentados en París, un documental estremecedor del 2018 que se puede ver en Netflix, donde bomberos, policías, políticos y sobre todo víctimas, recuerdan esas horas con emoción, con dolor, con rabia.

Es esa noche la que Isaki Lacuesta, con la complicidad de Isa Campo y Fran Araujo en el guión, ha escogido para hacer una película que es más que una ficción. Basado en el libro Paz, amor y Deatrh Metal que escribió Ramón González, superviviente de la masacre de Bataclan, Isaki ha construido una película sobre las heridas que deja en el cuerpo y en el alma una situación como esa. Hay momentos que parece un documental, género que Lacuesta domina como pocos; hay momentos que evocan un film de terror; hay momentos que es una historia de amor; hay momentos que transmiten el dolor, la culpa, la sensación de que nunca serás como antes. Todo eso está en Un año, una noche. Pero hay más y por eso me gusta esta película tan diferente y al mismo tiempo tan cercana al resto de su filmografía. El relato comienza con dos figuras envueltas en una manta dorada de papel térmico caminando abrazadas y en silencio por la calle. Son Ramón y Céline. Han sobrevivido a la muerte y vuelven a casa juntos. A partir de la mañana del día después, esa imagen de unidad bajo la manta dorada de papel térmico se irá desvaneciendo a medida que Ramón y Céline vayan enfrentándose a lo que ha pasado de maneras muy distinta: Ramón no puede soportarlo, lo revive una y otra vez; Céline, en cambio, no quiere hablar de ello, ni siquiera se lo dice a sus padres, ella proyecta al futuro, mira adelante, intenta que no la transforme, no la cambie. Pero Céline también recuerda, no lo puede remediar. Bataclán acabará por separarlos tanto como los unió esa noche del 13 de noviembre. Isaki y sus guionistas se enfrentan a ese desamor provocado por la barbarie dejando que sus dos protagonistas vayan avanzando en solitario frente a sus fantasmas. En una primera parte de la historia Ramón, su rabia, su desconcierto, su frustración, es el centro de la narración. Hasta un instante decisivo en el recuerdo de ambos, un instante que decanta el relato hacia Céline y el film cambia de tono y se vuelve más reflexivo, más emocionante. Es esta basculación la que me gusta más de la película, ese cambio de tono que la saca del espacio del dolor físico para llevarla al dolor emocional. Es probable que en otros rostros que no fueran los de Nahuel Pérez Biscayart como Ramón y Noémie Merlant como Céline, el film fuera diferente. Los dos acaban por fundirse con sus personajes de una manera natural, no interpretan: son. Y en eso probablemente influye el hecho de que ambos vieron como su mundo era destruido en una noche por la intolerancia y el fanatismo.

De todos modos no quiero acabar este texto sin compartir una idea que me sobrevolaba todo el tiempo mientras veía la película. Han pasado tantas cosas desde ese 2015, incluso desde ese 2018 en el que Gédéon y Jules Naudet filmaron su documental y Ramón González publicó su libro, que la película de Isaki me produjo la sensación de estar viendo algo muy lejano, como si fuera una historia de algo que pasó hace mucho tiempo. El año 2020 con la pandemia global que nos hirió a todos, marca un punto y aparte. La Guerra de Ucrania que nos tiene sumidos en el miedo, marca otro punto y aparte. El fundamentalismo islámico sigue ahí, no se han ido, pero han dejado de ser “la amenaza” que primero se desvió hacia un virus chino y ahora se concentra en un dictador enloquecido. Es curioso cómo funciona la mente y las emociones. Yo creo que me ha emocionado más la película precisamente por poder verla como si fuera una historia del siglo XIX o de la segunda guerra mundial. Desligándola de la contemporaneidad, ganan los sentimientos de los personajes. Para mi es la prueba de que estamos en otro momento histórico. El siglo XXI empezó con un trauma colectivo, los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. Veinte años después empezó la segunda entrega de la serie siglo XXI con la crisis climática y energética en el centro de un huracán que parece querer llevarnos directos al Apagón.

 


APAGÓN , Movistar

Y aquí enlazo con la serie de cinco capítulos de Movistar Apagón en la que están implicados tanto Isaki Lacuesta como Isa Campo y Fran Araujo. Araujo como productor y guionista, Isaki como director de un episodio, Isa como guionista y directora de otro episodio. Los tres restantes los dirigen Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo y Alberto Rodríguez. El conjunto es una imagen fijada de los miedos que nos rodean ante la amenaza de quedarnos sin luz, sin energía. Son episodios autónomos integrados en una única historia en la que un personaje o un espacio da paso al siguiente. Son muy diferentes, como diferentes son los directores. Empieza con el adrenalínico Negación de Rodrigo Sorogoyen donde se nos plantea la amenaza: una tormenta solar, el clima como nueva espada flamígera de destrucción. Los trabajadores de Protección Civil no pueden hacer nada para prevenir a la población. Uno de ellos, Ernesto (Luís Callejo) intenta salvar a su mujer Alicia (María Vázquez) y a su padre postrado en un hospital. Ese hospital es el centro del segundo episodio Emergencia, dirigido por Raúl Arévalo con un tono de desesperación. Uno de los médicos de ese hospital, Raúl (Miquel Fernández) no puede seguir sin ver a su familia y ahí comienza el tercer episodio, Confrontación, de Isa Campo. Más realista y sobre todo más social y colectivo, tiene como protagonista a la mujer de Raúl, (Patricia López Arnáiz) y su hija. Mientras la mujer intenta que la urbanización en la que están viviendo se organice de manera solidaria, la hija encuentra en un grupo de niños salvajes el refugio frente a un futuro para el que sus padres son incapaces de prepararla. Supervivencia de Alberto Rodríguez nos muestra el impacto negativo que tienen las gentes que han huido de la ciudad en el extraño equilibrio que ha construido un pastor aislado en la montaña (Jesús Carroza). Para mí éste es el mejor episodio. Narrativamente es el más potente con dos personajes y el paisaje como únicos elementos. Pero también porque a pesar de todo, es el que empieza a abrir el camino hacia la esperanza. Una esperanza que ya está en el quinto y último episodio Equilibrio, de Isaki Lacuesta en el que recuperamos a Alicia y Ernesto desde que salieron de Madrid por separado. Isaki consigue darle a este episodio una luz que no es precisamente la de la electricidad, sino algo mas interno que nace de los personajes transformados después del Apagón.

Luz es lo que necesitamos frente a las amenazas, ya sean los zombis de una noche de terror, o la tormenta solar de un universo enfadado. Por eso quiero recuperar la frase de la serie de Sánchez Arévalo ESTO TAMBIÉN PASARÁ, que una buena amiga me contó viene de un precioso cuento sufí. Sí, esto también pasará y volverá la luz de la inteligencia. Al menos yo lo espero.

El regalo de esta semana es un cuadro de una mujer preparada para el apagón.



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