sábado, 30 de junio de 2018

HACERSE MAYOR



 Hacerse mayor siempre es difícil. Lo es a los 70 años, lo es a los 40, lo es a los 30. Siempre es complicado aceptarlo, pero es algo ineludible, es una certeza inevitable: nos hacemos mayores y mejor que sea así porque si no nos hacemos mayores, quiere decir que nos hemos muerto. Por eso lo mejor es intentar asumirlo con armonía, sin conflictos, colocando las cosas en su sitio.

Tres películas que he visto esta semana me han hecho pensar en el hacerse mayor. En una la historia empieza en una (falsa) armonía, se sumerge en el conflicto y acaba encontrando una (real) armonía. En otra, se vive un paréntesis armonioso entre dos conflictos, uno que ha quedado atrás, otro que se anuncia en el futuro. La tercera es una historia de conflicto sin armonía en el horizonte. Es la más desgarradora.




(La canción de los King Crimson que da título al film me encantaba
https://www.youtube.com/watch?v=GEnkcqW47Ic)

Empecemos por la primera: El titulo es Formentera Lady, es la opera prima de Pau Durà y la protagoniza casi en exclusiva José Sacristán. Sacristán está cerca de cumplir ochenta años, pero Sacristán forma parte de ese grupo de actores fibrosos, delgados, austeros, que como Clint Eastwood o Sam Shepard, han hecho de sus arrugas y sus canas un signo de identidad. Sacristán es, además, un gran actor capaz de dotar de matices a un personaje desagradable, desfasado, que vive fuera de la realidad. El viejo hippie que se quedó en la isla de Formentera en una casa sin luz y sin compañía, es un extraño en el mundo moderno. No sabe estar en él, no lo entiende. Su falsa armonía viene precisamente de este no querer saber. Samuel es una reliquia a la que el conflicto en forma de nieto viene a sacar de su ostracismo a pesar de resistirse con todos sus medios. Cuando Samuel acepte que ya no es el hippie glorioso de su juventud, aceptará también volver al “continente”. Podrá ayudar a su hija, podrá cuidar a su nieto. Pero no hay una imagen más patética que la imagen de Samuel sentado en un parque de Barcelona tocando el banjo en medio de la ciudad. La armonía real, a veces, es muy triste.



La segunda se llama Casi 40. La dirige David Trueba con permiso de su sobrino Jonás. O a lo mejor deberíamos enunciarlo de otra manera: Jonás hace cine a la manera de su tío David que ha decidido hacer una película que podría haber hecho Jonás. Bueno dejemos este galimatías de Truebas para centrarnos en el film que ha reunido de nuevo a Lucia y a Tristán, los dos adolescentes que protagonizaban La buena vida hace 22 años. Hacerse mayor es duro, para esta generación que creció en los años de Jauja y del todo vale a la que, de pronto en el 2008, se les cayó el mundo encima sin estar preparados para afrontarlo. Lo que sucede en esta road/movie/song, es un paréntesis en la vida de Tristán y de Lucía. Tristán le propone a Lucía hacer una gira por ciudades de provincia, esas que nunca salen en el cine, pero que existen y tienen una vida propia, cantando en pequeñas librerías donde sus canciones, las viejas y la nueva, son escuchadas con respeto. La película se va contando en dos planos sonoros, los diálogos de los amigos en el coche mientras recorren Castilla y León, y las canciones que canta Lucía y que son una biografía en estrofas musicales. También hay dos planos de imágenes: las del viaje en la carretera, entendida como un espacio de no tiempo -esta película ilustra muy bien la conferencia que hice hace un tiempo sobre la carretera en el cine- y las de los hoteles, las librerías, los bares. En el primer plano prima la palabra y suelen estar ellos solos; en el segundo plano prima la canción y están casi siempre acompañados. Me gusta mucho esta película que no quiere dar lecciones de nada, que no pretende ser un manifiesto generacional, que se limita a mirar a sus personajes con mucho cariño y a dejarlos vivir en ese paréntesis entre conflictos.



