sábado, 27 de julio de 2019

HIERRO



Esta semana la serie lo ocupa todo. Se lo merece. Hierro, de Jorge Coira, que se puede ver en Movistar, es sin ninguna duda la mejor serie española del año. Es estupenda. Por el espacio, esos paisajes magníficos y al mismo tiempo desolados de la Isla de Hierro; los personajes, gran Candela Peña, una jueza desubicada, incapaz de entender nada de lo que pasa en esa extraña isla, pero tenaz y convencida de encontrar la verdad del crimen que investiga, sin aceptar la apariencia de verdad que le quieren imponer; grande también, Dario Grandinetti como Díaz, un hombre que ha venido de fuera, como la jueza, y ha conseguido hacerse un lugar en la pequeña mafia local. Detestado por todos, es el chivo expiatorio perfecto para el crimen cometido. Y a su lado, los guardias civiles, la gente sencilla del pueblo, el mar. Dirigida por Jorge Coira, con guiones de su hermano Pepe Coira en colaboración con Fran Araujo y Araceli Gonda, esta serie de ocho capítulos rodada en Canarias, es una excelente muestra del trabajo que se está haciendo en Galicia en el terreno del audiovisual. Los gallegos siempre han mirado al mar y esa puede ser una de las razones que explique esta extraña conexión atlántica entre Galicia y la isla mas remota de Las Canarias. Una isla que evoca algo sólido, agreste y duro, donde sopla el viento y casi no hay árboles para refugiarse. La isla es un personaje mas en esta serie de aristas y curvas, una isla que es espejo del personaje que hace Candela Peña, y de Díaz, al que Dario Grandinetti llena de una ambigüedad y una determinación acordes con la dureza de la jueza.
Pocas veces hemos visto una historia donde los personajes avanzan con una lógica interna que los hace completamente verosímiles. Todo encaja de una manera natural gracias a una realización que permite respirar dentro de la atmosfera asfixiante de la isla donde no hay secretos para nadie. Sin caer nunca en la tarjeta postal, respetando la singularidad del lugar y sus gentes que se inscriben de forma natural en la trama, Hierro va desentrañando un crimen y un misterio en el que no cuenta tanto saber quién es el asesino, sino como ese asesinato transforma las vidas de los que están involucrados en su investigación. Hierro es una serie adictiva que no puedes dejar de mirar, una historia que te engancha con un final redondo que no solo no decepciona, sino que abre la puerta a que haya una posible continuidad. Una sorpresa estupenda,




sábado, 20 de julio de 2019

VERANOS


Esta semana voy a hablar de tres películas que pasan en el verano, aunque no son exactamente “de verano”. Dos son estrenos este viernes, la otra se estrenó hace unos días.


(Ojos Negros en Teruel)
Ojos negros
El verano es el tiempo en que pasa esta historia. El espacio es el de Ojos negros, un pequeño pueblo de la España olvidada, de la mas olvidada aun provincia de Teruel que espero que este film despierte el deseo de conocer. La protagonista es una adolescente de ojos negros. Callada, muy observadora, ajena al entorno. Se llama Paula y la interpreta Julia Lallana, la hermana pequeña de una de las dos directoras, Marta Lallana, la otra es Ivet Castelo, las dos son alumnas de la Pompeu. En realidad este film pequeño, sencillo, sin pretensiones, es su proyecto de fin de carrera convertido en estreno gracias a la participación de Filmin y Nanuok. Ojos negros es una historia de mujeres: Paula, la adolescente urbanita trasladada al pueblo de su madre contra su voluntad, debe aprender a vivir con su abuela y su tía, dos mujeres adustas y cansadas que no saben muy bien qué hacer con ella. Alicia, la amiga que conoce en ese pueblo, le permite un respiro emocional y sobre todo lúdico, pero es incapaz de darle a Paula lo que está buscando. Historia de silencios en espacios amplios y secos, de miradas y descubrimientos, de dolor y crecimiento, se ha hablado como referentes del film desde Verano 1993 de Carla Simon, hasta El espíritu de la colmena de Víctor Erice. Sin negar estos antecedentes, lo que distingue este film lleno de emociones contenidas y sentimientos, es la frescura de la mirada tanto de su joven protagonista como de las directoras, hacia un entorno desconocido y hasta cierto punto hostil que acaba siendo el mejor espacio para asumir la dificultad de dejar atrás la infancia.


(Mi ejemplar de Anna Karenina)
La vida sense la Sara Amat
También de dejar la infancia atrás habla el debut como directora de Laura Jou, una película que provoca distintas reacciones. He hablado de ella con bastante gente indignada con su historia, con lo que podemos llamar, su mensaje. Antes de seguir un breve resumen. Un pueblo del interior de Catalunya, un grupo de adolescentes, uno de ellos, Pep, viene de la ciudad y está enamorado de una chica del pueblo, Sara Amat. Un día, Sara desaparece. Todo el pueblo la busca, y Pep se la encuentra escondida en su habitación. A partir de aquí, la historia se divide en lo que pasa dentro de la habitación y lo que pasa fuera. Si tomamos este argumento, que viene de una novela de Pep Puig, al pie de la letra, la verdad es que da un poco de grima ver lo reaccionario que llega a ser. Porque Sara se escapa sobre todo cuando descubre la infidelidad de su madre y Pep la esconde y la protege sin importarle lo que puedan estar sufriendo los que la buscan. No sé si es lo mas edificante como lección moral y entiendo el cabreo de algunos de mis amigos ante el film. Pero yo la he querido leer de otra manera. Para mí, Sara desaparece del pueblo y lo que pasa en esa habitación, en esa casa de la que no sale en diez días, es algo que Pep se inventa. El niño proyecta su dolor de la vida sin Sara Amat evocándola como un ser al que cuidar y proteger. Solo así acepto y entiendo esta historia inverosímil desde un punto de vista naturalista. Pero creo que soy la única que ha hecho esta lectura de la película. Otra cosa, al margen de los buenos resultados, es como se ha producido este film que aparece como la primera producción de la Xarxa de Comunicación Local, es decir, la Red Audiovisual de la Diputación de Barcelona que ha pagado este film coproducido por Massa d’Or, la productora de Isona Pasola. De repente, esta película ilumina un poco uno de los grandes misterios de este verano: el de la extraña alianza de Junts per Cat con el PSC en la Diputación de Barcelona que tanto ha molestado a Esquerra. Para entendernos, la Xarxa de Comunicación Local es la que le paga 6.000 euros mensuales a Marcela Topor, la mujer de Puigdemont, por un programa semanal en su canal de televisión. Y la que ha soltado una buena cantidad de dinero para que la presidenta de la Academia financie este film. Los monises, que dice Ramón de España…


