sábado, 27 de julio de 2024

UN BARRIO Y UN PUEBLO

 


(Norberta y Samantha en el Parque del Guinardó)

Norberta, Sonia Escolano, Belén López Albert

Estoy muy contenta con uno de los estrenos de esta semana, Norberta. Si este no fuera un blog personal (e intransferible), no hablaría de la película porque he estado involucrada en su proceso de gestación, aunque de una manera indirecta. Pero aquí me lo puedo permitir y por eso estoy contenta. Norberta es una película pequeña, discreta, divertida, sin ninguna íntención de salvar el mundo. Se ve y se disfruta. Norberta pasa en mi barrio, el Guinardo y El Carmelo. Es una historia simple, de gentes sencillas, de personas normales de mediana edad, jubiladas. Pero Norberta es sobre todo una gran historia de amor. Para mí esa es su principal cualidad. Norberta en realidad ha sido toda su vida Norberto, un hombre felizmente casado con María, con una hija, Natalia madre soltera de Paula. Norberto tiene un grupo de amigos con los que juega a la petanca (en uno de los lugares más emblemáticos del barrio), María tiene un grupo de amigas con las que juega al bingo, Natalia está corriendo todo el día entre varios trabajos, Paula se mueve entre dos amores, un chico y una chica porque es de “género fluido”. Todo muy cotidiano, salvo que Norberto y María se dedican a atracar gasolineras disfrazados y el dinero que roban lo destinan a cuidar a la abuela y repartirlo entre sus amigos. A María le sirve esta vida, a Norberto no. Norberto tiene un deseo, Norberto quiere ser Norberta. Lo que cuenta la película escrita por Sonia Escolano, es su transformación, con la ayuda de una prostituta que es una bellísima persona, y de todos sus amigos y amigas. Pero sobre todo lo que cuenta es su amor por María, porque Norberta solo la quiere a ella y a nadie más. Lo más interesante no es el cambio de Norberto a Norberta, esa es la anécdota. Lo más importante es el cambio de María en su proceso de aceptación de la nueva situación de su vida conyugal. Comprensión, complicidad, amor en definitiva. Todo esto lo cuenta la película con un tono festivo, divertido, tan popular como los personajes y sus fiestas. Nadie quiere dar lecciones de nada, ni reivindicar ninguna opción sexual. Pero, precisamente por eso, acaba siendo mucho más valiente que títulos abiertamente militantes. Norberta habla de precariedad laboral (Natalia) de desconcierto adolescente (Paula), de prostitución (Samantha), de adicción al juego (Rosa), de un ama de casa un poco agobiada (María) y un hombre que quiere ser mujer (Norberto-a). Temas duros si se enumeran así. Pero convertidos en comedia disparatada (Atraco a las tres de José María Forqué no está lejos) llegan mucho más adentro. En fin, se me nota que le tengo cariño a esta película. Ya decidirá cada uno si le gusta o no lo que ha conseguido un maravilloso grupo de actores: Luis Bermejo, un adorable Norberto, una encantadora Norberta, Adriana Ozores, preciosa en su vestido rojo, Mariona Terés como la Natalia que no entiende nada, pero está dispuesta ayudar y la estupenda María Romanillos como una tierna Paula. 

(la filósofa Lea Olczak, encarnación de la dignidad)

