sábado, 25 de julio de 2020

COLAPSOS






Parece que de momento hemos evitado el colapso. Al menos hay alguna esperanza de salir de esta angustia con algo positivo. El larguísimo y difícil acuerdo conseguido en Bruselas el fin de semana pasado es lo mejor que nos podía pasar. A Catalunya, a España, a Europa. No solo por el dinero que llegará a los países para su reconstrucción, sobre todo porque significa una consolidación de la idea de Europa, una Europa mucho mas solidaria y consciente de que, o se fortalece como unidad, o desaparece. Y si desaparece, todos caeremos en un agujero negro. El acuerdo me ha hecho pensar en la eficacia del Plan Marshall al final de la Segunda Guerra Mundial. El Plan Marshall entendió que no se podía caer en los mismos errores de la postguerra de la Primera Guerra. No se podía humillar a Alemania y se tenía que fomentar la recuperación económica de todos los países que habían participado en la contienda. Era necesario devolverles la dignidad al mismo tiempo que la ilusión. “El programa obligaba a los gobiernos europeos a planificar y calcular con anticipación las futuras necesidades de inversión. Les exigía negociar y reunirse no solo con Estados Unidos sino entre sí, dado que el comercio e intercambio que contemplaba el programa iban destinados a que pasara de ser bilateral a ser multilateral lo antes posible. Obligaba a gobiernos, empresas y sindicatos a colaborar. Y sobre todo impedía cualquier recaída en las tentaciones que tanto habían obstaculizado la economía de entreguerras: la baja producción, el proteccionismo mutuamente destructivo y el colapso del comercio. Los americanos dejaron a los europeos que asumieran la responsabilidad de determinar el nivel de ayudas y la forma de distribuirla. Era algo completamente nuevo que sorprendió a los políticos europeos”. (Tony Judt, Postguerra, p.149). Es un poco lo que ha sucedido ahora. La Unión Europea ha entendido que no se puede repetir las equivocaciones del 2008 con recortes, austeridad y obligación de pagar una deuda inasumible. Tocaba ser generosos y dotar a Europa de la fluidez de dinero necesaria para recuperarse sin trabas, para reinventarse en el siglo XXI. A la larga será mucho mejor para todos. Pero sin trabas no quiere decir sin control europeo para ver a dónde se destinan esos medios. No habrá dinero para despilfarros, no habrá dinero para gastos innecesarios. En España se tendrá que pensar en remodelar la administración, adelgazarla; se tendrá que reconducir la inversión industrial; se tendrá que distribuir el dinero sin complejos ni miedos. El paraguas europeo es la mejor garantía de no caer en manos de populismos de ninguna clase, ni de izquierdas ni de derechas. Quizás por eso el acuerdo pone de los nervios a los antieuropeos de todas las bandas que piensan que cuanto peor mejor. Desde Vox a los independentistas, desde los nostálgicos de un pasado azul, a los nostálgicos de un pasado rojo, pasando por los nostálgicos de un pasado con estelada. Es una buena noticia que ilumina un poco el panorama de la pandemia que sigue creciendo. Aunque en eso también hay algunos rayos de luz. La posible vacuna de Oxford, el hecho de que los contagios sean más leves, la cantidad de asintomáticos. Josep Corbella, seguramente una de las voces mas sensatas que ha habido en este tiempo, decía en una artículo de La Vanguardia del jueves 23: “Un peligro, ya saben, es algo que no se controla. Algo que ocurre por accidente y ante lo que no hay manera de defenderse. Un riesgo, por el contrario, se evalúa y se gestiona. Y se asume o no… De modo que, para evitar contagios, no se pregunte dónde está el virus. Pregúntese sobre todo dónde está usted.” No se trata de trasladar la responsabilidad de la pandemia a los ciudadanos. Controlarla, rastrearla, acotarla, poner los medios para que no se desboque el contagio, es trabajo de los gobiernos pequeños, medianos y grandes. Pero sí es necesaria una cierta responsabilidad individual para que todo funcione. Sin miedo, sin histeria, con conciencia colectiva. Desgraciadamente, hay muchos ejemplos estos días de que esa falta de empatía, sentido de la colectividad y de la responsabilidad no es muy abundante en el género humano. Es lo que cuenta la serie de moda del momento. El colapso.



