Esta primera
semana de calor sahariano invita a no salir de casa (si se puede). Tampoco las
películas de estreno en las salas de cine provocan la tentación de ir al cine Tan
solo la idea de sumergirte dos horas y media en la montaña rusa de Misión imposible compensa del esfuerzo
de cruzar la ciudad sin taxis y con la Gran Vía de Barcelona convertida en un
zoco medieval. El lunes quise ir andando por la Gran Vía para ver en directo el
espectáculo y la imagen que me vino a la cabeza fue una superposición de
intolerancias al progreso. Quizás por efecto del calor agobiante tuve la visión
de la Gran Vía ocupada por coches de caballos en la calzada, con los
cocheros tumbados a su lado comiendo bocadillos de chorizo y bebiendo en porrón
para protestar contra la terrible invasión de los “taxis” motorizados que
amenazaban su negocio de tracción animal con la desaparición. Barcelona pudo
vivir un momento así. O Madrid, tan ensimismado en sus capas y embozados que le
costaron el puesto al Marqués de Esquilache. El progreso siempre se ve como una
amenaza para lo que consideramos “nuestro” y “eterno”.
No sé si el
paralelismo producido por el calentamiento general es comparable. Pero tengo la
sensación de que en este conflicto (del que no entro a valorar nada porque no
tengo datos) se oponen dos maneras de entender el mundo: una que considera que
la calle es suya (es de tanta gente la calle que casi no nos queda espacio para
andar) y otra que considera que la calle es de quien la sepa utilizar. El
progreso es imparable y los taxis tienen que adaptarse a las nuevas formas de
uso de este servicio público. Cada vez vale menos el viejo sistema de parar un
taxi haciendo aspavientos en la calle,
siempre al albur de que se quieran parar o no, te vean o no. ¿Por qué
simplemente los taxistas no se adecuan al nuevo orden como hicieron los
cocheros de coches de caballos con los vehículos a motor? Misterios dignos de
Malaussène.
¿Y quien es
Malaussène? Pues Benjamín, Ben el hermano mayor de la tribu Malaussène de
Daniel Pennac con la que he convivido estos días en que nada me obligaba a
salir de casa. El primer libro, La
felicidad de los ogros, se publicó en 1985. En cuanto lo leí, me convertí
en maulaussèniana para siempre. Luego fui leyendo los demás, hasta cinco, que
fueron apareciendo. Pero la publicación hace poco de un sexto volumen, El caso Malaussène , me llevó a releer
los libros desde el primero. Fue un placer encontrarse con Ben, Clara, Thérèse,
Jérémy, el Pequeño, Julius el perro, Julie, y toda la tribu, Verdún, Esunangel,
Señor Malaussène, Maracuyá, por supuesto Mama, y el comisario Coudrier y
Gervaise y … todos los demás que desde La felicidad de los ogros, pasando por El hada carabina, La pequeña vendedora de prosa, El
Señor Malaussène, Los frutos de la
pasión y ahora este El caso Malaussène, hacen una radiografía de la
sociedad (la francesa y la europea) desde una perspectiva insólita, divertida,
surreal, negra, multicultural y políticamente
incorrecta en todos los sentidos más positivos.
Creo que se
podría aplicar el malaussènianismo a
muchas situaciones que vivimos cada día: la intolerancia de los que sienten que
solo ellos tienen el derecho a existir; la frustración de los mediocres que no
soportan que los demás sobresalgan; la credibilidad en los hechos lógicos
cuando la lógica no es precisamente la que mejor funciona en algunos hechos. La
idea del chivo expiatorio (para saber lo
que es deberán leer los libros, cosa que recomiendo encarecidamente) sería muy
útil en nuestros días. Alguien que asuma las culpas de todo para liberarnos de
tener que decidir por nosotros mismos.
El conflicto
del taxi enquistado en una forma de negocio y transporte del siglo XX cuando se
impone una forma de negocio y transporte del siglo XXI, le habría encantado a
Malaussène. También el tercermundismo de los aeropuertos con sus cancelaciones
y huelgas. O la invasión amarilla de las calles y ciudades de Catalunya. O los
personajes casi más de Tin Tin que de Malaussène (por la conexión belga of
course) que habitan nuestro paisaje político local y nacional.
Hay mucho
donde escoger.
Entre todo
esto hay una idea que me gustaría recalcar. Se acusa a los negocios de VTC de
que no pagan impuestos en España. A parte de que creo que es una verdad a
medias (no pongo la mano en el fuego) me parece que esto responde al
nacionalismo rampante que nos corroe en todos los ámbitos. Si estas empresas cotizan
en Holanda, porque no empezamos a pensar en Europa como un todo y que da igual
pagar en Berga que en Sevilla, en Mataró que en Waterloo. O empezamos a ser un
poco mas malaussènianos en nuestra idea del mundo o vamos directos a una
realidad que ningún miembro de la tribu estaría dispuesto a tolerar.
Un último
apunte. Una frase de Pennac sobre Europa que comparto al cien por cien:
“Pensemos
cómo sería Europa hoy si en la época en la que empecé a escribir Malaussène,
hubiéramos enviado a niños de sexto a pasar un mes en otro país, y no
hubiésemos dejado de hacerlo desde entonces. Esos niños hoy sentirían que
existe algo que les une, habría una identidad europea que se superpondría a su
identidad nacional y regional. Pero no lo hicimos, y hoy no sabemos lo que es
Europa” (Daniel Pennac, el padre de la tribu)
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