¿Quién teme al pueblo de Hitler? Günter Schwaiger

Si con Norberta estoy contenta, con este documental austriaco estoy estremecida. No se ve todos los días un retrato tan nítido de la mezquindad de los que miran para otro lado cuando la situación es insostenible. Todo empezó cuando el documentalista austríaco Günter Schwaiger, que vive en España desde hace más de treinta años, se enteró que el ayuntamiento de Braunau am Inn, un pueblo del norte de Austria cerca de Salzburgo donde él nació, muy cerca de la frontera alemana, decidió expropiar la casa natal de Hitler en 2016. Su hermano vivía allí y decidió ir a verle y averiguar qué pasaba con la casa. Así empezó un trabajo de seguimiento de los distintos destinos que se pensaba dar a la casa durante los cinco años que van del 2018 al 2023. Günter empezó a descubrir que en ese idílico pueblo aun quedan algunos habitantes que glorifican su memoria, pero la mayoría la ha escondida debajo de la alfombra. Una alfombra moral y de vergüenza por el comportamiento de sus habitantes (y de tantos otros) durante las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. La primera parte del documental sucede en la calle, frente a la casa a la que está prohibido entrar. Cuando por fin Günter consigue entrar en la casa, se da cuenta de la banalidad del espacio, de la vacuidad de sus estancias. Y se sorprende de no sentir el mal. Porque en realidad esa casa es tan banal  como lo era el propio Hitler, sin ninguna personalidad, sin ninguna cosa que la distinga. Es una casa fea que se tenía que haber derruido hace mucho tiempo, a la que el ayuntamiento, tras renunciar a darle un uso social, ha decidió convertir en comisaría de policía. Ironía de la historia, eso es precisamente lo que Hitler quería. Pero es la segunda parte, la que me estremece. Günter nació en Salzburgo en 1965. Sus padres eran niños durante la guerra, ambos formaban parte de las Juventudes Hitlerianas. En esta segunda parte, Günter recupera una grabación de sus padres hecha hece unos años y que no había querido volver a ver hasta ahora. El silencio de sus padres durante años, su falta de sentimiento de culpa (o su ocultación del sentimiento de culpa), son mucho más hirientes en contraste con las declaraciones de una mujer de cien años, perfectamente lúcida, inteligente, la filósofa Lea Olczak, encarnación de la dignidad entonces y ahora. La conclusión del film es doble: Hitler no pudo hacer lo que hizo solo, necesitó el concurso, y sobre todo el apoyo, de muchos alemanes y muchos austríacos; cambiar la fachada a la casa de Hitler no sirve de nada para ocultar su terrible historia. Austria pretende que lo que pasó no iba con ellos, han cambiado su fachada, nada más. Pero hay suficientes síntomas en el mundo (y en Austria, Alemania, Hungría…) para darse cuenta de que las cosas pueden ir a peor muy rápidamente. En ningún conflicto, en ninguna situación histórica se puede mirara a otro lado. El mal está ahí, presente. 

El regalo de esta semana es un cuadro muy bonito de un rincón del barrio de Norberta



sábado, 20 de julio de 2024

AGNÈS VARDA

 


(sin quererlo me ha salido una foto muy Varda, con elementos raros que se mezclan, ¡incluidos mis pies!)

