sábado, 26 de febrero de 2022

RUSOS

 

Esta semana ha empezado la guerra. Si será mundial y catastrófica para la humanidad o si se quedará circunscrita a la pobre Ucrania, lo sabremos dentro de poco. Pero pase lo que pase, el mundo ya no será igual. El siglo XXI está sometiendo a la humanidad (toda) a unas presiones cada vez más insostenibles: los atentado del 11 de septiembre del 2001, el reguero de atentados y guerras en nombre de la yihad, la crisis terrible del 2008, el auge de los nacionalismos excluyentes y xenófobos en toda Europa, la pandemia del Covid 19 y ahora Putin y sus ansias de gloria zaristo/stalinista. No nos dejan vivir en paz. No nos queda más que el refugio de lo cercano, de lo cotidiano. Lo demás, todas las certezas que pudiéramos tener sobre el mundo y el futuro, han saltado por los aires.

En este contexto me ha parecido interesante recuperar una película premonitoria Donbass de Sergei Loznitsa, estrenada en el 2019 y que ahora se puede ver en Filmin. Estremece verla en este nuevo escenario.

 

DONBASS Sergei Loznitsa Filmin

En abril del 2019, cuando se estrenó esta película en los cines, escribí:

El otro estreno grande de la semana es Donbass, película ucraniana necesaria, imprescindible, útil para recordarnos que ahí mismo, en una esquina de Europa, hay un país que vive en una guerra civil latente y de la que no se habla, un país ocupado por un ejército  extranjero del que nadie dice nada. Ucrania está sufriendo una guerra de independencia de la región de Donbass, que los pro rusos quieren separar de un estado europeo para ser parte de la Rusia de Putin. Una guerra de intolerancia, crueldad, barbarie y mentiras, de la que sabemos poco o nada. El film de Sergei Loznitsa es un pequeño grano de arena para empezar a pensar en lo que está pasando allí. Ya desde su titulo Donbass, el director hace una declaración de intenciones. Para los independentistas Donbass es un nombre prohibido, ellos se llaman Nueva Rusia. Pero no es la única prueba del compromiso de este director con una realidad terrible. Construido como una ronda de trece episodios en los que un personaje de uno sirve de enlace con el siguiente, Donbass es un viaje circular al infierno de la barbarie, la crueldad, la intolerancia y la manipulación de una sociedad violenta y corrupta. Desagradable, incómoda y caótica, como la propia sociedad que refleja, Donbass dibuja un panorama de políticos corruptos, soldados desmotivados, periodistas que no entienden nada, hasta llegar a una escena casi insoportable, no tanto por su propia violencia, sino porque la podemos reconocer como propia: un hombre ucraniano, acusado de luchar contra la independencia, es insultado, maltratado cruelmente por una muchedumbre enloquecida ante la mirada cómplice de los policías que le debían custodiar. Donbass es una lección de historia, es cine militante, es cine político. Pero sobre todo es cine que nos hace reflexionar como un espejo donde nos vemos reflejados sin que nos guste nada lo que vemos.”

Recupero este texto en esta semana en la que Donbass se ha convertido en el centro vital de la más grande amenaza que ha vivido Europa desde el final de la segunda guerra mundial. Putin se ha crecido en sus ansias desmesuradas de recuperar la grandeza de la Rusia zarista y para eso debe acabar con Ucrania como sea, aun a riesgo de provocar una guerra de dimensiones insospechadas. A Putin ya no le basta con desestabilizar Europa con sus peones de extrema derecha, de extrema izquierda o nacionalistas. Ahora quiere humillar a ese Occidente que considera el enemigo número uno por sus valores, por su cultura, por su democracia, todo lo imperfecta que queramos, pero democracia. Por la libertad en definitiva de pensar y actuar. Ver esta magnífica película de Sergei Loznitsa ahora, es toda una revelación. Cosas que en su estreno del 2019 se nos escapaban ahora son meridianamente claras. Como esa matanza final que cierra la ronda infernal de corrupciones y violaciones de los derechos. Una matanza que alcanza todo su sentido cuando la enlazamos con la serie noruega Furia de la que hablo en esta misma entrada. La escenificación de un atentado a un autobús, es decir la fabricación de una fake news como excusa perfecta para desencadenar una reacción, no puede tener testigos., por eso se mata impunemente a todo el equipo que ha colaborado en esa falsa noticia. Tampoco pueden quedar testigos de los atentados a la dignidad que se están produciendo en esa pequeña región de Europa que ya no forma parte de Ucrania, si es que Ucrania sigue existiendo tras la invasión masiva de estos últimos días.

