Esta semana reproduzco integra la conferencia que di en los Cursos de Verano de El Escorial en un curso dedicado a Gonzalo Suárez y dirigido por Manuel Hidalgo. Fue estupendo reencontrarse con Gonzalo y su mujer Hélène, los dos en plena forma y con un enorme sentido del humor. El texto es largo, como se supone que es una conferencia, pero habla de tres películas que no están entre lo mas conocido de Gonzalo. Bueno, una si, Epílogo, pero las otras dos no tanto: Reina Zanahoria y La reina anónima. De ahí el título:
DOS REINAS Y UNA PRINCESA
"¡Solo hay un camino, el que nadie, antes que
nosotros, ha recorrido, porque está hecho a la medida de nuestros sueños y al
alcance de nuestra espada!".
Antes de empezar tengo que agradecerle a Manuel
Hidalgo que me haya invitado a este curso. No solo por el placer de hablar de
Gonzalo Suárez, una personalidad original, imprevisible, irrepetible. Sino por
el tema que me asignó: Regreso al mundo
personal, Epílogo y las dos reinas.
El cine de Gonzalo Suárez me gusta y me interesa, pero esas tres películas, y
sobre todo las dos reinas, están entre mis favoritas. No sé si Manuel lo sabia
o fue casualidad, pero acertó de pleno al ofrecerme hablar de ellas y sobre
todo, defenderlas como piezas fundamentales dentro de una filmografía muy
amplia y compleja.
De todos
modos, el reto era grande porque ¿cómo se llena de contenido algo tan ambiguo
como el regreso al mundo personal? ¿No es personal todo lo que hace este
hombre? ¿Qué es exactamente un regreso? Empecé a darle vueltas al tema y lo
primero que hice fue revisar las películas. De las reinas me acordaba muy bien,
de Epílogo no tanto. Las tres me
volvieron a gustar mucho y quizás por distintas razones a las que me habían
gustado cuando las vi hace más de treinta años. Y descubrí muchas cosas.
Una de
las primeras cosas que me llamaron la atención tiene que ver con el tiempo y la
edad. Entre Reina Zanahoria de 1977 y
La reina anónima de 1992, pasan
quince años en los que Gonzalo transita de los 43 a los 58. Quince años
fundamentales en la vida de cualquier persona, los de la madurez, los de la
constatación de que el pasado está ahí, pisándote los talones y el futuro aun
es muy amplio y con una línea del horizonte muy lejana. “Mirar para atrás da
vértigo, ya se encarga el pasado de ponerse siempre delante para ver si
tropiezas y te alcanza”, ha dicho Gonzalo en alguna ocasión. En este arco de
tiempo, Epílogo se sitúa en el
centro, de los quince años y de su propia vida. Suárez tiene 50 años cuando dirige
este film que más que personal es autobiográfico.
Otra
cosa que me llamó la atención fue su autonomía respecto al resto de su cine y
la gran vinculación interna entre ellas. No es que en otras películas suyas no
haya imágenes absurdas o relatos inverosímiles y fantásticos, es que en estas
tres hay un equilibrio entre lo lógico y lo ilógico, lo cotidiano y lo
fantástico, lo escrito y lo filmado, lo imaginado y lo representado, que traza
un hilo invisible entre ellas. Un equilibrio entre la narración más sencilla y
la transgresión de esa narración que no está en Aoom, o El extraño caso del
Dr. Fausto, dos títulos más experimentales y abstractos, ni desde luego en
sus films más ortodoxos narrativamente. Además, las tres tienen en la palabra
un elemento indispensable, estructural, no instrumental. Las tres utilizan el
relato contado para mostrarlo a su vez representado sin que uno sea igual al
otro. Y las tres juegan con el juego de lo que es y lo que no es.
Dos de
ellas, las dos reinas, además tienen un enorme sentido del humor y del
espectáculo. La otra, Epílogo, no es
que rehúya el humor, o mejor, la ironía, pero busca mas la belleza que el
espectáculo. La belleza siempre es sospechosa, ha dicho Gonzalo y su Epílogo es muy bello: Charo López es
bella, la casa es bella, el paisaje es bello. Todo es armonioso en este film
extraño que fue su primer éxito internacional y uno de sus primeros éxitos de
público. Algo que no deja de ser curioso
si pensamos que Epílogo no es
precisamente una película fácil ni complaciente.
Y aquí
entra una tercera observación que he descubierto ahora, a posteriori. Dos de
estas tres películas, las dos reinas, son sistemáticamente olvidadas en
entrevistas, estudios, análisis y programas sobre Gonzalo Suárez. Epílogo menos, es difícil soslayar una
película tan determinante en su vida y en su filmografía, pero las otras dos es
como si no existieran. Más adelante hablaré de lo mal recibidas que fueron en
su momento tanto una como otra y de cómo creo que ambas, pero sobre todo La reina anónima, se adelantaban a su
tiempo y se saltaban las reglas establecidas en un cine académico y muy
conservador.
