sábado, 25 de agosto de 2018

ARTISTAS



(La casa del escultor es uno de los cuadros más impresionantes de Ramon. 
La casa es la de Auguste Rodin en París)
Por  fin se estrena una película de la que vale la pena hablar, Rodin, de Jaques Doillon. Es un film importante, interesante, pero nada complaciente. El Rodin de Doillon es seco, duro, sobrio, austero, físico, sobre todo físico. Si alguien podía entender la obra y la personalidad de Rodin era Doillon, sin duda, junto con Bruno Dumont, el cineasta más físico, más terrenal que hay en este momento.
La película no es un biopic ni mucho menos. Comienza cuando Rodin, a los cuarenta años, recibe su primer gran encargo: La Puerta del Infierno de Dante. Casi al mismo tiempo conoce a Camille Claudel, una jovencita de 19 años que entra a trabajar en su taller primero como discípula, luego como amante, mas tarde como rival y al final como pesadilla. Doillon se plantea seguir a su personaje en una doble lucha, la que mantuvo con Camille durante casi veinte años y la que emprendió con la figura de Balzac, la obra que inaugura la modernidad en la escultura del siglo XX.
Contada a grandes saltos en el tiempo, sin dar ninguna referencia temporal ni casi espacial, Doillon consigue con sus elipsis entre secuencias de enfrentamiento pasional hacer un retrato no de la vida de un hombre, sino de las emociones que le dominaron, sin miedo a mostrarlo como un ser destructivo y conflictivo en sus relaciones con las mujeres, especialmente Camille y Rose, pero también sus distintas modelos, y en su lucha constante con los materiales de la creación. Rodin fue una persona incómoda para su tiempo. Los muy conservadores burgueses no le aceptaban, sus esculturas no se entendían,  escapaban por todas partes de lo políticamente correcto en el arte. Pero él nunca cedió a las presiones y siguió haciendo la obra que quería hacer.
Una de las cosas que más me interesan en este Rodin es la valentía de Doillon al plantear  la figura de Camille Claudel. Frente a una corriente que quiere reivindicarla como la auténtica genio de la pareja, el film –y la propia obra, como es fácil comprobar viendo lo que hicieron uno y otra– desmiente esta utilización o apropiación de Camille por parte de Rodin y no duda en describirla como una persona inestable, celosa, posesiva, que nunca aceptó que Rodin fuera realmente el maestro. Si la figura de Rodin se describe en toda su crudeza, la de Camille también se retrata sin concesiones.
Toda la película gira en torno a la escultura, pero hay una secuencia, casi al final, donde Rodin aparece dibujando. El escultor, ya mayor, piensa: “toda la vida les dije a mis modelos como tenían que colocarse, por primera vez las dejo a ellas que hagan lo que quieran, que me sorprendan”. Y lo que hacen las dos chicas que posan para él, es lo que vemos en  los preciosos dibujos y acuarelas eróticos llenos de vida, de movimiento, de sensualidad, que el artista traza sin dejar de mirar a las modelos, dejando que su mano actúe prácticamente sola.
Si quieren disfrutar de verdad con esta película, les recomiendo que antes de ir repasen sus obras: El beso, El pensador, Los burgueses de Calais,  Monumento a Balzac, pero sobre todo, sus dibujos eróticos.



Orejas
La vida de un artista está regida por elementos que no siempre controla, pero que sabe utilizar y convertir en obra de arte. Eso es lo que ha hecho Ramon con una dolencia que desde hace once años le martiriza y le tortura: los acufenos que le impiden oír el silencio. Pero, con todo y ser insoportables en muchos momentos, no solo no le han impedido seguir trabajando, sino que hace poco, quizás como exorcismo, quizás como aceptación, ha decidido plantarles cara. El resultado es un cuaderno de acuarelas de orejas tan sorprendente como hermoso, tan inquietante, como atractivo. Son dibujos de orejas convertidas por su mirada en una abstracción sugerente de formas e incluso de sonidos. Estos dibujos se ven y se oyen. Ramon ha querido compartir algunos de ellos en su blog. Yo le he pedido prestado uno para esta entrada, pero si quieren ver más pueden hacerlo en su blog.
 http://ramonherreros.blogspot.com/

