Hace un par de años, Manuel Gutiérrez Aragón me contó que quería dejar de dirigir. O al menos dejar de hacer ficción. No le gustaba el rumbo que estaba tomando el cine. No descartaba realizar algún documental, pero en realidad lo que le apetecía en ese momento era seguir contando historias, pero con mayor libertad, es decir escribir una novela.
Dos años después ese deseo se ha convertido en un libro magnífico que ha ganado el Premio Herralde: La vida antes de marzo.
Pero el pasado siempre acecha (y no solo en el argumento de este estupendo relato). El pasado del cineasta, uno de los mejores que hemos tenido en este país, se deja sentir en la construcción de una historia que “ves” en imágenes y “oyes” en los diálogos.
Es una novela, pero podría ser un guión casi sin cambiar nada.
El tiempo de la narración es el de un futuro cercano, el espacio un tren de alta velocidad que recorre Europa sin detenerse jamás, donde dos viajeros se encuentran aparentemente por azar y descubren poco a poco que el azar en realidad no existe.
Espacio y tiempo de cine. Pero también son un espacio de cine esas montañas cántabras que tan bien conoce Gutiérrez Aragón y esos personajes de dobles y triples caras que vienen directamente de su mundo, de La vida que te espera, El rey del río, El corazón del bosque.
El tema era delicado, pero el director de cine sabe como acercarse a él con la escritura, sin caer ni en el sensacionalismo, ni en la lección de historia. Jugando la ambigüedad de una escritura que conjuga dos tiempos, un presente/futuro de reflexión que sirve para recuperar un pasado/presente traumático, Gutiérrez Aragón consigue enganchar al lector que no puede dejar de devorar el libro hasta comprender no el qué, sino los porqués.
Mezclar personajes reales y acontecimientos más reales aun con una historia de seres desgajados, es sin duda uno de los atractivos de esta novela.
¿Por qué no convertirla en película?
Dos años después ese deseo se ha convertido en un libro magnífico que ha ganado el Premio Herralde: La vida antes de marzo.
Pero el pasado siempre acecha (y no solo en el argumento de este estupendo relato). El pasado del cineasta, uno de los mejores que hemos tenido en este país, se deja sentir en la construcción de una historia que “ves” en imágenes y “oyes” en los diálogos.
Es una novela, pero podría ser un guión casi sin cambiar nada.
El tiempo de la narración es el de un futuro cercano, el espacio un tren de alta velocidad que recorre Europa sin detenerse jamás, donde dos viajeros se encuentran aparentemente por azar y descubren poco a poco que el azar en realidad no existe.
Espacio y tiempo de cine. Pero también son un espacio de cine esas montañas cántabras que tan bien conoce Gutiérrez Aragón y esos personajes de dobles y triples caras que vienen directamente de su mundo, de La vida que te espera, El rey del río, El corazón del bosque.
El tema era delicado, pero el director de cine sabe como acercarse a él con la escritura, sin caer ni en el sensacionalismo, ni en la lección de historia. Jugando la ambigüedad de una escritura que conjuga dos tiempos, un presente/futuro de reflexión que sirve para recuperar un pasado/presente traumático, Gutiérrez Aragón consigue enganchar al lector que no puede dejar de devorar el libro hasta comprender no el qué, sino los porqués.
Mezclar personajes reales y acontecimientos más reales aun con una historia de seres desgajados, es sin duda uno de los atractivos de esta novela.
¿Por qué no convertirla en película?
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