sábado, 26 de noviembre de 2022

SABER

 


El que sabem, Jordi Núñez

Sabemos muchas cosas, más de las que nos imaginamos. Incluso sabemos cosas que ni siquiera sabíamosque podíamos saber. En fin, no me voy a liar más. Sabemos lo que sabemos. Y sabemos que hay amigos que te dan pistas de lo que vale la pena. Uno de ellos, Alex Gorina, fue el que me despertó el deseo de ver El que sabem, una película valenciana que se estrena esta semana en medio del aluvión innumerable de títulos más o menos, más menos que más, interesantes. Pero, con todo, la empecé a ver con cierta prevención. Estoy cansada de tanto cine español reciente, muy repetitivo, muy igual, muy rutinario. Pero, ¡sorpresa!, El que sabem no es ni repetitiva, ni igual, ni rutinaria. La prueba la tuve cuando se acabó y no me había dado cuenta de que llevaba una hora y media viéndola. ¿Qué tiene esta película pequeña, pero redonda? Tiene algo muy difícil de conseguir, frescura y veracidad, no realismo, y no sé, si verdad, pero sí veracidad. Los personajes funcionan y son consecuentes con lo que piensan y las situaciones son verosímiles en su planteamiento y en su solución. Todo apunta al conflicto, pero, como sucede tantas veces en la vida, el conflicto pasa de largo. Tiene algo de Truffaut, pero más alegre; algo de Godard, pero menos pedante; algo de Assayas, pero menos ambicioso. Lo que tiene es un grupo de amigos inolvidables. Dos de ellos, Nakarey y Javier Amman, han trabajado en todos los cortos previos del director Jordi Núñez. Cortos que ya daban una pista de por dónde iba su cine: verano, amigos, amores, desamores. El que sabem reúne a Nakarey como Carla, una joven latina que intenta integrarse en un micromundo valenciano, con Víctor, Javier Amman, objeto del deseo de todos los amigos, sin duda el personaje más difícil en su falta de definición: Víctor es lo que el que tiene al lado quiere que sea. Junto a ellos está Marina, Tània Fortea, una mujer libre, amiga de sus amigos, más tierna de lo que parece, y Martí, Mauro Cervera, ese amigo de todos que nunca falla. El relato sigue a los cuatro en distintos encuentros a lo largo de cinco años, los que van del 2015 al 2020, en los que sus vidas cambian, sus intereses evolucionan, pero ellos siguen fieles a sí mismos y, sobre todo, a los demás. La película empieza con una persiana levantándose con el mar al fondo; la película acaba con esa persiana bajando y sumiendo al espectador en la oscuridad mientras oye unas palabras cargadas de esperanza. La oscuridad que iba a cernirse sobre los que saben, y los que no saben, ese 2020, del que no quisiéramos acordarnos; la esperanza de que lo importante es recordar lo bueno que nos pasa en la vida. En fin, que me ha gustado mucho y no dudo en recomendarla si buscan un poco de frescura, de amor, de amistad y de esperanza.

 


La mujer rey de Gina Prince-Bythewood

Si El que sabem fue una sorpresa que descubrí gracias a un amigo, La mujer rey fue otra sorpresa gracias a los comentarios de una amiga. No me canso de insistir en lo importante que es lo que te cuentan otros para encontrar en el enorme caos de los estrenos, lo que vale la pena. Antes de seguir copio el resumen del argumento que se puede encontrar en Filmaffinity: “Una epopeya histórica inspirada en los hechos reales que sucedieron en el Reino de Dahomey, uno de los estados más poderosos de África en los siglos XVIII y XIX. La historia sigue a Nanisca, general de la unidad militar exclusivamente femenina y a Nawi, una recluta ambiciosa. Juntas lucharán contra enemigos que violan su honor, esclavizan a su gente y amenazan con destruir todo por lo que habían vivido.”