sábado, 18 de agosto de 2018

SEMANA RARA





Esta semana es la más rara del año. En medio del mes de agosto, se crea una sensación de paréntesis. Todo se detiene. Hay una calma chicha como la que aparecía en el océano y mantenía a los barcos varados días y días. Lo que no quiere decir que fuera (sea) una calma chicha tranquila. No. En este barco estancado y sin viento, pasan muchas cosas. Algunas buenas, muchas malas, o simplemente raras. En el barco de esta semana ha habido de todo.
Acababa la anterior semana con una imagen de comedia rosa: los paseos de Sánchez y Merkel por Doñana como si fueran personajes de Dallas (seguramente las nuevas generaciones no sepan que era Dallas, pero los mayores lo entenderán).
El lunes fue un día de película de terror de serie B: nos enteramos del hundimiento en el puerto de Vigo que fue como un preludio del terrible desastre de Génova que convirtió la ciudad en un escenario de auténtica película de catástrofes hecha realidad. Uno y otro producto, entre otras cosas, de la corrupción (la de los materiales por el tiempo y la otra que no cesa).
Como nota a pie de página, un kamikaze sudanés decidió tener sus quince minutos de gloria lanzando su coche a toda velocidad en Westminster. Afortunadamente sin consecuencias demasiado graves
El jueves nos subían los colores con las fotos de las alegres comadres de Waterloo en viaje de fin de curso para visitar al Líder Supremo, en plan “tú a Waterloo, yo a Cadaqués”. En contrapartida leíamos que 350 diarios norteamericanos habían plantado cara a Donald Trump dando una muestra de salud democrática en un país que tiene una enorme enfermedad en forma de presidente.

(las nubes en Barcelona, la tarde del 17 de agosto)

Y el viernes, el viernes debía ser un día de recogimiento, silencio, recuerdo y homenaje. Y lo fue en parte. Primó el respeto a las víctimas y sus familiares sobre otros criterios y se les dio protagonismo. Pero viendo el acto oficial en la Plaza Catalunya no pude menos que sentir que era algo falso, teatral. Estaba todo escenificado en un espacio donde cada actor sabía lo que tenía que hacer. No es que fuera frío, es que no era sincero. Pero de todos modos, mejor esto que nada y mucho mejor esto que convertirlo en un bochorno colectivo.
Leyendo diversos artículos de prensa la mañana del sábado me di cuenta de que no era la única que había tenido esa sensación de falsedad. Pero también me di cuenta de otra cosa. Si todo fue tan poco espontáneo, tan comedido, fue por miedo. Miedo de unos a que se convirtiera en un acto soberanista; miedo de otros al ridículo inmenso que eso acarrearía. Miedo. En la plaza Catalunya “hi havia molta por”. Quizás por eso fue tan breve el acto, tan insustancial, tan falto de todo. Quizás por eso ninguna autoridad despidió al rey, quizás por eso el rey no hizo caso de ninguna provocación. Pero en definitiva, lo que me queda hoy es la sensación de que  ayer ,en Plaza Catalunya, hubo una enorme muestra de desprecio de la ciudad hacía las familias de las víctimas a las que se dejó solas. Barcelona no estuvo con ellas.
La semana que viene volveré a hablar de cine, que ya toca.

sábado, 11 de agosto de 2018

SERIES


Sigo en modo “cueva”. Es decir, sin salir de casa. Estoy haciendo una especie de vacaciones interiores en las que desconecto casi tanto como si estuviera en la otra punta del mundo. En este autoexilio vacacional leo, escribo y veo series. No películas. Curioso fenómeno. Me he dado cuenta de que las películas, el cine, es para el invierno. Al menos para mí. Ahora, en medio de este extraño verano que convierte Barcelona en un horno, me refugio en casa y veo series españolas.
Si, españolas. Porque estos días he estado poniéndome al día de dos series españolas recientes que no había visto: El día de mañana, en Movistar y Fariña en Netflix. Y me he dado cuenta de que sin quererlo estoy haciendo una revisión cronológica de un fragmento de la reciente historia de España. Empezando con El día de mañana que va del año 1966 al 1977; enlazando con el año 1981 cuando empieza Fariña que se prolonga hasta 1990.
Son dos series muy diferentes en todos los sentidos. Las dos son muy interesantes, ambas son muy buenas. Vamos una por una