El tercer film se titula Desaparecer, lo dirige Josecho de Linares, un joven malagueño formado en la ESCAC y se puede ver todo el mes de julio en Filmin dentro de la selección del Atlántida Film Festival. Desaparecer cuenta la historia de Zurdo, un joven que aun no ha cumplido treinta años pero le falta poco. Un hombre que vive en conflicto permanente consigo mismo. Zurdo trabaja en cine, hace años que intenta levantar una película (esta que estamos viendo) pero todo son dificultades, problemas, escollos. Sus compañeros de piso, treintañeros incipientes como él, tampoco son mucho más felices: Claudia trabaja en una tienda de ropa que detesta; Uri prepara unas oposiciones a notaria que odia; Julia, está a punto de irse a Londres aunque no quiere. Solo Emma, la extranjera, parece tener alguna idea de lo que busca, al fin y al cabo ha tomado la decisión de dejar su país y venir a Barcelona a probar suerte con la música. Estos cinco personajes habitan tres ficciones: la de la película que estamos viendo, la de la película que Zurdo intenta poner en pie y su propia realidad, tan desencantada como la de los personajes inventados. Es muy interesante, a pesar de la precariedad de medios con que está hecha, la inteligente combinación de imágenes de cine abstracto con los films en super 8 y con la película naturalista que vemos en el ordenador mientras se monta. El desencanto de esta generación, que a diferencia de la del film de Trueba, ya creció en la precariedad, es muy doloroso. Pero el simple hecho de que exista Desaparecer como film es un rayo de esperanza y de luz en el panorama del conflicto. Esta generación saldrá del conflicto en algún momento y se hará mayor. Espero que además alcance una cierta armonía.



Recomiendo mucho las tres películas que abarcan un arco de tres generaciones y que de alguna manera resumen los últimos cincuenta años de nuestra vida. Como los resume Fotogramas. O los resumía, mejor dicho, ya que podemos decir con dolor que Fotogramas ya no existe. Quizás vuelva a salir pero ya no será lo mismo.
Hablar de Fotogramas me lleva y no lo puedo evitar, ni tampoco lo quiero evitar, a hablar de mi relación sentimental y profesional con la revista. Fotogramas fue la primera revista que compré con mi dinero, el que me daban para coger el metro para ir al Instituto, en el año 1963. Fue la primera revista que coleccioné desde el año 1970, más o menos el mismo año que Samuel debió irse a Formentera y yo escuchaba a King Crimson. Fue la primera revista donde publiqué, (primero escribí en La Vanguardia, pero como revista de cine, fue Fotogramas) en el lejano año 1984, cuando tenía 34 años, y estaba entre Lucía/Tristán y Zurdo más o menos. Desde entonces y son otros 34 años, he colaborado con continuidad en sus páginas, unas veces más, otras veces menos, pero sin cortar jamás. Fotogramas es un sentimiento. Y eso es lo que no han entendido los señores de Hearst que han decidido cerrar la redacción de Barcelona para hacer la revista en Madrid. Nunca será igual, porque Fotogramas está unida sentimental y emocionalmente a esta ciudad aunque se lea en el mas pequeño  pueblo de España. Es esta vinculación la que la ha hecho singular durante 72 años. Eso no se compra de ninguna manera, eso no se traslada de ninguna forma.  Hearst ha hecho muy mal negocio cerrando la redacción de Barcelona que además era un buen negocio. Pero ellos sabrán. En todo caso yo no quiero estar en esa nueva etapa. Mi vida profesional con Fotogramas se cierra, mi vida sentimental con la revista se acaba también.
Pero hay más cosas en este cierre violento e inesperado.
El cierre de la redacción de Fotogramas en Barcelona, que deja en la calle a nueve personas, es un síntoma de algo que debería preocuparnos mucho a todos. Salvador Llopart lo decía muy claro en Facebook: “Esta huida sin retorno habla bien a las claras de la pérdida de peso específico de la capital catalana en el mundo audiovisual. ¿Más síntomas? Los pases que escamotean las multinacionales a la crítica de la ciudad.” Podíamos encontrar muchos mas síntomas. Barcelona ha dejado de ser un referente en el mundo audiovisual, en realidad, en el mundo cultural. El progresivo provincianismo de sus autoridades en materia de cultura va reduciendo su importancia. Cuanto mas se encierran en sus valores nacionales, menos universal se vuelve la ciudad. No hay vida cultural y si la hay, es de un solo color y tendencia. La verdad es que el panorama es desolador, tan desolador como el que viven los jóvenes de Desaparecer, tan patético como Samuel sentado en un banco de un parque de la ciudad. Pero no quiero ser pesimista. Me he prometido a mi misma que no iba dejarme ganar por la mediocridad del ambiente. Confío que los genes multiculturales y libres que ahora dormitan en nuestras calles y librerías y cines y televisiones, despierten pronto y vuelvan a darle a esta ciudad el esplendor que se merece. Mientras tanto, guardemos el último Fotogramas que sale editado en Barcelona. Será una reliquia de un tiempo que definitivamente ha terminado.