Dicho
esto, hay una última constatación que he extraído de revisar entrevistas y
textos del propio Gonzalo, una idea que de repente me ha hecho entender lo de regreso al mundo personal: muchas de
las cosas que ha dicho en distintas épocas y lugares, parecen anunciar,
explicar, justificar o iluminar el relato fantástico de las dos reinas y la
princesa de su Epílogo. Sin
olvidarnos de Hamlet, claro. Cervantes
y Shakespeare están muy presentes en todo el cine y en toda la literatura de
Gonzalo Suárez. De ellos toma el gusto por la mezcla de géneros y de tiempos,
la realidad inventada, los mundos paralelos. Pero sobre todo es Hamlet el texto que le obsesiona. “Con Hamlet se da la paradoja de que siempre
se habla de su duda, pero en el trance de vengar el asesinato de su padre, que
es su verdadero drama, yo no creo que predomine la duda. Decir eso de él es
reducirle demasiado. Por otro lado, un hombre que no duda en dudar, ya no duda
tanto, al menos sabe algo: que duda.” En Reina
Zanahoria se introduce un Hamlet
insólito narrado desde una radio como un partido de fútbol con la voz de José
María García. Este es uno de los mejores momentos del film, de los más
extraordinarios y sorprendentes. En Epílogo,
Hamlet está en el mismo corazón de la
narración partiendo de uno de los relatos de Gorila en Hollywood, “El
auténtico caso del joven Hamlet”. Hamlet, que de alguna manera hace que
este retorno al mundo personal enlace con el presente más actual, el de su
último libro La musa intrusa, nueva
relectura de la tragedia del príncipe de Dinamarca.
En este punto se supone que debería empezar hablando
de la primera película que me ha sido asignada, Reina Zanahoria, pero cuando se habla de Gonzalo Suárez nunca se
debe creer que estamos en el terreno de lo normal, por eso voy a empezar por la
última reina, la anónima. Tan anónima que casi no hay referencias a ella en las
entrevistas, homenajes, artículos y recopilaciones que se hacen de su cine con
él y sin él. Es como si nunca hubiera existido, olvidada por todos. Y sin
embargo, a mi me parece que es una película fundamental en su filmografía, y
mucho más representativa de esa vuelta a los orígenes que tradicionalmente se
otorga a Epílogo.
Unas
palabras de Julio Cortazar reproducidas en múltiples fuentes me
sirven para empezar esta reflexión: "Para alguien que aprecie los juegos
sigilosos de una inteligencia irónica, y la marginalidad deliberada allí donde
la gran mayoría trabaja a full time, la obra resbaladiza y casi inasible de
Suárez dibuja en el panorama español contemporáneo algo análogo a lo que pudo
dibujar en Francia la obra de Boris Vian Cuando se los espera en una pantalla de cine o en un escenario, desaparecen
bruscamente para mostrarse detrás de las tapas de un libro o de un solo de
trompeta; quienes les habían dado cita en una mesa redonda, comprobarán
consternados el hueco de su ausencia a la misma hora en que una ama de casa
estupefacta descubrirá que un huésped de amable sonrisa ocupa una silla a la
que nadie lo había invitado. De alguna manera cuyo secreto sólo él conoce,
Gonzalo Suárez transita desde hace años por los registros más variados de la
vida intelectual española, pero esa actitud tránsfuga y casi de fantasma, inquieta e incluso enoja a los críticos amantes del orden, los géneros y las
etiquetas.”
Cortazar continúa su descripción de
Gonzalo Suárez con una frase que, con permiso del autor, me atrevo a compartir.
Cortazar se pregunta "¿Escritor que hace cine, cineasta que regresa a la
Literatura? De cuando en cuando hay mariposas que se niegan a dejarse clavar en
el cartón de las bibliografías y los catálogos, de cuando en cuando, también,
hay lectores o espectadores que siguen prefiriendo las mariposas vivas a las
que duermen su triste sueño en las cajas de cristal".
Creo que Suárez no es un escritor que
hace cine ni un director que escribe, es otra cosa, quizás esa mariposa de la
que habla Cortazar que cambia y se adapta en cada proyecto y así escribe y filma
con palabras y con imágenes. Y en ambos territorios, rompe los esquemas y los
límites del tiempo y del espacio. Para él “la auténtica realidad virtual son los libros, la
lectura, la verdad que vemos con imágenes y nos condiciona la imaginación. La
realidad que tú creas es extraordinaria.”
Decía al principio de este texto que
muchas de las cosas que Gonzalo Suárez ha dicho o escrito a lo largo de los
años iluminan, anuncian o justifican los mundos fantásticos e inverosímiles de
estas tres películas que forman una especie de burbuja atemporal en su cine.