(la isla de Utoya
Utoya (y) 22 de julio
Otra clase de verano muy distinto es el que aparece en estos dos films, que recuerdan el atentado en el distrito gubernamental de Oslo y la horrible matanza del 22 de julio del 2011 en la pequeña isla de Utoya. Un solo hombre, Anders Behring Breivik, neonazi, militante de extrema derecha, convencido de su superioridad moral, ética y racial, decidió que era hora de acabar con los jóvenes de la Liga Juvenil del Partido Laborista Noruego asesinando a sangre fría a los asistentes a un campamento de verano en la isla de Utoya. Murieron 77 personas, ocho en Oslo y 69 en Utoya, casi todos adolescentes que estaban allí de vacaciones. Los dos films se complementan muy bien y vale la pena verlos seguidos. Primero el que se estrena en cines, Utoya, del noruego Erik Poppe, después el que se puede ver en Netflix, 22 de julio, de Paul Greengrass. El Utoya noruego, se centra en el ataque a la isla. Empieza mostrando muy rápidamente el atentado con bomba en el centro de Oslo, y hace una breve presentación de personajes antes de que asistamos a los 72 minutos de pesadilla que duró el ataque en esa ratonera, narradas en un espectacular plano secuencia en el que nunca vemos al atacante, ni sabemos nada de él, porque la película no pierde el punto de vista de Kaja, una joven de 18 años que está en el campamento con su hermana. La ansiedad, el miedo, la sensación de abandono, el pánico, se extienden al espectador convertido en una víctima mas de la intolerancia y la barbarie. El film de Paul Greengrass, en cambio, sigue en paralelo al autor de los ataques y un superviviente, desde la preparación del atentado, la consumación de la matanza y sobre todo el juicio que condenó a Breivik. Identificado con un movimiento de extrema derecha llamado Los Caballeros Templarios, Breivik se definía a si mismo como un cazador de marxistas y anunciaba que no estaba solo, que había muchos mas y que no se podría acabar con ellos. Las dos películas sirven para recordar este hecho espantoso, pero sobre todo sirven para advertirnos de que estamos perdiendo el tiempo en tonterías, porque efectivamente, los templarios y sus locos seguidores ya están aquí y nos rodean por todas partes. En ese sentido, las últimas palabras que le dice el neonazi de la ultra derecha a su abogado al conocer su sentencia son reveladoras: “Lo haría todo otra vez si pudiera”.



EL RINCÓN DE LAS SERIES


Residue
A veces bucear en las plataformas da buenos resultados. Te puedes encontrar con sorpresas escondidas. Fue Ramon el que descubrió ésta. Se llama Resdidue, es inglesa y tiene ya cuatro años. Se trata de una miniserie de tres capítulos de 45 minutos que se pueden ver como el piloto de un proyecto que nunca existió o como una película en tres partes con un final abierto. En todo caso, su propia existencia truncada la convierte en un producto inacabado pero acabado, si es que eso es posible. Sucede en Londres en un futuro cercano. Una explosión deja el centro de la ciudad convertido en una zona catastrófica aislada por la amenaza del riesgo de contaminación química. Hay tres personajes centrales. Jennifer (Natalia Tena), una fotógrafa que busca que hay más allá de los rostros de la gente, su novio Jonas (Iwan Rheon), encargado de comunicación del Ministerio del Interior y el policía Mathis (Jamie Drawen) que pierde a su hija en la explosión. Estos tres seres perciben que tras la catástrofe hay algo mas, oculto y siniestro, que va desde una conspiración gubernamental hasta un terror fantástico. Las imágenes son impresionantes y la narración envolvente. Y sin embargo, esta serie de ciencia ficción post apocalíptica nunca tuvo una continuidad. La primera reacción es de rabia porque querrías saber que les pasa a los tres protagonistas abandonados a un destino muy incierto. Pero por otro, casi me alegro de que no me lo expliquen. El final de Residue me deja con una sensación inquietante sobre un producto acabado por inacabado. Si les gusta la ciencia ficción búsquenla. Y aunque no les guste, hay suficientes elementos en ella para verla.

sábado, 13 de julio de 2019

DOS REINAS Y UNA PRINCESA



Esta semana reproduzco integra la conferencia que di en los Cursos de Verano de El Escorial en un curso dedicado a Gonzalo Suárez y dirigido por Manuel Hidalgo. Fue estupendo reencontrarse con Gonzalo y su mujer Hélène, los dos en plena forma y con un enorme sentido del humor. El texto es largo, como se supone que es una conferencia, pero habla de tres películas que no están entre lo mas conocido de Gonzalo. Bueno, una si, Epílogo, pero las otras dos no tanto: Reina Zanahoria y La reina anónima. De ahí el título: 

DOS REINAS Y UNA PRINCESA 
"¡Solo hay un camino, el que nadie, antes que nosotros, ha recorrido, porque está hecho a la medida de nuestros sueños y al alcance de nuestra espada!".

Antes de empezar tengo que agradecerle a Manuel Hidalgo que me haya invitado a este curso. No solo por el placer de hablar de Gonzalo Suárez, una personalidad original, imprevisible, irrepetible. Sino por el tema que me asignó: Regreso al mundo personal, Epílogo y las dos reinas. El cine de Gonzalo Suárez me gusta y me interesa, pero esas tres películas, y sobre todo las dos reinas, están entre mis favoritas. No sé si Manuel lo sabia o fue casualidad, pero acertó de pleno al ofrecerme hablar de ellas y sobre todo, defenderlas como piezas fundamentales dentro de una filmografía muy amplia y compleja.
         De todos modos, el reto era grande porque ¿cómo se llena de contenido algo tan ambiguo como el regreso al mundo personal? ¿No es personal todo lo que hace este hombre? ¿Qué es exactamente un regreso? Empecé a darle vueltas al tema y lo primero que hice fue revisar las películas. De las reinas me acordaba muy bien, de Epílogo no tanto. Las tres me volvieron a gustar mucho y quizás por distintas razones a las que me habían gustado cuando las vi hace más de treinta años. Y descubrí muchas cosas.        
         Una de las primeras cosas que me llamaron la atención tiene que ver con el tiempo y la edad. Entre Reina Zanahoria de 1977 y La reina anónima de 1992, pasan quince años en los que Gonzalo transita de los 43 a los 58. Quince años fundamentales en la vida de cualquier persona, los de la madurez, los de la constatación de que el pasado está ahí, pisándote los talones y el futuro aun es muy amplio y con una línea del horizonte muy lejana. “Mirar para atrás da vértigo, ya se encarga el pasado de ponerse siempre delante para ver si tropiezas y te alcanza”, ha dicho Gonzalo en alguna ocasión. En este arco de tiempo, Epílogo se sitúa en el centro, de los quince años y de su propia vida. Suárez tiene 50 años cuando dirige este film que más que personal es autobiográfico.
         Otra cosa que me llamó la atención fue su autonomía respecto al resto de su cine y la gran vinculación interna entre ellas. No es que en otras películas suyas no haya imágenes absurdas o relatos inverosímiles y fantásticos, es que en estas tres hay un equilibrio entre lo lógico y lo ilógico, lo cotidiano y lo fantástico, lo escrito y lo filmado, lo imaginado y lo representado, que traza un hilo invisible entre ellas. Un equilibrio entre la narración más sencilla y la transgresión de esa narración que no está en Aoom, o El extraño caso del Dr. Fausto, dos títulos más experimentales y abstractos, ni desde luego en sus films más ortodoxos narrativamente. Además, las tres tienen en la palabra un elemento indispensable, estructural, no instrumental. Las tres utilizan el relato contado para mostrarlo a su vez representado sin que uno sea igual al otro. Y las tres juegan con el juego de lo que es y lo que no es.
         Dos de ellas, las dos reinas, además tienen un enorme sentido del humor y del espectáculo. La otra, Epílogo, no es que rehúya el humor, o mejor, la ironía, pero busca mas la belleza que el espectáculo. La belleza siempre es sospechosa, ha dicho Gonzalo y su Epílogo es muy bello: Charo López es bella, la casa es bella, el paisaje es bello. Todo es armonioso en este film extraño que fue su primer éxito internacional y uno de sus primeros éxitos de público.  Algo que no deja de ser curioso si pensamos que Epílogo no es precisamente una película fácil ni complaciente.