viernes, 22 de junio de 2018

MUJERES (FUERTES)






Dos películas de las que se estrenan hoy tienen a las mujeres como protagonistas absolutas. Una francesa, Las guardianas, otra suiza, El orden divino. En las dos encontramos mujeres que deben enfrentarse a circunstancias históricas adversas y difíciles para salir adelante. Las guardianas viven en la retaguardia de la Primera Guerra Mundial, cuando los hombres estaban en el frente muriendo y ellas tenían que mantener las tierras, las granjas, la vida. La Nora protagonista central de una película coral como es El orden divino, nos recuerda que no hace tanto tiempo que en Suiza las mujeres no existían como ciudadanas. El voto de la mujer no se consiguió hasta 1971 y no sin mucha resistencia.
Pero lo que me ha llamado más la atención de estos dos films es la presencia de mujeres que van contra el progreso. No hombres, mujeres. Lo que viene a demostrar que no es el género el que determina ser de izquierda, derecha, progresista, reaccionaria, sino la educación, la solidaridad, el respeto y sobre todo la capacidad de enfrentarse al mundo para cambiarlo y hacerlo avanzar. Aunque sea con la oposición de otras mujeres.
En el film de Xavier Beauvois hay tres mujeres protagonistas pero solo una guardiana. Hortense, la madre, capaz de asumir el peso de la granja y sacarla adelante, pero incapaz de entender que la guerra ha acabado con su mundo de privilegios, castas y clases. Al final de la película, cuando la guerra ha terminado y los hombres han vuelto a casa, es decir a mandar en su pequeño mundo, Hortense le dice a su hija Solange. “Todo vuelve a ser igual”. Es ella el principal obstáculo para que Solange modernice la granja a pesar de ser la mas preparada; es ella la principal enemiga de Francine, la chica del pueblo que demuestra tener mas recursos para salir adelante. El futuro es de Solange y de Francine, pero las Hortense de este mundo siguieron (y siguen aun, por desgracia) velando por las tradiciones.
En la película de la suiza Petra Volpe, las mujeres de un pequeño pueblo de la Suiza alemana luchan por conseguir ser reconocidas por sus maridos y por la sociedad. Estamos en 1971 (no hace tanto) y estas mujeres aun no tienen ningún derecho, ni a votar, ni a trabajar, ni a viajar, sin el permiso de sus maridos o padres. Estas mujeres que ven como el mundo cambia lejos de su pueblo, tienen que convencer a sus hombres para que apoyen en un referéndum la aprobación del voto de la mujer. Pero para ello han de combatir tanto a los hombres anclados en sus derechos ancestrales como a un grupo de mujeres fuertemente posicionadas en contra del sufragio femenino. Y no unas mujeres cualquiera. Mujeres con estudios, poderosas, muy conservadoras, representadas en el film por la única mujer que tiene un cargo de responsabilidad en la empresa que da trabajo a casi todos los hombres del pueblo. Petra Volpe investigó a fondo los movimientos a favor y en contra del voto femenino en la Suiza de aquellos años y se encontró con la frase que da título al film: “Las mujeres que se inmiscuyen en la política atentan contra el orden divino”. Lo dijo una mujer, no un hombre.
(solo unas líneas para recordar que Clara Campoamor tuvo que enfrentarse con Victoria Kent, ambas progresistas, ambas de izquierdas, para defender sus argumentos a favor del voto de la mujer frente a los argumentos de Kent que sostenía que las mujeres no debían votar porque eran fácilmente manipulables por la Iglesia y el poder. Lo cierto es que no solo las mujeres, todo el mundo es fácilmente manipulable por la iglesia, el poder, los medios de comunicación, las redes sociales…)