Las tres, pero sobre todo en La reina
anónima donde es evidente que, según sus palabras, “No tengo una sensación
del tiempo como continuo, sino como una sucesión de instantes. No hay un antes
y un después, sino que todo pasa en el mismo momento.” El tiempo no existe, o
mejor dicho se dilata en este film atípico donde se materializa otra de sus
frases: “La verdadera aventura consiste en ver lo normal como algo extraordinario.
Porque si nos fijamos bien, todo es extraordinario. Me causa vértigo comprobar
la naturalidad con que aceptamos que estamos vivos y algún día moriremos.
Fíjese qué maravilla: descubrimos agujeros negros en distancias siderales pero
continuamos tomándonos un vino en la barra de un bar como si no pasara nada.” ¿Hay
mejor definición de lo que le sucede a Ana Luz en esas 24 horas extraordinarias
que vive sin salir nunca de su casa?
Su reina anónima se salta todas las
fronteras que podamos imaginar. Recuerdo que en el rodaje de la película,
Suárez me confesó en una entrevista: “Creo que La reina anónima es una película de las que, cuando aprenda a hacer
cine, tendré que repetir. Y ya no podré. Porque me temo que es una de esas
cosas que pasan una vez en la vida. Es una película espontánea desde la
escritura del guión. Surgió de repente y sin la pretensión "a priori"
de decir algo. Sólo el hecho de hacerla ya me parece positivo. Creo que porque
tiene vida. Y en un momento en que el cine español está tan triste, es
saludable tenerla. Yo pienso que, si la alegría es posible, es un deber, y que
el pecado capital del cine y de la vida es el aburrimiento. Y un error
catastrófico que hemos cometido durante mucho tiempo es hacer un cine que vende
problemas, en vez de sueños.”
Gonzalo me decía en otro momento: “Creo
que hay muchas reinas anónimas, muchos héroes anónimos que son mucho más
atractivos que los que nos encontramos en las películas y en los libros; sobre
todo, en el libro de la Historia. De pronto te das cuenta de que alguien, por
normal que parezca, está viviendo la misma intensa aventura que los héroes al
uso. Toda persona, hombre o mujer, es un héroe, un rey o una reina. Sólo hace
falta que lo descubra. Que descubra que puede gobernar su vida. Y eso está en
la película.” La historia de Ana Luz era para el director “También la historia
de esa vecina de abajo que todos tenemos. La vecina es lo que nosotros somos, o
lo que somos y no sabemos, o lo que nos gustaría ser. Cada uno tenemos la
vecina que nos merecemos. Y Ana Luz tiene la que se merece.”
Detengámonos un momento en describir
quién es quién en este vodevil fantástico de puertas que se cierran, asesinatos
inverosímiles, pajaritas gigantes en un tejado lleno de pingüinos y sueños,
muchos sueños.
Ana Luz es una niña que recita poetas
franceses en blanco y negro a la que su profesora le augura un gran futuro.
Pero ese futuro no ha llegado aun cuando Ana Luz, convertida en una
convencional ama de casa haya reducido a los poetas franceses al nombre de su
perro, Villon. Ana Luz es Carmen Maura, una elección estupenda ya que la Maura
es quizás la única actriz de su generación capaz de combinar lo normal y lo
extraordinario sin caer nunca en el estereotipo. Sus personajes femeninos con Almodóvar,
en especial la Pepa de Mujeres al borde
de un ataque de nervios, corrían el peligro de estancarse en un modelo del
que Ana Luz vino a rescatarla. No es extraño que Carmen me contara en el rodaje
“Cuando le llamé para confirmarle que lo haría, le dije una cosa que le hizo
mucha gracia: ‘Mira, si este guión me lo envía un desconocido de 17 años de
Cuenca, yo lo hago’. Es más, continuaba Carmen, “en el primer momento sentí que
no fuera un desconocido de 17 años de Cuenca, porque por este guión yo habría
buscado el dinero.”
Pero Ana Luz, reina durmiente y anónima
no existiría sin la vecina, La Desconocida, esa mujer misteriosa, fascinante,
elegante, que habla con voz susurrante y le propone vivir otras vidas, irse a
Toronto y volar. La Desconocida siempre va vestida con un ceñido vestido
granate, diseño, como todos los de la película de Ivonne Blake. Esa es su seña
de identidad y quien mejor que Marisa Paredes, una mujer que responde a los
adjetivos de misteriosa, fascinante y elegante podría interpretar a este
personaje único que cada vez que entra en escena llena la pantalla de una
extraña electricidad. Marisa no tenía muy claro quién era esa desconocida de la
que no sabemos nada, aparte que se quiere ir a Toronto: es el espíritu del
autor, aunque quizás sea el destino o la muerte. Lo que de verdad representa la
Desconocida es el impulso de la libertad frente a la cotidianidad de Ana Luz.