El colapso
El colapso es una serie francesa de ocho capítulos de 20 minutos que se puede ver en Filmin. Los franceses están haciendo algunas de las series mas interesantes, diría que importantes, de los últimos años. Series que ponen el dedo en la llaga, en el meollo de los problemas. Baron Noir y El colapso son la mejor prueba. Dirigida por un colectivo que firma Les Parasites, integrado por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, El colapso se puede ver como un ejemplo inteligente y puesto al día de cine de agitación. Nunca se explica que provoca el colapso que lleva a la sociedad al caos. No hace falta. En el contexto de la actual pandemia con su rastro de desespero y falta de solidaridad en el mundo tenemos la prueba mas clara de que el caos llega a veces por donde menos te lo esperas. Rodados en plano secuencia de 20 minutos, algunos casi inverosímiles, El colapso cuenta siete situaciones en las que la lucha por la supervivencia se impone sobre la racionalidad, la solidaridad, el compromiso. El primer capítulo, El supermercado nos trae a la memoria momentos muy parecidos de hace apenas unos meses. Los demás, por suerte, cuentan escenarios que no se han producido aún. Pero pueden suceder en el momento en que por razones no tan inverosímiles deje de haber electricidad, el dinero no sirva, la comida escasee, el combustible se acabe. La gran novedad de esta serie que recomiendo ver seguida como una película larga para entender las conexiones internas de los personajes, es que ese mundo post apoalíptico no es el de Mad Max o los Walking Dead. Es un mundo cercano, cotidiano, reconocible. Está ahí, junto a nosotros. Está en las fiestas desenfrenadas donde no se respetan las distancias ni las mascarillas; en los que piensan, “a mi no me va a pasar”; en los que intentan salvarse como sea aún a costa de los más débiles; en ese enfrentamiento eterno entre la solidaridad y la supervivencia. En ese sentido, el capítulo más cruel, el más doloroso es el sexto, La residencia. El último capítulo, La emisión, intenta ser una advertencia. Ha habido críticas que dicen que ese capítulo no es necesario. Yo creo que sí. Creo que hacía falta darle un punto de partida a lo que hemos visto. De repente, todo adquiere sentido. Ese último capítulo nos pone frente a un concepto nuevo, al menos para mí: el supervivencialismo. Según el profesor que centra esta última entrega, los supervivencialistas de nuestros días son gente muy rica que invierte mucho dinero en islas autosuficientes. La ministra de Ecología le acusa de hacer ciencia ficción catastrofista. Pero si estamos atentos, este debate explica claramente dos de los capítulos de la serie: El aeródromo y La isla.
El colapso es una serie imprescindible. No creo que guste a todo el mundo, tampoco digo que yo comparta su falta de confianza en la gente común donde no hay buenos ni malos, solo supervivientes. Creo que vale la pena verla y sobre todo pensarla. ¿Qué haríamos nosotros en su lugar?

El regalo de esta semana es un dibujo tranquilo, ¡para compensar!





sábado, 18 de julio de 2020

CROMAREALISMO



(una pantalla de croma verde sobre la que proyectar la realidad que nos guste)