         Y aquí entra una tercera observación que he descubierto ahora, a posteriori. Dos de estas tres películas, las dos reinas, son sistemáticamente olvidadas en entrevistas, estudios, análisis y programas sobre Gonzalo Suárez. Epílogo menos, es difícil soslayar una película tan determinante en su vida y en su filmografía, pero las otras dos es como si no existieran. Más adelante hablaré de lo mal recibidas que fueron en su momento tanto una como otra y de cómo creo que ambas, pero sobre todo La reina anónima, se adelantaban a su tiempo y se saltaban las reglas establecidas en un cine académico y muy conservador.

         Dicho esto, hay una última constatación que he extraído de revisar entrevistas y textos del propio Gonzalo, una idea que de repente me ha hecho entender lo de regreso al mundo personal: muchas de las cosas que ha dicho en distintas épocas y lugares, parecen anunciar, explicar, justificar o iluminar el relato fantástico de las dos reinas y la princesa de su Epílogo. Sin olvidarnos de Hamlet, claro. Cervantes y Shakespeare están muy presentes en todo el cine y en toda la literatura de Gonzalo Suárez. De ellos toma el gusto por la mezcla de géneros y de tiempos, la realidad inventada, los mundos paralelos. Pero sobre todo es Hamlet el texto que le obsesiona. “Con Hamlet se da la paradoja de que siempre se habla de su duda, pero en el trance de vengar el asesinato de su padre, que es su verdadero drama, yo no creo que predomine la duda. Decir eso de él es reducirle demasiado. Por otro lado, un hombre que no duda en dudar, ya no duda tanto, al menos sabe algo: que duda.” En Reina Zanahoria se introduce un Hamlet insólito narrado desde una radio como un partido de fútbol con la voz de José María García. Este es uno de los mejores momentos del film, de los más extraordinarios y sorprendentes. En Epílogo, Hamlet está en el mismo corazón de la narración partiendo de uno de los relatos de Gorila en Hollywood, “El auténtico caso del joven Hamlet”. Hamlet, que de alguna manera hace que este retorno al mundo personal enlace con el presente más actual, el de su último libro La musa intrusa, nueva relectura de la tragedia del príncipe de Dinamarca.


 La reina anónima
En este punto se supone que debería empezar hablando de la primera película que me ha sido asignada, Reina Zanahoria, pero cuando se habla de Gonzalo Suárez nunca se debe creer que estamos en el terreno de lo normal, por eso voy a empezar por la última reina, la anónima. Tan anónima que casi no hay referencias a ella en las entrevistas, homenajes, artículos y recopilaciones que se hacen de su cine con él y sin él. Es como si nunca hubiera existido, olvidada por todos. Y sin embargo, a mi me parece que es una película fundamental en su filmografía, y mucho más representativa de esa vuelta a los orígenes que tradicionalmente se otorga a Epílogo.
         Unas palabras de Julio Cortazar reproducidas en múltiples fuentes me sirven para empezar esta reflexión: "Para alguien que aprecie los juegos sigilosos de una inteligencia irónica, y la marginalidad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja a full time, la obra resbaladiza y casi inasible de Suárez dibuja en el panorama español contemporáneo algo análogo a lo que pudo dibujar en Francia la obra de Boris Vian Cuando se los espera en una pantalla de cine o en un escenario, desaparecen bruscamente para mostrarse detrás de las tapas de un libro o de un solo de trompeta; quienes les habían dado cita en una mesa redonda, comprobarán consternados el hueco de su ausencia a la misma hora en que una ama de casa estupefacta descubrirá que un huésped de amable sonrisa ocupa una silla a la que nadie lo había invitado. De alguna manera cuyo secreto sólo él conoce, Gonzalo Suárez transita desde hace años por los registros más variados de la vida intelectual española, pero esa actitud tránsfuga y casi de fantasma, inquieta e incluso enoja a los críticos amantes del orden, los géneros y las etiquetas.”
         Cortazar continúa su descripción de Gonzalo Suárez con una frase que, con permiso del autor, me atrevo a compartir. Cortazar se pregunta "¿Escritor que hace cine, cineasta que regresa a la Literatura? De cuando en cuando hay mariposas que se niegan a dejarse clavar en el cartón de las bibliografías y los catálogos, de cuando en cuando, también, hay lectores o espectadores que siguen prefiriendo las mariposas vivas a las que duermen su triste sueño en las cajas de cristal".
         Creo que Suárez no es un escritor que hace cine ni un director que escribe, es otra cosa, quizás esa mariposa de la que habla Cortazar que cambia y se adapta en cada proyecto y así escribe y filma con palabras y con imágenes. Y en ambos territorios, rompe los esquemas y los límites del tiempo y del espacio. Para él “la auténtica realidad virtual son los libros, la lectura, la verdad que vemos con imágenes y nos condiciona la imaginación. La realidad que tú creas es extraordinaria.”


         Decía al principio de este texto que muchas de las cosas que Gonzalo Suárez ha dicho o escrito a lo largo de los años iluminan, anuncian o justifican los mundos fantásticos e inverosímiles de estas tres películas que forman una especie de burbuja atemporal en su cine. Las tres, pero sobre todo en La reina anónima donde es evidente que, según sus palabras, “No tengo una sensación del tiempo como continuo, sino como una sucesión de instantes. No hay un antes y un después, sino que todo pasa en el mismo momento.” El tiempo no existe, o mejor dicho se dilata en este film atípico donde se materializa otra de sus frases: “La verdadera aventura consiste en ver lo normal como algo extraordinario. Porque si nos fijamos bien, todo es extraordinario. Me causa vértigo comprobar la naturalidad con que aceptamos que estamos vivos y algún día moriremos. Fíjese qué maravilla: descubrimos agujeros negros en distancias siderales pero continuamos tomándonos un vino en la barra de un bar como si no pasara nada.” ¿Hay mejor definición de lo que le sucede a Ana Luz en esas 24 horas extraordinarias que vive sin salir nunca de su casa?
         Su reina anónima se salta todas las fronteras que podamos imaginar. Recuerdo que en el rodaje de la película, Suárez me confesó en una entrevista: “Creo que La reina anónima es una película de las que, cuando aprenda a hacer cine, tendré que repetir. Y ya no podré. Porque me temo que es una de esas cosas que pasan una vez en la vida. Es una película espontánea desde la escritura del guión. Surgió de repente y sin la pretensión "a priori" de decir algo. Sólo el hecho de hacerla ya me parece positivo. Creo que porque tiene vida. Y en un momento en que el cine español está tan triste, es saludable tenerla. Yo pienso que, si la alegría es posible, es un deber, y que el pecado capital del cine y de la vida es el aburrimiento. Y un error catastrófico que hemos cometido durante mucho tiempo es hacer un cine que vende problemas, en vez de sueños.”
         Gonzalo me decía en otro momento: “Creo que hay muchas reinas anónimas, muchos héroes anónimos que son mucho más atractivos que los que nos encontramos en las películas y en los libros; sobre todo, en el libro de la Historia. De pronto te das cuenta de que alguien, por normal que parezca, está viviendo la misma intensa aventura que los héroes al uso. Toda persona, hombre o mujer, es un héroe, un rey o una reina. Sólo hace falta que lo descubra. Que descubra que puede gobernar su vida. Y eso está en la película.” La historia de Ana Luz era para el director “También la historia de esa vecina de abajo que todos tenemos. La vecina es lo que nosotros somos, o lo que somos y no sabemos, o lo que nos gustaría ser. Cada uno tenemos la vecina que nos merecemos. Y Ana Luz tiene la que se merece.”

