viernes, 18 de enero de 2013

AMERICAS



(creo que esta chica de Ramon podría ser una buena Broomhilda)

Soy una entusiasta del film de Tarantino Django desencadenado; soy menos entusiasta del film de Spieleberg Lincoln. Las dos son grandes películas, las dos tratan del tema de la esclavitud y el racismo en la América de mediados del siglo XIX. Pero una lo hace desde el humor inteligente, la parodia brillante y la actualización de un género; y la otra lo hace desde la Historia, con mayúscula, con lo que eso significa de pomposidad y de respeto hacia las figuras retratadas.
 La principal diferencia entre las dos viene en parte de este respeto que pesa como una losa en el film de Spielberg. El director no se permite un resquicio ni para el humor, ni para la duda y con eso convierte a su Lincoln en un personaje lejano, seco, sombrío. Es cierto que la tesis política del film es aplicable a entonces, ahora y seguramente a siempre: el fin justifica los medios. Y si para conseguir la aprobación de la ley contra la esclavitud y lo que significaba de progreso hay que comprar votos, chantajear a congresistas, retardar el final de la guerra civil, se hace y punto. Eso es la política y quién no lo acepte, es que es un ingenuo. Spielberg lo cuenta muy bien aunque desde nuestra perspectiva nos perdamos en los meandros de ese río turbulento de componendas entre los dos partidos en la que, curiosamente, los demócratas no quedan demasiado bien. Son estrategias y personajes que mas o menos aparecían en El ala oeste de la casa blanca. Entonces, ¿por qué este film nos resulta tan ajeno, cuando la serie nos apasionaba? Creo que es por el tono, no solo del color, un sepia y marrón agotadoramente aburridos, también el tono de la actuación monocorde aunque impecable o la elección de los espacios claustrofóbicos, con una clara falta de aire y de luz. No lo se, pero es un hecho que siendo como es una lección de historia contemporánea, el film no acaba de conectar con el público no americano.

En cambio en Tarantino la historia es otra. Aquí estamos ante dos maneras de entender la libertad. La del magnífico King Shultz y su elegante manera de hablar que descoloca a los habitantes de ese lugar salvaje que es el profundo sur americano, donde el lenguaje no es precisamente una riqueza; la del estupendo Django que aprende rápido como usar las armas, las que matan con balas y las que matan con palabras. En este equilibrio fantástico entre el alemán culto e irónico que no soporta la estupidez humana, estupendo Christoph Waltz, y el negro lleno de dignidad que interpreta Jamie Foxx, está el secreto de la película. Cuando entra en juego el tercer vértice de la historia, el racista propietario de Candyland, Calvin Candie con el rostro de Leonardo DiCaprio, el equilibrio desaparece y el film se resiente para perderse casi del todo en el momento que Shultz hace un mutis  por el foro. Divertida, rápida, con algunos momentos hilarantes (todo el mundo cita y con razón, la secuencia de la fundación del Ku Klux Klan) y otros enternecedores (el relato que Shultz le hace a Django sobre la leyenda de Brunilda, su amada Broomhilda) ésta es una de esas películas que se quedan mucho rato en la memoria. Cosa que no me pasaba con Tarantino desde hace mucho, mucho tiempo.

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