Lo primero que me di cuenta viendo la película fue lo poco que sabemos de la historia de África, de sus conflictos, guerras, gobiernos. Nos movemos por lugares comunes y nos limitamos a repetirlos y aplicarlos. Por ejemplo, la trata de esclavos, en la que los europeos, ingleses y portugueses, son siempre los malos. Y lo eran, pero con la colaboración indispensable, y muy bien remunerada, de los reyes locales que vendían alegremente a los cautivos y sojuzgados de otras tribus sin ningún tipo de problema. Esto es lo que pasaba en el reino de Dahomey a mediados del siglo XIX. La falta de hombres, esclavizados por las poderosas tribus vecinas, llevó a la creación de un ejército de mujeres-soldado, guerreras de gran valentía y arrojo que llegaron a ser uno de los pilares del poder de Dahomey. La película de Gina Prince-Bythewood, con guión de  Maria Bello y Dana Stevens, parte de este hecho histórico para construir una ficción llena de aventuras y de batallas. La mujer rey del título es Nanisca, encarnada con gran energía por Viola Davis. Nanisca es implacable, tanto en la lucha contra sus enemigos, como en la dureza de la formación de sus amazonas. Pero Nanisca oculta una herida. Cuando la joven inexperta, pero arrojada y rebelde Nawi, a la que da vida la frágil y al mismo tiempo poderosa Thuso Mbedu, se incorporé a las filas de las amazonas de Dahomey, la historia entrará en el terreno del melodrama enriqueciendo de una manera inesperada el relato que también crece con el planteamiento político que Nanisca intenta, y consigue, que sea aceptado por su rey. Se ha acusado a la película de ser demasiado hollywoodiense. Puede que lo sea, pero no me parece mal utilizar los códigos del cine de aventuras africanas para darle la vuelta desde una perspectiva distinta. Lo que si hay que reconocerle es la brillantez en las filmaciones de batallas, el rigor de la documentación histórica, y la inteligente mezcla de géneros que plantea. La mujer rey es espectáculo, es reivindicación y es un poquito de historia. No está mal.

(No tengo idea si estas dos películas se podrán ver en algún cine esta semana. Hay tal caos en los estrenos, que se hace difícil saber dónde y cuándo se puede ver una película. Si no es en un cine, seguro se podrán recuperar en otros sitios. O eso espero.)

 

EL RINCÓN DEL RECUERDO

Jean-Marie Straub, 1933-2022

Se ha muerto Jean-Marie Straub. Me enteré casi por casualidad. Su muerte no la han recogido los diarios. No era famoso. No, Straub, como su mujer Danièle Huillet, desaparecida hace ya 16 años, no eran famosos. Pero si eran importantes. Importantes para nosotros, Ramon y yo, pero también importantes para el cine moderno que no se entiende sin su influencia, sin su obra rigurosa, seria, ascética. Ellos también eran así, rigurosos, serios, ascéticos. Pero tenían mucho encanto y un curioso sentido del humor. Y eran muy generosos. Con nosotros lo fueron cuando en el lejano año 1975 nos recibieron en su casa de Roma. Ramon y Valentín Gómez iban a hacerles una entrevista, y yo les acompañé. Straub y Danièle tenían entonces 42 años él y 39 años ella. Vivían en una casa muy especial,  no había habitaciones convencionales, era un espacio abierto, grande, donde convivían con su gato (o gatos, no estoy segura). Estuvimos hablando con ellos mucho rato. Y esa conversación quedó plasmada en una larguísima entrevista publicada en 1977 en dos partes, la primera en el Arc Voltaic número 1 y la segunda en el Arc Voltaic número 2. Nos quedó con ellos una amistad en la distancia. Yo los volví a encontrar en el Festival de Locarno casi diez años más tarde, en 1984, y se acordaban de mí, de Ramon, de la entrevista y la visita en su casa. Straub y Huillet realizaron una obra de difícil calificación: Culta sería la primera cosa que me viene a la cabeza. Culta, como muy pocas obras, ya sean de cine, de literatura, o de lo que sea, lo son. Seguí su carrera muy de cerca y disfruté mucho con algunas de sus películas, La crónica de Anna Magdalena Bach, Cézanne, Sicilia!, Relaciones de clase, En râchachant. Siempre eran estimulantes, provocadores. Hacían un cine materialista, de materia tanto como de ideología. Su cine es un producto casi físico que, precisamente por su materialismo, roza en muchos momentos la más pura metafísica. Pero por encima de todo, es un cine de una belleza ascética en la que un solo plano justifica toda la película. Los recordaremos siempre.

