sábado, 11 de mayo de 2024

AMOR

 


Hasta el fin del mundo Viggo Mortensen

Me encantan los westerns, los clásicos, los de toda la vida. John Ford, Howard Hawks, Henry Hathaway. Me gustan las praderas, las montañas, los ríos de los westerns. Es un paisaje tan unido a mi educación de cine, (es decir sentimental) que provoca en mí un sentimiento de reconocimiento. Da igual que sea una película que he visto muchas veces Río Rojo, Pasión de los fuertes, o algo recién fabricado, Yellowstone, por ejemplo. En las primeras imágenes ya me siento en casa. Con Hasta el fin del mundo me pasó algo parecido. Desde la primera secuencia en ese pueblo tan conocido, donde se produce un tiroteo casi abstracto, minimalista y banal en su estupidez, me siento dentro del film. He leído en una entrevista que durante un rodaje en Australia, Viggo Mortensen se dedicó a ver westerns todos los días, se empapó del género y cuando tuvo ocasión de dirigir una segunda película decidió que eso es lo que quería hacer. Un western. Pero Viggo Mortensen es un actor a la europea (aunque sea americano) y Viggo Mortensen es un hombre de ahora mismo. Las dos cosas se notan en este magnífico western de guerra. Lo primero, en el tono reflexivo de su mirada sobre una sociedad violenta y en formación, no tan alejada de la de ahora mismo como nos gustaría pensar; lo segundo en que el protagonismo bascula del héroe a la heroína, del hombre a la mujer. No es que las mujeres de Ford o Hawks o Hathaway no fueran fuertes y libres. Pero la Vivienne de Vicky Krieps es algo que va un poco más allá. Es independiente. Y el hombre digno que viene de Europa y lucha por un país mejor es, en cambio, dependiente. Ella es independiente, porque tiene muy claro que debe forjarse el camino sola; él es dependiente de sus principios, su compromiso, que le obliga a dejar su casa y embarcarse en una guerra que en realidad no es la suya. La película empieza con un cruel y banal acto de estupidez, la película acaba con un inesperado acto de inteligencia. En medio, una historia de amor, una historia de flores y rosas y árboles floreciendo en un árido espacio. Como ese amor entre Vivienne y Olsen que florece donde menos se podría esperar. Muy bonita.

 


Marisol, llámame Pepa, Blanca Torres

No tengo ningún rubor en confesarlo: yo fui una fan de Marisol. Quizás debería decir que soy una fan de Marisol. De Marisol, no de Pepa, aunque respeto las decisión de Pepa de dejar atrás a Marisol. Supongo que todo tiene que ver con la edad. Descubrí a Marisol en México con 10 años en Un rayo de luz, cuando se estrenó en el DF. Me llevó a verla mi madre. A las dos nos gustó mucho. A mi madre, porque salía Madrid y pasaba en esa España a la que ella soñaba con volver; yo, porque me sentí fascinada por aquella niña que no se parecía a mí más que en los ojos azules, pero de la que me sentía muy cerca. No en lo que le pasaba, yo tenía una familia estupenda, ni en los lugares donde pasaba, México no se parecía en nada a una villa italiana. Pero si en un sentimiento de niñez, por llamarlo de alguna manera. Cuando vinimos a España uno de los pocos discos que salvé del terremoto del traslado fue el de Un rayo de luz, con Marisol  y su flor azul en el pelo rubio. Ya en Barcelona, seguí viendo sus películas, pero ya no era lo mismo. Ella crecía y yo crecía más deprisa que ella. Pero siempre me gustó como cantaba, y como bailaba aunque sus películas fueran cada vez mas tontas (la última que recuerdo disfrutar fue Marisol rumbo a río). En fin, todo este rollo para explicar porque me interesaba ver el documental de Blanca Torres, y porque no me ha gustado el documental de Blanca Torres. Me interesa el trabajo de recuperación de su instrumentalización como niña del franquismo, pero no me gusta esa voz en off que intenta imitarla en su infancia. Me interesa como cuenta su tristeza y melancolía de adolescente, pero no me gusta la gente que habla de ella. Me interesa la reflexión sobre su transición a mujer comprometida, pero no me gusta que no explique cómo Gades la instrumentalizó de otra manera. Me muevo entre una cosa y otra todo el tiempo. Y al final, me doy cuenta de que lo que pasa es que yo querría ver a Pepa hablando de Marisol y de su vida, pero me cansa un poco ver a otros hablando de Marisol y de su vida. Como Pepa ha desaparecido,  y tiene todo el derecho del mundo, yo me quedo con Marisol y la aíslo de su contexto para mantenerla en mi memoria como parte de mi propia historia.

