jueves, 23 de febrero de 2023

HACE UN AÑO


 

Hace un año escribía en la entrada del 26 de febrero: “Esta semana ha empezado la guerra. Si será mundial y catastrófica para la humanidad o si se quedará circunscrita a la pobre Ucrania, lo sabremos dentro de poco. Pero pase lo que pase, el mundo ya no será igual.” Un año después, hoy 24 de febrero del 2023, el mundo ya no es igual, es más peligroso, inestable, desigual. La guerra, de momento, no ha saltado fronteras, pero sus consecuencias las sentimos todos y el riesgo sigue estando ahí. Mas después del delirante discurso de Putin en un escenario digno de un Hitler cutre y pobretón. ¡Ni Leni Riefenstahl habría podido sacar nada de esa puesta en escena grandilocuente y vacua! No sé si nos hemos acostumbrado a la guerra, pero lo cierto es que, como me contaba mi madre cuando recordaba el Madrid de1936-1937, la vida sigue adelante. Y el cine está ahí para ayudarnos un poco. Sobre todo si hay películas y series y cortos bonitos que recomendar.

 


Una película: The Quiet Girl

Hay una sección en el Festival de Berlín que a mí siempre me ha gustado mucho. Generation es una sección pequeñita, pero muy potente, de la que han salido algunos nombres imprescindibles del cine contemporáneo. Baste recordar el de Carla Simón con Verano 1993, y el de otra Carla catalana, Subirana, que este año ha participado con Sica. De esta sección especializada en cine para adolescentes o con adolescentes y niños ha salido también The Quiet Girl que se estrena esta semana. La niña callada del título se llama Cait, tiene nueve años y vive en un entorno rural de la Irlanda de 1981. Cait ha hecho de su silencio y su invisibilidad la mejor defensa frente a una familia demasiado agobiada por problemas de todo tipo y frente a una escuela en la que no se siente protegida. Su padre la define como “la hija errante”, porque en cuanto puede, Cait desaparece del paisaje familiar. Ese verano de 1981, Cait va a vivir una nueva experiencia cuando la manden a vivir unos meses con unos parientes lejanos. Con ellos Cait descubrirá que el mundo no tiene porque ser un lugar hostil y que puede sentirse querida sin necesidad de hablar mucho. En realidad en esa nueva casa todos son muy callados, mas dados a expresar sus emociones y sentimientos con actos, pequeños detalles, que dicen más que muchas palabras: dejar una galleta en la mesa; dar un paseo hasta el pozo, hacer un pastel. Primera película del irlandés Colm Bairéad, nacido por cierto en el año 1981, The Quiet Girl es un retrato sutil, emocionante, tranquilo y callado como su preciosa protagonista, la pequeña Catherine Clinch. Vale la pena sumar Cait a una larga lista de niñas de ojos grandes y mirada profunda que en el cine podemos encontrar desde la pequeña Ana Torrent de El espíritu de la colmena (de la que se cumplen 50 años este 2023) y que se prolonga hasta ahora mismo en otra película de abejas que también está en Berlín, 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren.

 


