sábado, 7 de noviembre de 2015

PASTELES

Me pregunto que serían las películas estrenadas esta semana si fueran pasteles. Vayamos por partes, o mejor dicho miremos el mostrador y veamos que escogemos.



Si nos decidimos por la tartaleta de frutas del bosque que es Isla bonita encontraremos que la pasta ligera de la base la pone un Fernando Colomo que a sus casi setenta años demuestra tener una frescura y capacidad de reírse de sí mismo y del mundo como para ponerse en primera persona en una historia donde no tiene la mejor parte, pero si un estupendo personaje. Si Fer, Fernando, es la base, las frutas son dos mujeres llenas de vitalidad, madre e hija, una escultora con las ideas muy claras y una jovencita desinhibida que desprende felicidad y energía por todos sus poros. Digamos que Nuria, la madre, es la crema que se superpone a la pasta ligera de Fer; la hija en cambio es un conjunto de frutas del bosque: frambuesas, moras, frutos pequeños, ácidos y dulces a la vez como esta Olivia que llena de sustancia el pastel. ¿Y el azúcar cande? El azúcar la ponen los dos chicos jóvenes enamorados de Olivia y enamorados entre sí. Nos dejamos la fresa, un filósofo plácido e inteligente que mira a sus compañeros de historia como si los viera desde la lejanía. Aunque este delicioso y recomendable pastel que ha cocinado Colomo no tendría ningún sentido sin la bandeja donde nos lo sirve: la isla de Menorca con su ritmo pausado, su menorquín cantarín y sus aguas transparentes. Les recomiendo comerse esta tartaleta. De verdad.



Si cuando nos acerquemos al mostrador/cine no tenemos claro que nos apetece una tartaleta ligera, podemos escoger el exótico dorayaki que nos ofrece  Naomi Kawase con Una pastelería en Tokio. Los dos bizcochos que usa la directora en esta dulce y triste historia son un hombre solitario y sin ilusiones y una adolescente en una edad difícil. La mermelada que las unirá y les dará sentido es una anciana con un don para hacer dorayakis y para unir bizcochos separados. La vida sucede lentamente y sin ningún estímulo para Sentaro el hombre que no habla y que hace pasteles sin alma en una pequeña tienda de una esquina de Tokio. Tampoco la vida  tiene mucho interés para Wakana, una adolescente que no encuentra su lugar, ni en su casa, ni en la escuela. Hasta que aparece en sus vidas Tokue, una anciana capaz de hacer dorayakis inolvidables y capaz sobre todo de unirlos para que puedan encontrar la fuerza que necesitan. Todo ello regado por pétalos de cerezos en flor y suaves aromas de dulces en el aire. También les recomiendo que degusten este pastel.



Y ya puestos a hablar de pasteles, ¿qué sería Spectre, el último Bond? Pues yo diría que un búlgaro. ¿Se acuerdan de los búlgaros? Eran esos pasteles redondos de bizcocho forrados de chocolate con unos fideos de colores por encima. Son pasteles muy sólidos, muy potentes. No aptos para apetitos exquisitos. El bizcocho es sin duda Bond, James Bond, y su imperturbable rostro putinesco. El chocolate es una Léa Seydoux escurridiza pero al final empalagosamente pegada al bizcocho Bond. Y los fideos los ponen a partes iguales un M desdibujado y un malvado un poco blando al que le falta un gato persa para acariciar. En conjunto este Búlgaro/Spectre es un poco denso, pero si se le hinca el diente y se degusta todo junto, acaba por ser una merienda recomendable.

(las fotos no son mías, por desgracia, yo no sé hacer pasteles)

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