Esta semana me ha costado escribir este texto. No por falta de ganas, por suerte aún conservo algo de entusiasmo, mas bien porque todo lo que la semana me ha ofrecido como punto de partida se me ha ido diluyendo en una sensación de desencanto, o mejor dicho de impotencia. Ver como crecen los casos de contagio, comprobar la falta de responsabilidad y de solidaridad de una buena parte de la población –y no solo los jóvenes, no los culpemos únicamente a ellos, hay mucha gente que no es tan joven y tampoco ha tenido y tiene un comportamiento ejemplar– ser testigo de la improvisación y la falta de recursos, no tanto humanos o materiales como mentales y de imaginación, de nuestros gobernantes mas cercanos, todo junto me produce un inmenso desconcierto. ¿Cómo hacer planes para un futuro ni siquiera inmediato? ¿Cómo pensar en lo que haremos dentro de unos meses, si no sé que pasará la semana que viene? La Amenaza del Confinamiento Total, que ya flota en este Confinamiento Recomendado en el que estamos metidos en Barcelona desde el viernes, me obliga a pensar la realidad de otra manera. Cuando parecía que podíamos ver un poco de luz al final del túnel, nos vuelve a caer este manto de oscuridad. Todo es preocupante y difícil para todos. Pero lo que me afecta mas directamente por que es el hábitat de mi trabajo, es como se va a traducir esta situación en el cine. En un primer nivel, cómo van a sobrevivir las salas de exhibición, ya tan tocadas por la crisis que se arrastra desde hace años. En un segundo nivel, cómo se va a hacer cine en estas condiciones, que tipo de rodajes se podrán plantear, que películas y series vamos a ver en los próximos años. Las maneras de producción habituales tendrán que cambiar por fuerza, los rodajes ser diferentes, las historias ser distintas. Es una incógnita que abre muchos caminos. ¿Cómo va a ser el cine que se haga a partir de ahora? ¿Que tipo de relatos dejarán constancia del momento que vivimos? No tengo ni idea cómo será ese cine, ni cómo se hará, es un reto que viene a sumarse al de simplemente sobrevivir. Pero soy optimista y pienso que igual que el neorrealismo nació al final de la segunda guerra mundial provocado por una necesidad de mirar de otra manera la realidad que había dejado el conflicto, de reflejar un estado de ánimo en la sociedad, pero también de una urgencia de contar las cosas de otra manera, saliendo de los estudios y acercándose a la calle, creo que ahora tenemos que empezar a pensar en un nuevo “realismo” y se me ocurre que este va a ser el “cromarealismo”. Es decir un mundo que invente la realidad para contar la realidad. Para hacer cine habrá que refugiarse en el mundo croma que permite proyectar en una pantalla en verde todo lo que uno quiera imaginar. Los actores actuarán solos delante de esta pantalla, se les juntará digitalmente y podrán vivir sus aventuras pequeñas, grandes, fantásticas, cotidianas, sin salir de un metro cuadrado. La verdad es que no me gusta esta idea, pero me temo que vamos directos a este tipo de cine, al menos en un tiempo y lo único que espero es que surjan en el cromarealismos nuevos rossellinis, de sicas y zavattinis que le den a este cine una dimensión de obra de arte.


Y ya puestos en mundo croma, la verdad es que me gustaría poder proyectar un croma distinto al que nos rodea aunque fuera solo por un ratito. Vivir en un show de Truman privado de colores más bonitos y de personas menos estúpidas. En fin, de momento, lo que de verdad nos queda es lo que tenemos y al menos en ese sentido agradezco la ceremonia que tuvo lugar el jueves pasado.de recuerdo  a las víctimas de la epidemia y reconocimiento a todos los que estuvieron en primera línea. Un escenario sobrio y al aire libre, una disposición en círculos, como la mesa redonda de Arturo donde no había nadie en un sitio preferente, un pebetero de fuego, que es un símbolo eterno y flores blancas que algunos han calificado de cursis y a mí me resultaron esperanzadoras. Aunque la verdad es que creo que esa ceremonia fue en si misma un croma de unidad y de tolerancia y de solidaridad que no existe. El hecho de que VOX, Esquerra Republicana, la CUP, Bildu y el BNG no participaran, demostrando sus semejanzas y bajezas, es la prueba de que no es la auténtica realidad. La realidad de verdad me temo que es mucho mas dura y desagradable.