El regalo de esta semana es un cuadro africano que me gusta mucho y que, seguro le gustaría a Straub.



 

 

 

 

 

 

sábado, 19 de noviembre de 2022

1976


 

1976, de Manuela Martelli

Recuerdo perfectamente donde estaba yo en 1976. Acababa de cumplir 26 años y trabajaba en la Filmoteca Nacional de España, la de la calle Mercaders. Franco había muerto hacía poco y se abría un horizonte nuevo para todos, estaba todo por construir.

Mientras yo estaba en la Filmoteca celebrando el inicio de una nueva etapa histórica, en Chile y Argentina vivían los años más duros de unas crueles e injustas dictaduras que sumieron el cono sur en la oscuridad durante casi veinte años. Es ese año, 1976, el que escoge la directora chilena Manuela Martelli para situar la acción de su primer largo. En 1976 ella aun no había nacido, no llegaría al mundo hasta 1983, pero su familia si vivió bajo la dictadura. Vivió, pero no sufrió. Los chilenos vuelven una y otra vez a los años del golpe de Pinochet, pero la gran novedad de este nuevo acercamiento es que lo hace desde el punto de vista de una clase social que no suele aparecer en este tipo de películas, la clase media acomodada, completamente apolítica, que siguió con su vida como si no pasara nada, sin querer enterarse de lo que estaba sucediendo en el país. Esa clase media que fue también el sostén del franquismo, los colaboradores necesarios para que las dictaduras de cualquier tendencia pudieran actuar con total impunidad, pero con otros, no con los nuestros. Es en este contexto donde Martelli sitúa la historia de Carmen, una mujer casada, ama de casa, aparentemente sin problemas de ningún tipo, que empieza a ver como su pequeño mundo no es tan perfecto como se imaginaba. El primer indicio es un zapato perdido en la calle. No hay nada más inquietante (bueno si, los payasos) que encontrarte un zapato en la calle. ¿De quién es? ¿Qué le ha pasado a la persona que lo ha perdido? Carmen ve ese zapato y algo empieza a desmoronarse dentro de ella de manera muy sutil. Carmen se marcha a la playa a arreglar una casita de verano para que vengan sus hijos y nietos. Es una linda casita que ella pinta de color de rosa, una casita de cuento en un mundo lleno de ogros. Ogros que descubre cuando un sacerdote amigo le pida ayuda para un joven herido, refugiado en su parroquia. Ahí surge la contradicción, Carmen no puede esconder la cabeza debajo del ala y pretender que no pasa nada. Porque sí pasa y ella no podrá dejar de ser lo que ha sido, lo que es y lo que será. Martelli cuenta esta historia centrándose en su protagonista, una extraordinaria Aline Küppenheim, a la que no deja en ningún momento. Casi sin tensión exterior, pero con mucha tensión interior, en un paisaje de playa invernal digno del Antonioni de La Aventura, pero sin los pesados componentes existenciales del italiano y con un toque de cierto suspense hitchcokiano, Martelli va dibujando un personaje que toma conciencia de su entorno, aunque esa conciencia no le sirva de nada. 1976 pone en escena los actores invisibles de la historia, los comparsas imprescindibles para que las primeras figuras diseñen el destino de la Historia, esas gentes anónimas que constituyen algo tan falto de forma y concreción como es el pueblo, la gente. En definitiva, los que sustentan a los poderosos. Sean del color que sean.

