sábado, 30 de mayo de 2015

VICENTE Y EL CINE FÍSICO


(Con Vicente Aranda en una exposición de Ramon en Madrid)
Si algo explica el cine de Vicente Aranda es su lado físico, tangible. Aranda hace, debería decir hacía, un cine que se toca, se huele, sobre todo cuando habla de sexo, pero también cuando habla de otros temas (recuerdo El Lute y su miseria, o Tiempo de silencio y sus ratas). Aranda era una rara avis en el cine español. Y merece ser revisitado, revisado y reivindicado. Aranda se ha muerto a los 88 años. Era muy mayor, más de lo que yo pensaba y más de lo que aparentaba hasta hace muy poco. No sé si en sus últimos años conservaba el mismo humor y la fina ironía que le caracterizaba. Pero en todo caso yo le recuerdo así. Divertido, inteligente, mordaz. Fue José Luís Guarner el que nos presentó a Aranda al que le dedicamos un ciclo en la Filmoteca el año 1979. Allí nació una amistad que se mantuvo durante muchos años. Ya como crítica seguí sus rodajes muy de cerca, le hice varias entrevistas y sobre todo hablé mucho de cine con él. Recuerdo especialmente el rodaje de Libertarias,  una película que él necesitaba contar. No le importaba si era una buena o mala, tenía que contar aquella historia de su infancia barcelonesa durante la guerra. Lo encontré muchas veces: un divertido viaje a Moscú; en San Sebastián cuando presentó Si te dicen que caí; en Madrid siempre que Ramon exponía allí. Ahora hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Por eso, quizás, no notaré tanto su ausencia.


Cine físico 1
Si Aranda hacía cine físico en España, Doillon lo hace en Francia. Mis escenas de lucha su última película y una de las pocas estrenadas en España donde no se veía nada de él desde Ponette en 2007, es la prueba de este cine físico. Él y Ella empiezan peleando como un juego liberador  y acaban haciendo el amor salvajemente, luchando, confundiendo sus cuerpos en una mezcla de curvas y de sudores. No hace falta más. En la crítica de la web de Fotogramas he escrito: un realizador que consigue poner a flor de piel los sentimientos, descarnarlos de cualquier sentimentalismo y dejarlos en el hueso. Doillon se acerca a sus actores, explora su piel, su sudor, su aliento. La depuración de un estilo que empezó a formarse cuando debutó en 1973, y que alcanza sus más altas cotas en títulos como La Femme qui pleure, La Fille de quinze ans, Le Petit criminel o Ponette, llega en estas escenas de lucha a una sublime fisicidad
Doillon tiene ya 71 años. Pero igual que Aranda, sigue sin tener miedo a la carnalidad de los cuerpos y la descarnalidad de los sentimientos.



Cine físico 2
El camí més llarg per tornar a casa
En este caso lo físico se muestra en esa incapacidad del protagonista para resolver su problema. Tropieza una y otra vez. Y el perro pesa, pesa mucho. Pesa físicamente y pesa anímicamente. Asistí a un pase de El camí més llarg per tornar a casa hace un tiempo, cuando aun no tenia distribución. Después de verla escribí a Sergi Pérez y Aritz Cirbian, director y productor de la película. He vuelto a leer lo que les dije entonces y sigo pensando que refleja muy bien lo que me produjo esta especial película.

La verdad es que la película me gustó, aunque no sé si esa es la palabra adecuada para una historia que te encoge el corazón. Me interesó mucho la manera de explicar la soledad y el vacío sin decir nunca claramente que ha pasado, ¿esa herida, por ejemplo, como se la ha hecho? Me dolió pero entendí la relación con Elvis, el perro. Él no puede soportar lo que le pasa al perro. Pero el perro es él. Él que intenta encontrar el camino de vuelta como hacen los perros cuando los abandonas. A él le han dejado sin agua y sin comida y le han dado patadas. Pero vuelve. Como Elvis.

El camí mes llarg per tornar a casa es una de esa películas que abre puertas, o caminos aunque sean largos. No se la pierdan. Sobre todo si tienen animales, da igual perros o gatos o lo que sea y especialmente si han sufrido una pérdida reciente y aún se lamen las heridas. Este camino es largo, pero ayuda a volver a casa.



sábado, 23 de mayo de 2015

CORN ISLAND



(este cuadro de Ramon me provoca los sentimientos de la película)