 


 FURIA Filmin

Empecé a ver esta serie noruega pensando que era una más del noir nórdico que me gusta mucho. Policía con un pasado complicado recién llegado a un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce, un asesinato, contexto racista con conflicto permanente con los refugiados. Nada demasiado nuevo, aunque enmarcado en unos paisajes de ensueño. Pero poco a poco, Furia va dando giros inesperados. De noir convencional, pasa a noir de terrorismo, de noir de terrorismo islámico, pasa a noir de terrorismo de extrema derecha, y de noir de extrema derecha pasa a ser abiertamente un noir político. No es una gran serie, y su guion está lleno de agujeros, pero te engancha por lo que cuenta y lo que desvela de una realidad que pone los pelos de punta. La trama lleva del norte de Noruega a Berlín donde una célula de ultraderecha financiada por dinero ruso se dispone a orquestar un gran atentado bajo la apariencia de ser un atentado del yihadismo islámico. Como van creando las pruebas para acusar a los musulmanes, como fomentan el miedo a los refugiados y a todo el mundo árabe, como organizan las pistas y conducen a la policía de dos países por donde quieren, siempre guiados en la sombra por la larga sombra de la Rusia de Putin empeñada en desestabilizar Europa para romper la unidad europea al precio que sea. Furia es ejemplar en ese sentido, toda una lección de historia contemporánea y una iluminación sobre los discursos racistas y xenófobos de, por ejemplo, VOX y otros nacionalismos excluyentes.

 

Pequeñas notas de una semana plagada de buenos estrenos

Competencia oficial, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, o como los actores, cuando son buenos, son capaces de reírse de si mismos en una comedia de tres personajes estupendos: Penélope Cruz desmelenada, Antonio Banderas egocéntrico, Oscar Martínez detestable.

Great Freedom, de Sebastian Meise o como una sórdida historia carcelaria de homosexuales, se convierte en una historia de amor de una  enorme. luminosidad y de una honda carga de denuncia de una sociedad intolerante.

Las ilusiones perdidas, de Xavier Giannoli o como se puede convertir un clásico de la literatura como es Balzac en un film de una absoluta modernidad sin necesidad de cambiar los decorados de la época. El pasado como espejo del presente.

Un pequeño mundo, de Laura Wandel o como se puede hacer un film con niños sin tratarlos de subnormales y reflejando no solo su punto de vista, sino sus dudas y sus frustraciones, sus crueldades y solidaridades.

El triunfo, de Emmanuel Courcol, o como el teatro puede salvar a los delincuentes cuando encuentra una obra en la que se sienten reflejados. Esperando a Godot de Samuek Becket es perfecta para que la interpreten un grupo de reclusos que se pasan la vida esperando algo. Divertida, con unos actores perfectos, se inspira libremente en un hecho real sucedido en 1986 en Suecia.

 El regalo de esta semana es un girasol que Ramon ha dibujado expresamente en honor de Ucrania. El girasol es la flor nacional de ese atacado país.



 

 

sábado, 19 de febrero de 2022

 

Antes de empezar la entrada de hoy tengo que comentar una noticia lamentable.

