Una entrada un poco más corta,
de vez en cuando hace falta. Dos películas políticas pero muy distintas, tanto
en su “mensaje”, como en su “forma”. En una prima el “mensaje”, en la otra
prima “la forma”. Las dos son muy interesantes, generan preguntas y despiertan
sensaciones.
La patria perdida, de Vladimir Peisic
Noviembre 1996, Serbia,
elecciones municipales. La oposición, reunida en una coalición llamada Zajedno de
carácter pro occidental y muy anti socialista, gana las elecciones en las
principales ciudades. El Partido Socialista de Sloboda Milosevic, uno de los
principales responsables de la guerra en Croacia y Bosnia, no reconoce la
derrota. La portavoz del partido socialista, Marlenka (acrónimo de Marx y
Lenin), anuncia sin despeinarse que ha habido fraude y que se impugnarán los
resultados en más de un centenar de mesas. Durante tres meses, se producen
continuas manifestaciones en la calle duramente reprimidas por la policía. Este
es el contexto (desgraciadamente muy actual y reconocible en muchos países),
pero la historia que cuenta La patria
perdida es la de un adolescente, Stefan, hijo de Marlenka, estudiante de
secundaria. Con ligeros ecos autobiográficos, Peisic era hijo de la Ministra de
Cultura de Milosevic, Stefan es el vehículo que encuentra el director para
intentar cerrar una herida. Stefan, como Peisic, se encuentra entre dos mundos
enfrentados, por un lado su madre a la que adora y con la que tiene una
relación que roza el incesto; por otro lado sus amigos, alineados con la
oposición. De marco teórico el romanticismo de William Blake, de marco
cinematográfico, el cine de Rossellini y el de Bresson. Del primero, el
director toma el personaje del niño de Alemania
año 0, tan perdido y desubicado como Stefan; del segundo se fija mas en Mouchette y su desesperación. Todo junto
hace de esta película un cine político del bueno, del que te deja reflexionando
en tu propia realidad, del que te hace pensar en cómo te han condicionado tus
padres para ser de una u otra manera. Un film con muchas capas.
Eureka, de Lisandro Alonso
“Cuando Arquímedes se dio
cuenta del descubrimiento, salió desnudo por las calles, estaba tan emocionado
por su hallazgo que olvidó vestirse. Así, sin ropa, corrió hacia el palacio
gritando: "Eureka, Eureka", que en griego antiguo significa lo
he encontrado.” (de Internet)
Lisandro también ha dicho “Eureka,
lo he encontrado”, aunque no ha necesitado salir desnudo, ni él ni ninguno de
sus personajes. ¿Por qué creo que Eureka
es una película política? Porque trata de las colonizaciones depredadoras, de
la destrucción de las culturas, de la imposibilidad de parar la historia. Y lo
hace trazando una ronda que empieza en una pantalla cuadrada, en blanco y
negro, en un paisaje extraño de western marítimo, donde un hombre (Viggo
Mortensen) llega a un pueblo buscando a otro hombre. Todo muy codificado. Un
pueblo dominado por un Coronel que tiene rostro de mujer (Chiara Mastroianni) y
en el que todos están borrachos. Cuando el hombre encuentra al otro hombre, descubrimos
que busca a su hija, pero lo que pasará después no lo sabremos nunca porque en
ese momento, la pantalla se abre y se colorea, en los tonos oscuros de azules y
anaranjados de las luces de un coche de policía circulando por carreteras
nevadas. Estamos en una reserva india en Dakota del Sur ahora mismo. Una
policía de carretera vive su rutinaria noche de vigilancia resolviendo
pequeños, pero dramáticos conflictos provocados por la miseria, la pobreza, la
ignorancia. La policía tiene una sobrina, el único rayo de esperanza en ese
mundo nocturno y medieval aunque pase en pleno siglo XXI. Es esta sobrina la
que sirve de enlace con la tercera parte de Eureka,
cuando cansada de la realidad tome una decisión y deje de ser ella misma. Es en
este punto donde las plumas de ave que han ido puntuando la narración adquieren
sentido. El pájaro fantástico que ilustra el poster volará hasta la selva
amazónica donde un pequeño grupo de indígenas vive en cierta soledad, contándose
sus sueños. Hasta que la violencia obliga a uno de ellos a marchar a las minas
de oro. Este es el argumento de Eureka
más o menos contado, pero lo que hace del film de Lisandro Alonso una
experiencia es la forma de narrarlo. Para mí no es la mejor película de
Lisandro, pero si es la que resume un poco su manera de entender el cine y por
eso pienso que es un punto final de una etapa que le permitirá dar un salto
adelante. Aunque hay en el film demasiadas resonancias del western clásico, de
David Lynch, de Jim Jarmush, de Apichatpong Weeeasethakul, se reconoce en Eureka la intención de hacer un cine
político arriesgado. Y muy hermoso formalmente.
El regalo de esta semana es un fondo azul que no sé porque me gusta para ilustrar esta entrada
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