Una película y una serie me
han hecho pensar en los verbos retornar y regresar. Suelen usarse como
sinónimos, y sin embargo, no quieren decir lo mismo. No es lo mismo retornar que regresar. Según la RAE, “Retornar es volver a un lugar o una
situación en la que se estuvo alguna vez.” Regresar, en cambio, “implica volver
a un lugar de donde se ha partido.” Uno regresa a casa, pero retorna al pasado.
Uno regresa a su país, pero retorna a la vida familiar. Uno regresa al barrio,
pero retorna a los amigos. Hay matices, sutiles, pero matices. Regresar o
retornar.
Justo estos días,
concretamente el 1 de agosto, se cumplieron años desde que llegué (ni volví, ni
retorné, ni regresé, llegué por primera vez) a España. El que sí regresaba era
mi padre. Salió de España a principios de 1939, al acabar la guerra civil y
vivió en México durante 23 años. Él si regresaba, como había regresado mi madre
unos meses antes. Regresaban, pero no retornaban, porque ni uno ni otra eran
los mismos que se fueron, ni la España a la que volvieron era la misma de la
que salieron.
Regresar es más fácil que
retornar.
Regreso
a Córcega, Catherine Corsini.
El título que me ha provocado esta reflexión es Regreso a Córcega, de la francesa Catherine Corsini, una película que invita a reflexionar sobre muchas cosas. La primera, la forma que ha escogido la directora al enfrentarse a este melodrama sin eludir el lenguaje del culebrón. Porque en realidad Regreso a Córcega es un culebrón en el que se cuenta una historia de racismo y explotación, de engaños y secretos, de vidas que se descubren. La protagonista, una mujer negra con dos hijas adolescentes, regresa a Córcega de donde salió cuando las chicas eran pequeñas. Ella regresa, las niñas no porque casi no tienen memoria de su vida en la isla. Pero si Khédidja, la madre, regresa, las dos chicas retornan. A ver si me explico. Ella, la madre, regresa a Córcega para vivir una situación nueva. Jessica y Farha, retornan a un pasado que no conocían, que van descubriendo poco a poco en ese verano en el que sus vidas darán un salto en sus emociones. Es una película pequeña, de sentimientos, de reivindicaciones calladas, de paisajes que se viven. Pero para mí, ha sido una película que me ha despertado memorias de regresos a México. Porque yo también regresé alguna vez al lugar del que partí, al que retorno muchas veces con mis pensamientos.
EL RINCÓN DE LA SERIE
Homecoming, Eli Horowitz, Micah Bllomberg, Sam
Esmail Prime Video
No conocía esta serie de Prime estrenada en el 2018, con dos temporadas, por lo menos. Tampoco tengo muy claro como fui a parar a ella. Supongo que leí algo. La verdad es que es raro que se me haya pasado porque una serie con Julia Roberts como protagonista debería haberme llamado la atención. En todo caso, más vale tarde. Homecoming quiere decir Regreso a casa. En realidad, los soldados que se acogen a este programa de reinserción, no regresan a “su” casa (eso es lo que ellos quieren) si o a “casa” entendida como Estados Unidos, la casa de todos. Y no regresan a su casa, porque ya se encarga Julia Roberts en el papel de Heidi Bergman de que no lo hagan. Pero me adelanto y no debo. Porque Homecoming es un thriller conspiratorio, en el que se plantea un programa a gran escala de lo que ya hablaba hace muchos años un film estupendo de John Frankenheimer, El mensajero del miedo. La primera temporada se centra en Heidi y uno de los veteranos que vive en esa especie de cárcel de puertas abiertas que es Homecoming, Walter Cruz. La historia se desarrolla en dos planos temporales, diferenciados por el formato: el pasado ocupa toda la pantalla, el presente, cuatro años después, ocupa una parte de la pantalla más pequeña. A medida que nos vamos adentrando en ese mundo atemporal, casi del Show de Truman, donde viven los soldados bajo el control de Heidi, vemos como contraste el mundo deteriorado y sórdido donde vive la Heidi de cuatro años después. La serie empieza muy alto, engancha, luego se estanca un poco, quizás son demasiados diez episodios, pero en los dos últimos vuelve a tomar altura. Y se cierra. Por eso me sorprendió ver que había una segunda temporada, que, además, empezaba de una manera completamente distinta con personajes distintos y con una situación que nada tenía que ver. O si, porque eso es lo que explica Homecoming dos, en una historia que sucede en pocos días y enlaza con la primera de una manera inesperada. Entre las dos temporadas suman 17 episodios de media hora que se ven casi sin darte cuenta. No creo que pase a la historia de las series de televisión, pero si es sin duda una apuesta interesante para tardes/noches de un verano sofocante. Una advertencia sobre la veracidad de la memoria y los recuerdos. ¿Son nuestros realmente?
El regalo de esta semana es
una foto del sol naciente en la ciudad. El sol siempre regresa, siempre
retorna, siempre vuelve. ¡Por suerte!
No hay comentarios:
Publicar un comentario