sábado, 24 de marzo de 2018

TIEMPO



Robert Guédiguian ha vuelto a Barcelona. Esta vez acompañado de su mujer Ariane Ascaride. Ambos han venido para presentar su último film: Una casa junto al mar. Dentro de la filmografía de Guédiguian esta película se inscribe en lo que podemos llamar “ciclo de la familia”. La suya, la que integra con un grupo de amigos, actores y técnicos, con los que colabora desde hace más de treinta años. Pero en este caso, Una casa junto al mar aun es más de familia. Porque habla del encuentro de tres hermanos en la sesentena, reunidos en torno a la figura del padre que ha sufrido un ictus. Estamos en invierno, en uno de los lugares más hermosos del sur de Francia, la Cala Méjean, frente a Marsella, donde se conserva como en un teatro, el pueblo, sus casitas, el puerto y el viejo restaurant de la familia. Una casa junto al mar es una de las películas más bonitas de Guédiguian, teñida de melancolía, no de tristeza, de nostalgia, pero no de añoranza.  Hay varias cosas que me gustan en este film, pero una de las que más me gustan, es una frase que dice Joseph, el hermano mayor, un viejo intelectual  gauchista que en el sesenta y ocho se fue a las fábricas a trabajar con los obreros, intentando convencerlos de que había que hacer la revolución. Ahora, Joseph se da cuenta de algo importante: “yo quería que hicieran huelga, que hicieran la revolución, pero no me daba cuenta de que eso era lo que yo quería creer que ellos querían: no lo que ellos querían de verdad”. Guédiguian quiere demasiado a sus personajes y no les acusa, ni les condena, al contrario, sabe buscar una salida para que los tres hermanos encuentren un nuevo sentido a sus vidas. Las suyas, no necesariamente la de todos. Y además de esa salida, les hace un regalo. De repente, en medio de la historia, aparece una secuencia donde vemos a Ariane Ascaride,  Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan, con treinta años menos. Están juntos en el mismo lugar, la cala Mejean. La secuencia provoca en el público una sensación extraña: ¿cómo lo han hecho, es maquillaje, son actores que se les parecen? Son o no son ellos. Sí, lo son, son los tres actores en una película de Guédiguian del año 1985 que se llama Ki lo sa? donde ya actuaba su troupe fija. Verlos desde su ahora en su antes, es una sensación que solo el tiempo permite tener. Hacerse mayor no tiene muchas ventajas, pero esta es una de las mejores: puedes volver atrás, corregir errores, relativizar ideas, disfrutar de lo que has vivido. Ki lo sa? Lo sabemos los mayores, y espero que lo aprendan los más jóvenes.



Como siempre la vida es muy curiosa, porque casi al mismo tiempo que veía esta película acababa de leer la nueva novela de John Le Carré, El legado de los espías. No es que Le Carré tenga mucho que ver con Guédiguian, pero si hay entre la película y el libro un extraño vínculo. Le Carré vuelve al pasado, a su primera gran novela, El espía que surgió del frío, publicada en 1963. Cincuenta y cuatro años más tarde, el escritor ha decidido que era hora de explicarnos el contra plano de aquella historia sórdida de traiciones y de amor. Y lo hace de  la mano de un personaje secundario en la primera novela que aquí se erige en narrador del pasado. Leer El legado de los espías sin conocer El espía que surgió  del frío se puede hacer, sin duda, pero si uno recuerda o relee esa enorme novela sobre la guerra fría, se disfruta muchísimo más. De nuevo el tiempo jugando a favor de la creación. El  tiempo que le ha permitido a Le Carré justificar los porqués de aquella trágica muerte del espía; el tiempo del lector que recupera una vieja historia que quizás leyó hace treinta años y la descubre iluminada desde otro ángulo. Si pueden, lean primero El legado de los espías, y después, rescaten de la biblioteca El espía que surgió del frío.


Brain Film Fest-Premi Solé Tura
La semana pasada se celebró en Barcelona un curioso festival bajo el nombre de Brain Film Fest: Festival Internacional de Cinema sobre el cervell, organizado por la Fundaciò Pasqual Maragall, Minimal Films y la Fundación Uszheimer y dirigido por Albert Solé. El festival servía de plataforma para la celebración del VIII Premi Solé Tura. Se presentaron los cortos a competición y tres largometrajes centrados en el tema del cerebro. Y se organizaron una serie de talleres y charlas entorno al cerebro y sus diferentes funciones, no exclusivamente las enfermedades. Esta es una de las mejores cosas de esta iniciativa. Se trataba de acercarse al planeta desconocido que es el cerebro para intentar desvelar algunos de sus múltiples misterios. Por eso los talleres y las charlas no estaban centradas en las enfermedades, alzhéimer especialmente, sino en otras materias que despertaban la imaginación en muchas direcciones: Neuromarqueting, por ejemplo, demostraba como se puede utilizar el conocimiento del cerebro para descubrir deseos y necesidades, no necesariamente al servicio del consumismo. Neurocuina, vinculaba los alimentos al funcionamiento del cerebro y desmontaba algunas de las más asentadas teorías sobre la alimentación. El cerebro y la memoria, fue una interesante charla sobre cómo se transmite la información al cerebro y como se puede trabajar sobre la memoria. A mí me pidieron que hablara sobre el cerebro y el cine. Fue un reto, porque hay miles de maneras de enfrentarse a este tema. El texto de la conferencia entera lo cuelgo en el otro blog, el de los textos que tengo un poco abandonado. Pero aquí solo adelanto que en ningún momento me platee hablar de las películas sobre el alzhéimer, tan de moda en el cine desde hace diez años y menos aun de títulos como El viaje de nuestras vidas, estrenada esta semana, que es justamente todo lo que nunca debe ser un film sobre este doloroso tema.

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