Pero es curioso, haciendo buena la frase que he usado antes de que lo normal
puede ser lo extraordinario, es decir Ana Luz, también lo extraordinario puede
acabar siendo lo normal, la vecina. Para Gonzalo estaba muy claro cuál era la
función de la vecina: “La Desconocida es un ser rutilante a quien no puedes
negar la entrada en tu casa, aunque luego te arrepientas. Es una especie de
espíritu burlón” La vecina surge de la nada y se queda en la casa el tiempo
suficiente para que todo se agite y empiecen a suceder cosas divertidas.
La
reina anónima nace de otra reina, La
Reina roja, novela publicada once años antes, en el tiempo intermedio entre
Reina Zanahoria y Epílogo. En esta novela ya hay una
vecina de abajo misteriosa y absurda, una serie de personajes extraordinarios y
disparatados y algunos asesinatos inexplicables. Aunque también podemos
encontrar en este film ecos del cuento Los
de abajo, publicado en Gorila en
Hollywood, auténtico libro/manantial de historias para su cine. Y desde
luego en la publicidad a la que dedicó muchas horas en el entretiempo que hubo
entre Reina zanahoria y Epílogo. Pero si estos son sus antecedentes
literario y formal, en realidad se puede decir que La reina anónima viene de Epílogo,
aunque entre medio haya habido otras películas. En Epílogo, como luego veremos en este ir hacia atrás desde delante,
se cuenta como las historias están siempre detrás de una puerta. Y es detrás de
una puerta donde Ana Luz se encuentra con La Desconocida, es decir con Lo
Desconocido que introduce en su vida la aventura. Suárez utiliza una metáfora
futbolística, “buscar el espacio vacío donde no está el balón”, para explicar
lo que le pasa a esta mujer que vive en ese momento donde el balón (su vida) no
está. También dice otra cosa muy interesante para entender todo su cine, pero
sobre todo La reina anónima. “La
verdad es que no se me ocurren cosas, me ocurren cosas”. Y en esa delirante
historia las cosas se le ocurren a Ana Luz porque le ocurren. Ana es un agujero
negro que absorbe a Luz en un universo paralelo lleno de eso que tanto le gusta
al autor: los de repentes. De repente suena el timbre, de repente la casa se
llena de gente extravagante, de repente hay un muerto, o dos. De repente todo
cambia y pasa del cromatismo en blancos y negros al color rojo. De repente Ana
se convierte en Luz y despierta como la bella durmiente con un beso de la Desconocida
que la invita a vivir otra vida.
Porque La reina anónima es un cuento donde hay una princesa dormida, Ana
Luz, y una desconocida que la despertará con un beso para que recupere no solo
la libertad, sino la iniciativa. Cuando Ana se quita el vestido azul y se pone
el vestido rojo, toma las riendas de su vida, de su sueño, de sus deseos. No
hace falta irse a Toronto. “Nadie es tan tonto para ir a Toronto” dice Ana Luz
o lo que es lo mismo, hay que buscar la aventura en casa que es donde de verdad
puede estar. Todo es cuestión de saber mirar. Irse no siempre es la solución, a
veces ni siquiera es la posible solución. Quedarse y encontrar en la propia
casa las cosas más insólitas que nos devuelven las ganas de vivir, es más
difícil, pero también resulta más apasionante.
Para Gonzalo Suárez la pesadilla es la
de la vida cotidiana plagada de seres inmundos, como el marido de la amiga, impagable
Gran Wyoming y seres cobardes, como el propio marido sin nombre que interpreta
Juanjo Puigcorbé, una vida en el blanco y negro del dominó, un juego lleno de
reglas que solo valen para romperlas. Lo otro no es una pesadilla, es un sueño
liberador que desemboca en la seguridad de que ella, como le pronosticó su
maestra cuando era niña, tiene poder sobre los planetas.
La enorme modernidad de La reina anónima radica en su romper las
convenciones. Las narrativas con un humor súrreal que entronca la película en
la tradición de Jardiel Poncela o de Mihura, pero también con el Luis Buñuel de
El fantasma de la libertad. Las del
guión, al encerrar en un único decorado a su personaje sol , Ana Luz y hacer
que giren en torno a ella los personajes planeta, desde la maravillosa Venus
granate que es Marisa Paredes, la vecina Desconocida y tentadora, hasta el
insignificante Plutón que es el marido. Las de puesta en escena escapando de la
planificación teatral y radiofónica, haciendo que las palabras sean la espoleta
de la acción sin perder nunca el punto de vista de la cámara. Y por último, las
convenciones de lo cotidiano, reivindicando la libertad y la imaginación frente
a la rutina y el aburrimiento acomodaticio.
Como todo lo que intenta ser dicho y
hecho por primera vez (como le sucede a la protagonista) esta película insólita
y divertida consigue enganchar a quien se reconoce en ella y deja fuera a quien
busca la identificación fácil. Depende de lo que uno se sienta al verla. Ana
Luz, vecina o simplemente marido.