Corn Island. Isla del maíz. La imagen que sugieren estas palabras evoca la naturaleza. Una naturaleza que se despliega en toda su belleza en este film que podría ser una pieza de Land Art. Estamos en un mundo lacustre, mejor dicho un mundo de ríos. El río Enguri, en la frontera entre Georgia y Abjasia, crea en la primavera unas islas con fecha de caducidad formadas por el aluvión de tierras que arrastra el agua en su deshielo. Estas islas son de una fertilidad enorme y permiten el cultivo del maíz en una sola y única cosecha. Una de estas pequeñas islas es el lugar de la acción (acción es una palabra un poco exagerada para esta película) digamos mejor es el lugar de los sentimientos que viven un abuelo y su nieta a lo largo de un verano en el que primero construyen amorosamente una cabaña y luego plantan y cultivan un campo de maíz. Mientras el maíz crece y fructifica, la nieta también crece ante nuestros ojos. El fondo de la guerra entre Georgia y Abjasia, que también era el fondo de Mandarinas, no interfiere en este devenir, ni siquiera cuando invade el sereno territorio de la creación entre abuelo y nieta. Mas coreana que rusa (me recuerda más a Kim Ki duk que a Tarkowski) lo único que reconoce el film como verdaderamente incontrolable es la naturaleza. Esa naturaleza que al final se impone como estaba anunciado desde el principio y acaba con lo creado, lo construido. Quizás parte de su belleza y lo que hace que sea un placer verla en una pantalla grande, es el hecho de estar filmada en 35 mm, cosa poco habitual ya en el cine y menos en una película de rodaje tan complejo como esta. También contribuye a ese algo especial el hecho de que no estemos ante una isla de verdad, sino una creación hecha para el cine. Como la naturaleza, la película inventa esa isla, la hace crecer ante la cámara, la viste de verde y de amarillo y al final la destruye. Viéndola tenía una extraña sensación de anti naturalidad y cuando leí en una entrevista con el director que la isla no existía ni había existido, sino que la habían construido para el film, entendí lo que sentía y porque me gustaba. Prácticamente sin diálogos, con muy poca música, utilizando como banda sonora los sonidos propios del paisaje, Corn Island solo pierde el tono hacia el final, demasiado precipitado, demasiado obvio. Pero de todos modos, el perfil de la isla y la relación entre abuelo y nieta, unida a la belleza de las imágenes, se quedan con uno durante mucho tiempo.


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Hacía tiempo que no veía una película tan extraña, tan inclasificable, tan desasosegante como ésta. Me gusta mucho la palabra desasosegante como me gusta la palabra desazonadora. No sé si significa lo mismo, pero 52 martes es las dos cosas. Desazonador es algo así como quitar la sazón, dejar un plato sin sabores o con los sabores cambiados. Este film australiano es un plato con las sazones alteradas. Una madre que quiere ser padre; una hija que no sabe que quiere ser; un tío que quiere ser tía; amigos que son más que amigos. Una cámara que recoge escenas que no deberían ser filmadas. Todo rodado cada martes durante un año entero en el que los personajes crecen, cambian y en definitiva se asumen unos a otros.

viernes, 15 de mayo de 2015

ABUELOS




(yo también tuve abuelos guapos, pero no tenía edad para filmarlos)
La imagen más divulgada de la película de Hermes Paralluelo No todo es vigilia, es la de unos ancianos en la cama uno al lado del otro mirando hacía un lugar fuera de cuadro. No podía ser más explícita de lo que esta película cuenta. “Hace sesenta años nos casamos para dormir juntos. Nadie nos va a separar ahora”. Le dice Felisa a Antonio dejando clara cuál es su postura ante la posibilidad de que tengan que ir a vivir a una residencia. No es la única idea clara de este documental que se suma a la larga lista de retratos de abuelos que los cineastas más jóvenes están haciendo en un doble ejercicio: el de la memoria propia y cercana;  y el de dejar constancia de vidas comunes, de gente normal, esa que nunca protagonizaría una película convencional. Aunque creo que Felisa y Antonio darían para un film de amor de verdad. Ese amor que se demuestra en las pequeñas cosas, en un vaso de leche, mirar el termómetro, recordar el pasado viendo un retrato donde los dos están en plena juventud.
Pero si esta película es especial, no es solo por sus protagonistas. También lo es por los espacios donde los encierra. La primera mitad del film transcurre en un hospital donde Antonio se somete a una serie de pruebas mientras Felisa deambula por los pasillos. Este fragmento es casi un film de ciencia ficción. El personal del centro, médicos, enfermeras, no existe. Es como si Felisa caminara por una nave espacial vacía buscando a Antonio, el único ser vivo en la tierra. La segunda parte de la película pasa en el pueblo, en Muniesa. Tampoco en este fragmento el director les deja salir. Una especie de ángel exterminador los retiene entre esas cuatro paredes heladas, donde los dos ancianos se mueven entre la cocina y el dormitorio. Pero aquí no estamos en una nave espacial. Aquí estamos en ese terreno único y privado de cada pareja que es el que se construye con la convivencia continuada durante años y años: la vida en definitiva. Hermes, el nieto, se coloca en una posición de observador. No interviene, solo mira y deja que los abuelos hagan y digan. Planos largos, silencios rotos por los sonidos cotidianos: el reloj, los timbres, la puerta… encuadres que los colocan siempre en el centro de la imagen, juego de espejos.
Solo al final hay un giro. Un giro inesperado y feliz. Porque esta es una película feliz aunque no lo parezca.


