El domingo pasado hubo
elecciones en dos lands alemanes: Turingia y Sajonia, los dos geográficamente
pertenecen a lo que se conocía como Alemania Oriental. Los dos ideológicamente
se colocan bajo la órbita de la ultra extrema derecha: los neonazis. No es raro
que sea precisamente en la ex Alemania comunista donde el neonazismo tenga una
mayor implantación. En definitiva, el régimen estalinista de la RDA fue una
herencia directa del nazismo (muchos de sus funcionarios eran los mismos
reciclados de nazis en comunistas). Igual que tras la caída del muro, muchos de
los que mandaban en la RDA como convencidos miembros del partido, se reciclaron
en demócratas de primera hornada. Pero el sustrato de la añoranza de un partido
fuerte, de volver a hacer Alemania grande, de recelo, cuando no odio, a lo que
significa la otra Alemania, Europa, Estados Unidos, ha permanecido más o menos
latente y aflora ahora en forma de neonazismo.
Todo esto viene a cuento
porque justamente el domingo 1 de septiembre, mientras se votaba en esos dos
lands, acabé de ver una serie alemana súper interesante y el lunes 2 de
septiembre, cuando todos los periódicos se hacían eco de lo que significaban ese
avance imparable de la ultra-ultra derecha, empecé a ver una serie noruega
mucho más interesante aún. Una aclaración antes de empezar. La derecha política
e ideológica es perfectamente demócrata y forma parte del ADN de las
democracias occidentales. La extrema derecha, suele ser mucho más radical (como
la extrema izquierda), pero en todo caso está integrada en el sistema
democrático de occidente que se puede permitir tolerarla. Pero lo que ha ganado
en Alemania, y lo que se intuye que va ganando adeptos en Europa y Estados
Unidos, no es extrema derecha. Es ultra derecha o directamente neonazismo. Estos
son los que me dan miedo.
Las semillas del mal, Stephan Rick Filmin
Año 1993, con la resaca de la
caída del muro y el desconcierto extendido por lo que hasta tres años antes era
Alemania Oriental, la vida intenta seguir en una pequeña ciudad cercana a la
frontera con Polonia. La serie empieza de una manera misteriosa. Y el misterio
sigue durante los seis capítulos: una adolescente aparece muerta en el bosque
en una especie de ritual antiguo. Ulrike, una joven inspectora, es la encargada
de intentar encontrar al asesino. Justo en ese
momento llega a la ciudad y a la comisaria un nuevo investigador, Korai
Larssen un policía de Hamburgo, del otro lado. Los pequeños resquemores entre
Uli y Korai serán el telón de fondo de su relación profesional: eso y los
secretos que los dos tienen detrás. La historia la hemos visto muchas veces, de
acuerdo, pero en esa pequeña comunidad
el contexto de la Historia pesa mucho. Y las semillas del mal que ya entonces
se detectaban claramente en su población: neonazis, nostálgicos del comunismo,
cuadros de la Stasi reciclados en políticos del nuevo orden, vínculo inquebrantable
con la URSS, sueños de una Alemania fuerte heredera de los Grandes Dioses
Germánicos: Odin como guía. Racismo, xenofobia, (contra los polacos
especialmente), degeneración y violencia: pederastas permitidos. Todo esto es el substrato en el que Uli y
Korai deben moverse para llegar hasta el
centro de una trama que hunde sus raíces en algo que sucedió hace veinte años,
en 1973. La atmósfera de los años noventa y las grandes diferencias con la “otra” Alemania, están muy bien
recogidas. Se puede oler el miedo. Las
semillas del mal no es una serie redonda, pero es muy entretenida y sobre
todo es un anuncio de lo que treinta años después ya es una realidad.
Furia Magnus
Martens Lars Kraume, Filmin
Furia es
una serie noruega. Eso ya me llamó la atención, me encanta el noir escandinavo.