Supa Modo
Pero no quiero dejar esta entrada con una nota tan pesimista. Por eso recupero un estreno de la semana pasada por si alguien lo puede ver cuando llegue a alguna plataforma, porque en las salas, al menos las de Barcelona ya no se proyecta. Se trata de una película africana, de Kenia, se llama Supa Modo y la dirige un africano completamente desconocido para mi Likarion Wainaina. Es una coproducción con Alemania y entre sus impulsores aparece el nombre de Tom Tykwer que siempre es una garantía. También lo es el que haya sido presentada en la sección Generation de la Berlinale y que haya sido reconocida con numerosos premios. En realidad Supa Modo es una película muy sencilla, muy simple, incluso un poco sentimental. Pero en realidad, esta historia de una niña de nueve años que tiene cáncer, va mucho mas allá de la típica película que podemos esperar. Jo, su pequeña y estupenda protagonista, es una fan del cine de superhéroes, ella misma se considera una superheroína, Supa Modo es su avatar, capaz de hazañas extraordinarias. Su hermana mayor está dispuesta a hacerla feliz y le monta pequeños escenarios de ilusión con la colaboración de todo el pueblo para que ella disfrute de sus super poderes. Pero Jo no es ni tonta ni ingenua, sabe que eso no es verdad, pero sabe también que hay algo que sí es verdad y que quiere hacer antes de morir: una película. Preparar y realizar esa película se convierte en el objetivo de toda la aldea. El cine como elemento sanador, como elemento liberador, como elemento consolador. Supa Modo es una película llena de esperanza, de luz. Es pequeña como su pequeña protagonista, pero es grande como la felicidad a la  que aspira. África es la gran olvidada en estos negros meses del bicho. Nuestro enorme egocentrismo occidental nos hace ser muy ignorantes de lo que sucede más allá de nuestras fronteras. No sabemos nada de lo que está pasando en un continente asolado por las desgracias desde hace años que ahora padece una mas grande y global. Pero en ese mundo olvidado, hay rayos de esperanza como esta pequeña aventura de una superheroína. En el fondo lo importante es que cada uno de nosotros encuentre su Supa Modo particular a ver si entre todos conseguimos que el mundo sea un lugar mejor donde vivir.


viernes, 10 de julio de 2020

MADADAYO






Gent Gran, así se define en catalán a las Personas Mayores. Gente Grande en castellano queda raro, no se entiende, pero en catalán sí y además tiene otra connotación; la gent gran es también grande. La palabra viejo no me gusta demasiado, implica algo deteriorado, en mal estado; en catalán viejo se dice vell y si cambiamos la v por la b se convierte en bell, bello, hermoso. La gent gran es grande y hermosa. En cambio me gusta mucho la palabra anciano, me suena a un gran árbol de tronco formidable y rugoso, con ramas que se bifurcan y hojas perennes que dan una protectora sombra. También me gusta la palabra abuelo, más que avi, que es su traducción al catalán. Abuelo es una palabra acogedora, cálida, avi es más frío e impersonal. Se preguntarán a qué viene esta introducción, pues viene a cuento de un re-estreno estupendo, Dersu Uzala, de Akira Kurosawa, un festival nuevo y muy bonito, La Gran Pantalla que se puede ver en Filmin hasta el  17 de julio y una reflexión sobre lo que ha pasado este tiempo maligno de la Era del Bicho (y sigue pasando) con los mayores, viejos, ancianos, en cualquier idioma.
Lo que ha sucedido en las residencias debería avergonzarnos. Pero no ahora en que las muertes de los mayores nos dejan con la mirada hundida. Debería avergonzarnos como sociedad comprobar que no somos capaces de respetar, cuidar y escuchar a la gent gran. Mientras los abuelos son útiles para cuidar a los nietos y compartir la pensión con la familia, se les soporta, pero cuando dejan de servir, se les aparca en una residencia y se les abandona. Ojo, no estoy en contra de las residencias, –como no lo estoy en contra de las guarderías, que cumplen la misma función con los niños–. Me parece muy bien que los niños se relacionen con otros niños desde pequeños, como me parece muy bien que los abuelos vivan con otros abuelos y se relacionen entre ellos. Pero hay muchas formas de hacerlo: apartamentos individuales con servicios comunes, agrupaciones de amigos que se ayudan unos a otros, o residencias públicas (y privadas) donde los mayores son cuidados y respetados como se merecen. Sí, se puede tener residencias. El problema que ha dejado al descubierto en toda su crudeza esta pandemia es la dejadez en que estaban estas residencias, la falta de control sobre su funcionamiento, en definitiva el desprecio hacia lo que les podía pasar a los allí encerrados. He sentido ese desprecio varias veces durante estos meses en los que se ha tratado a las personas mayores, las que estaban en residencias y las que no, como si fuéramos débiles mentales, hablándonos como si fuéramos tontos, y dejando claro que sobramos en esta sociedad. Es algo que me indigna y me duele. Por eso me gusta el estreno de Dersu Uzala y el festival de La Gran Pantalla.