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No sé si es una coincidencia  o no. En todo caso, cuando apenas hace doce días de la muerte de Ruth Rendell se estrena una película que adapta una de sus novelas cortas The New Girlfriend, publicada en 1985. La dirige François Ozon y no es de sus mejores trabajos. Pero a pesar de eso, hay que reconocer que hay algo turbador y malsano en esta mirada sobre los cambios de roles y las ambigüedades de la amistad entre mujeres que tanto le gustaban a la escritora británica.
Es curioso que hayan sido los franceses los que más se han acercado a su literatura. Los ingleses adaptaron las novelas del inspector Wexford, pero han sido Chabrol, Ozon, Miller, Thomas con el añadido de Almodóvar y su Carne trémula, los que ha  buceado en sus oscuras historias para hacer  un cine negro que se mueve constantemente en el filo de la navaja de lo amoral y lo políticamente correcto.
De todos, sin duda fue Chabrol el que mejor entendió su universo provinciano, cerrado, claustrofóbico y tremendamente clasista. La ceremonia sigue siendo la mejor película de Ruth Rendell y una de las mejores de Chabrol. En la morbosa relación de Sophie y Jeanne se esconde el germen de la extraña relación de Claire y Virginie,  en Una nueva amiga, llevada hasta las últimas consecuencias en una delirante representación de la familia feliz. Ozon se erige con este film irregular pero atractivo, en el heredero natural del Chabrol más irónico y ambiguo. 
(Ahora que pienso, Carne trémula fue la primera película que Penélope Cruz hizo con Pedro Almodóvar. Era la madre parturienta de la primera secuencia).



domingo, 10 de mayo de 2015

TRES ESTRENOS


(dos futuros güeros mexicanos: mis hermanos)
Descubrí Güeros en el Festival de San Sebastián donde el jurado de Horizontes Latinos del que yo formaba parte decidió darle el premio a la Mejor Película Latinoamericana por unanimidad. A mí personalmente me  impresionó mucho. Seguramente porque pasaba en un México D.F en blanco y negro, nocturno y vital que de alguna manera me devolvía los olores y los lugares de mi infancia. Y eso que la inmensa y  terrorífica ciudad de México de ahora mismo, o la que se retrata en este film ambientado en 1999, no tiene nada que ver con la luminosa ciudad donde yo crecí. Pero hay algo que perdura: el ambiente, la gente, los lugares que siguen siendo iguales. Y la banda sonora impecable y evocadora. Güeros narra la historia de una noche en la que Tomás, el niño rubio, su hermano Sombra, Santos el amigo de Sombra y Ana, buscan a un músico mítico, Epigmenio Cruz, el hombre que hizo llorar a Bob Dylan y pudo salvar el rock mexicano, en un D.F. fantasmagórico y fascinante. Ambientada durante la huelga de la UNAM (Universidad Autónoma de México) que duró diez meses dejando a los estudiantes abandonados al aburrimiento y la discusión estéril, el film es una aventura de descubrimiento de un lugar y un pasado, el de Epigmenio y el del padre de los chicos. Pero sobre todo es una road movie urbana que dibuja una ciudad llena de contradicciones y fronteras invisibles pero, curiosamente, prácticamente exenta de violencia. Esa violencia que hace que la Ciudad de México de hoy sea casi invivible, no aparece en este film que no tiene nada de  nostálgico pero si mucho de sueño añorado de otros tiempos en los que Epigmenio podía hacer llorar al padre de Tomás y Sombra tanto como a Bob Dylan. Güeros, rubios en el México chilango, es una de esas películas que no deberían perderse.