En la crítica de la época hubo, por
desgracia, muchos más maridos que vecinas y la mayoría de los textos la
acusaron de pedante, prepotente, tropiezo en su carrera. Sirva como ejemplo de
critica/marido algunos párrafos de la que se publicó en Dirigido por 206, en octubre del 1992: “No siempre la pedantería es
infausta dentro del cine, pues en ocasiones genera un exhibicionismo que puede resultar
gratificante cuando se abre a un universo cultural rico y desbordante; pero
cuando ese arsenal se emplea en proyectos de bajo nivel, el resultado es
semejante al de matar hormigas a cañonazos. Y en parte eso es lo que ocurre con
La reina anónima”.
En contrapunto podíamos poner algunas
frases de la crítica de José Luis Guarner en La Vanguardia que sin ser critica/marido, no llega a ser
critica/vecina: “Suárez nos invita, simplemente, a un juego de inteligencia y
fantasía. El problema reside en que es un juego arduo en exceso, una apuesta tan
difícil para él de sostener, como para el espectador de seguir. El resultado
aparece incierto, demasiado ligero para un drama, demasiado sombrío para una
comedia, demasiado calculado para ser espontáneo. La reina anónima es un experimento brillante, pero limitado con
todos los inconvenientes de los artefactos experimentales”.
Debería decir que tengo con este film
inesperado y fuera de lugar en el cine español, una relación muy especial.
Estuve varios días en el rodaje, compartí disparate con ellos y me reí mucho
mientras la hacían. Escribí varias piezas en Fotogramas y en El Observador.
No sé si llegué a ser critica/vecina o no, pero en todo caso jugué con ellos para
intentar llegar a ser critica/ana luz.
Reina
Zanahoria
Al
empezar a trabajar en este texto me preguntaba cómo iba a llenar de contenido
ese enunciado de Regreso al mundo
personal. Pues bien, en la crítica que acabo de citar de José Luis Guarner
en La Vanguardia, me encontré con
unas palabras que de alguna manera contestan mi pregunta: “Sin embargo, de vez en cuando, Suárez ha
intentado revisitar de una manera más ligera e informal, más cómica en una
palabra, ese mundo de los primeros escritos. Lo hizo en 1977 con Reina zanahoria, sin resultados muy estimulantes
a lo que la memoria del cronista alcanza (pero sin una revisión de esta
película no procede pronunciarse aquí sobre el tema).Y lo hace ahora -de reina
a reina- en La reina anónima, donde
pueden reconocerse muchos elementos y el humor esquinado de De cuerpo presente.”
Es verdad, hay en estas dos reinas
mucho de su literatura, de su humor, de su visión nada ortodoxa del mundo. Y
como este texto tampoco es demasiado ortodoxo ni académico, en lugar de hablar
de Epílogo para respetar la línea
narrativa, salto quince años atrás para revisar esa Reina Zanahoria que con tanta honradez Guarner afirmaba no querer
juzgar sin haberla visto nuevamente.
Reina
Zanahoria es un film que Suárez rueda en 1977 cuando viene de hacer Parranda, una película muy dura en muchos sentidos, que además fue
un sonado fracaso de público. Para compensar los golpes de esa parranda etílica,
tiene ganas de hacer una comedia. “Después de tanto drama y cuchillada, sentí
una necesidad de desintoxicarme por un lado y de ensayar una nueva vía de
comunicación con los espectadores. Pensé que tenía que hacer reír. Lo curioso
es que lo conseguí, porque el público que iba se reía, el problema era que no
iban.” Está claro que sus comedias nunca son lo que se supone que deben ser y
nunca responden a las expectativas del público de su tiempo.
Reina Zanahoria es un crisol de géneros:
comedia, espías, humor hiperrealismo, nunca naturalismo. Todo ello envuelto en
un ambiente de inocencia perdida. Era un riesgo, si, pero menos riesgo en el
año 1977 que ahora mismo. Es probable que el espectador mismo fuera más
inocente que ahora, sobre todo el espectador que fue capaz de introducirse sin
reservas en el juego, no así el que la mirara de una manera objetiva, desde
fuera, buscando lógica narrativa o de cualquier otra clase, como hizo la mayor
parte de la crítica de la época que no supo entender el reto y en palabras del
director “recibió más de un guisante en las partes sensibles de su mente”. Para
muestra un fragmento de la crítica/marido que he citado hablando de La reina anónima: “Como ya ocurriera en el pastiche que fue Reina zanahoria Suárez se ofrece negado
para cualquier sutileza y así el absurdo se transforma en banal insensatez y la
fantasía en absoluta ausencia de
imaginación creadora.” Muchos guisantes en su cabeza.
En este
film estático, de planos frontales, y secuencias aparentemente autónomas como
pequeños sketches que acaban conformando un relato único, la palabra es muy
importante. ¿Cine literario? Quizás, pero yo creo que no. Porque las palabras
que Fernán Gómez nunca termina de decir y que un voluntarioso Josep María Pou
completa como puede, casi siempre mal, son más un ruido que un significado. Eso
suponiendo que los ruidos no tengan significado. Vuelvo a recurrir a sus
palabras para justificar las mías: “la palabra también creo que es un ruido
cadencioso que forma parte de esa sensación sensual total, como la música.”