(el auténtico Dersu Uzala y el capitán Vladimir)
Dersu Uzala
Dersu Uzala es una película de Akira Kurosawa del año 1975 basado en las memorias de Vladímir Arséniev, un militar ruso que a principios del siglo XX mantuvo una profunda amistad con Dersu, un viejo cazador de la taiga siberiana. Dersu Uzala es un film ecologista antes que esta tendencia existiera como tal y desde luego mucho antes de que los talibanes del ecologismo la convirtieran en una de las ideologías más reaccionarias de nuestro tiempo. Dersu Uzala es un viejo cazador nómada que conoce su mundo perfectamente, sabe leer la naturaleza, entiende el bosque y los animales, respira la nieve y el frío. En el año 1902, Dersu salva de la muerte en la estepa siberiana al grupo de militares geólogos capitaneados por Vladimir Arseniev. Y lo hace gracias a entender que hay que respetar la naturaleza si quieres que ella te respete a ti. Es una película preciosa, de grandiosos paisajes y silencios blancos que se disfrutará mucho en una pantalla de cine. Hablar de Akira Kurosawa me ha hecho recordar otra película suya, Madadayo de 1993, a la que he robado el título para esta crónica porque Madadayo quiere decir “Aún estoy aquí”. Madadayo es lo que le dice el viejo profesor retirado a sus alumnos cuando le van a ver y le preguntan cómo está: Madadayo, sigo aquí. Los viejos, ancianos, gent gran siguen aquí por suerte para todos.


La Gran Pantalla
La película de Kurosawa, Madadayo, aparece también en una de los seis films que componen la 2º Edición de La Gran Pantalla, Festival Internacional de las Personas Mayores de Barcelona, que este año, por razones obvias, se celebra on line en Filmin hasta el 17 de julio. Se trata de una iniciativa que quiere poner de relieve el hecho de que la gente mayor tiene deseos y sueños, es autosuficiente y libre y sobre todo es adulta y responsable, en definitiva, quiere demostrar que ser viejo no es ser imbécil (hay muchos más imbéciles en otras edades). La selección es muy interesante, pero hay dos documentales que me han llegado al corazón. Uno se titula Las Cinéphilas, el otro, Cómo corre Elisa. Los dos son argentinos con ramificaciones en Europa.
Las Cinéphilas sigue a seis mujeres mayores, dos en Buenos Aires, dos en Montevideo y dos en Madrid. Son mujeres jubiladas que viven solas de una manera libre y autónoma y disfrutan de su gran pasión, el cine. Acuden a las Filmotecas, a los cines de Versión Original, discuten y hablan. Están vivas, son inteligentes y con un sentido crítico muy despierto. Son las espectadoras ideales. Y supongo que también parte de las grandes víctimas del confinamiento. El documental, dirigido por la argentina María Álvarez, se coloca a su lado, ellas dialogan con la directora con naturalidad. No intentan mostrar que la cámara no existe, al contrario, la dirigen hacia donde les interesa poner el acento. Es una delicia. Acabas queriéndolas a todas, pero mis preferidas son la elegante Lucía de Montevideo con su flequillo y su libertad y la sencilla Paloma de Madrid, con su ingenuidad y sus ojos azules.
La Elisa que corre en el otro título que me ha encantado, es una mujer de 82 años, toda fibra y voluntad. Nacida en un pueblo del Lago de Como en Italia, Elisa emigró con su familia a Buenos Aires cuando tenía 14 años. Elisa estuvo casada, tuvo cinco hijos y varios nietos. Elisa empezó a correr a los 70 años. Y ahora, a los 82, ha decidido correr la media maratón del Lago de Como., 24 kilómetros por las tierras de su infancia. El documental la acompaña en este viaje que hace con dos de sus hijos y dos de sus nietos. Es una historia de reencuentro con el pasado, de reconciliación sin nostalgia. Y es una historia de perseverancia y voluntad. Elisa corre la media maratón acompañada por sus nietos y por la cámara y nos demuestra que la edad no es la del carnet de identidad, sino la del corazón y la cabeza. Como dice en un momento determinado, “la edad está en lo qué hacemos y en cómo lo hacemos”. Lucía y las chicas del cine, Elisa y su carrera, pueden decir orgullosas Madadayo, Aún estamos aquí.