(en una playa como ésta me pude cruzar con Justo y Carme en 1966)
El día de mañana,
Basada en una novela de Ignacio Martínez de Pisón que no conozco, es una de las mejores series españolas en mucho tiempo. Por tema, por actores, por ambientación, por la dirección y los espacios. Para los que vivíamos en Barcelona en esos años, es un viaje en el tiempo. Yo recuerdo muy bien esa Barcelona de 1966, el año de la Capuchinada, o la de 1969, el año del estado de excepción. Recuerdo el año 1970 con la fuga de El Lute y los juicios de Burgos y el 73 cuando saltó por los aires Carrero Blanco y el 74 cuando el peso del franquismo moribundo nos aplastaba contra la pared. También recuerdo el año 1975 y su mezcla de miedo y esperanza y el 76 con los neonazis desatados y el 77 con la llegada de aire fresco. Todo eso se ve en esta serie reflejado en el rostro de Justo Gil, es decir de Oriol Pla, un actor capaz de dotar a sus ojos azules del candor, el cinismo, el miedo, la venganza, y el dolor en cada episodio. El día de mañana sirve para revivir nuestra propia memoria, pero lo más importante, sirve para recordar a los que no habían nacido aun que Barcelona era una ciudad compleja y diversa, que acogía distintas capas y que devolvía una vitalidad que ahora parece haber perdido. Hay una declaración de Mariano Barroso sobre la serie que me dejó pensando en lo relativo de la historia. Cuenta Mariano que paseando con el guionista de la serie Alejandro Hernández por la Vía Laietana, pasaron delante de la comisaría central y le pidieron al guardia de la puerta si les dejaba entrar. Esa comisaria daba tanto miedo en los años sesenta, yo lo sé porque estuve ahí tres días en un calabozo, que durante años cruzábamos la acera para no pasar por delante y si podíamos, ni siquiera por la acera de enfrente. Pero en cambio la reacción de Alejandro fue muy distinta. “A Alejandro le impresionó el edificio de Vía Laietana. “Nunca he visto una comisaría tan bonita”. Alejandro, que viene de Cuba y ha conocido muchas comisarías, me hizo pensar: ¡cómo pueden ocurrir cosas tan horribles en un lugar tan bello! Es uno de los enigmas de nuestra historia. Uno de los enigmas de nuestro país y de la serie.” Y de esta ciudad, Barcelona, donde pueden pasar cosas horribles en un lugar muy hermoso. No se la pierdan, de verdad.


(años 80, en esta costa gallega se empezaba a desembarcar la fariña mientras Ramon y
 yo la mirábamos inocentemente)
Fariña
Sabía que era buena. Sabía que era importante, pero no la había visto hasta ahora. Estoy de acuerdo, es buena y es importante. Basada también en un libro que no he leído, Fariña de Nacho Carretero protagonista de una estúpida acusación que obligó a su retirada del mercado donde por suerte ha vuelto, esta serie es una de las mejores que se han realizado en España en muchísimo tiempo. Sobre todo por su historia. No es normal ver en la televisión  la historia reciente de España contada con tanta valentía, con tanta crudeza, con tanta seguridad. La conversión de Galicia en el paraíso del narcotráfico europeo en los años 80 se relata sin dejar cabos sueltos, con todas sus vinculaciones políticas, judiciales y policiales. Es una historia ejemplar. Pero con todo y ser eso importante, la serie no sería tan buena si no contara con unos actores espléndidos y perfectamente ajustados a sus personajes, con unos escenarios privilegiados, un guión bien construido que nunca cae en el sensacionalismo y un ritmo sostenido en todo momento. Dividida en diez capítulos, cada uno centrado en un año entre 1981 y 1990, Fariña es un repaso a la historia reciente de España. Muchas cosas se entienden viéndola. Y muchas más se echan de menos. Me encantaría ver una serie como ésta que contara los años del pujolismo en Catalunya, con sus tramas de corrupción institucional y los laberinticos caminos que se siguieron para sembrar la semilla del procés. Me gustaría que alguien hiciera un trabajo de investigación tan minucioso como el de Nacho Carretero sobre las implicaciones del 3%, en la manipulación de los medios de comunicación y sus ramificaciones en todos los terrenos. Una serie con la misma valentía de este libro y esta producción que desde aquí les invito a no perderse. Es una lección de historia y de cine. (Al margen de su excelente reparto casi todo compuesto por actores gallegos poco conocidos fuera de la comunidad, quiero destacar el trabajo de los directores Carlos Sedes y Jorge Torregrossa, que han sido los responsables de la dirección de los diez capítulos).

La actualidad de las dos series es absoluta. El día de mañana anuncia de alguna manera esta Barcelona que sufre una degradación imparable si no lo remediamos pronto; la detención el miércoles pasado de Manuel Charlín, capo de unos de los clanes de mafiosos protagonistas de Fariña que a sus 85 años sigue controlando el tráfico de droga, demuestra que la serie no es solo reciente pasado. Y eso me da pie a comentar algunas noticias de la semana.

