lunes, 24 de mayo de 2010
CANNES, VIEJOS AMIGOS
(El lugar de la feliz llegada es el título de una serie de cuadros de Ramón que muy bien podría ser el lugar que imaginan un thailandés y un portugués)
Ha terminado Cannes 2010. Este año no he ido al festival. Pero tengo la sensación de haber estado allí. Supongo que esta impresión nace del hecho de que casi todos los autores de los que ha hablado la prensa (y los blogs), es decir, los que estaban en la Sección Oficial, son viejos, muy viejos, conocidos. Estoy segura que en la Quincena, en la Semana de la Crítica y en Un certain regard ha habido muchos nuevos directores de los que nadie me ha dado la mínima información y tendré que ir descubriendo poco a poco a través de otros festivales o del trabajo de Cine Ambigú.
Una de las cosas que mas me llama la atención en este Cannes 2010 es lo que tienen en común dos de las películas más interesantes del festival: El tio Boonme que recuerda sus vidas pasadas, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, flamante Palma de Oro, y El extraño caso de Angélica, de Manoel de Oliveira. ¿Qué tienen en común? Por un lado, comparten productor catalán, Lluis Miñarro, un hombre arriesgado y loco que se atreve a meterse en proyectos disparatados como estos porque lo que le gusta es el riesgo y la aventura del cine aunque sabe que son productos minoritarios por naturaleza. Pero también tiene en común (y esto lo deduzco de textos leídos y de entrevistas escuchadas) el tratar de la muerte no como una maldición y un horror, sino como una puerta hacia otra realidad que no tiene porque ser mala o dar miedo, sino por el contrario despertar la curiosidad hacia un universo imaginado, hacia "el lugar de la feliz llegada" al que alude el cuadro de Ramón. Curiosa coincidencia entre un director tailandés de 40 años y un director portugués de 101 años.
Mientras espero, como todos, poder ver las películas de alguna forma, me ha hecho gracia buscar lo que escribí de Apichatpong la primera vez que vi una película suya en el año 2004. Fue en la crónica de Cannes publicada en Fotogramas:
"Aparece en escena el film más incomprendido (o incomprensible), el más fascinante (y desasosegante) de toda la competición: Sud Pralad (Enfermedad tropical), del thailandés Apichatpong Weerasethakul. Fuimos muy pocos los que quedamos al final de esta proyección. Fuimos muy pocos los que nos dejamos arrastrar por una historia dividida en dos partes completamente distintas. La primera hora nos cuenta una historia de amor entre dos jóvenes, un soldado y un campesino. De pronto la pantalla se queda en negro y empieza otra película. Una fantasía de terror en una jungla donde el soldado intenta cazar a un hombre tigre que a su vez le acecha a él. Sin música, sin palabras, la película se vuelve fascinante e hipnótica hasta el punto que no consigues olvidar ni un plano de ese bosque fantasmagórico. La sombra de Jacques Tourneur planea por sus neblinas y de algún modo justifica el Premio Especial del Jurado."
También me apetece recordar una crónica del festival del lejano año 1990 donde hablaba de dos películas, una de Oliveira y otra de Godard. Los dos presentes en Cannes este año. No se porque, pero pienso que algunos de sus párrafos podría haberlos escrito este año aplicados a sus nuevos trabajos:
"Todas las películas son susceptibles de ser clasificadas en uno u otro epígrafe y son muchas las que no hemos citado en estas notas. Pero hay dos que brillan con luz propia. Son como dos hermosos árboles que surgen en el encuadre, dos árboles de ciencia y de placer enraizados en las imágenes y mecidos por el viento de la historia. Estos dos árboles magníficos son el de Manoel de Oliveira y el de Jean-Luc Godard, Un portugués de más de 80 años, un francés que roza los 60. Sus nombres: No, o la vanagloria del poder y Nouvelle Vague….. Oliveira ha hecho la más fácil y sencilla de sus películas, la más atractiva, en definitiva la más esperanzada, resumen de su cine y puerta abierta hacia una nueva etapa que el viejo director está dispuesto a emprender. También Godard en Nouvelle Vague hace un resumen de treinta años de su vida, con una mirada inteligente que sabe reconocer lo bueno y lo malo que ha habido en ella. Recuperando a Alain Delon en una narración tan simple como fácil de contar, Godard utiliza la literatura, el cine, la pintura y la música en una sinfonía de imágenes y sonidos completamente nueva aunque parezca la misma que en obras anteriores. Un Godard sereno, un Godard inteligente que dio una conferencia de prensa ejemplar, digno punto final a un festival que aún sin Historia tiene su pequeña historia."
(Fotogramas, nº 1764, junio, 1990)
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