(no sé de quién es este edificio, pero seguro que lo habría podido diseñar Bernadette)

Un estreno Dónde estás, Bernadette
El estreno de la semana no tiene nada que ver con este tema. Se llama Dónde estás, Berandette, está dirigida por Richard Linklater y protagonizada por Cate Blanchett. Es una película atípica, como casi todas las de este estupendo director. Basada en una novela de Maria Semple que fue un auténtico best seller en el año 2012, Dónde estás, Bernadette es la historia de una mujer aún joven que fue una gran arquitecta, revolucionaria y visionaria cuando tenía veinte años. Por razones que vamos descubriendo poco a poco, Bernadette abandonó la arquitectura y todo tipo de arte creativo para refugiarse en su familia, su marido y su hija adolescente. Pero Bernadette es una persona insatisfecha, no encaja en ningún sitio, agorafóbica, detesta a sus vecinas, en especial a su insulsa vecina Audrey. Bernadette es divertida, inesperada, delirante, pero sobre todo, Bernadette es infeliz y hace infelices a los demás. Un día, casi por casualidad, Bernadette desaparece y su familia se pregunta dónde estás, Bernadette. Pero en realidad a Linklater y a Semple y a Blanchett, lo que les preocupa no es tanto dónde ha ido físicamente Bernadette, sino dónde se esconde en su alma y en su memoria la Bernadette creadora, la artista que ha olvidado su capacidad de crear, provocando una frustración en la persona que es ahora. Ese es el tema fundamental de esta comedia divertida y dolorosa. Nunca hay que esconder tu Bernadette creativa, hay que dejarla salir, ejercerla, disfrutarla. Da igual si es para construir casas fantásticas, escribir novelas divertidas, pintar cuadros maravillosos o simplemente hacer pasteles magníficos. No tenemos derecho a olvidarnos de esa Bernadette escondida. En cierto sentido, también las bernadettes de cada uno tienen que poder decir Madadayo, aún estoy ahí.




(Jaume cantando)
Cumpleaños feliz
Una curiosa coincidencia ha hecho que esta semana Jaume Figueras haya cumplido 80 años. Para celebrarlo reunió a unos cuantos amigos con mascarilla y distancias. Jaume llega a los 80 mejor que a los 79, al menos es lo que demuestra el hecho de que en lugar de recibir regalos haya sido él el que nos haya regalado un bonito libro de relatos que ha escrito durante el confinamiento. Relatos cortos, de memoria privada y colectiva. Divertidos, sencillos y claros. Relatos de vida. Jaume cumplió dos deseos el día de su cumpleaños: ver publicado el libro que le abre una nueva etapa como escritor y debutar como cantante con una personal adaptación de I’m Still Here, Soc aquí en su versión catalana, es decir Estoy aquí, aún estoy aquí. Sin saberlo Jaume nos regaló a todos un particular y único Madadayo. ¡Felicidades!




sábado, 4 de julio de 2020

¿FELICIDAD?



En el último programa de El Hormiguero, escuché a Carlos Arguiñano decir una cosa que me dejó pensando: “no sabíamos que éramos felices”. Es verdad. Antes de la Era del Bicho que aún colea y seguirá coleando, éramos felices. Con todos nuestros problemas, nuestras pequeñas manías, nuestros disgustos. Pero éramos felices. Al despedirse Pablo Motos dijo otra cosa para pensar: “nos han quitado, de momento, la esperanza de un futuro mejor”. También es cierto. En todas las conversaciones que he tenido estos días y han sido bastantes, el denominador común era “no sabemos que va a pasar, no dentro de un año o diez, o cien. No sabemos que va a pasar la semana que viene, después del verano. Por eso, ante la incertidumbre me he propuesto (otra cosa es que lo consiga) aprovechar hasta el último minuto de cada día, no dejarme dominar por la desesperanza, apoyarme en lo bueno que tengo cerca. No sé si volveremos a ser felices, pero al menos tenemos que intentarlo.