También son cuatro mujeres las protagonistas de la novela El ojo del cielo que acaba de publicar Manuel Gutiérrez Aragón. Una madre y tres hijas. El entorno es el de ahora mismo, aunque a veces parece el de las mil y una noches; el paisaje es el tranquilo y dulce de los montes pasiegos de Cantabria que ya retrató el director en La vida que te espera. Tres hijas Valen, Bel, Clara. Una madre Meg. Todas pelirrojas, todas fuertes. Pero la madre más. Ella domina el valle, la cabaña, las vidas de sus hijas. Ella manda. No por mucho tiempo, porque Valen, sobre todo, acabará por imponerse. Preciosa novela de campo, de hierbas, de vacas, de helados de canela y vainilla, de queso y de flores. De cuentos y relatos, de amores escondidos. Historia de ausencias y deseos escrita como si se viera, en un presente de cine que siempre es pasado, el pasado de lo que se cuenta, el pasado de lo que se ve, pero el presente de quien lo está viendo o leyendo. Esta es una novela de mujeres únicas a las que aprendes a querer, de hombres que no están pero nunca se han ido del todo.  Esta es una historia de las que se quedan en la memoria: Valentina, Valen, Val, María Isabel, Maribel, Bel, Clara, solo y siempre Clara y  la madre Margarita, también llamada Meg.



Adenda obligada
Escribí este texto el viernes por la mañana, antes de ser consciente de que de verdad iban a soltar a los cinco miembros de La Manada. Por la tarde del viernes, un clamor morado y azul, naranja y  rojo, recorrió las calles de las ciudades de España. La indignación era enorme. Y la incomprensión: ¿No los habían juzgado? ¿No los habían encontrado culpables? ¿No los habían condenado? Entonces, ¿por qué los dejaban irse a su casa con una fianza ridícula? Mi indignación se sumó a la de todos y todas. Una indignación no solo  como mujer, simplemente como persona que se siente estafada por un código penal que parece estar anclado en el siglo XIX en lugar de mirar al siglo XXI. Pero lo que más me dolió, porque de alguna manera daba la razón a la tesis de este post, es que entre los tres jueces que concedieron la libertad a los lobos había una jueza: Raquel Fernandino. Increíble. Cien años después de Las guardianas, casi cincuenta después de El orden divino, a las tres hijas de Meg les queda aún mucho por conquistar.





sábado, 16 de junio de 2018

ALEMANES



(un río de western en España)
Western: Alemanes 1
Me gusta el western. El clásico, Hawks, Mann, Ford; el crepuscular, Eastwood, Peckinpah; el super moderno, Westworld. Si me gusta el cine del oeste por lo que tiene de icónico, reconocible, por las contantes de sus códigos, de sus personajes, de sus situaciones, de sus paisajes. Me gusta mucho el western por eso me gusta mucho Western, una película alemana que, curiosamente, no se va al oeste sino al este, a Bulgaria, pero en la que encontramos todos los elementos de ese cine de conquista (la del Oeste, la del Este); de enfrentamientos entre culturas (los ganaderos y los granjeros; los indios y los colonos; los obreros alemanes que van a construir un pantano en Bulgaria y los habitantes del pueblo cercano); de lucha por la posesión del agua (este tema dio origen a películas memorables como Horizontes de grandeza y aquí se convierte en uno de los conflictos más importantes); de saloones y bares, territorios de convivencia y de intercambio; de las chicas curiosas con los extranjeros; incluso de duelos entre rivales. Pero sobre todo me gusta el personaje central de este film, el hombre sin nombre (aunque lo tenga), ese ser solitario, callado, siempre con un cigarro en la boca, tan parecido en su comportamiento al James Stewart de Tierras lejanas, aunque su aspecto sea el de un Clint Eastwood envejecido. Ese hombre que huye de la violencia pero no rehúye la pelea, que busca un lugar donde quedarse después de no tener ninguno, veterano desencantado de mil guerras como Jeremías Johnson, ese hombre que vaga por las montañas en un caballo blanco es un personaje que me mantiene ligada a la historia. Hay muchas más cosas en este western europeo y contemporáneo. Cuando hablamos de grupos de inmigrantes que se van a trabajar a otro país, siempre pensamos en gentes que huyen de la miseria para buscar una vida mejor. Pero hay otro tipo de inmigrantes, como los que retrata este Western: los trabajadores ricos que van a países pobres a construir infraestructuras como este pantano que una cuadrilla de obreros alemanes está construyendo en un pueblo de Bulgaria. Ellos se sienten superiores en todos los sentidos, y ejercen esa superioridad desde su marginación. Es una Europa rica (no solo en dinero) frente a una Europa pobre (no solo en dinero). Un mundo, como el del oeste, desequilibrado en el que a pesar de los esfuerzos del hombre bueno y solitario, los indios acabarán en una reserva o convertidos en colonos como los conquistadores. Y para acabar un apunte que hace que este film me parezca uno de los mejores del año. El mundo masculino, me atrevo a decir viril, propio del western y propio de un grupo de hombres dedicados a la construcción con grandes maquinas que se comen el paisaje y destrozan el entorno, esta filmado por una mujer. La alemana Valeska Grisebach no es ni Kathryn Bigelow, ni Claire Denis, dos mujeres que filman como si fueran hombres. Valeska mira, observa y filma desde un punto de vista femenino (no feminista, no confundir) y eso produce una extraña sensación de contradicción que hace aun más apetecible este film inesperado.