Pero lo que no sabía es lo que me iba a encontrar al empezara a verla. La
primera temporada pasa en el 2021, diez años después del terrible atentado de
Utoya perpetrado por un militante de la extrema derecha nacionalista. Copio el
resumen del argumento que ofrece Filmin: “Ragna es una agente encubierta que ha
penetrado en una célula terrorista de extrema derecha empeñada en llevar a cabo
una atrocidad de dimensiones desconocidas en Europa. En otro lugar, el ex oficial
de operaciones especiales Asgeir vive tranquilo en una apacible localidad al
oeste de Noruega, tras haber escapado de las alcantarillas rusas y adquirir una
nueva identidad.” Ragna y Asgeir cruzan sus caminos y se descubren uno al otro
como policías con doble identidad. Ragna es Furia, el alma de una web
extremista que alimenta las ansias de venganza y de frustración no solo de los
ultra derechistas noruegos, también de los alemanes y de otros países de
Europa. La trama da muchas vueltas en un guión muy bien escrito que permite no
perderse a pesar de su complejidad, viajando de los fiordos noruegos al Berlín
de ahora mismo, de los sótanos de la ultraderecha noruega a los sótanos de la
ultraderecha alemana (¿los hijos de la semilla del mal?). Pero para mí lo mejor
y sobre todo lo que me puso los pelos de punta, es la subtrama política en la
que se confirman los peores indicios sobre la desestabilización de Europa y la
destrucción de todo lo conseguido desde la Segunda Guerra Mundial. Las
conexiones rusas (que tantas ramificaciones tienen en todas partes, incluidas
algunas muy cercanas) son las que mueven los hilos de estas organizaciones que
tiene como principal objetivo enfrentar a la sociedad, provocar el odio y la
violencia contra los inmigrantes y si es posible y deseable, destruir la Unión
Europea. La serie lo cuenta tan bien, de manera tan precisa que se le perdonan
algunos pequeños fallos.
Realmente tanto Las semillas del mal como Furia son la prueba de que la ficción es un excelente vehículo para contar la Historia.
Entre los estrenos de la
semana hay uno que me gusta mucho.
Reinas, de Klaudia Reinicke
A pesar de ese nombre tan
europeo, Klaudia Reinicke es una directora peruana y Reinas es una película peruana. Muy peruana. Coincidencia con la
serie alemana: pasa en los mismos años más o menos, primeros años noventa.
Coincidencia con las dos series: el miedo. Claro que en este caso el miedo es
otro, aunque a personajes muy parecidos: la policía, el ejército, el poder.
Pero la gracia de este film que se mueve en el terreno de la comedia familiar y
la denuncia social, es el de centrarse en una familia de clase media de Lima, y
el conflicto no es político (directamente) sino familiar. Elena es una mujer
con dos hijas, separada de Carlos. Elena se quiere ir a Estados Unidos (o
Canadá) a trabajar, pero necesita que Carlos le firme la autorización para
poder llevarse a las niñas. Esa es la razón de que aparezca Carlos en escena.
Carlos es el protagonista (en teoría) un hombre soñador, fantasioso, divertido,
incapaz de tener ninguna responsabilidad. Sus hijas son sus “reinas”. Elena y
él se llevan bien, pero no pueden vivir juntos. En el momento que los
conocemos, Elena ha cerrado su casa para irse a casa de su madre, la abuela,
una excelente Susi Sánchez en un papel pequeño pero fundamental en el relato, y
espera que aparezca Carlos para ir a firmar con el notario. Como fondo del
paisaje, los militares patrullando, el toque de queda, la inflación galopante,
el miedo y la incertidumbre del futuro. Es en este contexto donde vemos como
Carlos descubre que quiere y necesita a sus hijas; como las niñas descubren que
quieren y necesitan a su padre. Reinas
es un ejemplo del vigor del cine latinoamericano que poco a poco se aleja del
miserabilismo que le caracterizaba hace unos años. Igual que las dos series, Reinas demuestra que la ficción es el
mejor camino para mostrar (y denunciar) la Historia.
El regalo de esta semana son unas flores para todas las protagonistas
de esta semana: Uli, Ragna, Elena, su madre y sus hijas.
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