BCN Film Fest



(El spot de promoción del BCN Film Fest, realizado antes de la pandemia, parece hecho por un adivino del futuro. Sin quererlo se convirtió en un spot del confinamiento. Vemos a una chica que a lo largo de diez meses, nunca sale de casa. Es bonito, pero cada vez que lo veía antes de las películas, me sentía un poco angustiada. Si lo quieren comprobar, este es el enlace https://www.youtube.com/watch?v=dYEAwGduZSQ )

Intentar ser feliz y aprovechar cada minuto es lo que he hecho yo y bastante más gente, esta última semana en la que ha tenido lugar en Barcelona el 4º BCN Film Fest que debía celebrarse en Sant Jordi. El BCN Film Festival ha sido el primer festival de cine que se celebra presencialmente. Tengo que reconocer que ha sido todo un poco raro. La verdad es que si no hubiera sido por el compromiso que tenía como jurado de la crítica, seguramente no habría ido al cine, o habría ido muy poquito. Llegar al Verdi el primer día, fue como si me hubieran tirado a la piscina sin saber nadar: o sobrevives o te ahogas. Esa fue mi sensación cuando vi a los compañeros de la crítica en un pase de prensa completamente atípico. Todos con mascarillas, of course, con gel antes de entrar, mascarillas durante la proyección y lavado de manos al salir. Guardando las distancias en una sala casi vacía. ¿Es esa la Nueva Normalidad? Si lo es, no creo que me guste. Todos los días he ido y he vuelto andando al cine. 40 minutos de paseo por una ciudad con tráfico y gente que te evita y evitas. Dos días, cansada de ver películas y con un calor aplastante, cogí el metro una vez y el bus otra. Raro también, con una especie de miedo a tocar nada, alejada de la gente. En el bus, casi vacío, sentada en solitario. Como tenía que estar casi todo el tiempo en el cine, comía por allí. Eso ha sido lo mejor. He recuperado amigos, a mi hermana y por un rato, mientras estaba dentro del restaurante, pensaba que sí, que todo era igual. Idea equivocada en cuanto salías a la calle y te encontrabas de nuevo con las mascarillas. En fin, poco a poco, he ido aceptando esta ciudad distinta, unas gentes distintas. El ser humano es muy amoldable y tenemos la capacidad de adaptarnos a casi todo. También a esto, sin duda. Pero no me gusta (lo único bueno de la inmersión en el cine, aparte de las películas, ha sido que por un buen rato dejaba de oír noticias sobre los brotes del dichoso bicho). De lo que he visto en el festival no hablaré, excepto La verdadera historia de la Banda de Kelly que se estrena hoy. He visto pocas fuera de la competición, y como jurado, no me parece ético destacar ninguna. Cuando se estrenen, si se estrenan, hablaré de ellas.