Agnès Varda

Si tuviera que definir esta semana de alguna manera no tendría dudas: ha sido la Semana Agnès Varda. Una inmersión en toda regla en el mundo de una cineasta que adoro, y lo digo en presente aunque hace ya cinco años que murió. La gran exposición que el CCCB ha inaugurado esta semana Agnès Varda, Fotografiar, filmar, reciclar, merece un viaje a Barcelona para sumergirse con ella en sus playas y lugares, en sus rostros y gatos. Cada vez que se habla con una joven directora, cita invariablemente dos referentes: Chantal Akerman y Agnès Varda. Son figuras inviolables en el horizonte de la creación de un universo propio con nombre de mujer. Pero Agnès es mucho más, al menos para mí. Quizás no le interese a nadie, pero mi relación con ella es curiosa. En realidad, la descubrí muy tarde. No tengo conciencia de haber visto su cine en la época. No era solo culpa mía, se estrenaban muy pocos films suyos en España en los años 60. Sé que vi Cleo de 5 a 7 en algún momento sin saber que era de ella, porque me impresionó que contara una historia que de algún modo me afectaba personalmente. Pero como tantos otros y otras, la descubrí de verdad con Sin techo ni ley. Fue una revelación acompañada de regalo: una entrevista bajo un puente con ella y su vagabunda, Sandrine Bonnaire, para el programa de Jaume Figueras Cinema 3. Fue una delicia, Varda estaba encantada. Era una entrevista vardadiana. Creo que esa fue la primera vez que pensé en este adjetivo. Vardadiano. La volví a entrevistar en otro contexto distinto, un Berlín invernal y nevado donde presentaba el díptico Kung Fu Master y Jane B par Agnès V, las dos con Jane Birkin. Estábamos en un hotel, no recuerdo cual, pero la entrevista tampoco fue muy convencional, la hicimos en la cafetería mientras tomaban un café. Jaume Figueras siempre fue muy vardadiano y buscaba espacios especiales para cada entrevista. En ese momento, 1988, yo ya era una conversa al mundo Varda. Cuando se estrenó Los espigadores y la espigadora, en el año 2000, pensé que aquel film era un antes y un después en su filmografía. Pocos años más tarde, en las clases que daba en la ESCAC, era una de las películas fijas del curso: les dejaba atónitos. Los alumnos de 20 o 22 años no habían visto antes esa libertad de hacer y de decir. Fue precioso leer sus críticas. Desde entonces sus films me han acompañado, o yo a ellos, hasta el último Varda por Agnès. En estos cinco años, su nombre era recurrente en conversaciones, en artículos, pero esta semana, gracias a la exposición Agnès Varda, Fotografiar, filmar, reciclar y al ciclo Agnès Varda Esencial que le dedica la Filmoteca de Catalunya con 17 películas “esenciales” (y desconocidas casi todas) Agnès Varda vuelve a primera página. Una de las cosas que he descubierto con esta exposición es como Varda cambió muy poco físicamente. Se hizo mayor, claro, se fue encogiendo, claro, pero conservó de las primeras fotos de los veinte años la luz en los ojos y el peinado casco tan característico hasta ser una seña de identidad. Es sorprendente como alguien que fue capaz de transitar setenta años de historia del cine y del mundo, de envejecer delante de nuestros ojos, de cambiar de registros, de tono, de instrumentos, consiguió mantener su imagen casi invariable. Otras de las cosas que me ha enseñado esta muestra son sus instalaciones. Siempre estuvo innovando, buscando, creando lenguaje y por eso no tuvo reparo en montar tres instalaciones que iluminan la última parte de su vida. El CCCB es este verano un refugio climático y un refugio humano. Si se quedan en la ciudad, o vienen de visita, aprovechen las horas de calor para esconderse en sus salas y caminar de la mano de Agnès.

Vardadiano No soy la única que utiliza esta palabra para definir una situación cotidiana pero con alguna cosa especial. Quizás sea esta la mejor manera de explicarlo: lo vardadiano es todo lo que vemos, hacemos y decimos todos los días, pero con una dosis de azar, de inesperado, algo que hace que eso tan normal pase a ser algo único. Por ejemplo, en la parada del autobús, bajo un sol de justicia, yo estaba sentada en una esquinita del banco con un poco de sombra. Llegó una adolescente con pantalones cortos, se sentó a mi lado y pegó un brinco vardadiano: el banco ardía. Eso propicio que nos pusiéramos a hablar. Sin ese brinco, seguramente nunca habríamos cambiado ni una palabra.

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES



El simpatizante de Park Chan-wook HBO y Movistar+

Llegué a esta serie por descarte, como tantas otras. Empiezas una y te das cuenta que no te interesa, empiezas otra y piensas, esto ya lo he visto. Y vas probando, es la única manera (aparte de las recomendaciones que te puedan hacer). El simpatizante no me decía gran cosa. En Filmaffinity se puede leer: “Miniserie de TV (2024). 7 episodios. Un thriller de espionaje y una sátira intercultural sobre las luchas de un espía comunista mitad francés, mitad vietnamita durante los últimos días de la Guerra de Vietnam y su exilio resultante en los Estados Unidos. Adaptación de la novela ganadora del Pulitzer.” Como mínimo era una sinopsis distinta., pero lo que me acabó de decidir es que estaba dirigida por el coreano Par Chan-wook, uno de los más interesantes directores de los últimos años. Y empecé a verla. Y me enganché. No solo a su historia, que también (en algunos momentos parece el contraplano mordaz de Apocalipsis Now), me enganché al tono de la narración, al humor soterrado y la ironía que destila, al hecho de que no hay personajes buenos ni malos, a la inocencia y la ingenuidad del protagonista, a los cambios de ritmo en el lenguaje, a la aparición deslumbrante de Sandra Oh… podría seguir mucho más. La serie es, además, un auténtico festival Robert Downey Jr, productor pero sobre todo multiactor asumiendo cuatro personajes dispares y disparatados. Aviso, si no les gusta este actor, abstenerse. Aunque, lo mejor es que la vean. Enseguida se darán cuenta si es una serie de “las suyas” o no lo es. En todo caso, es una rareza estupenda. 