 


Sintiéndolo mucho Fernando León de Aranoa

Viendo el documental de Fernando León de Aranoa justo después de ver la película chilena, me hace preguntarme dónde estaba Joaquín Sabina ese año. El film no me lo aclara porque ni es una biografía, ni mucho menos una hagiografía. Así que recurro a su página web y averiguo que él también tenía 26 años y vivía en Londres y empezaba a escribir canciones. Un año después, se instalaba en Madrid donde se iba a convertir en un cantante y figura de referencia para varias generaciones.

Sintiéndolo mucho no es un documental musical (no se oye una canción de Sabina entera) no es un documental sobre un personaje (nadie opina de él ni hay entrevistas a nadie que no sea él) no es un documental histórico (el contexto de su trayectoria casi no existe). Entonces ¿Que es Sintiéndolo mucho? Yo creo que es un regalo mutuo. El que le hace Sabina a Fernando dejándole entrar en su vida cotidiana durante 13 años, abriéndole no solo su casa, su cuarto de baño, su camerino, también abriéndole su alma. Y el regalo que le hace Fernando a Joaquín convirtiendo esa vida en una memoria personal, ordenando el caos del cantante y mostrando las cosas que le gustan (los toros), las cosas que le importan (su gente), las cosas que le divierten (cantar y componer) y las cosas que no soporta (el puritanismo y el autoritarismo, vengan de dónde vengan) . Hay momentos de tensión, han momentos de pasión, hay momentos de aburrimiento, de miedo, de desconcierto, de humor y de risas. Hay vida. Una vida que te acaba interesando y atrapando incluso aunque no seas fan de Sabina, incluso aunque no te gusten sus canciones. Y si eres de los que te gusta Sabina, su música y lo que representa y ha representado el personaje, aun te gustara más.

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Una reflexión de Rossellini en 1955

Estos días estoy preparando un texto sobre Roberto Rossellini. Estoy leyendo muchas entrevistas con él. Fue así como me encontré con esta reflexión publicada en Cahiers du Cinéma en 1955. Al leerla, no pude menos que pensar que parecía escrita expresamente para explicar lo que ha pasado estos días en nuestro país:

“Los hombres de hoy tienen la costumbre de adoptar una opinión política o moral escogiéndola en el abanico de “verdades” que se les presentan. Esta elección no es el resultado de una convicción íntima, sino el fruto del azar donde entra la necesidad de mostrarse mejor de lo que son  y el deseo de vivir en paz. Una vez ganados a una causa, se ven obligados a defenderla y a mantenerla toda su vida. Es así como se forman generalmente los movimientos de opinión pública y se construyen los movimientos filosóficos, estéticos y morales. Todo se sacrifica a la coherencia  que, con este grado de obstinación maniaca, mata toda la libertad y la fantasía.”

El regalo de esta semana es un dibujo de plantas que supongo le puede gustar a la Carmen chilena y al Sabina madrileño.



 

 

 

 

sábado, 12 de noviembre de 2022

BESTIAS

  


As bestas

Es una de las mejores películas españolas del año. Sin ninguna duda. Es uno de los films más potentes y sólidos del cine español y creo que es un salto adelante en la filmografía de Rodrigo Sorogoyen y su fiel guionista Isabel Peña. Es, también, una prueba de que el cine puede denunciar situaciones de injusticia, de expolio, de insolidaridad y de abuso, sin dejar de ser entretenimiento con mayúsculas. Se puede ser políticamente muy claro sin ser ni aburrido ni doctrinario. Y eso no es fácil. Inspirado en un hecho real, As bestas sucede en una aldea gallega, de esas que nadie sabe como se llaman, donde dos urbanitas franceses se han instalado con la intención de cultivar la tierra con productos ecológicos. Pero igual que en Perros de paja, en esta versión hispana y actual, el engarce de esta pareja con sus vecinos y con el entorno no es nada fácil. Especialmente con dos hermanos de la finca colindante, espléndido Luis Zahera, que no soportan la superioridad moral de estos llegados de fuera. En ese sentido, la pareja que integran Antoine y Olga, encarnados en el poderoso Denis Ménochet, al que vimos hace poco como el Peter von Kant de François Ozon y la frágil Marina Fois, a pesar de su buena voluntad y su vocación ecológica, son tan ajenos al espacio donde pretenden vivir y casi tan destructivos del equilibrio natural del paisaje como los inmensos molinos de viento que quieren levantar en los terrenos comunales del pueblo. Hace unos días hablaba del impacto negativo del progreso en los medios rurales y citaba As bestas como uno de los mejores ejemplos de esta imparable destrucción. (1)