La verdadera historia de la Banda de Kelly, de Justin Kurzel
Ned Kelly es, como Jesse James, un bandido de leyenda, uno australiano y otro del Oeste americano. Ambos tienen vidas paralelas. Ned Kelly se hizo famoso en los años 1870-1880; Jesse James fue un bandido legendario entre 1870 y 1882. Tanto uno como otro venían de familias pobres que vivían en la miseria y la explotación, Jesse James y su hermano Frank por parte de los vencedores de la guerra civil; Ned Kelly y su hermano Daniel, por parte de los ingleses. Ambos comparten también orígenes oscuros. No hay que olvidar que entre los ingleses que llegaron al futuro Estados Unidos, había muchísimos irlandeses que huían de las grandes hambrunas, y los que colonizaron Australia eran directamente delincuentes que se enviaban allí para que cumplieran sus condenas. Unos y otros acabaron con las culturas autóctonas con la creencia de una superioridad moral que en realidad no tenían. Tanto Jesse James como Ned Kelly crearon bandas de forajidos que robaban bancos y trenes y los dos acabaron muy mal. Hasta ahí sus similitudes, veamos sus diferencias. La más importante sin duda, los métodos empleados en sus asaltos. Ned Kelly, inspirándose en el movimiento nacionalista irlandés de los Hijos de Sieve, que conoció a través de su madre, creó una banda que asaltaba vestidos de mujer y con armaduras que les daban un aspecto terrorífico. Ned Kelly, como Jesse James, se convirtió en una leyenda a la que se rinde culto incluso con un Museo que recoge fotos de la época y algunas de sus armaduras. Tanto uno como otro han sido objeto de películas y novelas. Más el bandido americano con films memorables como el de Fritz Lang, La venganza de Frank James, de 1944 y el de Nicholas Ray de 1957, La verdadera historia de Jesse James. Me gusta pensar que, cuando el escritor más famoso de Australia, Peter Carey, decidió acercarse al bandido más famoso de Australia, puso como título de su novela La verdadera historia de la Banda de Kelly, precisamente como homenaje al film de Ray. Tanto el libro, como la película dirigida por Justin Kurzel, no solo no caen en la tentación de glorificar al héroe, sino que buscan enfrentar a los australianos a sus orígenes sombríos y siniestros como país a través de una historia de violencia y crueldad, y con un personaje central, la manipuladora y posesiva madre de Ned, con la que el adolescente y mas tarde el joven, mantiene una conexión enfermiza de dependencia emocional. El resultado es un film de una gran belleza violenta, con un personaje desdoblado en dos edades al que no puedes querer, pero sin duda puedes entender en ese viaje alucinado de la inocencia al corazón de las tinieblas. Una última cosa, Ned Kelly ha tenido dos antecedentes en el cine. Uno realmente curioso y absurdo, dirigido por Tony Richardson en 1970 y con Mike Jagger en el personaje de Ned, es una película muy pop, muy años sesenta con una banda sonora espectacular. El otro no lo he visto nunca, es del 2003, está dirigido por Gregor Jordan, Heath Ledger interpreta a Kelly y Orlando Bloom a su amigo Joe.



Habitación 212
El segundo estreno interesante de la semana es Habitacciòn 212, de Christophe Honoré. Hablé de ella en el blog cuando inauguró el D’A Film Festival. Recupero ahora lo que escribí. Un matrimonio que lleva más de veinte años de vida en común pasa por fuerza por momentos de cambio en la relación, Es la única manera de continuar juntos si el amor se mantiene vivo. Habitación 212 muestra ese momento preciso en la vida de una pareja, Marie y Richard. Ella es profesora de derecho y ha encontrado la fórmula para seguir adelante en aventuras sexuales esporádicas que en realidad nada significan. Él es músico y se pasa el día en casa trabajando. Una tarde, casi por casualidad, el equilibrio entre ellos se rompe. Es entonces cuando entra en juego la mágica habitación 212 de hotel que está justo enfrente donde Marie se refugia para pensar mientras Richard se queda en el apartamento. Pero en realidad ninguno de los dos estará solo esa noche, porque los fantasmas, como en el cuento de Navidad, vendrán a visitarlos. Fantasmas buenos del pasado en forma de un Richard de 20 años que se aparece a una asombrada Marie, o el de una atractiva Irene, el primer gran amor de Richard, que decide volver a enamorarlo. Como un claro homenaje al cine de Jacques Demy y aires de teatro de boulevard desenfadado y ligero, con un humor muy sutil y una voluntad clara de no dar ninguna lección, Honoré construye un  vodevil con personajes que entran y salen continuamente de la habitación. La noche acabará cuando los dos, Marie y Richard, vuelvan a encontrar el camino para seguir juntos. Si la miras con ojos cómplices, es una delicia; si la miras con ojos inquisidores, puedes odiarla.

El regalo de esta semana es un precioso dibujo veraniego