         Detengámonos un momento en describir quién es quién en este vodevil fantástico de puertas que se cierran, asesinatos inverosímiles, pajaritas gigantes en un tejado lleno de pingüinos y sueños, muchos sueños.


         Ana Luz es una niña que recita poetas franceses en blanco y negro a la que su profesora le augura un gran futuro. Pero ese futuro no ha llegado aun cuando Ana Luz, convertida en una convencional ama de casa haya reducido a los poetas franceses al nombre de su perro, Villon. Ana Luz es Carmen Maura, una elección estupenda ya que la Maura es quizás la única actriz de su generación capaz de combinar lo normal y lo extraordinario sin caer nunca en el estereotipo. Sus personajes femeninos con Almodóvar, en especial la Pepa de Mujeres al borde de un ataque de nervios, corrían el peligro de estancarse en un modelo del que Ana Luz vino a rescatarla. No es extraño que Carmen me contara en el rodaje “Cuando le llamé para confirmarle que lo haría, le dije una cosa que le hizo mucha gracia: ‘Mira, si este guión me lo envía un desconocido de 17 años de Cuenca, yo lo hago’. Es más, continuaba Carmen, “en el primer momento sentí que no fuera un desconocido de 17 años de Cuenca, porque por este guión yo habría buscado el dinero.”


         Pero Ana Luz, reina durmiente y anónima no existiría sin la vecina, La Desconocida, esa mujer misteriosa, fascinante, elegante, que habla con voz susurrante y le propone vivir otras vidas, irse a Toronto y volar. La Desconocida siempre va vestida con un ceñido vestido granate, diseño, como todos los de la película de Ivonne Blake. Esa es su seña de identidad y quien mejor que Marisa Paredes, una mujer que responde a los adjetivos de misteriosa, fascinante y elegante podría interpretar a este personaje único que cada vez que entra en escena llena la pantalla de una extraña electricidad. Marisa no tenía muy claro quién era esa desconocida de la que no sabemos nada, aparte que se quiere ir a Toronto: es el espíritu del autor, aunque quizás sea el destino o la muerte. Lo que de verdad representa la Desconocida es el impulso de la libertad frente a la cotidianidad de Ana Luz. Pero es curioso, haciendo buena la frase que he usado antes de que lo normal puede ser lo extraordinario, es decir Ana Luz, también lo extraordinario puede acabar siendo lo normal, la vecina. Para Gonzalo estaba muy claro cuál era la función de la vecina: “La Desconocida es un ser rutilante a quien no puedes negar la entrada en tu casa, aunque luego te arrepientas. Es una especie de espíritu burlón” La vecina surge de la nada y se queda en la casa el tiempo suficiente para que todo se agite y empiecen a suceder cosas divertidas.


         La reina anónima nace de otra reina, La Reina roja, novela publicada once años antes, en el tiempo intermedio entre Reina Zanahoria y Epílogo. En esta novela ya hay una vecina de abajo misteriosa y absurda, una serie de personajes extraordinarios y disparatados y algunos asesinatos inexplicables. Aunque también podemos encontrar en este film ecos del cuento Los de abajo, publicado en Gorila en Hollywood, auténtico libro/manantial de historias para su cine. Y desde luego en la publicidad a la que dedicó muchas horas en el entretiempo que hubo entre Reina zanahoria y Epílogo. Pero si estos son sus antecedentes literario y formal, en realidad se puede decir que La reina anónima viene de Epílogo, aunque entre medio haya habido otras películas. En Epílogo, como luego veremos en este ir hacia atrás desde delante, se cuenta como las historias están siempre detrás de una puerta. Y es detrás de una puerta donde Ana Luz se encuentra con La Desconocida, es decir con Lo Desconocido que introduce en su vida la aventura. Suárez utiliza una metáfora futbolística, “buscar el espacio vacío donde no está el balón”, para explicar lo que le pasa a esta mujer que vive en ese momento donde el balón (su vida) no está. También dice otra cosa muy interesante para entender todo su cine, pero sobre todo La reina anónima. “La verdad es que no se me ocurren cosas, me ocurren cosas”. Y en esa delirante historia las cosas se le ocurren a Ana Luz porque le ocurren. Ana es un agujero negro que absorbe a Luz en un universo paralelo lleno de eso que tanto le gusta al autor: los de repentes. De repente suena el timbre, de repente la casa se llena de gente extravagante, de repente hay un muerto, o dos. De repente todo cambia y pasa del cromatismo en blancos y negros al color rojo. De repente Ana se convierte en Luz y despierta como la bella durmiente con un beso de la Desconocida que la invita a vivir otra vida.


         Porque La reina anónima es un cuento donde hay una princesa dormida, Ana Luz, y una desconocida que la despertará con un beso para que recupere no solo la libertad, sino la iniciativa. Cuando Ana se quita el vestido azul y se pone el vestido rojo, toma las riendas de su vida, de su sueño, de sus deseos. No hace falta irse a Toronto. “Nadie es tan tonto para ir a Toronto” dice Ana Luz o lo que es lo mismo, hay que buscar la aventura en casa que es donde de verdad puede estar. Todo es cuestión de saber mirar. Irse no siempre es la solución, a veces ni siquiera es la posible solución. Quedarse y encontrar en la propia casa las cosas más insólitas que nos devuelven las ganas de vivir, es más difícil, pero también resulta más apasionante.
         Para Gonzalo Suárez la pesadilla es la de la vida cotidiana plagada de seres inmundos, como el marido de la amiga, impagable Gran Wyoming y seres cobardes, como el propio marido sin nombre que interpreta Juanjo Puigcorbé, una vida en el blanco y negro del dominó, un juego lleno de reglas que solo valen para romperlas. Lo otro no es una pesadilla, es un sueño liberador que desemboca en la seguridad de que ella, como le pronosticó su maestra cuando era niña, tiene poder sobre los planetas.
         La enorme modernidad de La reina anónima radica en su romper las convenciones. Las narrativas con un humor súrreal que entronca la película en la tradición de Jardiel Poncela o de Mihura, pero también con el Luis Buñuel de El fantasma de la libertad. Las del guión, al encerrar en un único decorado a su personaje sol , Ana Luz y hacer que giren en torno a ella los personajes planeta, desde la maravillosa Venus granate que es Marisa Paredes, la vecina Desconocida y tentadora, hasta el insignificante Plutón que es el marido. Las de puesta en escena escapando de la planificación teatral y radiofónica, haciendo que las palabras sean la espoleta de la acción sin perder nunca el punto de vista de la cámara. Y por último, las convenciones de lo cotidiano, reivindicando la libertad y la imaginación frente a la rutina y el aburrimiento acomodaticio.
         Como todo lo que intenta ser dicho y hecho por primera vez (como le sucede a la protagonista) esta película insólita y divertida consigue enganchar a quien se reconoce en ella y deja fuera a quien busca la identificación fácil. Depende de lo que uno se sienta al verla. Ana Luz, vecina o simplemente marido.