Pero As bestas es una gran película no solo por lo que nos cuenta, lo es por el pulso cinematográfico que demuestra. Sorogoyen y Peña nos tienen acostumbrados a un cine adrenalínico, poderoso, con giros de guión y de tono inesperados. En este film eso lo llevan hasta los límites. El principio del film, con la secuencia de la rapa de los caballos, paisaje moral, donde se inscribe toda la historia, tiene una secuencia paralela en un bosque donde se consuma un crimen con la misma coreografía de lucha y acoso al caballo y un plano final casi igual entre los belfos del animal y los labios de asesinado. A partir de ese momento, la película cambia de tono, de ritmo, de centro. Incluso de manera de filmar. Si en las dos primeras partes la cámara ha sabido ser seca y distante, dejando crecer la tensión en el encuadre, en esta tercera parte se convierte en un ojo que sigue sin dejarlo nunca el personaje de Olga, dueña absoluta de este tercer acto en el que se inscriben dos secuencias antológicas: la conversación con su hija en la cocina y la conversación con la madre de sus vecinos. Cuando la vi la primera vez tuve la sensación de que esta tercera parte era demasiado larga, incluso repetitiva. Un segundo visionado me ha permitido apreciar mejor lo que Sorogoyen y Peña han querido transmitir con esta dilatación del tiempo en contraste con el ritmo y el tono de violencia y acoso de las dos primeras partes del film. As bestas es una gran película.

 (1)  Entre las muchas entrevistas que he leído con Sorogoyen he encontrado estas declaraciones del director que explica el impacto de los parques eólicos en el paisaje. “Cuando decidimos que íbamos a hablar del entorno rural gallego fuimos allí a empaparnos y nos dimos cuenta que el tema de las eólicas —igual que en otros sitios de España, pero allí más heavy— está cambiando mucho el paisaje. Está llevándose a cabo una implantación masiva de parques eólicos que desde la ciudad nos parecen bonitos y que ayudan a las energías renovables y todo muy bien, pero que, en cuanto te informas, descubres que es una salvajada, que ganan dinero los de siempre con la excusa de una energía verde, pero se están cargando el ecosistema, especies animales y provocando una gran contaminación visual y acústica. Hay una escena en la que Ménochet se acerca a los molinos y los ve gigantescos que no estaba en el guion. Lo añadimos cuando estuvimos allí, bajo uno de esos molinos, y no te puedes imaginar cómo suena uno de esos.” (Rodrigo Sorogoyen en una entrevista de Marta Medina en El Confidencial)

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES


(Winton, en Queensland, de aquí sale Alex para ir a Canberra y Sidney) 