Una serie: Happy Valley Serie, 3 temporadas Movistar

En los lejanos y casi olvidados años cincuenta, Ida Lupino, una de las pocas directoras en la era dorada de Hollywood, inventó un género nacido del cruce del cine negro, en el que ella brillaba como estrella, y el melodrama mas desaforado. Se le llamó Home Noir. Desde entonces, no he vuelto a ver ninguna película o serie que continúe esta variante del negro hogareño. Hasta esta imprescindible serie inglesa, una de las mejores que he visto en mucho tiempo. Happy Valley es Catherine y Catherine es Sarah Lancashire. Ella es el centro y el motor de una historia que abarca nueva años desde su primera temporada en el 2014, hasta la tercera en 2022. Creada por Sally Wainwright, Happy Valley es cine negro y es melodrama a partes iguales, pero también es cine de un realismo social que nunca cae en fáciles demagogias. Son 18 episodios en los que vemos crecer a los personajes, en edad y en hondura dramática. Y los vamos queriendo cada vez más. Happy Valley también es Tommy Lee Royce y Tommy Lee Royce es James Norton, un actor capaz de encarnar el mal en estado puro y al mismo tiempo ser tremendamente atractivo. Catherine y Tommy Lee son los dos grandes protagonistas de una historia que empieza cuando el pequeño Ryan, nieto de Catherine, tiene 9 años. Ryan es hijo de Becky, la hija adolescente de Catherine que se suicidó poco después de nacer el niño. Pero Ryan también es hijo de Tommy Lee Royce, hecho que Catherine no puede soportar. La relación con Ryan es el eje central de la serie que se adentra en los terrenos difíciles de la responsabilidad y el cariño, de la paternidad y el deseo de saber de dónde venimos. Mientras esta historia se va desarrollando en el tiempo, Catherine desde su posición de sargento en una comisaría de una pequeña ciudad del Yorkshire, se enfrentará a todo tipo de problemas y crímenes, algunos relacionados con su némesis, Tommy Lee. La inteligencia de la serie es la de dejar pasar un tiempo entre una temporada y otra, 18 meses entre la primera y la segunda; casi siete años entre la segunda y la tercera. Descubrí las dos primeras temporadas de Happy Valley en 2016, pero no sé porque no escribí de ella a pesar de gustarme mucho. Recuerdo que vi las dos primeras temporadas seguidas y me quedé con la sensación de que no estaba acabada la historia. La espera se ha hecho larga, pero ha valido la pena. Normalmente las series que funcionan se prolongan artificialmente en segundas y terceras temporadas que no suelen estar a la altura de la primera. Cuantas buenas series se han malogrado por este afán de explotar un éxito. La creadora de Happy Valley, Sally Wainwright, decidió esperar hasta tener claro como quería continuar y sobre todo acabar, la historia de Catherine, Tommy Lee Royce y Ryan. Los siete años transcurridos no han hecho más que enriquecer los personajes y las situaciones en esta tercera y definitivamente última temporada, sin duda la mejor de las tres, broche de oro negro a esta serie imprescindible. Los personajes secundarios que acompañan a la protagonista, su entrañable y débil hermana Claire, Ann, la víctima que se convierte en amiga, Daniel, el hijo recuperado, Richard el ex marido fiel, son fundamentales para crear el paisaje emocional donde brilla Sarah Lancashire y su enorme humanidad. Voy a echar de menos a Catherine ahora que, por fin se ha jubilado y puede viajar al Himalaya. Pero me alegra mucho haberla conocido. Una recomendación, si la vieron hace años, vuelvan a verla entera. Vale la pena.

 


(yo también tengo un banco)

Un corto: Arquitectura emocional 1959, de Elías León Siminiani

El nombre de Elías León Siminiani ha aparecido en este blog en dos ocasiones. Una, para comentar Mapa, del 2012, (se puede ver en Filmin), otra para hablar de Apuntes para una película de atracos, un producto (¿ficción, documental, reportaje, diario, crónica?) absolutamente inclasificable. Vuelvo a él para recomendar ver su último trabajo, el corto que ganó el Goya al Mejor Corto de Ficción, Arquitectura emocional 1959, disponible en Movistar. Con un estilo inconfundible que mezcla elementos de geometría emocional con trazos documentales y de ficción, Siminiani nos cuenta una preciosa historia de amor en 1959 entre una chica de la burguesía y un chico de extrarradio. Ambos habitantes de edificios construidos por el arquitecto Secundino Zuazo, autentico protagonista de este encuentro sentimental en el que la ideología y la clase social se convierten en fronteras de dos mundos unidos por una calle, el Paseo de la Castellana. Pero Siminiani no hace un documental sobre el arquitecto, ni nos cuenta la historia de Sebas y Andrea de una manera realista. Usando una voz en of narrativa (característica de su cine), los planos urbanos y arquitectónicos que delimitan el espacio, y los bancos en los parques como lugar privilegiado de encuentro, asistimos tanto a la historia de amor imposible entre estos dos chicos, como a la evolución de una ciudad reflejada en los edificios emblemáticos de este poco conocido, al menos para mí, arquitecto español. Arquitectura emocional 1959 es una película del 2022 tanto como una historia del 1959 unidas por el hilo invisible que Siminiani teje entre estos dos momentos. Una curiosidad. Una preciosidad. 