BTV, la Televisión Pública de Barcelona, ha decidió despedir a 12 personas (en junio ya despidió a 9). Los equipos completos de tres programas culturales Ártic, La Familia Barris y La Cartellera, incluidos los colaboradores externos como yo misma que llevaba trabajando en el programa La Cartellera cinco años, nos hemos quedado en la calle. La Televisión Pública de Barcelona, la televisión del Ayuntamiento, la televisión de Ada Colau, ha decidido que estos programas culturales no eran necesarios. Una prueba más de lo que les interesa la cultura, el cine y la gente. Una tristeza.

 

ACTORES

Utilizo el genérico “actores” que engloba a hombres, mujeres y todos los grados intermedios que puedan existir, para encabezar esta entrada que va de actores/directores. La razón es la coincidencia en el tiempo de tres nombres Uno, José Sacristán, protagonista indiscutible de la semana por su Goya de Honor y por ser él, simplemente. Dos, una película que descubrí por casualidad en Amazon dirigida por un actor inclasificable, Christoph Waltz. Tres, el estreno en salas de una película dirigida por una actriz también inclasificable, Maggie Gyllenhaal. Empiezo en orden inverso.

 

(si ven la película entenderán la imagen)

El estreno en salas. La hija oscura, Maggie Gyllenhaal

En realidad esta película debería llamarse La muñeca robada, titulo más inquietante y sugeridor que el de La hija oscura que nos remite casi al cine de terror, cuando en realidad esta historia es un mono/melodrama centrado en un personaje principal, esa Leda que le ha valido a Olvia Colman una nominación al Oscar como Mejor Actriz por su Leda adulta y a Jessie Buckley otra nominación a la Mejor Actriz de Reparto por su Leda joven. La hija oscura es un guión, otra nominación de este año, en este caso para Maggie Gyllenhaal, que adapta una novela de la italiana Elena Ferrante. No conozco la novela así que no puedo juzgar si es fiel o no. Pero la película me ha gustado más de lo que me imaginaba a priori. Maggie Gyllenhaal, hermana de Jake Gyllenhaal con el que coincidió en la inquietante Donny Darko en el 2001, un año antes de convertirse en la Secretary de Steven Soderberg, es una actriz que se prodiga poco. Su aproximación a este melodrama silencioso ambientado en una playa idílica de una isla de Grecia, donde una mujer adulta, solitaria y cansada busca refugio en sus vacaciones y lo que encuentra es una ruidosa y muy invasiva familia con una madre joven y su hija, es de una sutileza y feminidad apabullante. Y digo lo de feminidad con todo sentido, porque esta película no la habría podido hacer un hombre. Las complicidades entre las mujeres, los matices de sus esporádicas relaciones, la doble historia personal de Leda ahora y Leda joven, sus conflictos personales con la maternidad y la culpa y la responsabilidad, solo los podía tratar de esta manera una mujer. Las dos Ledas dominan el relato, Olivia Colman es antipática y arisca, pero tiene sus razones, Jessie Buckley es antipática y muy insegura, pero también tiene sus razones. Las dos se hacen querer en sus contradicciones y en sus comportamientos tan poco convencionales a los 25 años como a los 48. Cine de actrices en todos los sentidos de la palabra, esta hija oscura creo que anuncia mas Gyllenhaal directora y menos Gyllenhaal actriz.

 

(el selecto barrio de Georgetown en Washington)

