Parece
que de momento hemos evitado el colapso. Al menos hay alguna esperanza de salir
de esta angustia con algo positivo. El larguísimo y difícil acuerdo conseguido
en Bruselas el fin de semana pasado es lo mejor que nos podía pasar. A
Catalunya, a España, a Europa. No solo por el dinero que llegará a los países
para su reconstrucción, sobre todo porque significa una consolidación de la
idea de Europa, una Europa mucho mas solidaria y consciente de que, o se
fortalece como unidad, o desaparece. Y si desaparece, todos caeremos en un
agujero negro. El acuerdo me ha hecho pensar en la eficacia del Plan Marshall al
final de la Segunda Guerra Mundial. El Plan Marshall entendió que no se podía
caer en los mismos errores de la postguerra de la Primera Guerra. No se podía humillar
a Alemania y se tenía que fomentar la recuperación económica de todos los
países que habían participado en la contienda. Era necesario devolverles la
dignidad al mismo tiempo que la ilusión. “El programa obligaba a los gobiernos
europeos a planificar y calcular con anticipación las futuras necesidades de
inversión. Les exigía negociar y reunirse no solo con Estados Unidos sino entre
sí, dado que el comercio e intercambio que contemplaba el programa iban
destinados a que pasara de ser bilateral a ser multilateral lo antes posible.
Obligaba a gobiernos, empresas y sindicatos a colaborar. Y sobre todo impedía
cualquier recaída en las tentaciones que tanto habían obstaculizado la economía
de entreguerras: la baja producción, el proteccionismo mutuamente destructivo y
el colapso del comercio. Los americanos dejaron a los europeos que asumieran la
responsabilidad de determinar el nivel de ayudas y la forma de distribuirla.
Era algo completamente nuevo que sorprendió a los políticos europeos”. (Tony
Judt, Postguerra, p.149). Es un poco
lo que ha sucedido ahora. La Unión Europea ha entendido que no se puede repetir
las equivocaciones del 2008 con recortes, austeridad y obligación de pagar una
deuda inasumible. Tocaba ser generosos y dotar a Europa de la fluidez de dinero
necesaria para recuperarse sin trabas, para reinventarse en el siglo XXI. A la
larga será mucho mejor para todos. Pero sin trabas no quiere decir sin control
europeo para ver a dónde se destinan esos medios. No habrá dinero para despilfarros,
no habrá dinero para gastos innecesarios. En España se tendrá que pensar en
remodelar la administración, adelgazarla; se tendrá que reconducir la inversión
industrial; se tendrá que distribuir el dinero sin complejos ni miedos. El
paraguas europeo es la mejor garantía de no caer en manos de populismos de
ninguna clase, ni de izquierdas ni de derechas. Quizás por eso el acuerdo pone
de los nervios a los antieuropeos de todas las bandas que piensan que cuanto
peor mejor. Desde Vox a los independentistas, desde los nostálgicos de un
pasado azul, a los nostálgicos de un pasado rojo, pasando por los nostálgicos
de un pasado con estelada. Es una buena noticia que ilumina un poco el panorama
de la pandemia que sigue creciendo. Aunque en eso también hay algunos rayos de
luz. La posible vacuna de Oxford, el hecho de que los contagios sean más leves,
la cantidad de asintomáticos. Josep Corbella, seguramente una de las voces mas
sensatas que ha habido en este tiempo, decía en una artículo de La Vanguardia del jueves 23: “Un
peligro, ya saben, es algo que no se controla. Algo que ocurre por accidente y
ante lo que no hay manera de defenderse. Un riesgo, por el contrario, se evalúa
y se gestiona. Y se asume o no… De modo que, para evitar contagios, no se
pregunte dónde está el virus. Pregúntese sobre todo dónde está usted.” No se
trata de trasladar la responsabilidad de la pandemia a los ciudadanos.