(Tres jóvenes en tránsito: Anna Seguers, Georg K. Glaser y Albert Camus)

En tránsito: Alemanes 2
También produce una extraña sensación otra película alemana que se ha estrenado estos días. En tránsito, de Christian Petzold. Hay un rasgo común entre los dos films: ambos apelan a códigos de géneros muy bien establecidos (el cine del oeste en una, el melodrama en tiempos de guerra en el otro), y narrativas muy clásicas, pero descontextualizadas en el tiempo. En tránsito está basada en una novela de Anna Seguers escrita en el año 1942. Cuenta una historia de refugiados que intentan escapar de la ocupación alemana, de suplantación de personalidades, de amores imposibles. Una historia de gentes que no existen, que no pertenecen a ningún sitio. Tampoco a ninguna época. Por eso el director sitúa esta historia en una Marsella de ahora mismo, reconocible en sus calles, en sus coches y en sus bares. Una Marsella donde los personajes, neutros en su vestuario, se mueven como fantasmas en tránsito entre dos tiempos, dos realidades. Viven en medio de lo que Petzold llama, citando a Georg K. Glaser, otro escritor alemán de la misma época, “el silencio histórico”. Entre la metafísica propia de El extranjero de Camus (novela escrita en el año 1942, como la de Seguers) y la ciencia ficción de los universos paralelos, se desarrolla una historia de amor, un melodrama de pérdida que habla del ahora mismo. Igual que Western, este film alemán apela a la Europa de hoy, donde la crisis de los  refugiados que intentan llegar a un paraíso soñado mientras permanecen en un estado de tránsito en un mundo donde renacen los nacionalismos excluyentes y xenófobos, nos demuestra que por desgracia, Europa parece no haber aprendido mucho de su historia en el Siglo XX. El riesgo de Petzold es el de utilizar las imágenes de ahora para contar la historia de siempre. Cuesta aceptarlo, pero si se entra en su juego, resulta fascinante.



(Con Schlöndorff en Madrid, junto a Juanma Aragón y Jesús Monroy en el Festival de Cine de Madrid que organiza la Plataforma de Nuevos Realizadores)

Volker Schlöndorff: Alemanes 3
En paralelo a estas dos películas he estado leyendo la autobiografía de Volker Shlöndorff Tambour battant, que el director alemán me regaló cuando le conocí en Madrid en octubre del año pasado. Es apasionante, divertida y un repaso a la historia y el cine de más de cincuenta años. Schlöndorff nació en 1939, fue un niño durante la guerra, un adolescente en la posguerra, un joven alemán en la Francia de principios de los cincuenta, un joven entusiasta del cine que a los 21 años trabajaba con Louis Malle en Zazie dans le metro y desde entonces nunca ha dejado esta profesión. Tenía 26 años cuando su primera película, El joven Torless, deslumbró en Cannes. Alemán en tránsito permanente, ha vivido en Francia, Italia, Estados Unidos. Ha hecho películas de autor, Tambor de hojalata es quizás la más famosa, pero no ha dicho nunca que no a hacer películas de encargo. Para él, el cine es un metier entendido en el más amplio sentido de la palabra: un trabajo bien hecho. También Schlöndorff vivió su particular western cuando dirigió y puso en pie los ruinosos estudios Babelsberg de Postdam en el Berlín Oriental donde se habían rodado títulos míticos de la historia del cine: El ángel azul, Metrópolis, Fausto. Abandonados a su suerte, estos estudios eran una ruina cuando Schlöndorff aceptó el reto de reconstruirlos. Como los obreros de Western, fue recibido como un invasor, pero a diferencia de ellos, él consiguió integrarlos en el proyecto. Hoy son una de las mejores instalaciones de cine de Europa. Pero una autobiografía es también una historia personal y política. Leerla es repasar la historia de Europa y de Alemania del siglo XX. Mayo del 68 y lo que significó para una generación; la banda Baader-Meinhof y sus connotaciones revolucionarias, el entusiasmo y el desencanto; la caída del muro de Berlín y la pérdida de las ideologías. Contado en primera persona, sin dar lecciones, sin moralismo. Y la vida personal, tan agitada, tan vivida, tan emotiva. Los libros de memorias tienen algo de exhibicionismo, es evidente. Este, escrito en el año 2009 cuando Schlöndorff tenía setenta años, no escapa a esta norma. Pero lo hace con una dignidad y una sinceridad que conmueve. Y sobre todo lo hace con la inteligencia de quien sabe que está escribiendo para recordar.


