sábado, 9 de junio de 2018

NOMBRES PROPIOS



(una calle de música y cine)
PETITET
Lo primero es explicar el nombre propio de Petitet, apodo por el que se conoce a José Ximénez, gitano rumbero catalán, hijo de un palmero de Peret. Lo segundo es citar el nombre propio de quien lo ha convertido en centro de un documental tan rumbero y catalán como él, Carles Bosch. Petitet hizo una promesa a su madre en su lecho de muerte: llevaré la rumba hasta lo más alto. Y una promesa es una promesa, así que se puso manos a la obra. Y no era una obra fácil, entre otras cosas, porque Petitet está enfermo, muy enfermo con una enfermedad rara que le resta fuerzas y le obliga a refugiarse en el hospital de forma regular. Pero eso no fue un obstáculo, como tampoco lo fue la casi imposibilidad de  conseguir una cierta disciplina entre los músicos gitanos que fue reuniendo para construir un gran grupo rumbero. Para este hombre tenaz y lleno de energía a pesar de su enfermedad, era importante que todo el proceso de ese sueño quedara documentado. Por eso buscó a Carles Bosch y le pidió que le acompañara en este viaje.  Durante un año, la cámara de Carles Bosch sigue al rumbero  y lo filma todo: los momentos de alegría, de cansancio, de risas cuando todo parece encaminarse, de miedo cuando todo se tuerce. La gente que le va acompañando, la música, la familia. Y así nace este documental feliz y con suspense, privado  y colectivo, musical y social. La historia avanza, el grupo se va consolidando, las canciones fluyen y poco a poco se perfila una aventura de convivencia, de tolerancia, de confluencia de culturas, músicas, barrios, en una Barcelona plural y abierta en la que caben todos: gitanos, payos, rumberos, músicos de orquesta sinfónica y médicos. Porque también es una historia que habla sobre la extraña enfermedad de Petitet. Seguramente por eso el personaje de Petitet me recuerda mucho a Joaquín Jordá. No solo por que los dos vivían en la misma calle, sino porque los dos supieron transformar su enfermedad en energía creativa. No se lo pierdan.




(mi particular homenaje a Blue, el dibujo es mío)
J.A BAYONA
En una entrevista publicada esta semana Bayona decía hablando de su primer corto, Mis vacaciones. “¿En serio, ¿20 años? (guarda silencio unos segundos). Es verdad, es de 1999… ¡Vaya vértigo! (ríe a carcajadas).” Veinte años, si.  Y veinticuatro de la primera vez que apareció en el Festival de Sitges ya apuntando maneras. Pero no es del pasado, de ese pasado en todo caso, de lo que hay que hablar viendo Jurassic World: el reino caído, sino de presente y de futuro. Un presente brillante que se ha ido construyendo paso a paso, sin miedo a los dinosaurios de ningún tipo, pero también con la convicción de que nunca hay que olvidarse de dónde vienes. Un presente con proyección de futuro. Porque el futuro es de Blue, la dinosauria buena e inteligente. Pero sobre todo, el futuro es de Bayona: el director inteligente  y bueno. Aunque no les guste el cine de monstruos, aunque no sean fans de la saga Jurassic, aunque piensen que eso es “cine de Hollywood”, vayan a ver esta película. Es más de lo mismo siendo muy diferente. No es necesario inventar nada si uno sabe reinventar lo que ya existe. King Kong sigue en la memoria, reconvertido ahora en una dinosauria entrañable. Y la cuestión ética de Frankenstein vuelve a aparecer en toda su grandeza: ¿Podemos crear vida? ¿Ésta vida creada artificialmente tiene los mismos derechos que la que no ha sido creada? ¿Qué debemos hacer? Todo ello servido con emoción, intensidad, ritmo, en un castillo encantado con princesa y dragón. Sí, hay Bayona para rato. Aquí y allí. Da igual donde, porque en realidad tanto sea aquí o allí, lo que cuenta es recoger el testigo de un maestro, Spielberg, y tener la capacidad de transformarlo en algo propio, reconocible, convertirlo en algo tuyo. Bayona es un autor en el mejor sentido de la palabra. Felicidades Jota.






(Aixalà en estado puro)
AIXALÀ
Hay personas que forman parte de tu paisaje. No las ves mucho, no sabes mucho de ellas, no son amigos de cada día, pero están ahí. Son como esos árboles al  borde de un camino que reconoces cada vez que pasas y te dan seguridad. No es necesario acercarse, tocarlos o sentarte a su sombra. Están y ya es suficiente. Algo así era Aixalà para mí. En los lejanos tiempos del principio de TV3 en la década de los 80, cuando esa televisión era distinta y arriesgada, divertida y heterodoxa y se hacían programas tan estimulantes como Estoc de Pop, Arsenal, el primer Cinema 3, Aixalà se ganó un lugar de honor como uno de los montadores más imaginativos y brillantes que había en la casa. De aquella tele se fueron yendo casi todos, unos antes y otros después, Aixalà también. Pero su trabajo innovador siguió dando frutos en dos productoras,  Ovideo y después en Mediapro.  Nos veíamos poco, en un estreno, un festival, un restaurante, pero siempre se establecía  rápidamente una corriente de entendimiento, de simpatía. Era una alegría encontrártelo y charlar un rato con él. La última vez que le vi fue en un pase en Mediapro. Ya estaba enfermo, pero no había perdido la sonrisa y las ganas de hablar. Marta Esteban una de sus (mis) mejores amigas, me iba contando como estaba. La foto que ilustra este texto me la ha dado ella. Me gusta mucho esa foto porque se ve a Aixalà tal como era, siempre vestido de negro, con sus gafas de pasta y el sombrero. Y la sonrisa, siempre la sonrisa. Voy a echar de menos no encontrarme con él de vez en cuando.




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