(una calle de música y cine)
PETITET
Lo primero es explicar el
nombre propio de Petitet, apodo por el que se conoce a José Ximénez, gitano
rumbero catalán, hijo de un palmero de Peret. Lo segundo es citar el nombre
propio de quien lo ha convertido en centro de un documental tan rumbero y catalán
como él, Carles Bosch. Petitet hizo una promesa a su madre en su lecho de
muerte: llevaré la rumba hasta lo más alto. Y una promesa es una promesa, así
que se puso manos a la obra. Y no era una obra fácil, entre otras cosas, porque
Petitet está enfermo, muy enfermo con una enfermedad rara que le resta fuerzas
y le obliga a refugiarse en el hospital de forma regular. Pero eso no fue un obstáculo,
como tampoco lo fue la casi imposibilidad de conseguir una cierta disciplina entre los
músicos gitanos que fue reuniendo para construir un gran grupo rumbero. Para
este hombre tenaz y lleno de energía a pesar de su enfermedad, era importante
que todo el proceso de ese sueño quedara documentado. Por eso buscó a Carles
Bosch y le pidió que le acompañara en este viaje. Durante un año, la cámara de Carles Bosch
sigue al rumbero y lo filma todo: los
momentos de alegría, de cansancio, de risas cuando todo parece encaminarse, de
miedo cuando todo se tuerce. La gente que le va acompañando, la música, la
familia. Y así nace este documental feliz y con suspense, privado y colectivo, musical y social. La historia
avanza, el grupo se va consolidando, las canciones fluyen y poco a poco se
perfila una aventura de convivencia, de tolerancia, de confluencia de culturas,
músicas, barrios, en una Barcelona plural y abierta en la que caben todos:
gitanos, payos, rumberos, músicos de orquesta sinfónica y médicos. Porque
también es una historia que habla sobre la extraña enfermedad de Petitet. Seguramente
por eso el personaje de Petitet me recuerda mucho a Joaquín Jordá. No solo por
que los dos vivían en la misma calle, sino porque los dos supieron transformar
su enfermedad en energía creativa. No se lo pierdan.
(mi particular homenaje a
Blue, el dibujo es mío)
J.A BAYONA
En una entrevista publicada
esta semana Bayona decía hablando de su primer corto, Mis vacaciones. “¿En serio, ¿20 años?
(guarda silencio unos segundos). Es verdad, es de 1999… ¡Vaya vértigo! (ríe a
carcajadas).” Veinte años, si. Y
veinticuatro de la primera vez que apareció en el Festival de Sitges ya
apuntando maneras. Pero no es del pasado, de ese pasado en todo caso, de lo que
hay que hablar viendo Jurassic World: el
reino caído, sino de presente y de futuro. Un presente brillante que se ha
ido construyendo paso a paso, sin miedo a los dinosaurios de ningún tipo, pero
también con la convicción de que nunca hay que olvidarse de dónde vienes. Un
presente con proyección de futuro. Porque el futuro es de Blue, la dinosauria
buena e inteligente. Pero sobre todo, el futuro es de Bayona: el director
inteligente y bueno. Aunque no les guste
el cine de monstruos, aunque no sean fans de la saga Jurassic, aunque piensen que eso es “cine de Hollywood”, vayan a
ver esta película. Es más de lo mismo siendo muy diferente. No es necesario
inventar nada si uno sabe reinventar lo que ya existe. King Kong sigue en la
memoria, reconvertido ahora en una dinosauria entrañable. Y la cuestión ética de
Frankenstein vuelve a aparecer en toda su grandeza: ¿Podemos crear vida? ¿Ésta
vida creada artificialmente tiene los mismos derechos que la que no ha sido
creada? ¿Qué debemos hacer? Todo ello servido con emoción, intensidad, ritmo,
en un castillo encantado con princesa y dragón. Sí, hay Bayona para rato. Aquí
y allí. Da igual donde, porque en realidad tanto sea aquí o allí, lo que cuenta
es recoger el testigo de un maestro, Spielberg, y tener la capacidad de
transformarlo en algo propio, reconocible, convertirlo en algo tuyo. Bayona es
un autor en el mejor sentido de la palabra. Felicidades Jota.
(Aixalà en estado
puro)
AIXALÀ
Hay personas que
forman parte de tu paisaje. No las ves mucho, no sabes mucho de ellas, no son
amigos de cada día, pero están ahí. Son como esos árboles al borde de un camino que reconoces cada vez que
pasas y te dan seguridad. No es necesario acercarse, tocarlos o sentarte a su
sombra. Están y ya es suficiente. Algo así era Aixalà para mí. En los lejanos
tiempos del principio de TV3 en la década de los 80, cuando esa televisión era
distinta y arriesgada, divertida y heterodoxa y se hacían programas tan
estimulantes como Estoc de Pop, Arsenal, el primer Cinema 3, Aixalà se ganó un
lugar de honor como uno de los montadores más imaginativos y brillantes que
había en la casa. De aquella tele se fueron yendo casi todos, unos antes y
otros después, Aixalà también. Pero su trabajo innovador siguió dando frutos en
dos productoras, Ovideo y después en
Mediapro. Nos veíamos poco, en un
estreno, un festival, un restaurante, pero siempre se establecía rápidamente una corriente de entendimiento,
de simpatía. Era una alegría encontrártelo y charlar un rato con él. La última
vez que le vi fue en un pase en Mediapro. Ya estaba enfermo, pero no había
perdido la sonrisa y las ganas de hablar. Marta Esteban una de sus (mis)
mejores amigas, me iba contando como estaba. La foto que ilustra este texto me
la ha dado ella. Me gusta mucho esa foto porque se ve a Aixalà tal como era,
siempre vestido de negro, con sus gafas de pasta y el sombrero. Y la sonrisa,
siempre la sonrisa. Voy a echar de menos no encontrarme con él de vez en
cuando.
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