(algunas perlas del libro)
“Todos querían saber qué opinaba yo como alemán. Cuanto más intentaba asimilarme, mas me veía obligado a preguntarme sobre mis orígenes alemanes. Poco a poco comprendí que la identidad -a diferencia de la virginidad- no es una cosa que se tiene y se puede perder, sino algo que se adquiere.”

Fritz Lang citado por él: “Sobre este tema te voy a decir algo francamente. Siempre me he mantenido en la siguiente posición: en los momentos de mi vida en que me he visto obligado a escoger entre alguna cosa que habría sido buena para mi personalmente en detrimento de mi trabajo – y digo trabajo, no dinero- siempre he optado por el trabajo. He hecho las películas como tenía que hacerlas.”

Louis Malle frente a los frescos de Mantegna, citado por él: “Es un gran pintor, porque puedes ver que tiene una moral, una ética, no en los temas, sino en los medios que escoge para pintarlos. El tema no es realmente lo importante.”

Sobre los actores: “Yo no hago las películas con ellos sino sobre ellos. La personalidad del actor en el cine es más importante que la del papel que interpreta. Una película de ficción es siempre un documental.”

“Quien se detiene una vez no se pone en marcha nunca más, dicen los nómadas. ¿Quiere decir que solo sobrevive el que sigue siempre en el camino?”

Me acaba de indicar Volker Schlöndorff que hay una traducción de sus memorias al castellano publicada en México

Luz, sombra y movimiento. Mi vida y mis películas.
Volker Schlöndorff

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial














sábado, 9 de junio de 2018

NOMBRES PROPIOS



(una calle de música y cine)
PETITET
Lo primero es explicar el nombre propio de Petitet, apodo por el que se conoce a José Ximénez, gitano rumbero catalán, hijo de un palmero de Peret. Lo segundo es citar el nombre propio de quien lo ha convertido en centro de un documental tan rumbero y catalán como él, Carles Bosch. Petitet hizo una promesa a su madre en su lecho de muerte: llevaré la rumba hasta lo más alto. Y una promesa es una promesa, así que se puso manos a la obra. Y no era una obra fácil, entre otras cosas, porque Petitet está enfermo, muy enfermo con una enfermedad rara que le resta fuerzas y le obliga a refugiarse en el hospital de forma regular. Pero eso no fue un obstáculo, como tampoco lo fue la casi imposibilidad de  conseguir una cierta disciplina entre los músicos gitanos que fue reuniendo para construir un gran grupo rumbero. Para este hombre tenaz y lleno de energía a pesar de su enfermedad, era importante que todo el proceso de ese sueño quedara documentado. Por eso buscó a Carles Bosch y le pidió que le acompañara en este viaje.  Durante un año, la cámara de Carles Bosch sigue al rumbero  y lo filma todo: los momentos de alegría, de cansancio, de risas cuando todo parece encaminarse, de miedo cuando todo se tuerce. La gente que le va acompañando, la música, la familia. Y así nace este documental feliz y con suspense, privado  y colectivo, musical y social. La historia avanza, el grupo se va consolidando, las canciones fluyen y poco a poco se perfila una aventura de convivencia, de tolerancia, de confluencia de culturas, músicas, barrios, en una Barcelona plural y abierta en la que caben todos: gitanos, payos, rumberos, músicos de orquesta sinfónica y médicos. Porque también es una historia que habla sobre la extraña enfermedad de Petitet. Seguramente por eso el personaje de Petitet me recuerda mucho a Joaquín Jordá. No solo por que los dos vivían en la misma calle, sino porque los dos supieron transformar su enfermedad en energía creativa. No se lo pierdan.