Tirar de las noticias
No veo mucho la televisión normal a pesar de estar en “modo cueva”. Pero estos días nos ha llamado la atención, a Ramon a y mi, como se dan algunas noticias. ¿Por qué nadie tira del hilo que nos ofrecen para investigar algo más, para ver que hay detrás de lo que se cuenta, en lugar de quedarse en la mera superficie de la historia? Esto vale para varios temas:

-El famoso máster de Pablo Casado. Ya sabemos que se lo regalaron, que es un aprovechado, etc. Pero ¿Por qué ningún periodista se plantea ver qué pasa con el negocio de los másters en España? Hacer un máster es carísimo y su utilidad no siempre está clara. Pero todo el mundo los quiere hacer. ¿Qué hay detrás del trapicheo mastergeneralizado en nuestro país? ¿Qué beneficios obtienen las universidades con ellos? ¿Cuáles son los auténticos máster de prestigio y los que solo sirven para ganar dinero? ¿Quién se puede pagar un máster? Hay muchas cosas a investigar junto al fraude y la corrupción y los regalos interesados.

-Los manteros. Ponerse a favor o en contra parece que es lo único que se puede hacer con este problema, inmenso problema, no solo en Barcelona. Están los que los defienden, están los que los acusan, pero no he visto (perdón si lo hay y no lo conozco) ningún artículo que investigue las mafias industriales de productos falsificados que son los auténticos malos de la función, los que no pagan impuestos y roban los productos copiándolos y poniendo a los manteros en la línea de fuego, abandonados a su suerte, siempre violenta. Tanto contra ellos, como desde ellos. ¿Quién les proporciona la mercancía, de dónde la sacan, cuánto les pagan, que les exigen a cambio a los manteros? Si no se ataca la raíz del problema no se arreglará nunca.

-La inmigración. Es imposible no sentirse cerca de los pobres hombres y mujeres que arriesgan sus vidas en el mar. Es imposible no pedir que se les ayude y se les acoja. Pero ¿no sería interesante preguntarse a quien se está enriqueciendo con este trato de esclavos del siglo XXI? Subirse en una patera no es gratis, cuesta mucho dinero. ¿De dónde lo sacan? ¿Por qué no lo invierten en sus países? ¿Por qué se endeudan de por vida para conseguirlo, quién se lo presta, con qué intereses, a cambio de qué? Entiendo perfectamente que quieran huir de países donde impera la miseria o el terror o las dos cosas juntas, pero entonces, ¿por qué no se organiza una inmigración ordenada, legal, controlada desde los consulados y las embajadas, como se hacía en España en los años cincuenta cuando tantos españoles se iban a trabajar a Alemania? ¿Saben cuántos inmigrantes legales se podrían canalizar desde cada país subsahariano hacia todos los países europeos? Muchos y los queremos porque Europa está vieja y necesita la sangre nueva y la energía y la diversidad cultural que nos pueden aportar. Pero no necesita esclavos sin papeles. No creo en la eficacia de un Plan Marshall. A los países africanos se los está ayudando desde hace muchos años y el dinero nunca llega a la gente, se queda en la enorme corrupción política, militar y religiosa que controla el continente, mejor dicho que está matando el continente. Pero canalizar la salida de una forma lógica, con  un destino asegurado, no creo que fuera tan difícil. Claro que así se acabaría con un suculento negocio que deja miles y miles de euros a mucha gente. Allí, aquí, y entre medio.
(Que conste que no quiero dar lecciones de nada, me imagino que solucionar estos problemas es tan complejo como difícil y para mi es muy sencillo decir lo que pienso desde la cueva. Pero hacerse preguntas es humano ¿o no?)