 


EL RINCÓN DE LAS SERIES

Autodefensa, de Berta Prieto, Belén Barenys, Miguel Ángel Blanca. Filmin

Hace unos días se publicó en El País una columna de Berta Prieto que trajo mucha cola. Aunque no leo nunca El País, éste artículo si lo vi y me sorprendió como se atrevía a decir lo del emperador desnudo pero sobre temas más candentes. No sé si estoy de acuerdo o no con sus juicios de valor, pero si estoy de acuerdo con el sentido de su texto, en concreto con este párrafo: “Me haría el esnob y les respondería que Flaubert decía que "con buenos sentimientos, se hace mala literatura". Y está claro que estamos en la era de los “buenos sentimientos”, así que supongo que es por eso que nuestra cartelera está llena de obras que apuestan por la verdad, hechas con muy buena intención y con una voluntad reparadora, pero absolutamente alejadas del hecho artístico. Intuyo que éste es uno de los motivos por los que la crítica cultural es prácticamente inexistente: nadie quiere ofender a nadie.” No puedo menos que afirmar rotundamente que tiene razón: los buenos sentimientos, las buenas intenciones, no hacen buenas películas ni buenas novelas. Tiene que haber un plus por encima del mensaje, de la función didáctica, de la denuncia. Un plus que no suele tenerse en cuenta. No conozco a Berta Prieto por eso busqué quién era. Y me encontré con una serie en Filmin creada, interpretada y dirigida por ella en colaboración con Belén Barenys. Se llama Autodefensa., La primera temporada se estrenó hace un tiempo y hace poco se ha estrenado la segunda. Pensé que valía la pena verla a ver si ella misma se había aplicado su lección o caía en lo mismo que denunciaba. Hay que reconocerlo: gana por goleada. Autodefensa es una serie de 10 capítulos de duraciones variables entre 5 y 20 minutos, divididas en dos temporadas. El primer capítulo de la primera temporada, Sentirse deseada, no es el mejor, pero sí el más programático. En este episodio conocemos a Berta y a Belén, dos amigas veinteañeras que viven juntas, una mañana de resaca después de una fiesta salvaje. Y asistimos a su conversación, real como la vida misma, pero no la vida misma. En lo que se cuentan mientras comen una hamburguesa, están todas sus ideas sobre el mundo que las rodea. A partir de aquí, los otros cuatro capítulos plantean un problema, un tema, un dilema diferente. Como diferentes son las maneras de contarlos en un trabajo cinematográfico brillante (como el capítulo Brilla, brillante), o angustioso (como el capítulo Ansiedad), o fantasioso (como el capítulo Fantasía) o abstracto y conceptual (como el capítulo Ser un concepto). La primera temporada la vi de un tirón, menos salvaje de lo que parece a pesar de su lenguaje y sus actos, Autodefensa nos deja ver dos chicas de ahora mismo en una Barcelona de ahora mismo, pero no son dos chicas que te cruces por la calle, no son la realidad, son una ficción de la realidad. En fin me ha divertido mucho y me ha parecido eso Brillante. Veré la segunda temporada a ver si mantiene el mismo tono.

 


Un apunte necesario: L’amour fou de Jacques Rivette

Se ha estrenado, mejor dicho se ha recuperado y estrenado por primera vez en una sala comercial, uno de los films emblemáticos de Jacques Rivette, L’amour fou con Bulle Ogier y Jean-Pierre Kalfon, dos de sus actores favoritos. No la he vuelto a ver desde hace muchos, demasiados años. Supongo que se aguanta igual que entonces, espero que siga siendo fascinante. Dura 255 minutos, es decir más de cuatro horas. Hace falta voluntad y ganas de sumergirse en el amor loco de los protagonistas enmarcado en otro amor loco, el del teatro. La estrenan en pocos cines en España. Si tienen tiempo y curiosidad, no se la pierdan. En todo caso, en homenaje a L’amour fou he titulado esta entrada Amor.