El regalo de esta semana es una arquitectura emocional de Ramon



sábado, 18 de febrero de 2023

TRISTEZA(S)

 

Dos películas sobre la tristeza, las dos muy diferentes entre sí, las dos altamente recomendables aunque no sean del gusto de todos.

 


(Falsa)Tristeza: El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund

Creo que se llama triángulo de la tristeza a la expresión que aparece en el rostro cuando las arrugas van marcando los surcos de la edad. No sé muy bien porque ha escogido este título el cineasta sueco Ruben Östlund, pero sí sé lo que encierra el triángulo narrativo que constituye este film divertido y chabacano, agudo y basto, implacable retrato de una sociedad y un mundo dominado por el dinero, la fama, y el ajuste de cuentas, auténtico triángulo de la tristeza colectiva. Tras un prólogo de un casting humillante, Östlund traza la línea de un primer lado del triángulo: Carl y Yaya son una joven pareja de guapos influencers y modelos a los que conocemos en una cena que debería ser íntima, pero que acaba siendo una auténtica lección sobre el capitalismo salvaje, los abusos de poder, las humillaciones y en definitiva la famosa guerra de los sexos que hace más de ochenta años representaron brillantemente en el cine Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Estos dos estúpidos y ególatras son más guapos, sí, pero ni mucho menos más listos que ellos. La segunda cara del triángulo nos muestra a Carl y Yaya en un crucero de lujo al que han sido invitados por su calidad de influencers. Es este largo segmento el que centra el discurso del film con su lucha de clases representada por los trabajadores de más baja categoría, los trabajadores entregados al servicio del poder y la clase dirigente, los pasajeros del barco. Hilarante por momentos, desagradable en otros, Östlund no ahorra ninguna posibilidad de burlarse de todos con una crueldad que a veces genera la empatía y otras el rechazo. Las dos líneas del triángulo que empezaron a separarse desde el vértice del casting, acaban en la tercera línea, la de la base en la que encontramos a los personajes abandonados en una isla desierta donde lo que se impone es otro tipo de poder. Hasta llegar a un final abierto que si me lo permiten, enlaza con una serie con la que sin quererlo El triángulo de la tristeza tiene mucho que ver, The White Lotus. Palma de Oro discutida en Cannes, reconozco que yo me posiciono a favor de los que defienden y apoyan el film del sueco más transgresor del momento. Me divierte en su burla despiadada de la lucha de clases y  me parece muy inteligente utilizar el humor menos sutil para desmontar los mitos superfluos de nuestra sociedad.

 


(Esperanzada)Tristeza: Ellas hablan de Sarah Polley

La tristeza en este film inclasificable es muy distinta. Es una tristeza que tiñe toda la historia de estas mujeres enfrascadas en una larga discusión: ¿deberían quedarse y seguir como están; deberían plantar cara y luchar; deberían marcharse?

Primero la noticia.

“La tranquilidad y la confianza mutua que caracteriza a la colonia menonita de Manitoba, situada al este de Bolivia, se ha convertido en miedo y confusión después de que se confirmaran las sospechas sobre una violación sexual masiva que se ha continuado durante los dos últimos años. Los menonitas, una comunidad cristiana de cerca de 2.000 habitantes, se caracterizan por ser religiosos conservadores que rechazan cualquier tipo de indicio de modernidad en su vida. Pero la calma dio paso al terror cuando el pasado 24 de junio siete hombres, la mayoría de ellos jóvenes, fueron detenidos de forma preventiva acusados de la presunta violación de sus propias vecinas. Utilizaban una sustancia química para dormir a sus víctimas. En los últimos años, muchas niñas amanecían desnudas y notaban hechos extraños, pero no se atrevían a contárselo a sus padres. Algunas mujeres de la comunidad atribuían los hechos a "un acto del diablo", por lo que las violaciones continuaron sin que nadie las denunciara.” (de los periódicos de 2009)