         En la crítica de la época hubo, por desgracia, muchos más maridos que vecinas y la mayoría de los textos la acusaron de pedante, prepotente, tropiezo en su carrera. Sirva como ejemplo de critica/marido algunos párrafos de la que se publicó en Dirigido por 206, en octubre del 1992: “No siempre la pedantería es infausta dentro del cine, pues en ocasiones genera un exhibicionismo que puede resultar gratificante cuando se abre a un universo cultural rico y desbordante; pero cuando ese arsenal se emplea en proyectos de bajo nivel, el resultado es semejante al de matar hormigas a cañonazos. Y en parte eso es lo que ocurre con La reina anónima”.
         En contrapunto podíamos poner algunas frases de la crítica de José Luis Guarner en La Vanguardia que sin ser critica/marido, no llega a ser critica/vecina: “Suárez nos invita, simplemente, a un juego de inteligencia y fantasía. El problema reside en que es un juego arduo en exceso, una apuesta tan difícil para él de sostener, como para el espectador de seguir. El resultado aparece incierto, demasiado ligero para un drama, demasiado sombrío para una comedia, demasiado calculado para ser espontáneo. La reina anónima es un experimento brillante, pero limitado con todos los inconvenientes de los artefactos experimentales”.
         Debería decir que tengo con este film inesperado y fuera de lugar en el cine español, una relación muy especial. Estuve varios días en el rodaje, compartí disparate con ellos y me reí mucho mientras la hacían. Escribí varias piezas en Fotogramas y en El Observador. No sé si llegué a ser critica/vecina o no, pero en todo caso jugué con ellos para intentar llegar a ser critica/ana luz.

Reina Zanahoria


         Al empezar a trabajar en este texto me preguntaba cómo iba a llenar de contenido ese enunciado de Regreso al mundo personal. Pues bien, en la crítica que acabo de citar de José Luis Guarner en La Vanguardia, me encontré con unas palabras que de alguna manera contestan mi pregunta: “Sin embargo, de vez en cuando, Suárez ha intentado revisitar de una manera más ligera e informal, más cómica en una palabra, ese mundo de los primeros escritos. Lo hizo en 1977 con Reina zanahoria, sin resultados muy estimulantes a lo que la memoria del cronista alcanza (pero sin una revisión de esta película no procede pronunciarse aquí sobre el tema).Y lo hace ahora -de reina a reina- en La reina anónima, donde pueden reconocerse muchos elementos y el humor esquinado de De cuerpo presente.”
         Es verdad, hay en estas dos reinas mucho de su literatura, de su humor, de su visión nada ortodoxa del mundo. Y como este texto tampoco es demasiado ortodoxo ni académico, en lugar de hablar de Epílogo para respetar la línea narrativa, salto quince años atrás para revisar esa Reina Zanahoria que con tanta honradez Guarner afirmaba no querer juzgar sin haberla visto nuevamente.

        
         Reina Zanahoria es un film que Suárez rueda en 1977 cuando viene de hacer Parranda, una película muy dura en muchos sentidos, que además fue un sonado fracaso de público. Para compensar los golpes de esa parranda etílica, tiene ganas de hacer una comedia. “Después de tanto drama y cuchillada, sentí una necesidad de desintoxicarme por un lado y de ensayar una nueva vía de comunicación con los espectadores. Pensé que tenía que hacer reír. Lo curioso es que lo conseguí, porque el público que iba se reía, el problema era que no iban.” Está claro que sus comedias nunca son lo que se supone que deben ser y nunca responden a las expectativas del público de su tiempo.
         Reina Zanahoria es un crisol de géneros: comedia, espías, humor hiperrealismo, nunca naturalismo. Todo ello envuelto en un ambiente de inocencia perdida. Era un riesgo, si, pero menos riesgo en el año 1977 que ahora mismo. Es probable que el espectador mismo fuera más inocente que ahora, sobre todo el espectador que fue capaz de introducirse sin reservas en el juego, no así el que la mirara de una manera objetiva, desde fuera, buscando lógica narrativa o de cualquier otra clase, como hizo la mayor parte de la crítica de la época que no supo entender el reto y en palabras del director “recibió más de un guisante en las partes sensibles de su mente”. Para muestra un fragmento de la crítica/marido que he citado hablando de La reina anónima: “Como ya ocurriera en el pastiche que fue Reina zanahoria Suárez se ofrece negado para cualquier sutileza y así el absurdo se transforma en banal insensatez y la fantasía en absoluta ausencia  de imaginación creadora.” Muchos guisantes en su cabeza.



         En este film estático, de planos frontales, y secuencias aparentemente autónomas como pequeños sketches que acaban conformando un relato único, la palabra es muy importante. ¿Cine literario? Quizás, pero yo creo que no. Porque las palabras que Fernán Gómez nunca termina de decir y que un voluntarioso Josep María Pou completa como puede, casi siempre mal, son más un ruido que un significado. Eso suponiendo que los ruidos no tengan significado. Vuelvo a recurrir a sus palabras para justificar las mías: “la palabra también creo que es un ruido cadencioso que forma parte de esa sensación sensual total, como la música.”
         Todo este film inesperado se puede explicar con otra de sus frases: “Tecleando palabras tratas de contar mientras cuentas, cuando, en realidad, mientras cuentas lo que ha ocurrido está ya pasando otra cosa que no es la que cuentas. Está pasando que cuentas lo que estás contando”. Se entiende, bueno más o menos. Por ejemplo, Fernán Gómez le explica al pobre Jacinto como se va a llevar a cabo el rapto de la reina zanahoria cuando llegue a Madrid en una representación del futuro que es presente. Pero cuando se tenga que producir el rapto, las cosas saldrán de una manera muy diferente, porque el futuro siempre es distinto de lo que imaginamos en el presente.
         Basado en el cuento Plan Jac cero tres del libro Trece veces trece, en esta Reina zanahoria confluyen tres historias: la del pobre Jacinto que se encarna en José Sacristán; la de la imponente reina, Úrsula Alejandra Nicholson, interpretada por Marilina Ros, una actriz argentina de paso fugaz por el cine español y la del poco afortunado J.J. al que Fernán Gómez llena de esa dignidad ofendida común a tantos de sus personajes, aquí empeñado en usar a Jacinto para conseguir de la reina la exclusiva de la publicidad de las zanahorias en España.
         Reina Zanahoria no es una de sus películas de hierro, más bien de hojalata, escribía otro crítico. Es cierto que no es un film redondo, que tiene agujeros naranjas más que negros y que resulta a veces incomprensible. Pero merecía ser recibida con ilusión, como una bocanada de aire fresco en el acartonado cine español de la transición. Vista en perspectiva y desde la distancia de más de cuarenta años, Reina Zanahoria parece un ejercicio un poco ingenuo, con ideas brillantes que van más allá de la película: el hombre arroz con leche, por ejemplo. No te gusta el arroz, no te gusta la leche, pero te gusta el arroz con leche, es decir Sacristán con su cara de acelga de vendedor de enciclopedias, una profesión que parece de la edad de piedra en estos tiempos de realidad virtual. O ese nada velado aviso de navegantes sobre la globalización y la invasión de las multinacionales, aun poco presentes en el lejano 1977 en un país ya abocado a caer en sus garras a precio de saldo, o la profecía, un tanto arriesgada cuando nos enfrentábamos a las primeras elecciones democráticas, de acabar en manos del Presidente de los Inútiles Reunidos como a veces parece que sucede en la política contemporánea.