El regalo de esta semana son dos chicas menos provocadoras que Berta y Belén.



 

sábado, 4 de mayo de 2024

NARANJAS Y LIMONES

 


Ramon ha hecho una foto que es un bodegón, casi un cuadro. Es una fuente de fruta, de naranjas y limones. Tan necesarios y tan buenos unas, las naranjas, como otros, los limones. Me gusta mucho esta foto y la he tomado como guía para los cuatro títulos de esta semana. Tres estrenos y una serie. Me encantan las naranjas, pero no puedo vivir sin limones.

 


Naranja japonesa. El mal no existe, Ryûsuke Hamaguchi

El mal no existe… o si. El mal no existe mientras seamos capaces de mantener el equilibrio con la naturaleza, la integridad personal, el respeto a lo que nos rodea. Cuando alguna de estas tres cosas se pierde o se olvida, el mal si existe. La preciosa narración del director de la inolvidable Drive my car, nos traslada en una larga secuencia de arboles recortados en el cielo diurno a un bosque encantado, pero cotidiano. Un bosque con una caperucita azul, una abuelita sabia y acogedora encarnada en un padre cariñoso y un lobo que viene de fuera amenazando el equilibrio en el que viven en este pequeño pueblo no lejos de Tokio. Porque no hace falta irse a la otra punta del mundo para encontrar la armonía, pero si hace falta venir de la otra parte del mundo para romperla. El mal no existe es música e imagen durante mucho rato, música maravillosa que acompaña a Takumi, el hombre que corta leña, el hombre que conoce los animales, el hombre que recoge agua, y a su hija Hana, la caperucita que camina por el bosque con la confianza de saber que el bosque la entiende y la protege. Este mundo no idílico, pero si ordenado, se ve roto por la irrupción de lobo urbanita que quiere construir un glamping (horrible palabra que une dos conceptos antagónicos: lujo y camping) en la parte alta del rio, donde nacen las aguas limpias y cristalinas que son el orgullo de sus habitantes. La comunidad siente que esa intrusión de los poderosos ajenos a su mundo, acabará por destruir lo que precisamente los ha atraído allí (eso es algo que sabemos muy bien en nuestro país). De una manera callada, con más respeto hacia los lobos con piel de cordero del que tienen con ellos, los aldeanos intentan parar ese proceso de degradación. La película discurre lentamente, avanza como paseando por el bosque poblado de ciervos. Y solo en su última parte, se adentra en la zona oscura, en el peligro, en la incertidumbre, para acabar con otro plano de arboles recortados en el cielo, pero esta vez, de noche. El mal no existe, nos deja pensando que pasará después. Y ahí entra la manera de ver el mundo de cada espectador.

 


Limón alemán. Música, Ángela Schanelec

En la crónica del D’A Fil Festival hablé de esta película. Entonces escribí: “Hay algo musical en este film de la directora alemana. El título no está puesto porque sí. Y no solo porque la música barroca, Vivaldi, Monteverdi, Bach, jueguen un papel importante en la historia, sobre todo porque es la música la que al final salvará al héroe. Estamos ante la recreación de un mito: el Edipo de Sófocles. Claro que no hace ninguna falta saber esto para disfrutar de las imágenes y el ritmo de este film musical. Pero si lo sabes, puedes llenar los vacíos de las grandes elipsis que usa como si fueran movimientos de una misma composición. Primer movimiento, un bebé es abandonado en una cueva donde lo encuentra un pescador. Segundo movimiento, un adolescente con heridas en los pies, mata sin querer a un hombre en las rocas. Tercer movimiento, el joven herido, entra en la cárcel donde conoce a una funcionaria y se enamoran. Cuarto movimiento, al salir de la cárcel encuentra a la funcionaria, se van a vivir juntos y nace una hija. Quinto movimiento, la mujer hace una llamada telefónica y descubre un secreto. Ya no cuento más, pero aun hay un sexto movimiento. Siempre con la música barroca como contrapunto del paisaje seco y rocoso de las costas griegas. Cuando se estrene volveré sobre Música para recordarles que no la dejen pasar.” Pues ya se estrena, así que vuelvo solo para confirmar lo que escribí y añadir que el film gana en el recuerdo y se ilumina bajo la capa de un romanticismo trágico.