 El estreno en plataforma: El crimen de Georgetown, Christoph Waltz, Amazon

Christoph Waltz ejerce aquí una doble función, es el director y es el protagonista de una historia inspirada en un hecho real recogido en un artículo, publicado en The New York Times Magazine, donde se explicaba el asesinato de la veterana periodista de 90 años Viola Herms Drath el año 2011 a manos de su segundo marido. En la película, Viola se ha convertido en Elsa Breht con el rostro, el cuerpo y el cabello de una Vanessa Redgrave espectacular, mientras que Waltz se mete en la piel de Ulrich Mott, un estafador alemán de poca monta empeñado en llegar a lo más alto de la selecta sociedad de la muy selecta ciudad de Georgetown. Como si se tratara de un Pequeño Nicolás (por cierto, ¿qué se  ha hecho de este siniestro personaje?) Mott consigue engañar a media ciudad, incluida la veterana periodista que cae rendida ante sus dotes de seducción, convenciendo a todo el mundo con sus extravagantes historias sobre una supuesta intermediación en la guerra de Irak. Verborreíco, exagerado, autocomplaciente, cínico y oportunista, Mott/Waltz se convierte en el criado para todo de su rica esposa, ante el disgusto de su hija Amanda, interpretada con dureza por Annette Bening, la única que parece darse cuenta de la catadura moral de este Pequeño Ulrich norteamericano. Como su título indica, hay un crimen en la película, y la historia de cómo se llega a ese crimen y lo que pasó después es lo que se va contando en un film segmentado en capítulos. Divertida y mordaz, Waltz se ríe de sí mismo, de los políticos y de la sociedad de Georgetown sin ninguna piedad. Presentada en el festival de Tribeca del 2019, El crimen de Georgetown nunca se llegó a estrenar y solo se puede ver en plataformas. Es una lástima porque el protagonista de Malditos bastardos y Un dios salvaje, por citar solo dos de sus muchas películas, demuestra tener un don para la comedia negra con toques centroeuropeos. Creo que Billy Wilder se habría reído mucho de y con Ulrich.

 


José Sacristán

El Goya de honor de este año ha puesto a Sacristán en el ojo del huracán de las noticias. A sus 85 años muy bien llevados, Sacristán ya no tiene nada que perder y todo por ganar. Por eso no calla sus opiniones políticas aunque a veces no coincidan con lo que se espera de un actor de izquierdas. Porque Sacristán es un actor y un director de izquierdas sin duda, Pero no de esa izquierda sumisa y borreguil que sigue las consignas de lo políticamente correcto sin cuestionar nada y con una, a veces, terrible amnesia y analfabetismo histórico. Sacristán es un señor de izquierdas en todo el sentido real de la palabra. Y por eso no solo no reniega ni habla mal de sus principios en el cine español formando parte de aquello que despectivamente se llamaba “comedia española”, sino que lo reivindica como terreno de aprendizaje y como representación social de una España que él conoció desde la posguerra más dura, hasta la transición y de la transición a esto que tenemos ahora que es difícil de calificar. Su voz se ha ido haciendo grave con los años, su nariz y su cara de acelga, han ido ganando en personalidad con las canas, su manera de estar ante la cámara se ha ido serenando. Pero su compromiso con la profesión y con la realidad no ha cambiado nunca. Sacristán es un actor que siendo siempre él mismo consigue ser siempre diferente. Y para prueba una película olvidada de su filmografía que vi casi por casualidad en Flixolé, (donde por cierto, hay muchas películas suyas como actor). Yo me bajo en la próxima ¿y usted? con Concha Velasco de compañera en un tour de forcé que les lleva a recorrer casi cincuenta años de historia de nuestro país a través de la relación de Concha y Pepe. Esta fue su tercera y  última película como director. Y es una lástima, porque Sacristán podía haber hecho muchas más. Por suerte, nunca dejó de trabajar como actor y desde que en el 2011 hizo con David Trueba Madrid 1987, se ha convertido en el actor fetiche de casi todo el cine español más contemporáneo: El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, Murieron por encima de sus posibilidades, de Isaki Lacuesta, Magical Girl, de Carlos Vermut, Quatretondeta, de Pol Rodríguez, Formentera Lady, de Pol Dura… sin dejar nunca de hacer ese cine llamado comercial al que le tiene un enorme respeto. Y por supuesto, sin dejar nunca el teatro. Con Berlanga se fue a la cárcel y a buscar una vaquilla; Fernán Gómez le bautizó cara de acelga y se lo llevó a un viaje a ninguna parte; los dos Pedros, Maso y Lazaga, hicieron de él, junto con Landa, el españolito medio; Regueiro le metió en la posguerra de Madregilda, estuvo en el Epilogo de Suárez y en La colmena de Camus… Su carrera es interminable. No sé quién escribió la presentación que hizo Nora Navas en los Goya de este año, pero clavó su retrato enlazando únicamente títulos de sus 198 películas. Contar con alguien como él en nuestro cine, es un regalo que hay que aprovechar.