          La verdad es que la premisa de este film es tan extravagante que me imagino que si este guión se presentara a cualquier comisión de subvenciones públicas de ahora mismo, los muy ortodoxos comisarios la dejarían fuera por imposible. Como dejaron fuera al propio Suárez que como escribía Javier Hernández Ruiz en su libro Gonzalo Suárez Un combate ganado a la ficción, “Tras este esperado reencuentro con su mundo original y la costosa y lenta conquista del oficio cinematográfico, Suárez no podrá pactar con la industria en las mismas condiciones.” Y no pudo. Tardó seis años en volver a ponerse tras la cámara para hacer cine, pero eso forma parte de la película siguiente. Epílogo.

Epílogo
 Epílogo es una película de escritores; vemos cómo escriben, qué escriben y lo peligroso que resulta la ficción, algo que yo conozco muy bien. Este film era un proyecto largamente perseguido y quisiera que fuese —a pesar de su título— el prólogo del cine que realmente deseo hacer. Un cine que inicié en los años sesenta, pero entonces no tenía la experiencia ni los medios necesarios, aunque yo procuraba aportar zonas donde la imaginación desborda los cauces naturalistas. Ya en mis libros quise siempre romper con el naturalismo y no ver las cosas de una forma unívoca, sino mezclar géneros, porque también la vida es una mezcla”.
         Epílogo se sitúa en la mitad de casi todo. Suárez acaba de cumplir 50 años, es su película numero 11 (de las veinte que ha hecho), cuando se enfrenta a ella lleva ya 18 años dirigiendo cine y muchos más escribiendo novelas y relatos. Es el momento de detenerse y reflexionar, pararse a repensar por donde quiere ir, pero sin mirar atrás. “Yo lo que creo es que esto que llamamos tiempo no es como pensamos, y que igual que recordamos y viajamos hacia atrás, hay gente que puede viajar hacia delante sin saber muy bien cómo lo percibe ni cómo lo encarna. Los científicos afirman que la mayor parte de la realidad no la vemos, y que esto no es una mesa sino una expresión de la materia. Yo prefiero seguir pensando que es una mesa para poder apoyar en ella un vaso de vino. Con eso me basta.”
         Una mesa y un vaso de vino es lo que tienen en las manos sus cuatro protagonistas en este film literario que nace de tres historias de Gorila en Hollywood, Ombrages, El auténtico caso del joven Hamlet y Combate, tres cuentos perfectamente integrados en el relato más amplio de la relación entre los protagonistas, que podrían ser un extraño padre y un desconocido hijo como en Ombrages, o un hijo vengativo por el asesinato de un padre, Hamlet, o dos boxeadores exhaustos en un combate sin futuro parecidos a los de Combate. Pero esos cuentos imaginados dan paso poco a poco al auténtico centro de la narración: la pelea a muerte de dos gorilas en una casa en las playas de Asturias, Rocabruno y Ditirambo.        

Recordando Epílogo Suárez decía “Por eso, un poco harto de un cine convertido en máquina de retratar solapadamente literatura, me empeciné en hacer una película que asumiera, de una vez por todas y con obvia desfachatez, su carácter literario para así, ¡oh paradoja!, mejor liberar y potenciar la pulsión emocional de la imagen en movimiento.” Liberarla, nunca mejor dicho. Porque su película más autobiográfica, “Antes era Ditirambo, pero ahora soy Rocabruno”, es sin ninguna duda el mejor ejemplo que se puede utilizar de cine hecho de imágenes literarias. “Pintamos ventanas falsas, ventanas que no dan a ningún sitio” dice Rocabruno a sus dos compañeros, Ditirambo y Laína, la mujer/musa. Ventanas detrás de las que se esconde la historia, las historias, el relato. Porque siempre hay una historia detrás de una puerta, una historia que primero oímos, como en la reina zanahoria y luego vemos. El interludio de comedia absurda de la historia del padre, el hijo y el perro; la historia con look de culebrón televisivo que recrea a Hamlet en una casa moderna sacada directamente de Dallas; la historia que recrea un combate de boxeo épico en la orilla del mar, un combate que imaginamos en blanco y negro aunque lo veamos en color. Mezcla, Paradojas. Este film extraño está lleno de paradojas y de amor. Y literatura: Epílogo, dice Suárez, no es exactamente una película literaria, sino una película en la que la literatura está presente.

      
         Epílogo pone en escena varias realidades colaterales, universos paralelos, donde nos introduce ya desde su inicio en las calles de la ciudad, cuando sin cortar el plano, la cámara se acerca a un escaparate donde hay un televisor encendido y se mete en él adentrándose en otro mundo en ese pasillo de hotel que lleva a una puerta. No puedo dejar de relacionar este plano con el del principio de Terciopelo azul que David Lynch filmaría dos años más tarde. Igual que Epílogo, la cámara recorre la cotidianidad más banal para acabar entrenado en lo fantástico a través de un agujero en la tierra que representa lo mismo que la puerta del pasillo de hotel. La puerta donde está la historia, o mejor dicho las historias que podemos imaginar cambian cada vez que la chica llama a la puerta, para que Charo López se la vuelva a contar a una inocente estudiante (¿o nos la cuenta a nosotros los espectadores?) desplegándose como un abanico en otras historias en la historia, porque la historia nunca es una, sino muchas. 