El regalo de esta semana está dedicado a Agnès Varda. La Negrita en una actitud vardadiana.



sábado, 13 de julio de 2024

PLACERES

Los cines veraniegos han encontrado el gusto a los estrenos seriados: la semana pasada hablaba de los tres Kieslowskis. Esta toca hablar de los dos Hong Sang-soo que estrena la distribuidora Atalante. Parece que la costumbre que las plataformas están creando en el consumo de sus productos, se extienda a las salas de cine con un capítulo semanal.

Nuestro día, In Water, Hong Sang-soo

Nuestro día se estrenó el 12 de julio; In Water se estrena el próximo 17 de julio. Son las dos última películas del director coreano. La primera se presentó en La Quincena de Cineastas de Cannes, la segunda en el Festival de Berlín. Ahora, su estreno casi simultáneo, permite verlas juntas. Un chute de Sang-soo en toda regla. Advierto de entrada que mi recomendación (y devoción) por Sang-soo, no es en absoluto exportable. El director coreano o gusta o no gusta. Pero nada de lo que se diga hará cambiar de opinión a los que lo adoran y a los que lo odian. A mí siempre me ha gustado. Y en estas dos películas me convenzo de que soy una adepta a la secta sangsooniana.

Nuestro día es un díptico protagonizado por tres personajes cada uno: en uno, encontramos a una actriz que ha vuelto a Seúl y vive en casa de una amiga suya y su hermoso y gordo gato. El tercer personaje es su prima, una joven que quiere ser actriz y va a verla a la casa. En el segundo fragmento, un viejo poeta comparte con una joven cineasta su día a día en un documental que ella está filmando en su casa. El tercer personaje en este caso es un joven que viene a visitar al poeta porque le quiere preguntar algo importante. Alrededor de estas dos situaciones, sin salir nunca de los espacios interiores,  sentados casi siempre entorno a una mesa de comida y bebida, los protagonistas hablan de la vida, de la muerte, del arte, de la responsabilidad, del amor, de la sinceridad. En la primera, el gato es el centro emocional; en la segunda, una guitarra es el objeto que canaliza las relaciones.

In Water, es un poco distinta. Primero es más corta, apenas 61 minutos. Segundo, los protagonistas son dos chicos y una chica. Están en un pueblo de la costa, en la paradisiaca isla de Jeou, preparando el rodaje de un corto. Uno de los chicos es el director, el otro el cámara, ella es la actriz. Los tres hablan, comen, beben y se pasean por la costa. El futuro director busca la inspiración mientras los otros le siguen dócilmente. Su bloqueo creativo se rompe cuando ve a una mujer en la playa. Esa imagen y el recuerdo de una canción que compuso hace años, provocan que el corto se haga realidad.

La descripción de lo que cuentan las películas de Hong Sang-soo es siempre muy pobre. Es muy difícil transmitir la sensación de cotidianidad extraordinaria que destilan sus imágenes. Planos fijos que respiran con los actores, con el gato, con las plantas. Su cine no es minimal, es mínimo. Y sin embargo, es de una pureza y una transparencia que te acaricia. Creo que eso es lo que más me gusta de este director único.