Aprovecho para recomendar dos programas recientes de TVE que se han acercado a Sacristán con motivo de su Goya. Son muy diferentes entre sí y los dos dejan ver la calidad humana del hijo del Venancio. 

https://www.rtve.es/play/videos/imprescindibles/jose-sacristan-yo-queria-ser-tyrone-power/5747005/

Imprescindibles: Yo quería ser Tyrone Power

 https://www.rtve.es/play/videos/la-matematica-del-espejo/jose-sacristan/6237815/

La matemática del espejo  

El regalo de esta semana está dedicado a José Sacristán. Es una cabeza de ajos que Ramon ha dibujado expresamente para él. Los que le conocen entenderán porqué y los que no le conocen, lo podrán descubrir viendo los dos programas de RTVE.

 


 

 

 

 

sábado, 12 de febrero de 2022

CLÁSICOS

 


Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson

Esta semana no puedo empezar diciendo “esta semana se estrena” porque la película que me parece más interesante, Licorice Pizza, lleva ya dos semanas en los cines. Lo que ha pasado con el último film de Paul Thomas Anderson es muy extraño. Se tenía que estrenar a principios de enero, se retrasó, no pasa nada y se anunció su estreno para el 11 de febrero, bien. Pero, de repente, el 28 de enero apareció, casi clandestinamente, en tres cines de Barcelona (ignoro si también se estrenó en otras ciudades). Así que, no, no se estrena esta semana. Aunque la verdad es que este culebrón que demuestra el enorme desconcierto de la industria en el terreno de la exhibición postpandémica, es lo de menos, Porque lo que cuenta es la película. Y tengo que reconocer que en la polémica que ha suscitado su estreno yo me sitúo entre los que la disfrutaron mucho. El titulo Licorice Pizza no nos dice casi nada a nosotros, pero para Paul Thomas Anderson tiene una honda resonanci: es el nombre de una cadena de tiendas de discos de los setenta y contiene la palabra pizza que le transporta a su niñez y adolescencia. Licorice Pizza es la película más feliz del director de melodramas tan potentes como Magnolia, The Master o Pozos de ambición. Aquí Anderson pone su saber dirigir al servicio de una historia ambientada en 1973, en plena crisis del petróleo, en una pequeña ciudad californiana. La primera secuencia, donde conocemos a los dos protagonistas, Alana y Gary es de aquellas que te meten en el film o te sacan para siempre. A mi me metió de lleno. Ver a Alana, una de las tres hermanas del gripo musical Haim, caminando indolentemente al lado de una fila de chicos y chicas diciendo, “Espejo, peine”, me dio la clave de cómo tenía que tomarme la película. Como un divertimento. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que en realidad aquello era un cuento. Anderson habla de Peter Pan y Wendy, con los niños perdidos como acopañamiento para definir a sus personajes. Algo de eso tienen, pero  a mí me gusta pensar también en una especie de Blanca Nieves y los siete enanitos correteando por las calles del Valle de San Fernando. El hecho de que Alana tenga 25 años y Gary tenga 15, no impide primero que se hagan amigos, segundo que se hagan socios y tercero que se enamoren en un devenir lógico del relato. Tampoco me sorprende que alguien que tiene 15 años sea capaz de montar un negocio de camas de agua y un salón de máquinas del millón. En un país como Estados Unidos un niño actor (y este lo es como miembro de la obra Tuyos, míos nuestros con Lucille Ball como madre) dispone de dinero y libertad suficiente para hacerlo. En realidad, el director cuenta que Gary está inspirado en un amigo suyo que hizo de verdad esas cosas cuando tenía 15 años. Pero aunque todo fuera una invención suya, daría igual. Porque la película es de una felicidad y alegría y complicidad contagiosa gracias en gran parte a los dos actores protagonistas. Gary, es Cooper Hoffman, hijo (y semi clon) de Philip Seymour Hoffman; Alana es Alana Haim, una de las tres hermanas del grupo musical Haim que, junto con sus padres aparecen en el film. Sin olvidarnos de los niños perdidos o los enanitos que los acompañan en todas sus aventuras y los cameos deliciosos de Sean Penn, Bradley Cooper o Tom Waits. Ambientada en el año 1973, en plena crisis del petróleo, Licorice Pizza es una película de las que te dejan un buen recuerdo, tarareando canciones y evocando tu propia adolescencia, tan alejada, seguro, de la de estos chicos, pero a la vez posiblemente con tantas historias como la de ellos si de verdad quisieras recordarla.