Epílogo es una película hermosa, casi tanto como Charo  López, la musa amada por Ditirambo y Rocabruno, la musa que no sabe nunca si son dos o es uno. Charo como Laína, llena la pantalla con su luz y su amor dividido entre esos dos hombres que son uno solo. Suárez, como recordé al principio, sabe que la belleza está penalizada, porque lo bello es sospechoso. Y ella ha sido castigada a la soledad porque es bella y sospechosa. En cambio Ana, la inocente Ana, nunca será sospechosa porque Ana vive en el más rabioso presente. Ni tiene pasado, el de los tres protagonistas, ni tiene futuro. Ana se quedará para siempre en el presente de esa casa magnífica donde las ventanas y las puertas están llenas de historias. Me gusta mucho el personaje de Ana interpretado por Sara Toral, una actriz que debutaba en el cine en esta película. Ana siempre está en la historia, ya sea en el relato de Laína a la estudiante en la habitación del hotel; ya sea como personaje en los cuentos que inventan los escritores. Ella lo mira todo con enormes ojos asombrados. No participa, no actúa, pero si siente, se emociona, vive, Ana es la única que llora. Para mí, Ana es uno de los mejores personajes femeninos del cine de Gonzalo Suárez. Uno de los más inesperados y, de esto no estoy segura, casi único en su cine.


         Acabo de dedicarle un espacio a las dos mujeres de Epílogo: la princesa/musa/ amante/ narradora que hace Charo López y la inocente/observadora/ objeto del relato y del sentimiento que interpreta Sara Toral. Creo que es momento de dedicarle, aunque sea unas pocas líneas a los dos escritores que son uno. No voy a entrar aquí en explicaciones de quienes son Rocabruno y Ditirambo, pero sí de quienes les dan cuerpo y rostro y voz en este film importante. Rocabruno es Paco Rabal, el rostro y la voz del escritor cansado, el que sabe que ya no hay historias por contar. Rabal hace de Rocabruno un personaje impredecible, que lucha con su sombra y quiere que Ditirambo le deje en paz. Ditirambo, que en otras encarnaciones fue el propio Suárez, es aquí José Sacristán, un Sacristán siempre enfadado, gritón, inseguro. Él sabe que necesita a Rocabruno para ser Ditirambo, pero Rocabruno sabe que ya no necesita a Ditirambo porque simplemente no quiere ser. Rabal y Sacristán habían coincidido antes en alguna película, pero en ninguna llegan a la altura del poderoso enfrentamiento bajo la lluvia que es el clímax de esta historia de historias.


              Epílogo es una película sin contexto. Gonzalo odia la palabra contexto y aun más el significado del concepto contexto. No hay contexto, hay universos que se mueven al mismo tiempo en territorios distintos. Por eso estamos dentro de un televisor, por eso vivimos en la casa de Hamlet. Por eso Ditirambo y Rocabruno nunca podrán volver a encontrarse. “El mundo se acaba cada cuarto de hora” dice Suárez en una entrevista. En Epílogo se acaba cada vez que acaban una historia. Reproduzco una larga cita de Gonzalo Suárez hablando de Epílogo, mejor sus palabras que las mías: “Yo hago mía esa frase de Chesterton que aparece en la escena de Epílogo en la que Paco Rabal y Pepe Sacristán discuten bajo la lluvia: «La literatura es un lujo y la ficción una necesidad.» Necesitamos encontrar una alternativa a la realidad que nos lleve a descubrir la realidad desde la ficción. Pero no imitándola. Recrear la realidad es falsificarla, es el arte de los taxidermistas o eso de la flor de porcelana que nos gusta porque parece de verdad y la flor de verdad que nos gusta porque parece de porcelana.” Curiosa la referencia a las flores de porcelana que volverá a aparecer en La reina anónima. Las flores que no son flores, pero parecen flores: el cine que no es literatura pero parece literario.
         Pero si en Epílogo no hay contexto, nunca sabremos cuando pasa y tampoco donde pasa, y mucho menos porqué pasa, sí hay paisaje. El paisaje de la Playa de Lledías que ha sido escenario de algunos de los más hermosos planos de toda su filmografía. Y la casa, esa hermosa casa en la que Rocabruno bate a Ditirambo o a lo mejor es al revés. La casa donde Laína imagina vidas detrás de las ventanas y que es Ana, la dulce e imprescindible Ana, la que la llena de contenido a esas vidas. Asturias es un paisaje importante en su cine, pero aunque no forma parte de esta trilogía puesto que las dos reinas pasan en escenarios cerrados, platós y decorados, si es importante en este Epílogo que es, según como un prólogo.
         Y aprovecho esto para preguntarme precisamente eso, ¿es Epílogo un epílogo o un prólogo? Creo que las dos cosas. Para Gonzalo, Epílogo “es la suma de todas las luchas, las energías y dificultades anteriores y no solo de los seis años que he tardado en hacerla, sino de todos los años anteriores arrancando desde Ditirambo” y añade algo que justifica plenamente este Retorno al mundo personal: “Creo que Epílogo conecta con Ditirambo y lo demás forma un paréntesis, como si las otras películas hubieran quedado integradas por lo menos de una forma latente”. Para mí, Epílogo es un prólogo de una nueva etapa liberada de las ataduras de hierro o de latón, de palabra o de imagen. Sin Epílogo no habría podido hacer Remando al viento, sin Epílogo no existiría La reina anónima. Y sin Ditirambo no existiría casi nada. Si se puede hablar de una vuelta al mundo personal es gracias a Ditirambo: Ditirambo que estaba en un libro, luego en un corto, después en una película. Ditirambo que estaba en La Reina roja y que no está en La reina anónima (a no ser que la vecina sea Ditirambo, no se me había ocurrido hasta ahora). Ditirambo que está en Epílogo en el rostro de José Sacristán que era un extravagante Ditirambo bajo el nombre de Jacinto03 en Reina Zanahoria y que estará más adelante en El detective y la muerte. Todo está conectado. Pasado, presente, futuro. Incluso esa Malinche que acaba de presentar en el Museo del Prado, que enlaza con la reina zanahoria a través de los preciosos títulos de crédito donde vemos jugosas y muy lustrosas zanahorias incrustadas en medio de cuadros clásicos del arte o en la delirante escenografía de la casa de Úrsula Alejandra, decorada por Alberto Corazón con zanahorias convertidas en objetos de todo tipo. Una Malinche de la que ya hablaba en 1984 cuando presentaba Epílogo, pensando en hacer un cine que no fuera una película, en un ejercicio de anticipación casi digno de la bruja del Paralelo que tanto miedo le daba o del juego de la ouija que evoca en su último libro. Una Malinche que sueña, como la reina anónima, y que muy bien podría ser su cuarta reina. Una mujer que hace de la palabra su arma, ¿era verdad lo que traducía, o se lo inventaba para manipular a Cortes y a Moctezuma como quería, como hace en cierto modo Laína la amante/musa de Ditirambo y Rocabruno con rostro de Charo López?
No sé si he contado lo que quería Manuel que contara en todo caso, espero que se lo hayan pasado bien. Muchas gracias.
El Escorial, 4 de julio,2019






