sábado, 28 de noviembre de 2015

CUATRO MUJERES


Las actrices suelen quejarse de que no hay papeles buenos para mujeres. Esta semana, los estrenos vienen a demostrar que no es una verdad absoluta. Cuatro mujeres protagonizan  films que merecen ser vistos y merecen, sobre todo, ser pensados.
He utilizado algunos retratos de Ramon que me evocan los personajes de Paulina, Josephine, Adela y Yinniang. No son ellas, pero podrían serlo.


PAULINA/DOLORES FONZI
Paulina/Dolores provoca, Paulina/Dolores, desconcierta, Paulina/Dolores deja a los espectadores con ganas de hablar. ¿Por qué Paulina reacciona así? ¿Por qué insiste en mantener su punto de vista sobre un caso que tiene muy tipificadas sus consecuencias y ante el que ella reacciona de una manera inesperada? Eso es lo más interesante de este film y lo que justifica, creo, que en el Festival de San Sebastián le hayan dado el Premio Otra Mirada que otorga TVE a la película que mejor refleje la defensa de los derechos de la mujer. “Pero, oiga,” dice el espectador al salir del cine, “A esta chica la han violado cuatro energúmenos y ella no sólo no quiere denunciarlos,  sino que ni siquiera quiere reconocerlos. ¿Eso es normal?” No sé si es normal, en todo caso, es lo que las convicciones de justicia social que esta abogada intenta transmitir en esa miserable ciudad del interior de Argentina, le dictan que debe hacer. Frente a la postura políticamente correcta de su progresista y muy de izquierdas padre; frente a la reacción lógica de su única amiga; frente al dolor que ve en los ojos de los que la han violado, ella aguanta, sola. Mantiene su postura y desafía a todos. Salvador Mitre, el director, la sigue, la acompaña, está a su lado, sobre todo en un plano/secuencia/diálogo que abre el film en el que Paulina deja claras cuáles son sus ideas. Y en ese travelling sostenido del final en el que vemos a Paulina/Dolores avanzar directa al espectador, retándolo casi, decidida. En medio, el film cambia de punto de vista dos veces para ofrecer el contraplano de lo que está pasando. Este giro de eje de la mirada, es la única concesión que Mitre se permite. Es una forma de ayudarnos a entender a Paulina. No a empatizar con ella. Solo a entenderla.



JOSEPHINE PEARY/JULIETTE BINOCHE
Dice Isabel Coixet que Josephine Peary es un pavo real que acaba convertido en perro, Y que, cuando es perro, es mucho más humana que cuando es pavo real. El principal atractivo de esta Josephine/Juliette es el de pasar de ser un cuerpo a ser un rostro. En la primera mitad de Nadie quiere la noche, Josephine/Juliette es un cuerpo espléndido, vestido de negro, una figura en el paisaje nevado. Su rostro aparece oculto por un velo negro. Ella es una reina de las nieves. En la segunda parte, cuando se enfrenta a la dureza del invierno y a la convivencia con Allaka/Rinko, Josephine/Juliette se va despojando de sus vestiduras de reina, se va envolviendo en pieles mientras la cámara se va concentrando en su rostro, ese rostro transfigurado por el descubrimiento de un mundo que ignoraba: el de la inocencia, el del amor, el de la amistad que es más fuerte que cualquier otra cosa. El del sacrificio. Cuando Josephine y Allaka se encierran en el iglú, la película da un giro y de la frialdad de su primera mitad, deriva hacia la calidez de esa segunda parte en la que las dos actrices y la directora llegan a establecer una especie de comunión en la imagen.



ADELA/PATRICIA REYES SPINDOLA
Patricia Reyes Spíndola es el alter ego de Paz Alicia Garciadiego. O mejor aún, es la suma de las palabras de Paz Alicia y las imágenes de Arturo Ripstein.  Patricia está en todas las películas que han hecho juntos Paz Alicia como guionista y Arturo como director. A veces solo con un pequeño papel con el que no le cuesta robar todas las escenas en que aparece. Otras, como protagonista absoluta. En esta nueva colaboración del trío, La calle de la amargura, Patricia asume el papel de Adela, una puta vieja que ya no sirve para hacer su trabajo y que por un cúmulo de errores se ve envuelta en el asesinato de dos luchadores enanos. La sordidez habitual del cine de Ripstein, fotografiada en un sucio blanco y negro que se corresponde con la miseria que retrata, acaba por adquirir una extraña belleza a medida que avanza el relato. Un relato contado con ese lenguaje tan característico de los guiones de Paz Alicia, en el que el habla popular del México más pobre se convierte casi en una lengua nueva, casi en un mexicano/español de un nuevo siglo de oro. Porque sus personajes, y especialmente esta Adela que a pesar de los esfuerzos de todos en aparecer fea no puede ocultar su inmenso y raro atractivo,  hablan un idioma que no es de nadie más que de Paz Alicia. Y eso, dicho por una actriz de la talla de Patricia, es un regalo.


YINNIANG/SHU QUI
No sé qué les pasa a todos los directores chinos que más pronto o más tarde acaban por hacer una película de espadas, acrobacias y cuentos legendarios. Un género que se conoce como wuxia. Hou Hsiao-Hsien había escapado hasta ahora de esta tentación en la que cayeron todos los anteriores: Zhang Yimou, Chen Kaige, Wong Kar Wai, Ang Lee. Pero con La asesina se ha unido a la lista de directores que buscan en el lejano pasado imperial de China y en las historias de legendarios héroes su fuente de inspiración. Que haya escogido un personaje femenino, la princesa Yinniang, interpretada por su actriz fetiche Shu Qui, es lo mas sorprendente de un film al que hay que acercarse sin ánimos de entender la trama política de lo que nos cuenta. La asesina, un wuxia bressoniano, como lo ha definido Philip Engel en Fotogramas, es muy simple en su planteamiento: una joven princesa es adiestrada por una misteriosa monja para asesinar a un tirano que domina una lejana provincia. Pero ella no logra matarle al plantearse un dilema moral. Vale, con eso podemos seguir la historia. Pero si pretendemos entender el contexto de quién es quién y por qué es quien, seguro que nos perdemos. Así que lo mejor es dejarse llevar por la belleza de esta asesina vestida de negro que vuela por los bosques y las montañas y sobre todo dejarnos llevar por la belleza de los paisajes en los que sucede la acción, los palacios en los que se encierra y el vestuario de sus habitantes. Es tan hermoso que uno se olvida de intentar averiguar por qué la princesa tiene que matar al tirano. ¿Qué más da?


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