 

(me encanta hacer puzles)

La huella Joseph L. Mankiewicz Filmin

Ya avisé hace unos días que estaba un poco cansada de series. Y ese cansancio me ha llevado a explorar las plataformas en busca de otras cosas (que las hay). Fue el recuerdo del puzle blanco (aprovecho para decir que soy una fan total de los rompecabezas) el que me llevó a buscar La huella, la última película de Joseph Leo Mankiewicz rodada en 1972 con dos actores excepcionales, Laurence Olivier y Michael Caine. La empecé a ver con cierta prevención, ¿y si no se aguantaba? Menuda tontería, La huella no solo se aguanta, es que además, ha ganado con los años. Los juegos de engaño, maldad y manipulación que se establecen entre el escritor de novelas policiacas y el joven peluquero amante de su mujer, siguen siendo crueles y envolventes y siguen creando una sensación de impotencia en el espectador incluso cuando sabes todo lo que va a pasar. Fue una delicia volver a disfrutar del duelo interpretativo de sus actores completamente distintos en su registro y en su manera de estar ante la cámara, histriónico Olivier, flemático Caine, que sin salir nunca de la casa y casi del salón, consiguen que nos sintamos inmersos en esa enorme charada malvada. En estos tiempos en los que todo va tan rápido, en los que no se aguanta más de un minuto en pantalla sin que pase algo, ver esta tranquila pero no lenta historia ha sido un bálsamo de inteligencia. Con un efecto colateral: invita a revisar y disfrutar del cine de Mankiewicz. Esta es la huella que yo dejo aquí para que la sigan o no los que quieran.


 (en este Berlín destruido se levanta ahora el modernísimo complejo de Potsdamer Platz)

Se interpone un hombre, Carol Reed Filmin y Netflix

Este clásico que nunca había visto, lo encontró Ramon escondido en Neflix donde aparece como The Man Between gracias a descubrir antes que en esta plataforma tan guay y moderna hay un montón, si un montón, de películas inglesas en blanco y negro de los años 40, 50 y 60. Un tesoro en el que sumergirse para encontrar joyitas, como esta, o pedruscos infumables, (también los hay). En todo caso, este thriller negro de Carol Reed, realizado en 1953, cuatro años después de El tercer hombre  y ambientado en un Berlín devastado por los bombardeos y dividido por la partición de la ciudad, fue una auténtica pequeña sorpresa. Es una historia de espionaje muy poco Le Carré. Yo diría que en realidad no es una historia de espías es más bien una historia de perdedores o perdedor, James Mason en hombre que se interpone mientras intenta escapar de una red de mentiras, delitos menores y engaños que le tiene atrapado en la zona rusa de la ciudad. Una fascinante Claire Bloom recién salida de Candilejas, es la joven inglesa que se enamora de ese hombre interpuesto y paga las consecuencias de quererle. Pero para mí, la auténtica estrella del film es la ciudad de Berlín que Reed retrata con la misma frialdad objetiva que aplicó en la Viena del tercer hombre. Un Berlín irreconocible en sus ruinas, un Berlín que ha dejado una huella incluso en el super moderno Berlín de ahora mismo.