Total Control Filmin

Vuelvo a este rincón seriéfilo para recomendar una gran serie de Filmin, Total control. Es australiana, tiene dos temporadas y es magnífica. Creada por Rachel Perkins, Miranda Dear y Darren Dale, la serie está dirigida en su mayor parte por Rachel Perkins, directora australiana de raíces aborígenes y protagonizada por un autentico descubrimiento, la actriz Deborah Mailman, junto a la veterana Rachel Griffiths que ejerce también de productora. El contraste entre estas dos mujeres, Mailman como Alex Irving, la inesperada política de origen indígena, con un físico muy alejado de los cánones habituales pero tremendamente atractivo, con la fría y rubia Griffiths que encarna a Rachel Anderson, la política blanca, rica y bien situada en el stablishment, es una de las bazas principales de una serie que juega a la política en todos sus terrenos. Cuando Alex se convierte casi involuntariamente en una heroína, no sabe que su acto de valor (es la primera secuencia del primer capítulo) la va a arrastrar a una carrera política en la que su ingenuidad y creencia de que podrá cambiar las cosas se irá perdiendo a medida que se ve enredada en los sucios y feos trucos de la política gubernamental. Lo que le sucede a Alex es lo que les pasa a casi todos los que llegan al poder pensando que podrán hacer mil cosas y se dan cuenta que en realidad es el poder el que va hacer cosas con ellos: cambiarlos a peor en el mejor de los casos, destruirlos casi siempre. Si la política y sus entresijos de engaños, abusos y desprecios de todo tipo (en eso la serie es extrapolable a todas partes, basta con ver las noticias de este fin de semana en nuestro país, ejemplo perfecto de cinismo y manipulación) son el caldo de cultivo de la historia de amistad/odio de Alex y Rachel, hay en esta serie muchas más cosas interesantes. Sus diálogos son brillantes y los personajes secundarios potentes (el equipo de asesores de Alex en la segunda temporada no tiene desperdicio). El paisaje desértico y fascinante del interior de Australia es uno más de los elementos de la personalidad de Alex y las ciudades, Camberra y Sidney, lugares tan inhóspitos y ajenos a alguien como ella como el enjambre político en el que se ha metido casi sin querer, son lugares invivibles. En este sentido es brillante la oposición gran ciudad, Canberra, Sidney, donde Alex se aloja siempre en hoteles impersonales y fríos, con la pequeña ciudad de Winton en la que Alex tiene una casa acogedora compartida con su madre, con su hijo y con su hermano. En total son doce episodios en dos temporadas que se pueden ver como dos películas largas. En realidad, las series de pocos episodios empiezan a parecerse a películas largas. O quizás, las películas largas empiezan a parecer series de pocos episodios. 

El regalo de esta semana son unos lindos tomates, no sé si ecológicos que Ramon me ha dibujado en honor a los dos esforzados franceses de As bestas.



sábado, 5 de noviembre de 2022

DOS PELICULAS ESPAÑOLAS

 

El otoño es la temporada alta de los estrenos españoles. Después de San Sebastián y Valladolid, empiezan a llegar los títulos que pueden optar a los Premios Goya. Por eso hay tantas películas españolas estas semanas. Esta, en concreto, se estrenan dos que me gustan mucho. Por distintas razones. Las dos están dirigidas por mujeres, pero una es una historia de mujeres y la otra es una historia de hombres. Y sin embargo, en ambas se siente una mirada diferente sobre la realidad.

 


El agua, de Elena López Riera.

Los que siguen este blog saben de mi interés por el agua en todas sus formas. Son muchas las entradas referentes al agua y con el agua como protagonista. La verdad es que es un tema que me apasiona al que llevo años dándole vueltas para hacer algo con él. Un libro del agua en el cine, una exposición, una recopilación de secuencias comentadas… No lo sé, pero el agua es algo que me sumerge en pensamientos e ideas. Por eso, es fácil entender que una película que se llama El agua, me entusiasmara ya antes incluso de verla. La descubrí en San Sebastián cuando el film de Elena López Riera llevaba ya un largo camino de éxitos desde su estreno en la Quincena de Realizadores de Cannes. Y me enamoré de la película, de sus protagonistas, de su magia y su espíritu de ondinas. La historia empieza como algo que hemos visto mil veces, especialmente en los últimos tiempos: La vida en un pueblo y el tedio del verano, la industrialización del campo, amores adolescentes, crisis existencial. Pero muy pronto, este realismo naturalista se va impregnando de un realismo mágico. Aparece el misterio del agua y surge el cuento y la leyenda. Hay un rio que se desborda, hay tres mujeres de tres edades distintas y con tres aguas dentro. Porque de lo que habla esta preciosa película rodada en la Vega Baja del Segura en Alicante es de un río enamorado que rapta a su amada; del agua que las mujeres tenemos dentro y nos llena y nos desborda; de la confluencia como si de tres afluentes se tratara de tres vidas de mujeres solas, libres, felices en una historia mucho más antigua y engarzada en las viejas tradiciones. El agua es un film de ahora mismo, con gentes de ahora mismo. Está presente el desencanto de la vida aburrida de una pequeña ciudad, el progreso que destruye entornos sin crear nuevos, los deseos y anhelos de la que podemos llamar “generación de la pandemia”, esos adolescentes que llevan casi tres años desvinculados del mundo real. Todo eso está ahí, pero cubierto por la transparencia del agua, de su magia, de su fascinación. Somos seres de agua. Elena lo ha sabido contar muy bien.