(mi particular homenaje a Blue, el dibujo es mío)
J.A BAYONA
En una entrevista publicada esta semana Bayona decía hablando de su primer corto, Mis vacaciones. “¿En serio, ¿20 años? (guarda silencio unos segundos). Es verdad, es de 1999… ¡Vaya vértigo! (ríe a carcajadas).” Veinte años, si.  Y veinticuatro de la primera vez que apareció en el Festival de Sitges ya apuntando maneras. Pero no es del pasado, de ese pasado en todo caso, de lo que hay que hablar viendo Jurassic World: el reino caído, sino de presente y de futuro. Un presente brillante que se ha ido construyendo paso a paso, sin miedo a los dinosaurios de ningún tipo, pero también con la convicción de que nunca hay que olvidarse de dónde vienes. Un presente con proyección de futuro. Porque el futuro es de Blue, la dinosauria buena e inteligente. Pero sobre todo, el futuro es de Bayona: el director inteligente  y bueno. Aunque no les guste el cine de monstruos, aunque no sean fans de la saga Jurassic, aunque piensen que eso es “cine de Hollywood”, vayan a ver esta película. Es más de lo mismo siendo muy diferente. No es necesario inventar nada si uno sabe reinventar lo que ya existe. King Kong sigue en la memoria, reconvertido ahora en una dinosauria entrañable. Y la cuestión ética de Frankenstein vuelve a aparecer en toda su grandeza: ¿Podemos crear vida? ¿Ésta vida creada artificialmente tiene los mismos derechos que la que no ha sido creada? ¿Qué debemos hacer? Todo ello servido con emoción, intensidad, ritmo, en un castillo encantado con princesa y dragón. Sí, hay Bayona para rato. Aquí y allí. Da igual donde, porque en realidad tanto sea aquí o allí, lo que cuenta es recoger el testigo de un maestro, Spielberg, y tener la capacidad de transformarlo en algo propio, reconocible, convertirlo en algo tuyo. Bayona es un autor en el mejor sentido de la palabra. Felicidades Jota.






(Aixalà en estado puro)
AIXALÀ
Hay personas que forman parte de tu paisaje. No las ves mucho, no sabes mucho de ellas, no son amigos de cada día, pero están ahí. Son como esos árboles al  borde de un camino que reconoces cada vez que pasas y te dan seguridad. No es necesario acercarse, tocarlos o sentarte a su sombra. Están y ya es suficiente. Algo así era Aixalà para mí. En los lejanos tiempos del principio de TV3 en la década de los 80, cuando esa televisión era distinta y arriesgada, divertida y heterodoxa y se hacían programas tan estimulantes como Estoc de Pop, Arsenal, el primer Cinema 3, Aixalà se ganó un lugar de honor como uno de los montadores más imaginativos y brillantes que había en la casa. De aquella tele se fueron yendo casi todos, unos antes y otros después, Aixalà también. Pero su trabajo innovador siguió dando frutos en dos productoras,  Ovideo y después en Mediapro.  Nos veíamos poco, en un estreno, un festival, un restaurante, pero siempre se establecía  rápidamente una corriente de entendimiento, de simpatía. Era una alegría encontrártelo y charlar un rato con él. La última vez que le vi fue en un pase en Mediapro. Ya estaba enfermo, pero no había perdido la sonrisa y las ganas de hablar. Marta Esteban una de sus (mis) mejores amigas, me iba contando como estaba. La foto que ilustra este texto me la ha dado ella. Me gusta mucho esa foto porque se ve a Aixalà tal como era, siempre vestido de negro, con sus gafas de pasta y el sombrero. Y la sonrisa, siempre la sonrisa. Voy a echar de menos no encontrarme con él de vez en cuando.




sábado, 2 de junio de 2018

PAISAJES (2)



Dede
La historia: En un remoto pueblo de Georgia perdido entre las montañas del Cáucaso y las nieblas de la Edad Media, una mujer intenta que la dejen ser ella misma. Estamos en 1992, pero la vida en estos remotos paisajes no ha cambiado mucho y Dina, la joven obligada por su familia a casarse con un hombre al que no quiere, se rebela contra la tradición que se impone sobre ella. Aunque no será  Dina la que desencadenará la tragedia, sino los tres hombres que la rodean en una especie de Bodas de sangre  caucásicas y apasionadas donde las elipsis juegan un papel importantísimo.
El paisaje: Las enormes y nevadas montañas del Cáucaso son un elemento fundamental en esta historia. Separan los pueblos, distancian las rivalidades, pero unen las secuencias. Las elipsis de la narración, se cuentan  con panorámicas sobre estos lugares extraordinarios que conservan la esencia de lo más antiguo.
Por qué hay que verla: Porque es un ejemplo de una cinematografía poco habitual, la georgiana; porque es la historia de una mujer contada por otra mujer, pero no cae en ningún cliché feminista. Porque podía ser un film folklórico o costumbrista y en cambio es un melodrama en toda regla, casi una tragedia. O simplemente, porque es muy hermosa.