Y hablando de Berlín, justamente esta semana comienza la segunda Berlinale en pandemia (casi la tercera porque el del 2020 se celebró por los pelos y ya con problemas). Pero si este Berlín es importante, al menos para mí, es porque POR FIN, hay dos películas españolas en la competición oficial. Diez años después de intentar inútilmente que aceptaran Los pasos dobles, al final se han dado cuenta de que Isaki Lacuesta y su mujer y guionista Isa Campo, están entre las figuras más solidas del cine español y europeo. No he visto aun Un año, una noche, pero estoy segura que no dejará indiferentes a nadie en ese Berlín de la modernidad. Pero Isaki no está solo. También estoy contenta de que Carla Simon vuelva a Berlín donde triunfó hace unos años en Generation con Verano 1993. Esta vez Carla llega con un film ambientado en el pueblo de Alcarrás que da título a la película. Es una noticia estupenda y estoy segura que ambos dejaran una huella en ese Berlín que nada tiene que ver con el de The Man Between.

El regalo de esta semana es una flor para Isaki, Isa y Carla.


 

 


sábado, 5 de febrero de 2022

VOCES


 


Drive my Car de Ryûsuke Hamaguchi,

Drive my car es un film de tres horas que se pasan volando. La historia necesita ese tiempo para desplegarse en toda su grandeza, en toda su poesía. El protagonista es un actor y director de teatro que tras perder a su mujer ensaya la obra de teatro Tío Vania de Chejov, con la particularidad de que los actores hablan cada uno en un idioma, incluso hay un personaje que habla en la lengua de los sordomudos. Y se entienden y se comunican y la obra fluye y funciona como fluye y funciona el dolor de Yusuke Kafuku y como fluye y funciona la relación con la conductora del coche rojo y con uno de los actores dentro y fuera de la escena. Drive My car, basado en un relato corto de Murakami, es uno de esos extraños films que te invitan a caminar a su lado. Una prueba de que un cuento puede dar para una película de tres horas y de que el tiempo es algo profundamente elástico. Escribí estas palabras al volver de San Sebastián donde vi la película a las 10.00 de la noche con el miedo en el cuerpo de dormirme por el cansancio acumulado del día. Pero no. No solo no me dormí, al contrario. La dulce cadencia de las conversaciones que jalonan el film, con los interludios de los ensayos de Tio Vania y la voz acariciadora de la mujer muerta en las cintas en las que recita los diálogos de la obra, despertaron no solo mi conciencia, sino mis propias voces. Dice el director Ryûsuke Hamaguchi que las razones que le llevaron a adaptar este cuento breve de Murakami, publicado en la antología Hombres sin mujeres, fueron tres: la intimidad de las conversaciones que establece Kafuku, el director de la obra, con su silenciosa conductora Misaki compartiendo su dolor, con el fondo de la voz de Oto, la mujer muerta; las múltiples capas que tiene la interpretación y más en esta obra donde todos conocen el texto, pero cada uno lo recita en su idioma y todos se entiendes sin necesidad de comprender la palabra; la tercera razón es “la voz” que oye Kafuku en el actor Takatsuki: “Si uno desea ver en serio a los demás, no le queda más remedio que observarse en profundidad, de frente, a sí mismo”. Es este último punto el que me dejó impresionada y me llevó a dar un largo paseo nocturno por el puerto de Donostia antes de decidirme a volver a mi hotel. La película despertó en mi las voces que oyes dentro de ti y te van avisando de las cosas, te van indicando los caminos, voces que tantas veces no sabemos escuchar agobiados por el ruido ambiente que nos condiciona en nuestra vida y en nuestras decisiones. Drive my car es una película para dejarse llevar, para mirarla y acompañarla como un amigo al que vale la pena prestar atención. Eso es lo que yo sentí en San Sebastián. No sé si en Barcelona o Madrid o donde sea que la puedan ver, se sentirá lo mismo. Las películas son siempre iguales, pero nosotros cambiamos continuamente. En todo caso, no he querido hacer la prueba de volverla a ver. De momento prefiero quedarme con las sensaciones de esa noche en Donostia.