(Si tienen ganas de saber más de esta directora en Filmin se pueden ver sus tres cortos anteriores: Pueblo, Las vísceras y Los que desean)

 


Vasil, de Avelina Prat

Curioso que este segundo film español también venga de Valencia, de la capital del Turia que es uno de los protagonistas del film, junto con Karra Elejalde y el búlgaro Iván Barnev, estupendos y merecidos premio ex aequo a la Mejor Interpretación en la Seminci de Valladolid. Esta es la historia de una amistad extraña y desigual tanto como de un proceso de humanización por ósmosis. Alfredo es un arquitecto jubilado, solitario, huraño, frío y poco empático. Le gusta jugar al ajedrez y comer con su hija todos los miércoles. También le gustaba jugar al bridge pero no soporta “la caspa” que había en el club de bridge que frecuentaba. A través de una excelente amiga, Alfredo se ve un poco forzado a dar cobijo en su casa a un hombre sorprendente. Vasil es búlgaro, excelente ajedrecista y jugador de bridge. Lleva tiempo en España pero sigue durmiendo en la calle. Cuando Alfredo le abra su casa, solo por un par de días, empezará entre ellos un doble proceso de aprendizaje sobre la vida. Antes he dicho que se notaba que esta historia de hombres estaba contada por una mujer. Intentare explicarlo. Hay en Vasil dos personajes femeninos muy importantes. Sin ser los protagonistas, son decisivos en lo que les sucede a estos dos hombres. Por un lado está Maureen, Sue Flack , una irlandesa progresista dispuesta a ayudar a Vasil y de paso espabilar a Alfredo; por otro lado está Luisa, Alexandra Jiménez, la hija de Alfredo que vive la aventura de su padre con ese extraño como una doble experiencia, la de acercarse de una forma mucho más profunda a un padre distante y el descubrimiento de un país y una sociedad de la que no sabe nada. Avelina Prat, de la que confieso que nunca había oído hablar, aunque tiene varios cortos premiados, trasciende la historia de Alfredo y Vasil para hablarnos de soledad y de relaciones padres/hijas. Pero también, y sin necesidad de cargar las tintas ni poner el acento, de las enormes dificultades que pone la administración para resolver los problemas de los ciudadanos. Coincidencia o no, justo el día que escribo estas líneas, el miércoles 2 de noviembre, he leído en La Vanguardia un artículo de Lluís Foix planteando el problema de cómo las administraciones públicas están ahí para hacernos la vida más difícil, más incómoda, más invivible. Él habla del campo y los agricultores, pero lo mismo se podría decir del ayuntamiento de Barcelona o el de Valencia o de cualquier administración del estado. Los burócratas nos ahogan: “La desconfianza es total. Los funcionarios, no necesariamente los consellers o los cargos políticos, no escuchan, sino que imponen. Tienen la verdad urbana que quieren aplicar a una realidad rural que desconocen. Las rentas de la agricultura y la ganadería están cayendo por la crisis global, pero también porque se hace la vida imposible a quienes cultivan tierras o tienen ganado con una hostilidad burocrática inútil e ineficaz.” Este es uno de los grandes males sociales que nos aquejan y en Vasil, están muy presentes. 

El regalo de esta semana es una gran Mujer de Agua