sábado, 5 de marzo de 2011
A VIDA O MUERTE
(la rosa es un elemento fundamental en la película de Powell; la cuerda es un buen símbolo del lio que vive Matt Damon)
Destino oculto está basada en un relato de Philip K. Dick publicado en 1954, en plena guerra fría, en una época de conspiraciones, con la caza de brujas en pleno apogeo. Adaptarla a la realidad de nuestros días exigía una buena dosis de reconversión. No se podía mantener a esa “compañía de ajuste” tal como funciona en el cuento. Había que angelizarla. Y la historia, no podía apoyarse en una cuestión de “desajuste personal”, había que inventar algo más. Y es ahí donde Nolfi, el guionista y director, encuentra el filón del romanticismo. Sergi Sánchez se queja de que Nolfi no se hubiera inspirado mas en películas de amor fou y surreal como Sueño de amor eterno de Hathaway. Yo en cambio, pienso que en realidad en lo que se ha inspirado el guionista es en otra película de destinos cruzados profundamente romántica, A vida o muerte, de Michael Powell. En el film de Powell, rodado en 1947 en un precioso color y blanco y negro, David Niven es Peter, un piloto inglés en un avión incendiado en 1945. Peter no tiene paracaídas y su última conversación es con una joven americana, June, que desde una torre de control intenta ayudarle a salvarse. Niven se tira al vacío y…. aparece en una playa. No ha muerto. Pronto sabremos porqué. El ángel encargado de recogerle y llevarle al cielo, le perdió en la niebla. Niven tiene unas horas de regalo con las que no contaba y en esas horas prestadas se enamora locamente de June a la que reconoce en cuanto la ve. Ese amor no estaba destinado a suceder. Ese amor lo trastoca todo. Ese amor, que esta por encima de la vida y la muerte, hace que el gran juez del cielo (un cielo deliciosamente historicista donde Powell aprovecha para hacer un ajuste de cuentas entre Inglaterra y Estados Unidos), decida darle una nueva oportunidad a Peter. ¿Les suena el argumento? ¿Se parece o no al de Destino oculto? Salvando todas las distancias, claro, entre un film inclasificable en su artificiosidad y una película que juega al realismo metafísico, con sombrero incluido.
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