 


(un paisaje grandioso oculta una realidad muy oscura)

Noche de fuego de Tatiana Huezo Netflix

Las voces de esta película mexicana son muy diferentes. Son voces calladas, escondidas, asustadas. Son las voces de tres niñas en un pueblo de la sierra de Jalisco en México, obligadas a esconderse para evitar ser secuestradas y vendidas por los narcotraficantes de los carteles que controlan la zona. Todo el pueblo vive del cultivo de la amapola que es la base del narco. Pero todo el pueblo vive atemorizado por la llegada inesperada de los grandes todoterrenos que se llevan a las niñas y las adolescentes. En ese pueblo, Ana y sus dos amigas, viven una doble vida. Con el pelo corto y pantalones pasan por niños, con los vestidos de sus madres y los pintalabios, intentan recuperar su feminidad a escondidas. Con estas premisas se podría pensar que estamos ante uno más de los films latinoamericanos tremendistas y miserabilistas a los que nos tiene acostumbrado. Pero por suerte no es así. Las voces cristalinas de estas niñas construyendo un mundo de solidaridad, amistad y frescura, resuenan mucho más fuertes que las de la denuncia social. Por eso Noche de fuego es un film positivo, por eso Noche de fuego es un film hermoso. Y por eso defiendo y alabo a Tatiana Huezo que ha entendido que para denunciar una injusticia y un crimen, es mucho más eficaz la alegría que el dolor. 

 


Arrebato, Iván Zulueta, FlixOlé

Para todos los que recuerden la icónica y legendaria película de Iván Zulueta, no será un misterio saber que voces se oyen aquí. Mejor dicho que voz. La voz que domina el relato, que lo recorre, lo estructura, lo deviene en misterio, es la de Pedro, el adolescente extraño surgido de un film expresionista que desde una vieja casete va desgranando su historia de vampirismo con la cámara y su confianza en que José Sirgado, el director de cine al que le manda las cintas en súper 8 y la casete, sea capaz de entenderlo e incluso de salvarlo, si es posible. Arrebato es una historia de arrebatos producidos por la droga como elemento creativo, del sexo como elemento destructivo y de la amistad como elemento cohesionador. Y además está el cine, esa imagen vampirizada por un fotograma en rojo que poco a poco se va apoderando de todo. Zulueta rodó Arrebato hace 42 años y se convirtió inmediatamente en uno de los pilares fundacionales y referenciales del cine español de la transición (y de mucho mas, su influencia no ha dejado de crecer). Ahora, gracias a una copia restaurada y remasterizada, la plataforma de cine español FlixOlé nos permite recuperarla. Tengo que reconocer que me daba un poco de miedo volver a verla ¿Y si no aguantaba el paso del tiempo? ¿Y si había envejecido como tantas películas míticas de mi juventud que vistas ahora producen una cierta vergüenza ajena? Me armé de valor y la volví a ver. Y volví a quedarme enganchada con Wil More, su abrigo imposible y sus ojos desorbitados; con Eusebio Poncela, encarnando ese director de serie B, que sabe que el cine le quiere pero no sabe qué hacer con ese amor; con Cecilia Roth vestida de Betty Boop intentando recuperar algo perdido para siempre. Volví a sentir el arrebato de esos súper ochos tan lejanos, tan primitivos, tan ajenos a la inmediatez de los videos del móvil, y por eso mismo tan fascinantes. No quiero extrapolar estos sentimientos a los demás. Los que la recuerden pueden sentirse decepcionados con ella, no lo sé. Los que nunca la han visto pueden reaccionar de muchas maneras que me resultan difíciles de saber. En todo caso, me quedo con la sensación de haber vuelto a oír a Iván Zulueta y con él a las voces de unos años en los que todo parecía posible. 

El regalo de esta semana parece un cuadro abstracto, pero es una oreja, elemento indispensable para “escuchar las voces”, que forma `parte de un proyecto de Ramon sobre Las Orejas.