Todo
este film inesperado se puede explicar con otra de sus frases: “Tecleando
palabras tratas de contar mientras cuentas, cuando, en realidad, mientras
cuentas lo que ha ocurrido está ya pasando otra cosa que no es la que cuentas.
Está pasando que cuentas lo que estás contando”. Se entiende, bueno más o
menos. Por ejemplo, Fernán Gómez le explica al pobre Jacinto como se va a
llevar a cabo el rapto de la reina zanahoria cuando llegue a Madrid en una
representación del futuro que es presente. Pero cuando se tenga que producir el
rapto, las cosas saldrán de una manera muy diferente, porque el futuro siempre
es distinto de lo que imaginamos en el presente.
Basado
en el cuento Plan Jac cero tres del
libro Trece veces trece, en esta Reina zanahoria confluyen tres
historias: la del pobre Jacinto que se encarna en José Sacristán; la de la
imponente reina, Úrsula Alejandra Nicholson, interpretada por Marilina Ros, una
actriz argentina de paso fugaz por el cine español y la del poco afortunado J.J.
al que Fernán Gómez llena de esa dignidad ofendida común a tantos de sus
personajes, aquí empeñado en usar a Jacinto para conseguir de la reina la
exclusiva de la publicidad de las zanahorias en España.
Reina Zanahoria no es una de sus
películas de hierro, más bien de hojalata, escribía otro crítico. Es cierto que
no es un film redondo, que tiene agujeros naranjas más que negros y que resulta
a veces incomprensible. Pero merecía ser recibida con ilusión, como una
bocanada de aire fresco en el acartonado cine español de la transición. Vista
en perspectiva y desde la distancia de más de cuarenta años, Reina Zanahoria parece un ejercicio un
poco ingenuo, con ideas brillantes que van más allá de la película: el hombre
arroz con leche, por ejemplo. No te gusta el arroz, no te gusta la leche, pero
te gusta el arroz con leche, es decir Sacristán con su cara de acelga de
vendedor de enciclopedias, una profesión que parece de la edad de piedra en
estos tiempos de realidad virtual. O ese nada velado aviso de navegantes sobre
la globalización y la invasión de las multinacionales, aun poco presentes en el
lejano 1977 en un país ya abocado a caer en sus garras a precio de saldo, o la profecía,
un tanto arriesgada cuando nos enfrentábamos a las primeras elecciones
democráticas, de acabar en manos del Presidente de los Inútiles Reunidos como a
veces parece que sucede en la política contemporánea.
Epílogo
“Epílogo
es una película de escritores; vemos cómo escriben, qué escriben y lo peligroso
que resulta la ficción, algo que yo conozco muy bien. Este film era un proyecto
largamente perseguido y quisiera que fuese —a pesar de su título— el prólogo
del cine que realmente deseo hacer. Un cine que inicié en los años sesenta,
pero entonces no tenía la experiencia ni los medios necesarios, aunque yo
procuraba aportar zonas donde la imaginación desborda los cauces naturalistas.
Ya en mis libros quise siempre romper con el naturalismo y no ver las cosas de
una forma unívoca, sino mezclar géneros, porque también la vida es una mezcla”.
Epílogo se sitúa en la mitad de casi todo.
Suárez acaba de cumplir 50 años, es su película numero 11 (de las veinte que ha
hecho), cuando se enfrenta a ella lleva ya 18 años dirigiendo cine y muchos más
escribiendo novelas y relatos. Es el momento de detenerse y reflexionar,
pararse a repensar por donde quiere ir, pero sin mirar atrás. “Yo lo que creo es que esto que llamamos
tiempo no es como pensamos, y que igual que recordamos y viajamos hacia atrás,
hay gente que puede viajar hacia delante sin saber muy bien cómo lo percibe ni
cómo lo encarna. Los científicos afirman que la mayor parte de la realidad no
la vemos, y que esto no es una mesa sino una expresión de la materia. Yo
prefiero seguir pensando que es una mesa para poder apoyar en ella un vaso de
vino. Con eso me basta.”
Una mesa y un vaso de vino es lo que
tienen en las manos sus cuatro protagonistas en este film literario que nace de
tres historias de Gorila en Hollywood, Ombrages, El auténtico caso del joven
Hamlet y Combate, tres
cuentos perfectamente integrados en el relato más amplio de la relación entre
los protagonistas, que podrían ser un extraño padre y un desconocido hijo como
en Ombrages, o un hijo vengativo por el asesinato de un padre, Hamlet,
o dos boxeadores exhaustos en un combate sin futuro parecidos a los de Combate.
Pero esos cuentos imaginados dan paso poco a poco al auténtico centro de la
narración: la pelea a muerte de dos gorilas en una casa en las playas de
Asturias, Rocabruno y Ditirambo.