sábado, 6 de julio de 2019

DOS MUJERES



Mujer 1: Agnès Varda
En este blog he escrito dos veces sobre Agnès Varda, una el 28 de mayo de 2018, cuando se estrenó Caras y lugares y otra del 29 de marzo de 2019 con motivo de su muerte. Pero ahora vuelvo a ella porque se estrena su última película, esta vez sí, ya no habrá mas. Un retrato autopersonal (no creo que autobiográfico) que se titula Varda por Agnès. Digo que es un retrato hecho por si misma porque, como ya es habitual desde el año 2000, ella está presente en primera persona, pero en este caso como narradora. Sentada en el escenario de un teatro, frente a un público entregado, Agnès Varda, va desgranando su memoria no de una manera cronológica, pero si lógica, apoyada en fragmentos de su vida, de su cine, de sus amigos, de sus gatos, de su espacio y sus paisajes. Poco a poco se va desplegando un recorrido vital que abarca sesenta y cinco años divididos en dos siglos y en dos mundos: el analógico, que va de 1954, cuando una menuda y delgada jovencita de grandes ojos descubre el cine a través de la fotografía, hasta el año 1995 cuando el fracaso del documental (tratado con enorme sentido del humor) Las cien y una noches, la obliga a replantearse su trabajo; y la digital, que va del 2000 al 2018, cuando a los 72 años descubre las pequeñas cámaras digitales que le abren una nueva perspectiva de libertad con Los espigadores y la espigadora y acaba con este especialísimo documento. Varda por Agnès no es una master class, no es un documental biográfico, no es una lección de cine. Es todo eso y mucho mas. Es una charla con una amiga en la que se perfilan los tres conceptos que han regido su vida: inspiración, creación, compartir. La inspiración es la curiosidad que provoca en ella el deseo de hacer un film, una instalación, un libro. La creación es el rico proceso de búsqueda de cómo y con qué medios llevar a cabo ese trabajo. Compartir, es algo fundamental para una cineasta, para una artista que no trabaja para si misma, sino para mostrar ese trabajo. Varda ha compartido su trabajo con mucha gente a lo largo de su vida, algunos de ellos la acompañan en este film, desde su hija Rosalie Varda como productora hasta Sandrine Bonnaire, con la que recuerda Sin techo ni ley. Pero sobre todo, Agnès Varda ha compartido su inspiración y su creación con la gente normal, esa que se cruza con ella en Los espigadores y la espigadora o en Caras y lugares, gente que caminaba por París cuando filmaba Cleo de cinco a siete o que la acompañaba en Jaqcuot de Nantes. Varda por Agnès es una reflexión divertida, sorprendente, inteligente y necesaria que permitirá a los que no la conozcan enamorarse de ella y ayudará a los que la han seguido a despedirse de una mujer que ha llenado un espacio irrepetible en el mundo del cine. Este es sin duda el mejor regalo que nos podía dejar Agnès Varda,  directora, artista, mujer indispensable que moría a los 90 años el pasado 29 de marzo.


Mujer 2: Desiree Akhavan
Esta joven iraní nacida en Nueva York,a la que descubrimos con una serie (véase Rincón de las series) en Filmin, estrena su segunda película como directora La (des) educación de Cameron Post. Antes de seguir unos pocos datos sobre esta mujer de 35 años. Desiree Akhavan nació en 1984 de padres iraníes. Empezó a actuar cuando tenía 13 años, antes de estudiar cine y teatro en Nueva York y Londres. En el 2014 realizó su primera película, Una chica de Brooklyn, (se puede ver en Filmin) donde contaba las desventuras de una joven bisexual en una familia muy tradicional iraní interpretada por ella misma. La frescura y la naturalidad de este film hicieron que Lena Dunham la llamara para hacer el personaje de Chandra, una de las protagonistas de la cuarta temporada de la serie Girls. En la vida de esta polifacética mujer todo sucede simultáneamente. Mientras trabajaba en Girls, escribía con su fiel coguionista Cecilia Frugiuele la serie The Bisexual, que al final tuvo que rodar en Londres. Y mientras rodaba The Bisexual leía la novela de Emily Danforth La (des) educación de Cameron Post que decidió convertir en su segundo largometraje. La gran aportación de esta norteamericana iraní es la del humor. Akhavan trata los temas de la sexualidad y sus variantes (homosexualidad y bisexualidad en este caso) con un enorme sentido del humor, sin dramatismos, no sin dolor, (lo hay) pero sí sin tragedia. La historia de esta (des) educación sucede en 1993. Es importante el año, porque ahora mismo esta historia sería muy distinta. Cameron Post es una adolescente perfecta en su último año de instituto. Pero cuando la pillan en el asiento trasero de un coche con otra chica la noche del baile de fin de curso, su rigurosa y evangélica tía no duda en mandarla inmediatamente a un centro de terapia especializado en adolescentes “con problemas de atracción por el mismo sexo” donde, paradójicamente, Cameron encontrará su lugar en el mundo al encontrarse con gente como ella con las que establece complicidades y alianzas. Lo mejor del film de Akhavan es que no es ni moralista ni doctrinario, no se trata de dar lecciones, lo importante es mostrar con total naturalidad el proceso de aceptación de distintas sexualidades. Este es sin duda el principal atractivo de este film que como la serie The Bisexual y su primera película Una chica de Brooklyn, se acerca a una realidad cotidiana sin dramatismos y con gran ligereza.

EL RINCÓN DE LAS SERIES


The Bisexual
Era obligado recuperar esta semana la serie de Desiree Akhavan estrenada en Filmin hace unos meses. Desde su mismo título sabemos de qué va: The Bisexual es suficientemente explícito. Pero no debemos caer en la tentación de reducirla a un simple ejercicio de narcisismo sexual, que explora en profundidad el tema que ya trataba en Una chica de Brooklyn. Esta divertida serie de seis capítulos de media hora que, como Cameron Post, se mueve entre la comedia y el drama, es toda una declaración de principios de la directora que se declara bisexual y es consciente de que esta definición provoca cierta extrañeza e incomodidad. Historia de amor, de amistad y de relaciones profesionales, The Bisexual quiere contribuir a acabar con las etiquetas y la estigmatización de este tema. Cosa no tan sencilla como podría parecer y que obligó a la directora a realizarla en Londres porque en Estados Unidos, nadie se atrevía a hacerlo. El tema está bien para tratarlo en el cine, pero en una serie… es otra cosa. En Londres Desiree encontró el espacio para contar la historia de Leila (ella misma) y Sadie, dos mujeres que viven juntas desde hace diez años. Pero Leila no se siente preparada para convertir su relación en un matrimonio estable. Por eso decide tomarse un tiempo y se va a vivir con Gabe, un chico en la treintena, neurótico, escritor en potencia, que nunca ha convivido con una mujer. Leila empieza a meterse en la cama con hombres, defiende su bisexualidad frente a su ex y sus amigas lesbianas, y encuentra en Gabe a un impredecible aliado. Todo contado con humor, distancia, con una ligereza que se transmite de la historia a la cámara casi sin darnos cuenta. Pocas veces tenemos la oportunidad de ver toda la obra de un director(a) a la vez por eso vale la pena aprovechar la ocasión y descubrir a Desiree Akhavan en su integridad: Una chica de Brooklyn, 2014 (Filmin) , The Bisexual, 2018 (Filmin) La (des)educación de Cameron Post 2018 (cines).Y si alguien aun quiere mas, Girls temporada cuatro en HBO.