Segundo, el libro Ellas hablan de Miriam Toews

Publicado en el 2018, la novela de la canadiense Miriam Toews es en sus propias palabras “una reacción a través de la ficción a estos hechos reales como un acto de imaginación femenina”. Hay dos datos que creo explican el interés de esta novelista por esta noticia y este tema. El nombre de Manitova, tan propio del Canadá, en una remota comunidad menonita de Bolivia, debió llamarle la atención; su propia ascendencia menonita tuvo que despertarle recuerdos, ideas, vivencia de las mujeres de estas comunidades. La historia empieza un día en el que, ante la inminente vuelta a la colonia de los hombres acusados de las violaciones, ocho mujeres se reúnen en un pajar para decidir que tienen que hacer: quedarse y aguantar, quedarse y pelear o marcharse. Durante dos días, discuten, hablan, se enfrentan, valoran. Todas estas discusiones son recogidas en las actas por August Epp, el maestro de la comunidad que es el narrador de la historia. Utilizar a August, un hombre marginado en la colectividad, le permite a la escritora ofrecer un punto de vista distanciado, no carente de humor, más que de humor, de ironía. Ella sabe muy bien de lo que habla y eso le da la libertad de reírse de lo que dicen y lo que hacen estas ocho mujeres de dos familias y de tres generaciones. Las acotaciones de August en el texto, siempre entre paréntesis, su amor incondicional por Ona, la más inocente, la más inteligente, la menos previsible de las ocho mujeres, marcan el ritmo y el tono de esa reunión en la que se tratan temas terribles como la violación sistemática, los malos tratos, las relaciones de poder y una religión opresiva que no les permite respirar, de una manera sencilla, simple, cotidiana. La novela se lee de un tirón como si estuvieras con ellas en ese granero compartiendo sonrisas, risas, miedos y esperanzas.


Tercero, la película de Sarah Polley

Sarah Polley es una de las actrices favoritas de Isabel Coixet, protagonista inolvidable de La vida secreta de las palabras y Mi vida sin mi. Polley ha aprendido mucho de Isabel. Y en esta película se nota desde el guion en el que se permite muchas variaciones respecto a la novela. De entrada, en la película no se dice nunca donde estamos, aunque la referencia a la constelación de la Cruz del Sur sitúa la historia en el hemisferio sur; no sabemos cuando pasa la acción hasta que oímos una voz que llama al censo del 2010; tampoco tenemos idea de las relaciones familiares entre estas mujeres, tan solo vemos sus distintas maneras de aproximarse al tema que las ha llevado a reunirse en ese pajar. Pero para mí, las diferencias más importantes son dos: el cambio de narrador, August está ahí como escribiente y testigo, pero no tiene voz propia y el tono más trascendente de las discusiones. No hay ni una gota de humor, de ironía, de distancia. Todo es importante, todo es solemne. El film es en ese sentido mucho mas teatral que literario, mucho más abstracto que realista. Se convierte en una metáfora de la situación de las mujeres en el mundo y las tres opciones que tienen frente a una sociedad que las margina o las humilla o las violenta. Esta trascendencia es lo mejor y lo peor de una película que se sostiene en sus personajes, Greta y Ágata, las dos ancianas, Mariche y Ona, las dos hijas mayores, Mejal y Salomé, las dos hijas menores, Autje y Netje, las dos adolescentes. Son las actrices que las interpretan las que llenan sus vidas de sentimientos, de rabia, de esperanza, de deseo de venganza, de ansia de paz.  Es curioso que una película tan discursiva sea al mismo tiempo tan envolvente. No puedes dejar de verlas, de escucharlas, de tomar partido con ellas, de ponerte ahora con una, ahora con otra. Todas van pasando en uno u otro momento al papel de líder, pero está claro que tanto la novela como la película tienen una favorita. Yo también. Ona es mi favorita no solo por su condición de outsider en la colonia, sobre todo porque su discurso es el que más me gusta. Frente al quedarse sin hacer nada, el quedarse y luchar, o marcharse, Ona plantea una cuarta opción: un futuro esperanzador y que es por el que yo apostaría: “Hombres y mujeres  tomarán las decisiones de la colonia colectivamente. Las mujeres tendrán derecho a pensar. Las niñas aprenderán a leer y a escribir. Debe colgarse un mapamundi en la escuela para que podamos empezar a entender que lugar ocupamos en el mundo.” Esto último me encanta. Saber dónde estamos en el mundo es una de las cosas más importantes que se pueden aprender.

