viernes, 21 de mayo de 2010

FLORES Y MUSICA EN IO SONO L'AMORE


Visconti y Antonioni ya tienen un heredero. Hacía mucho tiempo que no aparecía un director con la capacidad de evocar estos dos nombres de la historia del cine. Y de hacerlo sin desmerecer a su lado. En sus anteriores trabajos, Luca Guadagnino no dejaba ver esta herencia de una forma tan clara como lo hace en Io sono l’amore. Pero, se puede uno preguntar, ¿Cómo se puede ser heredero de Visconti y de Antonioni a la vez? Dos directores que en realidad están en las antípodas estilísticas. Pues si, se puede. Se puede tomando de uno –Visconti- los ambientes de la alta burguesía milanesa, sus casas lujosas, sus jardines, sus elegantes mujeres; del otro, la desazón de una vida vacía, sin sentido, una Notte eterna que ahoga a sus personajes mas sensibles, las dos mujeres de la familia, las únicas que son capaces de enfrentarse a todo por una pasión que las haga sentirse vivas, y el hijo mayor, un romántico que aun cree que puede controlar el patrimonio heredado cuando en realidad el mundo es una inmensa globalización donde las fortunas familiares se diluyen como azucarillos. Preciosa en su puesta en escena, con un montaje que deja espacio a las elipsis de tiempo, una fotografía densa y una ambientación atemporal (de ahí que me moleste que se vea un teléfono móvil) el film es un auténtico regalo para los sentidos, bien arropados por una música, por una vez, excelentemente utilizada.

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