 Camarón, flamenco y revolución
La historia: 25 años después de su temprana muerte a los 41 años, la figura de Camarón sigue siendo un referente para la música del último tercio del siglo pasado. Su vigencia es evidente, pero su historia, contada desde la ficción hace unos años, se iba desdibujando. Este documental que lleva el subtitulo de Flamenco y Revolución, quiere recordar quien era Camarón desde dentro. Utilizando las canciones como relato paralelo de su vida y usando materiales inéditos que no se conocían, el documental nos devuelve al gitano rubio y su voz rota en una narración que desgrana otra voz rota, la de Juan Diego, que a veces parece poseído por el propio Camarón.
El paisaje: La Isla de San Fernando, Cádiz, las marismas donde viven libres los caballos vistos desde el aire, imágenes que convierten el paisaje en un tapiz de colores y movimiento. Estas planos sirven de transición entre los tiempos de una vida que se fue haciendo a golpe de canción, de guitarra, de desgarro. Un paisaje sin el que no se entiende a Camarón y su influencia.
Por qué hay que verla: A pesar de que abusa un poco de los efectos estéticos de los propios paisajes o de unas animaciones que sobre el papel funcionan, pero en la pantalla rompen el ritmo y la emoción de las canciones, vale la pena ver este documental para recuperar un fragmento de la vida y la cultura de España. Una vida y una cultura que va mas allá de las marismas gaditanas y se hace universal cuando Camarón canta.


El hombre que mató a Don Quijote
La historia: Pretender contar la historia de esta película es casi tan imposible como vencer a los molinos. Cine en el cine, cine sobre el cine, cine y literatura, cine y sueño, cine y megalomanía, cine y folklore, cine y desmesura y barroquismo y caos. Y humor, aunque no siempre compartido. Y pasión, y locura. En definitiva Terry Gilliam luchando contra todos como Don Quijote, y acabando derrotado por la realidad, como Don Quijote.
El paisaje: El de la Mancha, of course. Los molinos, los campos de trigo, los pueblos perdidos, un lugar de la Mancha de cuyo nombre seguramente Gilliam querrá acordarse, porque conseguir acabar esta monstruosa versión del ingenioso hidalgo es  una proeza que no se olvida fácilmente. En blanco y negro y en color, con imágenes más turísticas que literarias, y usando el horizonte como línea divisoria del plano, el paisaje de La Mancha vuelve a ser protagonista de una aventura contra todo.
Por qué hay que verla: No es una película fácil, no es nada complaciente. Es barroca, desmesurada, larga. Es confusa y a veces irritante. Pero se ha de ver porque en estos tiempos de irritación y confusión en que vivimos, donde los gigantes no son molinos sino gigantes de verdad a los que hay que combatir, este Quijote de los Monty Phyton (se sienten en todos los poros del film) es el que nos merecemos.



Basada en hechos reales
La historia: Una escritora de éxito se siente bloqueada ante la página en blanco. En un momento de su vida en que está completamente desprotegida conoce a una misteriosa mujer que poco a poco se va apoderando de ella en una vampirizarían mimética y destructiva. Pero ¿es real o no es real este fantasma que la impulsa a volver a escribir?
El paisaje: En este caso es un paisaje mental más que físico. La mente de la escritora que interpreta Emmanuelle Seignier, es el paisaje que explora Polanski metiéndose en los últimos recovecos, sin dejar que nada se esconda. Es una autentica exploración de miedos, deseos, inseguridades  y sobre todo incapacidad de crear. No siempre es un paisaje agradable de ver. Es más bien austero, seco, y solo tiene un accidente en el horizonte: la figura de Elle, la mujer inventada o no, que interpreta una fría Eva Green.
Por qué hay que verla: No es el mejor Polanski, aunque si hay muchos elementos reconocibles de su universo creador.  Nos hace pensar en el Misery de Stephen King, aunque a veces recuerda el horror de la página en blanco de El resplandor. Las dos actrices se crecen una frente a la otra. No son suficientes elementos para hacer de la película un film importante, pero si para descubrir una autora, la escritora francesa Delphine de Vigan, sugerente y muy inquietante.