 


(Historia de Nuestro Cine, 

con Carlos Saura, Carlos Heredero, Javier Ocaña y Elena Sánchez)

(Cariñosa) Tristeza: Carlos Saura

No voy a añadir nada a lo mucho que se ha escrito y hablado de Carlos Saura desde que murió el viernes 10 de febrero. Lo que dijo su hijo Antonio Saura en los Coya me pareció precioso. A Carlos le habría gustado ver su carrera explicada a partir de sus mujeres, sus amores. Me quedo con el agradecimiento de haberle conocido, de haber compartido con él algunos momentos tranquilos en festivales: cuando se estrenó La noche oscura en Berlín, una de sus películas que mas me gustan; cuando se pasó Buñuel y la mesa del rey Salomón en San Sebastián y comentamos lo complicado que iba a ser que se entendiera el film como él quería; una de las veces que coincidimos en Historia de Nuestro Cine, donde su inteligencia y sentido del humor sirvió para desmitificar el festival de Cannes; o una exposición de fotos suyas en Barcelona en la que  tuve el placer de que me contara la historia de algunas de esas fotos. Momentos, pocos, pero siempre ricos. Memoria que permanece.

El regalo de esta semana es un cuadro abstracto que, no sé por qué, me parece que ilustra muy bien estas tristezas.



 

 

viernes, 10 de febrero de 2023

 


Familia 1: Los Fabelman, Steven Spielberg

No he visto nunca, y digo nunca con toda la conciencia, una película que muestre tan enorme amor al cine y al mismo tiempo sea toda ella una lección de cine. No soy muy dada a las estrellitas, y menos a poner cinco como valoración, pero Los Fabelman de Spielberg se las merece. Desde la primera secuencia hasta la última, el film es un tren eléctrico que discurre entre felicidad y tristeza, entre familia y cine, entre dos amores y dos lealtades. Spielberg se mira a sí mismo, como antes Cuarón (y no cito otras miradas nostálgicas que no me gustan tanto) y lo hace con una honestidad que trasciende su propia biografía y se convierte en un canto de amor a una profesión que nació en un momento crucial de su vida: cuando en la primera secuencia los padres del pequeño Sam lo llevan a ver El mayor espectáculo del mundo a los cinco años, le explican lo que es el cine para cada uno de ellos en un diálogo ejemplar. El padre, informático y científico, le intenta hacer entender cómo funciona, ciencia y tecnología; la madre, pianista y artista inconformista, le dice que es un arte, que el cine es belleza, es imaginación: Lumière y Méliès en una sola conversación, todo el cine explicado por un padre y una madre. Entre estos dos polos, la ciencia y el arte, se va a desarrollar la vida de Spielberg hasta llegar, no concluir, a esta preciosa autobiografía. Hay muchas cosas bonitas en esta película que recorre quince años de la vida de Sam/Steven, muchos momentos interesantes, muchas lecciones de cómo hacer cine, de cómo filmar, de cómo mirar. Porque eso es un director de cine, alguien que mira y sabe escoger lo que mira dejando que la cámara capte lo que él ni siquiera ve. Aunque lo que descubra después en el montaje sea doloroso. Uno de esos momentos es cuando la madre, Mitzi, les dice a sus tres asustados hijos: Todo pasa por algo. Sí. Todo pasa por algo, aunque de entrada, sumergidos en ese algo, no sepamos verlo. Todo pasa por algo y por eso el contemplar asombrado el choque de trenes de la película de Cecil B. DeMille, es el algo que lleva a Sam/Steve a querer saber cómo se hace eso, a saber qué él quiere hacer eso. Pero hay otro momento que, aunque sea en boca de un John Ford encarnado en David Lynch, me parece la mejor herencia que deja esta película y en general el cine de Spielberg. El horizonte. Saber dónde colocar el horizonte es lo que hace interesante un plano. Es una idea que hago mía, como lo de Todo pasa por algo, saber dónde está el horizonte de la vida, arriba, abajo, a veces en medio. Saber qué emoción quieres sentir simplemente colocando el horizonte en un lugar o en otro del plano, en un lugar u otro de la vida. Eso es el cine. Eso es lo que esta autobiografía compartida con todos nos regala, o al menos, me regala Spielberg a mí. Basada en hechos reales, podría decirse, Los Fabelman es industria (aunque a estas alturas a Steven Spielberg le importe poco la rentabilidad de un film) y es arte. Pero por encima de todo, es el retrato de una vida que se forjó entre dos polos complementarios y opuestos, en la convivencia y tolerancia entre ambos. Gracias Steven.