Recordando Epílogo Suárez decía
“Por eso, un poco harto de un cine convertido en máquina de retratar
solapadamente literatura, me empeciné en hacer una película que asumiera, de
una vez por todas y con obvia desfachatez, su carácter literario para así, ¡oh
paradoja!, mejor liberar y potenciar la pulsión emocional de la imagen en
movimiento.” Liberarla, nunca mejor dicho. Porque su película más
autobiográfica, “Antes era Ditirambo, pero ahora soy Rocabruno”, es sin ninguna
duda el mejor ejemplo que se puede utilizar de cine hecho de imágenes
literarias. “Pintamos ventanas falsas, ventanas que no dan a ningún sitio” dice
Rocabruno a sus dos compañeros, Ditirambo y Laína, la mujer/musa. Ventanas
detrás de las que se esconde la historia, las historias, el relato. Porque
siempre hay una historia detrás de una puerta, una historia que primero oímos,
como en la reina zanahoria y luego vemos. El interludio de comedia absurda de
la historia del padre, el hijo y el perro; la historia con look de culebrón
televisivo que recrea a Hamlet en una casa moderna sacada directamente de Dallas; la historia que
recrea un combate de boxeo épico en la orilla del mar, un combate que
imaginamos en blanco y negro aunque lo veamos en color. Mezcla, Paradojas. Este
film extraño está lleno de paradojas y de amor. Y literatura: Epílogo, dice Suárez, no
es exactamente una película literaria, sino una película en la que la
literatura está presente.
Epílogo
pone en escena varias realidades colaterales, universos paralelos, donde nos
introduce ya desde su inicio en las calles de la ciudad, cuando sin cortar el
plano, la cámara se acerca a un escaparate donde hay un televisor encendido y
se mete en él adentrándose en otro mundo en ese pasillo de hotel que lleva a
una puerta. No puedo dejar de relacionar este plano con el del principio de Terciopelo
azul que David Lynch filmaría dos años más tarde. Igual que Epílogo,
la cámara recorre la cotidianidad más banal para acabar entrenado en lo
fantástico a través de un agujero en la tierra que representa lo mismo que la
puerta del pasillo de hotel. La puerta donde está la historia, o mejor dicho
las historias que podemos imaginar cambian cada vez que la chica llama a la
puerta, para que Charo López se la vuelva a contar a una inocente estudiante
(¿o nos la cuenta a nosotros los espectadores?) desplegándose como un abanico
en otras historias en la historia, porque la historia nunca es una, sino muchas.
Epílogo es una película hermosa, casi tanto como Charo López, la musa amada por Ditirambo y
Rocabruno, la musa que no sabe nunca si son dos o es uno. Charo como Laína,
llena la pantalla con su luz y su amor dividido entre esos dos hombres que son
uno solo. Suárez, como recordé al principio, sabe que la belleza está penalizada, porque lo bello
es sospechoso. Y ella ha sido castigada a la soledad porque es bella y
sospechosa. En cambio Ana, la inocente Ana, nunca será sospechosa porque Ana
vive en el más rabioso presente. Ni tiene pasado, el de los tres protagonistas,
ni tiene futuro. Ana se quedará para siempre en el presente de esa casa
magnífica donde las ventanas y las puertas están llenas de historias. Me gusta
mucho el personaje de Ana interpretado por Sara Toral, una actriz que debutaba
en el cine en esta película. Ana siempre está en la historia, ya sea en el
relato de Laína a la estudiante en la habitación del hotel; ya sea como
personaje en los cuentos que inventan los escritores. Ella lo mira todo con enormes
ojos asombrados. No participa, no actúa, pero si siente, se emociona, vive, Ana
es la única que llora. Para mí, Ana es uno de los mejores personajes femeninos
del cine de Gonzalo Suárez. Uno de los más inesperados y, de esto no estoy
segura, casi único en su cine.
Acabo de dedicarle un espacio a las dos
mujeres de Epílogo: la princesa/musa/
amante/ narradora que hace Charo López y la inocente/observadora/ objeto del
relato y del sentimiento que interpreta Sara Toral. Creo que es momento de
dedicarle, aunque sea unas pocas líneas a los dos escritores que son uno. No
voy a entrar aquí en explicaciones de quienes son Rocabruno y Ditirambo, pero sí
de quienes les dan cuerpo y rostro y voz en este film importante. Rocabruno es
Paco Rabal, el rostro y la voz del escritor cansado, el que sabe que ya no hay
historias por contar. Rabal hace de Rocabruno un personaje impredecible, que
lucha con su sombra y quiere que Ditirambo le deje en paz. Ditirambo, que en
otras encarnaciones fue el propio Suárez, es aquí José Sacristán, un Sacristán
siempre enfadado, gritón, inseguro. Él sabe que necesita a Rocabruno para ser
Ditirambo, pero Rocabruno sabe que ya no necesita a Ditirambo porque
simplemente no quiere ser. Rabal y Sacristán habían coincidido antes en alguna película,
pero en ninguna llegan a la altura del poderoso enfrentamiento bajo la lluvia
que es el clímax de esta historia de historias.