 


Los tonos mayores, de Ingrid Pokropek

Ha sido una sorpresa encontrarme este estreno inesperado. Una película argentina, debut como directora de Ingrid Pokropek, de la que no sabía absolutamente nada. Empecé a ver la película sin ninguna esperanza. Y poco a poco, me fue enganchando la historia de Ana, una adolescente de 14 años con una placa metálica en un brazo que empieza a sentir unos extraños latidos. Su mejor amiga los traduce en notas musicales y compone una canción La canción del latido, pero Ana quiere saber más, quiere saber quién y por qué le manda esas extrañas señales. Es invierno en Buenos Aires, el cielo es gris, el mundo es oscuro, nocturno, inquietante, misterioso. Ana deambula solitaria por las calles de la ciudad, se aleja de sus amigos, de su padre. Busca. Los tonos mayores es una película envolvente, pequeña y honesta, sabe jugar sus bazas sin afectación. Es un coming of age contado desde un punto de vista muy original. Mientras la veía, pensaba en Trenque Lauquen, el estupendo film de Laura Citarella con el que sentía que estos tonos tenían algo que ver. Fue después, buscando información sobre la directora cuando descubrí que Ingrid trabajaba en El Pampero y había sido una de las productoras de Trenque Lauquen. El círculo se cerraba perfectamente dejando claro que hay en Argentina un caldo de cultivo de nuevas miradas. A pesar de la crisis, o precisamente por culpa de la crisis, está naciendo una nueva ola de cineastas imprescindibles.

 

EL RINCÓN DE LA EXPOSICIÓN

 

El tiempo se detiene, Sarah Moon Fundación Foto Colectania

Me gusta la sección La Contra de La Vanguardia. No siempre la leo, pero siempre la miro. Allí he descubierto figuras (sobre todo de ciencia) muy estimulantes que han despertado mi curiosidad. Una de ellas apareció en La Contra del 10 de julio firmada por Imma Sanchís. Era la fotógrafa francesa de 83 años Sarah Moon. Confieso que no sabía nada de ella, aunque en su presentación la periodista destacaba su trabajo como cineasta. Lo que decía esta mujer con una larga vida detrás, me llamó la atención y vi que el motivo de La Contra era porque se había inaugurado una exposición de sus fotografías en la Fundación Foto Colectania, un espacio expositivo dedicado a la fotografía en el que nunca había estado. Una prueba más de lo compartimentadas y dirigidas que están nuestras vidas, arrastrados por lo que nos afecta profesionalmente o personalmente. Reconozco que si no hubiera sido por las palabras de Imma Sanchis: “A partir de los ochenta abandonó los trabajos comerciales y se dedicó a la fotografía artística y al cine, siempre misterioso y onírico”, quizás no habría ido a ver la exposición. Pero por suerte, me quité la pereza de encima y fui. Y me maravilló la belleza de sus fotos, la capacidad alquímica de transformar una imagen en otra cosa. Su mirada a los animales, el elefante, la jirafa, a los paisajes, ¡esas palmeras!, sus retratos femeninos, muchos de ellos compañeras suyas en la pasarela de modelos donde ella trabajó muchos años. Y su cine, onírico, poético, fantástico y al mismo tiempo casi tangible. En la exposición se pueden ver tres películas suyas junto a un conjunto de fotos expresamente seleccionadas por la autora. A sus 83 años, Sarah Moon nos regala un mundo de imágenes. Vale la pena detenerse en ellas, ver como El tiempo de detiene. La exposición estará en Barcelona hasta diciembre. Si pueden, no dejen de ir a verla y si no viven en Barcelona, busquen sus fotos en Internet.

El regalo de esta semana estaba cantado desde que vi Nuestro día.



 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

viernes, 5 de julio de 2024

CUATRO MUJERES


Esta semana el estreno de Blondi debe compartir espacio con una Trilogía extraordinaria que el verano nos regala para recuperarla o descubrirla.