 


Familia 2: Joyland, Saim Sadiq

Joyland es una auténtica sorpresa. En todos los sentidos. Es una película pakistaní que se atreve a mostrar una relación prohibida y lo hace con gran belleza en sus imágenes. Joyland en realidad debería llamarse Sadland, porque este melodrama casi sirkiano, es la historia triste de un imposible triángulo de amor. Ver Joyland después de la lección de cine de Spielberg me ha hecho fijarme en los horizontes y en como los utiliza este joven director en una ópera prima que sobresale por encima de lo común. Sadiq coloca el horizonte arriba para mostrar la opresión de sus personajes, lo coloca abajo para mostrar los escasos momentos de liberación y felicidad, lo sitúa en el centro, cuando la historia y la vida de Haider, Biba y Mumtaz se estanca y empieza a perderse. Pero no solo juega con los horizontes, también juega con los encuadres, descolocando a los personajes en el plano igual que están descolocados en la vida y utiliza el color de una forma no naturalista, casi pop, para distanciar la película de cualquier lectura de realismo social. La historia pasa ahora mismo en Lahoré, en el Punjab más tradicional, en una familia dominada por un patriarca que los controla a todos. En esa unidad, las mujeres están obligadas a cuidar de la casa y tener hijos, varones si es posible, mientras los hombres salen a trabajar. Pero Haider está en paro y se ocupa de sus sobrinos y Mumtaz, su esposa, trabaja en un salón de belleza. Los roles están cambiados, primeras transgresión a la que seguirán otras. La principal, el amor que se despierta entre Haider y Biba, una cantante transexual con la que encuentra lo que siempre ha estado buscando. Pero todo pasa por algo, como explica Spielberg y el hecho de que Haider entre cono bailarín en un teatro de danza erótica, será el desencadenante de una serie de pequeñas y grandes tragedias cotidianas llenas de secretos. Porque todos en esa familia tienen secretos que no quieren ni pueden compartir. Secretos que los van corroyendo poco a poco. Triángulo en el que el vértice es Haider, el film bascula de la luminosa y llena de color historia de amor imposible entre Haider y Biba y la más oscura y casi azul historia de amor frustrado de Haider y Mumtaz, el personaje, al menos para mí, más importante. En todas las críticas, en todos los reportajes, incluso en el premio Palm Queer de Cannes, se pone el acento en la relación de Haider y Biba, pero a medida que la película avanza y se va haciendo más sombría, el protagonismo recae en Mumtaz, la mujer que decide trabajar, que no quiere tener hijos, que esconde sus deseos sexuales. La mujer que acaba siendo desdibujada y sometida. Es ella, para mí, la auténtica sorpresa de este film prohibido en Pakistán en un primer momento, pero finalmente estrenado en parte del país gracias a la presión social. Es una pequeña victoria, pero la gran victoria es la de que esta película, menos exótica de lo que nos puede parecer se estrene aquí y ahora.

Coda al cabo de un par de días.

Siempre he dicho que hay que dejar pasar un tiempo antes de ponerse a escribir de una película porque ese tiempo nos hará ver y sentir más cosas. Con estas dos películas tan distintas, tan alejadas, tan incompatibles incluso, me ha pasado algo de esto. De repente, releyendo los textos y recordando las historias, me he dado cuenta de la enorme semejanza entre las dos mujeres protagonistas de ambos films. Mitzi, la madre de Sam en Los Fabelman y Mumtaz, la esposa y futura madre en Joyland. Las dos sufren del mismo destino: la frustración de renunciar a lo que les gustaría ser para ser lo que se supone tienen que ser, y su hermana gemela, la frustración sexual de no poder cumplir sus deseos más íntimos. La enorme diferencia entre el film (y la vida) de Spielberg es que Mitzi logra superar la frustración del sexo o el amor, y aprende a disfrutar del piano aunque solo sea para ella misma. En cambio Mumtaz, en la también un poco autobiográfica Joyland, no es capaz de enfrentarse a la sociedad que la destruye. Curioso paralelismo.