Controlarla, rastrearla, acotarla, poner los medios para que no se desboque el
contagio, es trabajo de los gobiernos pequeños, medianos y grandes. Pero sí es
necesaria una cierta responsabilidad individual para que todo funcione. Sin
miedo, sin histeria, con conciencia colectiva. Desgraciadamente, hay muchos
ejemplos estos días de que esa falta de empatía, sentido de la colectividad y
de la responsabilidad no es muy abundante en el género humano. Es lo que cuenta
la serie de moda del momento. El colapso.
El
colapso
El colapso es
una serie francesa de ocho capítulos de 20 minutos que se puede ver en Filmin.
Los franceses están haciendo algunas de las series mas interesantes, diría que
importantes, de los últimos años. Series que ponen el dedo en la llaga, en el
meollo de los problemas. Baron Noir y
El colapso son la mejor prueba. Dirigida
por un colectivo que firma Les Parasites,
integrado por Jérémy Bernard, Guillaume
Desjardins y Bastien Ughetto, El colapso
se puede ver como un ejemplo inteligente y puesto al día de cine de agitación.
Nunca se explica que provoca el colapso que lleva a la sociedad al caos. No
hace falta. En el contexto de la actual pandemia con su rastro de desespero y
falta de solidaridad en el mundo tenemos la prueba mas clara de que el caos
llega a veces por donde menos te lo esperas. Rodados en plano secuencia de 20
minutos, algunos casi inverosímiles, El
colapso cuenta siete situaciones en las que la lucha por la supervivencia
se impone sobre la racionalidad, la solidaridad, el compromiso. El primer
capítulo, El supermercado nos trae a
la memoria momentos muy parecidos de hace apenas unos meses. Los demás, por
suerte, cuentan escenarios que no se han producido aún. Pero pueden suceder en
el momento en que por razones no tan inverosímiles deje de haber electricidad,
el dinero no sirva, la comida escasee, el combustible se acabe. La gran novedad
de esta serie que recomiendo ver seguida como una película larga para entender
las conexiones internas de los personajes, es que ese mundo post apoalíptico no
es el de Mad Max o los Walking Dead. Es un mundo cercano, cotidiano,
reconocible. Está ahí, junto a nosotros. Está en las fiestas desenfrenadas donde
no se respetan las distancias ni las mascarillas; en los que piensan, “a mi no
me va a pasar”; en los que intentan salvarse como sea aún a costa de los más
débiles; en ese enfrentamiento eterno entre la solidaridad y la supervivencia. En
ese sentido, el capítulo más cruel, el más doloroso es el sexto, La residencia. El último capítulo, La emisión, intenta ser una advertencia.
Ha habido críticas que dicen que ese capítulo no es necesario. Yo creo que sí. Creo
que hacía falta darle un punto de partida a lo que hemos visto. De repente,
todo adquiere sentido. Ese último capítulo nos pone frente a un concepto nuevo,
al menos para mí: el supervivencialismo.
Según el profesor que centra esta última entrega, los supervivencialistas de nuestros días son gente muy rica que
invierte mucho dinero en islas autosuficientes. La ministra de Ecología le
acusa de hacer ciencia ficción catastrofista. Pero si estamos atentos, este
debate explica claramente dos de los capítulos de la serie: El aeródromo y La isla.
El colapso es una serie imprescindible.
No creo que guste a todo el mundo, tampoco digo que yo comparta su falta de
confianza en la gente común donde no hay buenos ni malos, solo supervivientes. Creo
que vale la pena verla y sobre todo pensarla. ¿Qué haríamos nosotros en su
lugar?
El regalo de esta semana es un dibujo tranquilo,
¡para compensar!
A
ResponderEliminarEuropa ha respondido, como cabía esperar, ante la grave situación social y económica en la que nos hallamos inmersos, endeudándose por primera vez en su historia. No es cuestión únicamente de agradecimiento sino, sobre todo, de reflexión para todos aquéllos sectores críticos hacia la Unión Europea.
ResponderEliminarMi trabajo como funcionaria en la Comisión Europea me permitió conocer los fuertes y eficaces mecanismos de control ante el fraude y la corrupción del dinero que maneja y gestiona. Esperemos que nuestros gobiernos respondan con la misma seriedad al respecto...
Feliz domingo!