 


Blondi, de Dolores Fonzi

Me encanta esta película. Me gusta su alegría, su optimismo y su clara vocación de romper tabúes. Blondi es la puesta al día de Las chicas Gilmore, más audaz, más ácida, más dura en sus temas, pero igualmente desenfadada. Blondi no se toma en serio. Mejor dicho, la que no se toma en serio, aunque trate temas muy importantes, es Dolores Fonzi, una de las mejores actrices argentinas que debuta como directora con esta comedia “rubia”. Dolores Fonzi es Blondi, una madre adolescente a los 15 años. Ahora Mirko, su hijo tiene veinte años y quiere empezar su vida. Pero ¿Cómo dejas atrás a una madre que es además tu mejor amiga y tu cómplice? Blondi me hizo pensar en el libro del que hablaba la semana pasada, El último telesilla donde también hay una madre adolescente, como Lorelai, con un hijo sensato, como Mirko, Rory y Adam. Son ellos, los hijos, los que ponen un gramo de orden en las vidas caóticas de sus madres, de sus familias. Blondi es el retrato de una relación que nunca cae en la tentación incestuosa, pero que si refleja una dependencia emocional muy profunda. Alargar ese hilo sin romperlo es muy difícil. Pero Mirko y Blondi lo conseguirán.

 

EL RINCÓN DE LA NOSTALGIA



Krzysztof Kieslowski: Tres colores: Azul, Blanco, Rojo

La distribuidora Wanda Films ha tenido el gran acierto de recuperar la Trilogía de los Colores de Krzysztof Kieslowski. Azul, de 1992, Blanco y Rojo, de 1993. Los colores de la bandera de Francia que significa, Libertad (Azul) Igualdad (Blanco) Rojo (Fraternidad). Es una gran ocasión para ver estos tres films en pantalla grande y de paso recordar el nombre de Kieslowski, el polaco más interesante de finales del siglo XX. En el Cannes de 1988 se presentó No matarás, una película de Polonia que muy pocos vieron. En ese tiempo, los polacos no tenían demasiado interés. Yo no la vi, y me arrepentí de no haber ido cuando a la salida el criterio de los que sí estuvieron era unánime: era la mejor película del festival. Un año después, en 1989, Diego Galán le dedicó la retrospectiva del Festival de San Sebastián a la nueva estrella del cine polaco. Entonces vi el Decálogo entero y pude hacerle una larga entrevista para el programa de Jaume Figueras, Cinema 3. Del Decálogo tengo escrito un texto inédito que aprovecho ahora para publicar. Porque lo que digo allí de la obra cumbre de Kieslowski, sirve también para entender su preciosa Trilogía de los colores.

Décalogo de Krzystof Kieslowski. El materialismo metafísico

Dos años después de su realización y tras haber pasado por todos los cines y televisiones del mundo con un éxito insospechado, llega por fin a las pantallas españolas el Decálogo de Kieslowski, una de las obras más importantes surgidas en Europa durante los años ochenta. Antes de explicar quién es Kieslowski y qué es el Decálogo, hay que hacer una aclaración importante. Viniendo de la casi integrista Polonia, presidida por Lech Walesa, el Decálogo de Kieslowski corre el peligro de ser tomado por un alegato católico, cosa que desde luego no es. El término que mejor define la relación de cada uno de los films del Décalogo con los Diez Mandamientos de la Biblia, es el pretexto, decía Kieslowski explicando el sentido del Decálogo y despejando con ello muchas confusiones.

Nacido en 1941, Kieslowski comenzó como documentalista en 1969 tras graduarse en la prestigiosa Escuela de Lodz. Su forma de contemplar la realidad y de mostrarla sin hacer concesiones, le ganó una fama de cineasta conflictivo que no dudaba en criticar los supuestos logros del régimen. Completamente desconocido fuera de Polonia, Kieslowski sorprendió a todo el mundo en Cannes de 1988 con No matarás, una película en la que se descubría un cineasta con una manera nueva y poderosa de narrar la historia de un joven aparentemente normal que un día decide cometer un asesinato sin sentido. Titulada en su estreno en Cannes como Pequeño film sobre la muerte, No matarás formaba parte de un proyecto personal en el que estaba embarcado Kieslowski desde hacía un tiempo en colaboración con su guionista habitual Krzystof Piesiewicz. Este proyecto era el Decálogo, una serie de televisión sobre los comportamientos humanos tomando como excusa los Diez Mandamientos.