 El regalo de esta semana es un paisaje fordiano que he utilizado otras veces; Ramon también sabe dónde colocar el horizonte.



 

sábado, 4 de febrero de 2023

SENTIMIENTOS TÓXICOS

 


(Hombres de Arán de Robert Flaherty, un film evocado)

Tóxico 1: Almas en pena en Inisherin, de Martin McDonagh

No sé muy bien cómo enfrentarme a esta preciosa película. Me ha gustado mucho, tiene una emoción intensa y una melancolía que tiñe todo el relato de una extraña poesía. El paisaje ayuda, desde luego, esa Isla de Arán que evoca el clásico de Robert Flaherty rodado en 1934, poco después de la época en que se ambienta la historia de amistad rota de Almas en pena. Verla me ha producido una sensación agridulce y una cierta incomodidad. Porque no entiendo bien los porqués de la reacción de Colm y de  Pádraic. Mejor dicho, no quiero entender los no motivos de su ruptura. Y es aquí donde me planteo a mi misma que hay detrás de esta triste, al menos para mí, historia de amistad tóxica entre dos hombres. Hay sin duda una homosexualidad latente que les asusta. A Colm, más inteligente, porque no la quiere asumir, a Pádraic, porque en su simpleza es incapaz de imaginarla aunque la necesite para vivir. Pero también está detrás de esta historia sencilla y callada, la estupidez de los enfrentamientos entre iguales, que en el film representa la guerra civil en la isla de enfrente de donde llegan ecos de batallas. Todo esto enmarcado en una isla, es decir aislada, donde solo hay tres espacios comunes, el pub, la tienda y la iglesia. Un lugar habitado por banshees, almas en pena, hadas protectoras, espíritus femeninos, que en el folklore irlandés aparecen como mensajeras de otro mundo. Son las banshees las protagonistas de la canción que compone Colm; es una banshee, encarnada en la vieja Mrs. McCormick, la que anuncia la muerte y la desolación; es en cierto modo una banshee buena, Siobhán, la hermana de Pádraic, a la que le gusta leer, el único personaje que es capaz de ver más allá del horizonte del mar. Hay muchos temas escondidos (como en Brujas) en este pequeño pueblo (como el de tres anuncios): la soledad, el aburrimiento de la vida eternamente repetida, la presencia de la naturaleza, la necesidad de querer a alguien, sea la pequeña burrita Jenny que acompaña a Pádraic en su deambular o el fiel perro de Colm. Se suman las capas en The Banshees of Inisherin, título original del film que le puede reportar a su director un nuevo Oscar y a sus actores, magnífico Colin Farrel taciturno y eternamente inocente; sólido como una roca Brendan Gleeson con un rostro surcado de arrugas como las gritas de una piedra tallada. Las almas en pena de esta Irlanda que no es la de John Ford, ni la de Flaherty, son las de Martin McDonagh, un director que con una corta filmografía, tan solo cuatro películas en quince años, se ha convertido en uno de los mejores en retratar personajes dolidos sin caer nunca en la sensiblería. Exponer el dolor y la simplicidad de las relaciones de una manera sencilla no quiere decir que no sea emocionante. Muy emocionante.

 