 


Naranja valenciana. La casa, Álex Montoya

Una casa es un hogar, una casa es un mundo, una casa puede ser el nudo que une a sus habitantes, una casa puede ser la causa de su ruptura. Pero, sobre todo, una casa es la vida que se ha vivido allí. Basada en la novela gráfica de Paco Roca, el film de Álex Montoya no sale prácticamente nunca de esa única localización. Una pequeña casa en la huerta valenciana, con jardín, piscina y recuerdos. Muchos recuerdos que los tres hermanos reunidos tras la muerte de su padre para decidir qué hacer con esa casa familiar, enfrentan de muy distinta manera. Como distintas han sido sus vidas. El tiempo es el gran protagonista de este film de viñetas animadas. El tiempo de esos tres días en los que cada hermano y su familia tiene que dar un paso adelante; el tiempo de la memoria de un padre que añoran y lamentan no haber cuidado más; el tiempo de lo que les queda por vivir ¿en la casa o sin la casa? La película se mueve en un tono de comedia luminosa y feliz, pero dejando entrar zonas de sombra, como si una nube tapara el sol de vez en cuando. Y en esas zonas de sombra aparecen los fantasmas del pasado, (rencillas, enfados, malos entendidos) los fantasmas del presente, (bloqueo del escritor, crisis del hermano empresario, agobio de la hermana) y los fantasmas del futuro (tener o no tener hijos, cambiar de vida, asumir la responsabilidad). Todo en un ambiente de comidas, risas, arreglos de la casa. Pero lo mejor de esta película en la que nos podemos reconocer casi todos, es la presencia espléndida de María Romanillos en el papel de Ema, la adolescente que conecta con el abuelo muerto y es la única que tiene un futuro en esa casa que es de todos y no es de nadie. La casa es una película familiar, de todas las familias.

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES



Limón malvado Ripley, Steven Zaillian, Netflix

En realidad toda la literatura de Patricia Highsmith es un limón ácido refractario a cualquier endulzamiento. Pero dentro de su obra, las cinco novelas del ciclo Tom Ripley, son sin duda las más ácidas y malvadas de todas. Soy fan de Patricia Highsmith, pero sobre todo soy fan de Tom Ripley (mejor con el rostro de Alain Delon). Por eso empecé a ver la serie de Netflix con cierta reticencia. El primer capítulo, además, me irritó mucho. El blanco y negro me pareció impostado, la recreación de una película indi de los sesenta, forzada y Ripley en el rostro inexpresivo de Andrew Scott, no me gustó nada. Sin embargo, algo me impulsó a seguir viéndola. Y poco a poco, me fui sumergiendo en ese mundo ripliano que Steven Zaillian había captado perfectamente. Mundo de engaños, mentiras, asesinatos y maldad en un paisaje idílico de un pueblo italiano, o en la Roma más oscura y la Venecia más brillante. Tres espacios para los tres grandes momentos de Ripley en su increíble transformación. El blanco y negro cogió sentido en las sombras y luces, la ambientación indi dio paso a un cine europeo muy clásico y el rostro inexpresivo de Andrew Scott acabó por hacerme olvidar a Alain Delon. Pero la serie me enganchó definitivamente cuando apareció el gato, único testigo del crimen romano de Tom, al que le gustaría poder decir lo que ha visto, en especial al implacable inspector Ravini que busca un asesino que no existe. Como efecto colateral me ha provocado las ganas de volver a leer las novelas de Patricia Highsmith. 

El regalo de esta semana es un gato que nunca ha presenciado un asesinato