sábado, 4 de agosto de 2018

MALAUSSÈNIANAS


Esta primera semana de calor sahariano invita a no salir de casa (si se puede). Tampoco las películas de estreno en las salas de cine provocan la tentación de ir al cine Tan solo la idea de sumergirte dos horas y media en la montaña rusa de Misión imposible compensa del esfuerzo de cruzar la ciudad sin taxis y con la Gran Vía de Barcelona convertida en un zoco medieval. El lunes quise ir andando por la Gran Vía para ver en directo el espectáculo y la imagen que me vino a la cabeza fue una superposición de intolerancias al progreso. Quizás por efecto del calor agobiante tuve la visión de la Gran Vía ocupada por coches de caballos en la calzada, con los cocheros tumbados a su lado comiendo bocadillos de chorizo y bebiendo en porrón para protestar contra la terrible invasión de los “taxis” motorizados que amenazaban su negocio de tracción animal con la desaparición. Barcelona pudo vivir un momento así. O Madrid, tan ensimismado en sus capas y embozados que le costaron el puesto al Marqués de Esquilache. El progreso siempre se ve como una amenaza para lo que consideramos “nuestro” y “eterno”.
No sé si el paralelismo producido por el calentamiento general es comparable. Pero tengo la sensación de que en este conflicto (del que no entro a valorar nada porque no tengo datos) se oponen dos maneras de entender el mundo: una que considera que la calle es suya (es de tanta gente la calle que casi no nos queda espacio para andar) y otra que considera que la calle es de quien la sepa utilizar. El progreso es imparable y los taxis tienen que adaptarse a las nuevas formas de uso de este servicio público. Cada vez vale menos el viejo sistema de parar un taxi  haciendo aspavientos en la calle, siempre al albur de que se quieran parar o no, te vean o no. ¿Por qué simplemente los taxistas no se adecuan al nuevo orden como hicieron los cocheros de coches de caballos con los vehículos a motor? Misterios dignos de Malaussène.





¿Y quien es Malaussène? Pues Benjamín, Ben el hermano mayor de la tribu Malaussène de Daniel Pennac con la que he convivido estos días en que nada me obligaba a salir de casa. El primer libro, La felicidad de los ogros, se publicó en 1985. En cuanto lo leí, me convertí en maulaussèniana para siempre. Luego fui leyendo los demás, hasta cinco, que fueron apareciendo. Pero la publicación hace poco de un sexto volumen, El caso Malaussène , me llevó a releer los libros desde el primero. Fue un placer encontrarse con Ben, Clara, Thérèse, Jérémy, el Pequeño, Julius el perro, Julie, y toda la tribu, Verdún, Esunangel, Señor Malaussène, Maracuyá, por supuesto Mama, y el comisario Coudrier y Gervaise y … todos los demás que  desde La felicidad de los ogros, pasando por El hada carabina, La pequeña vendedora de prosa, El Señor Malaussène, Los frutos de la pasión y ahora este El caso  Malaussène, hacen una radiografía de la sociedad (la francesa y la europea) desde una perspectiva insólita, divertida, surreal,  negra, multicultural y políticamente incorrecta en todos los sentidos más positivos.
Creo que se podría aplicar el malaussènianismo  a muchas situaciones que vivimos cada día: la intolerancia de los que sienten que solo ellos tienen el derecho a existir; la frustración de los mediocres que no soportan que los demás sobresalgan; la credibilidad en los hechos lógicos cuando la lógica no es precisamente la que mejor funciona en algunos hechos. La idea del  chivo expiatorio (para saber lo que es deberán leer los libros, cosa que recomiendo encarecidamente) sería muy útil en nuestros días. Alguien que asuma las culpas de todo para liberarnos de tener que decidir por nosotros mismos.
El conflicto del taxi enquistado en una forma de negocio y transporte del siglo XX cuando se impone una forma de negocio y transporte del siglo XXI, le habría encantado a Malaussène. También el tercermundismo de los aeropuertos con sus cancelaciones y huelgas. O la invasión amarilla de las calles y ciudades de Catalunya. O los personajes casi más de Tin Tin que de Malaussène (por la conexión belga of course) que habitan nuestro paisaje político local y nacional.
Hay mucho donde escoger.
Entre todo esto hay una idea que me gustaría recalcar. Se acusa a los negocios de VTC de que no pagan impuestos en España. A parte de que creo que es una verdad a medias (no pongo la mano en el fuego) me parece que esto responde al nacionalismo rampante que nos corroe en todos los ámbitos. Si estas empresas cotizan en Holanda, porque no empezamos a pensar en Europa como un todo y que da igual pagar en Berga que en Sevilla, en Mataró que en Waterloo. O empezamos a ser un poco mas malaussènianos en nuestra idea del mundo o vamos directos a una realidad que ningún miembro de la tribu estaría dispuesto a tolerar.
Un último apunte. Una frase de Pennac sobre Europa que comparto al cien por cien:
“Pensemos cómo sería Europa hoy si en la época en la que empecé a escribir Malaussène, hubiéramos enviado a niños de sexto a pasar un mes en otro país, y no hubiésemos dejado de hacerlo desde entonces. Esos niños hoy sentirían que existe algo que les une, habría una identidad europea que se superpondría a su identidad nacional y regional. Pero no lo hicimos, y hoy no sabemos lo que es Europa” (Daniel Pennac, el padre de la tribu)