Tóxico 2: Tengo sueños eléctricos, Valentina Maurel

Lo anuncia su propio título, un verso de un poema de César Maurel, padre de la directora costarricense Valentina Maurel. Este film produce sueños eléctricos, o mejor dicho, produce una descarga eléctrica en el espectador poco acostumbrado a ver en pantalla unas relaciones padre e hija tan ambiguas y tan fuera de lo convencional. Relaciones tóxicas de complicidad y de búsqueda en un ambiente luminoso y relativamente feliz. Un mundo sin problemas aparentes, una clase media intelectual y acomodada, culta y respetuosa, unos padres separados amistosamente, pero con una fractura entre ellos que solo el gato de la familia siente físicamente. El gato y la hermana pequeña que observa y sufre las consecuencias de lo que sucede en esos meses calurosos en los que su hermana mayor, Eva, dejará de ser lo que es para empezar a ser lo que será en un difícil, pero no traumático, paso de la adolescencia a la edad adulta. Eva no quiere vivir con una madre empeñada en romper con el pasado y prefiere explorara el mundo de un padre tan perdido como el gato y como ella, tan vulnerable y al mismo tiempo violento y lejano. Con él Eva descubrirá el mundo de los adultos con sus matices, sus dobleces, sus grises. La directora se atreve a contar esta historia de dependencias y salvaciones desde una libertad absoluta, sin miedo a enfrentarse a personajes disfuncionales y complejos que no dudan en comportarse de forma muy poco edificante. Y sin embargo, de ahí la descarga eléctrica, no los juzga, ni los castiga, ni los enfrenta a la sociedad. Con una suavidad y luminosidad que hace de la ciudad de San José de Costa Rica una inmensa pecera, padre, hija, madre y hermana van evolucionando, van creciendo, van construyendo una nueva realidad a partir de una ambigüedad moral que es uno de los rasgos más atractivos de este film multipremiado en Locarno y en San Sebastián Un ejemplo de un cine latinoamericano lejos de los estereotipos a los que nos tienen acostumbrados. Un sueño eléctrico, que nos lleva a preguntarnos. ¿Soñarán los gatos con humanos normales?

 


Tóxico 3 Mikado, de Emanuel Parvu

Fue Alex Gorina el que me puso en la pista de este film que se titula en su origen Marocco, pero aquí se ha estrenado, casi clandestinamente, como Mikado. Tanto el título original como la traducción no dan pistas de por dónde va esta película rumana austera, fría, quirúrgica. O sí. Porque si buscamos lo que significa Mikado en Google nos podemos encontrar con que es el nombre del popular juego de los Palitos Chinos, ese juego de mesa donde se trata de retirar uno a uno los palitos sin que se desmorone todo el conjunto que, invariablemente, acaba cayendo. Como caen uno a uno los palitos de este film extrañamente sugerente en el que se plantea como premisa la toxicidad de una relación padre dominante y controlador-hija adolescente que intenta ser libre. Pero eso es el principio, son los palitos recién tirados sobre la mesa. Cuando empezamos a sacar uno detrás de otro, el collar perdido, el ascensor que no funciona… las consecuencias de un acto van repercutiendo en otro y en otro… hasta que el juego se desmorona. La culpa domina el relato, pero la falta de confianza, la prepotencia y también la maldad son algunos de los palitos que van contribuyendo a que el mikado de Parvu se vaya destruyendo ante nuestros ojos. Parvu, uno de los mejores actores del nuevo cine rumano al que hemos visto en muchas películas importantes de esa cinematografía, se revela un director contenido en este film que se presentó en el Festival de San Sebastián y que lamentablemente se ha estrenado sin ningún tipo de apoyo. Ignoro si aun está en cartelera en algún lugar, pero por si acaso, apunten el titulo y si lo pescan en una plataforma, no dejen de verlo. Familias tóxicas hay muchas en el cine y en la vida, pero la de Parvu con Cristi, el padre a la cabeza, es digna de conocerse.

Pequeña guía de películas de padres e hijas

Tres películas del año 2022 se han acercado al tema de las relaciones padres e hijas adolescentes. Eso me ha llevado a recordar algunos ejemplos de padres con hijas, no siempre adolescentes, que ayudan a entender estos afectos poco explorados en el cine. Seguro que hay muchos más.

Primavera tardía, Yasujiro Ozu, 1949

Luna de papel, Peter Bogdanovich, 1973

Somewhere, Sofia Coppola 2010

De padres e hijas, Gabriele Muccino, 2015

Toni Erdmann, Maren Ade, 2016

El padre, Florian Zeller, 2020

Aftersun, Charlotte Wells, 2022

Tengo sueños eléctricos, Valentina Maurel, 2022

Mikado, Emanuel Parvu, 2022 

El regalo de esta semana es otro gato, en honor al protagonista de Tengo sueños eléctricos. Siempre pensé que la Negra soñaba con que nosotros éramos como ella.