sábado, 18 de septiembre de 2021

DUNE Y FESTIVAL

 


Por fin se ha estrenado Dune. Digo por fin, porque la estaba esperando con ganas. Y también con miedo, debo decirlo. El ciclo de novelas de Dune, escrito por Frank Herbert en los años sesenta, del que conozco tres de los cinco libros, me gustó mucho cuando lo leí hace mas de 40 años, me siguió gustando cuando lo releí mucho tiempo después y juraría que me seguiría gustando si lo leyera otra vez ahora. También soy de las pocas fans y defensoras del Dune de Lynch, un film ajeno a su universo, pero al que supo dar una atmósfera especial y sugerente. También el director canadiense Denis Villeneuve se confiesa fan de la película de Lynch aunque aclara que su versión es más fiel a la novela que un remake de la película. Lo voy a decir ya. El Dune de Villeneuve es magnífico. El director de un film como La llegada, tan afín y cercano en tantas cosas a este Dune post lynchiano, y de la revisión y puesta al día de Blade Runner en la fría y cibernética Blade Runner 2049, se ha enfrentado a la saga de Herbert desde una perspectiva del siglo XXI. ¿Y esto qué quiere decir? Quiere decir que ha conseguido transformar en una historia absolutamente contemporánea lo que era una aventura mística sobre el poder de la droga y el control de las materias primas, representados en la especia, el polvo del desierto que permite los viajes intergalácticos al mismo tiempo que expande la mente. En este Dune 2021, la especia simboliza esos metales raros y escasos, indispensables para el funcionamiento de un mundo digital post nuclear; las mujeres, Jessica, la madre de Paul y Chani, la joven Fremen, son el elemento cohesionador del destino del héroe, Paul Atreides; la revuelta de los Fremen, los hombres libres de Arrakis, se puede entender como la lucha por un entorno más justo y equilibrado con la naturaleza. En lo que coinciden tanto las novelas, como el Dune de Lynch y el Dune de Villeneuve, es en el valor del agua como el único elemento realmente indispensable para la vida. El misticismo y la épica de la tragedia de Dune anuncia el nacimiento de una nueva era (no la del COVID): la era del agua. El fascinante desierto de Arrakis esconde un tesoro, la especia custodiada por los gusanos de arena que cabalgan los Fremen. Pero su auténtico valor es el del agua. No hay especia más importante que esa. Paul Atreides lo sabe, lo saben los Fremen y lo sabemos todos. Como el Lawrence de Arabia de David Lean, evocado en más de una entrevista por Villeneuve como una fuente de inspiración no solo por el poder fascinante de las dunas del desierto de Jordania donde ambas películas se rodaron, sino por el propio personaje de Paul Atreides, tan parecido en muchas cosas a Lawrence, este Dune grandioso y operístico, con una banda sonora espectacular, se tiene que ver en cine, en un cine con una pantalla enorme y con un sonido potente. Y al salir de verla, hay que pensarla y empezar a contar los días para que se haga la segunda parte. Yo al menos.

 


San Sebastián: Festival y una novela

El viernes empezó el Festival de San Sebastián, segundo de la era del COVID. Este año voy a ir, tengo ganas de recuperar la normalidad (relativa) del festival. Contaré cosas en el blog de la semana que viene.

Pero el Festival también ha estado presente esta semana de otra manera. El CINE así con mayúsculas, es una fuente inagotable de historias, un abanico de posibilidades que se abren a otras artes, otros lenguajes, la pintura, el teatro, la literatura, una novela. Y es una novela la que me conecta con el festival, una novela de cine (y más cosas). Se llama Els tres cognoms de Lucía Van Haart (Los tres apellidos de Lucía Van Haart), de Quim Aranda. De momento solo se ha publicado en catalán, pero espero que pronto salga en castellano. Els tres cognoms… es una novela de cine, o de cines, mejor dicho. Hay una sala de cine, el desaparecido Cine Estudio Spring del Paseo de la Bonanova de Barcelona; hay un festival de cine, el de San Sebastián en los glamurosos años de 1958 y 1959; hay un director de cine, Alfred Hitchcock; hay una película, Con la muerte en los talones; hay una estrella de cine Eva Marie Saint. Y hay un Macguffin estupendo, una doble historia de amor romántica, trágica de aires casablanescos, la del protagonista Martín Genovés por la Lucia de los tres apellidos y la otra, la que Martín investiga a lo largo de la novela. ¿Cómo se come todo esto? Con imaginación. Situando la historia en el escenario de una Barcelona desaparecida y casi olvidada, la preolímpica de los años 70/80 y la pos olímpica de 1999, en el decorado privilegiado el de las viejas redacciones de los periódicos anteriores a la era del Google, donde los archivos de documentación eran cuevas de tesoros escondidos, cuando se hacía un periodismo de investigación en la calle, y con un malvado al que me gusta imaginar con la figura de Orson Welles. Todo esto funciona en una historia escrita en varias lenguas y en varios lenguajes, con un misterio, ¿quién era ese desconocido que aparece junto a Eva Marie Saint? y un suspense ¿qué pasó realmente? Una novela de cine que es, también, Una historia de Barcelona.

El regalo de esta semana es un paisaje con desierto habitado por una Fremen muy especial





 

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