Epílogo
es una película sin contexto. Gonzalo odia la palabra contexto y aun más el
significado del concepto contexto. No hay contexto, hay universos que se mueven
al mismo tiempo en territorios distintos. Por eso estamos dentro de un
televisor, por eso vivimos en la casa de Hamlet. Por eso Ditirambo y Rocabruno
nunca podrán volver a encontrarse. “El mundo se acaba cada cuarto de hora” dice
Suárez en una entrevista. En Epílogo
se acaba cada vez que acaban una historia. Reproduzco una larga cita de Gonzalo
Suárez hablando de Epílogo, mejor sus
palabras que las mías: “Yo hago mía esa frase de Chesterton que aparece en la escena
de Epílogo en la que Paco Rabal y Pepe Sacristán discuten bajo la
lluvia: «La literatura es un lujo y la ficción una necesidad.» Necesitamos
encontrar una alternativa a la realidad que nos lleve a descubrir la realidad
desde la ficción. Pero no imitándola. Recrear la realidad es falsificarla, es
el arte de los taxidermistas o eso de la flor de porcelana que nos gusta porque
parece de verdad y la flor de verdad que nos gusta porque parece de porcelana.”
Curiosa la referencia a las flores de porcelana que volverá a aparecer en La reina anónima. Las flores que no son
flores, pero parecen flores: el cine que no es literatura pero parece
literario.
Pero si en Epílogo no hay contexto, nunca sabremos cuando pasa y tampoco donde
pasa, y mucho menos porqué pasa, sí hay paisaje. El paisaje de la Playa de
Lledías que ha sido escenario de algunos de los más hermosos planos de toda su filmografía.
Y la casa, esa hermosa casa en la que Rocabruno bate a Ditirambo o a lo mejor
es al revés. La casa donde Laína imagina vidas detrás de las ventanas y que es
Ana, la dulce e imprescindible Ana, la que la llena de contenido a esas vidas.
Asturias es un paisaje importante en su cine, pero aunque no forma parte de
esta trilogía puesto que las dos reinas pasan en escenarios cerrados, platós y
decorados, si es importante en este Epílogo
que es, según como un prólogo.
Y aprovecho esto para preguntarme
precisamente eso, ¿es Epílogo un epílogo
o un prólogo? Creo que las dos cosas. Para Gonzalo, Epílogo “es la suma de todas las luchas, las energías y
dificultades anteriores y no solo de los seis años que he tardado en hacerla,
sino de todos los años anteriores arrancando desde Ditirambo” y añade algo que
justifica plenamente este Retorno al
mundo personal: “Creo que Epílogo
conecta con Ditirambo y lo demás
forma un paréntesis, como si las otras películas hubieran quedado integradas
por lo menos de una forma latente”. Para mí, Epílogo es un prólogo de una nueva etapa liberada de las ataduras
de hierro o de latón, de palabra o de imagen. Sin Epílogo no habría podido hacer Remando
al viento, sin Epílogo no
existiría La reina anónima. Y sin
Ditirambo no existiría casi nada. Si se puede hablar de una vuelta al mundo
personal es gracias a Ditirambo: Ditirambo que estaba en un libro, luego en un
corto, después en una película. Ditirambo que estaba en La Reina roja y que no está en La
reina anónima (a no ser que la vecina sea Ditirambo, no se me había
ocurrido hasta ahora). Ditirambo que está en Epílogo en el rostro de José Sacristán que era un extravagante
Ditirambo bajo el nombre de Jacinto03 en Reina
Zanahoria y que estará más adelante en El
detective y la muerte. Todo está conectado. Pasado, presente, futuro.
Incluso esa Malinche que acaba de presentar en el Museo del Prado, que enlaza con la
reina zanahoria a través de los preciosos títulos de crédito donde vemos jugosas
y muy lustrosas zanahorias incrustadas en medio de cuadros clásicos del arte o
en la delirante escenografía de la casa de Úrsula Alejandra, decorada por
Alberto Corazón con zanahorias convertidas en objetos de todo tipo. Una
Malinche de la que ya hablaba en 1984 cuando presentaba Epílogo, pensando en hacer un cine que no fuera una película, en un
ejercicio de anticipación casi digno de la bruja del Paralelo que tanto miedo
le daba o del juego de la ouija que evoca en su último libro. Una Malinche que
sueña, como la reina anónima, y que muy bien podría ser su cuarta reina. Una
mujer que hace de la palabra su arma, ¿era verdad lo que traducía, o se lo
inventaba para manipular a Cortes y a Moctezuma como quería, como hace en
cierto modo Laína la amante/musa de Ditirambo y Rocabruno con rostro de Charo
López?
No sé si he contado lo que quería Manuel que contara
en todo caso, espero que se lo hayan pasado bien. Muchas gracias.
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