Concebidos con una autonomía absoluta que permite verlos aisladamente, el Decálogo adquiere todo su sentido visto en su totalidad gracias a una unidad ideológica, estilística y geográfica. Kieslowski sitúa sus historias en un barrio de Varsovia anodino y sin personalidad, por donde circulan sus protagonistas, seres completamente anónimos que aparecen tangencialmente los unos en los capítulos de los otros, gracias a una misteriosa y subterránea interrelación que los envuelve a todos.

Lo que distingue y singulariza el Decálogo es una especie de materialismo metafísico. Preocupado no por la moral o por las convenciones religiosas, sino por un sentido espiritual semejante al que podía tener Tarkowski, Kieslowski se acerca a esta espiritualidad a través de un materialismo evidente. La fisicidad de las cosas, de los objetos y los animales, la atmósfera de la ciudad, los espacios elegidos, la estación del año, siempre el invierno, y la total normalidad de los personajes, todo contribuye a inventar ese materialismo metafísico singularizado en un personaje guía, un testigo mudo que aparece en todos los capítulos, que contempla y cataliza las situaciones sin intervenir nunca en ellas, como una especie de ángel conductor.

Las historias del Decálogo no son ilustraciones de los Diez Mandamientos, por eso se pueden ver sin tenerlos presentes, porque para Kieslowski son historias universales que van mucho más allá que las simples y limitadas lecturas religiosas. El Decálogo, obra fundamental del cine europeo de los años ochenta, es un punto y aparte en la filmografía de Kieslowski que acaba de terminar en París La doble vida de Verónica, primera experiencia que este polaco serio y lúcido realiza fuera de su país natal.  

En cuanto a los tres films que este mes de julio podrán verse estrenados escalonadamente el 5 de julio, Azul, el 12 de julio Blanco y el 19 de julio, Rojo, dejo aquí tres pequeñas definiciones:

Agua azul, cielo azul, el azul dominante en Tres colores: Azul, biología hecha poesía. Historia de música y amor contada en el fondo del ojo de Julie.

Blanco de la nada, blanco de la falsa esperanza en Tres colores: Blanco. El horizonte de la vida es blanco y aparece vacío, incluso con la figura en blanco de Dominique que se recorta contra el cielo.

Rojo del vestido de Valentine, rojo del anuncio gigante en Tres colores: Rojo. El rojo puede ser símbolo de calor, de amor, de vida. No siempre el rojo es violencia.

 UN COMENTARIO INTERESANTE

Me encanta cuando mi blog provoca respuestas. Y más cuando son respuestas que aclaran y  enriquecen el texto. Jordi Ibáñez me ha enviado un comentario al Decálogo que me parece ejemplar. Aprovecho para decir que este texto mío del Decálogo está escrito en ¡!1990!! hay cosas que me siguen pareciendo muy válidas, pero otras seguramente las escribiría muy distintas ahora mismo,

Este es el comentario de Jordi Ibáñez

Te he leído tu blog. Me gusta mucho que celebres el Decálogo de Kieslowski. Yo soy fan absoluto. Me extraña un poco, sin embargo, que sientas la necesidad de decir que puede verse sin tener en cuenta los diez mandamientos. No sé si el propio Kieslowski llegó a hacer semejante concesión al "público en general", es decir, laico y no polaco. A mí decir eso me parece un poco un remilgo anticlerical, porque entonces no se entiende ni la parte de comentario moral ni de ironía trágica (lo digo todo a sabiendas) que cada historia guarda con respecto al mandamiento que comenta. Así, la primera historia, la del niño que sale a patinar al estanque, si no tienes en cuenta que comenta el primer mandamiento ("Amarás a Dios por encima de todas las cosas" y sobre todo "No tomarás falsos ídolos", en ese caso la ciencia), pues qué quieres, la historia se queda en el gran disparate de la mala suerte. Ni te digo el de "Santificarás las fiestas", prodigiosamente retorcido. Que son historias universales es indudable, pero en la medida en que también son comentarios a lo "universal" católico-cristiano. No sé cómo las verá un budista. Tampoco creo que Kieslowski pensara en el budismo...

El regalo de esta semana son tres mujeres kieslowskianas