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No sé si alguien se sorprenderá de que hable en este blog de una película como El viaje más largo, un film tontorrón para consumo de adolescentes. Basada en una novela de Nicolas Sparks, este film cuenta dos historias de amor. La del presente, entre un cowboy de rodeos y una estudiante de arte, no tiene ningún interés; la del pasado, la que sucede entre Ira y Ruth en los años 40, en cambio, me ha gustado mucho. Las dos cuentan como mujeres inteligentes con una especial sensibilidad, se enamoran de hombres sencillos que gracias a ellas aprenden a amar el arte. Pero mientras la que protagonizan Luke y Sophia es previsible y tiene poco misterio; la que viven Ira y Ruth  tiene algo dentro que la hace muy especial. Hay una frase que le dice Ira a Ruth en un momento importante de su historia: “tenemos que aprender a dejar de lamentarnos por lo que no tenemos y aprender a disfrutar de lo que si tenemos”. Y lo que tiene esta increíble pareja es un enorme amor al arte, a la pintura. Poco a poco van construyendo una “familia de cuadros” que les acompañan, les ayudan a vivir, les hacen felices. Es esto lo que más me gustó porque es algo que siempre le he oído decir a Ramon: “yo quiero que mis cuadros los compre la gente para vivir con ellos, para disfrutarlos, para que les acompañen en su vida cotidiana”. Es lo que hacen Ira y Ruth durante cincuenta maravillosos años: amar el arte por encima de la especulación y la moda absurda, intentar ser fieles a sus deseos y respetar el espacio del otro sin renunciar al propio. Preciosa lección que se cuela sutilmente en una trama pensada para entretener a un público adolescente en una película que no tiene ningún otro interés.
(Nota al margen. Los genes de Clint Eastwood son muy potentes. Su hijo Scott es un clon total del Eastwood de hace cincuenta años. Casi da vértigo verle)

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Solo unas líneas para recomendar Hipócrates, o como el tema de los hospitales y la medicina puede ser mucho más interesante que lo que se ve en series como Urgencias, House o Anatomía de Grey. Médicos de verdad en un hospital de verdad, con su humor y sus contradicciones y su impotencia para sacar adelante su vocación en un sistema sanitario maltratado y corrupto. (No hace falta irse al cine para ver cómo funciona la sanidad pública. Esta misma semana se han sabido más cosas del llamado Caso Innova de Reus. Un escándalo agravado por el hecho de producirse en un sector tan castigado por los recortes como es la sanidad).

martes, 5 de mayo de 2015

GALLEGOS



(un paisaje de Ramon que podría servir de fondo a A esmorga)
Algunas de las sorpresas que te da el ir  a ver una película sin saber nada de ella, es encontrarte con una historia que de repente te suena a conocida. “Esto ya lo he visto, aunque era diferente”. Es lo que me pasó con A esmorga, el film de Ignacio Vilar que se estrena este viernes. A esmorga es una película gallega, basada en una novela de Eduardo Blanco Amor, publicada en 1959. Su título se puede traducir por Parranda. Fue entonces cuando me acordé que, efectivamente, esa historia la había visto hace muchos años en una película de Gonzalo Suárez que se llamaba así: Parranda. Pero casi cuarenta años no pasan en vano y esta parranda húmeda y brumosa no se parece al recuerdo que tengo del film de Suárez. Así que no voy a compararlas en ningún caso.
Ciñéndome a esta versión,  probablemente más literal que la otra, lo primero que destaco es su sequedad. ¿Cómo hacer de una historia que pasa bajo la lluvia y la niebla, regada por todo tipo de líquidos alcohólicos y preñada de sueños húmedos, un film seco? Es la gracia del director y el trío de actores que ocupan la pantalla de principio a fin. Solo una cosa le cuestiono a esta historia de destrucción, a este viaje al final de la noche ambientado en una Galicia rural en los años cincuenta: la música. En una aventura tan destructiva como ésta, con unos actores que rozan la teatralidad sin caer nunca en ella, con una voluntad de ser realista, pero no naturalista y una falta absoluta de sentimentalismo, la música del piano me saca un poco del mundo de este trío suicida que pasa por la vida dejando un rastro de caos.   


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El estreno de A esmorga y de Las altas presiones me hacen constatar la salud del cine gallego en este año 2015. Hace años ya, desde que Jorge Coira sorprendió con 18 comidas, que el cine gallego está llamando a la puerta del cine español. Es una excelente noticia constatar que en una sociedad plurinacional y pluricultural como la española, existen focos de creación potentes como el catalán, el vasco, el gallego o el andaluz. Es la mejor prueba de la riqueza de un país que tiene la inmensa suerte de tener cuatro idiomas distintos y cuatro miradas (o mas) sobre la realidad. Esta riqueza no tiene nada que ver con nacionalismos o independencias,  y mucho menos tiene que ver con un afán uniformador y centralizador.  Es la prueba de que España es un pueblo formado por muchos pueblos que en su interrelación se enriquecen unos a otros. Que en Euskadi se hagan  películas como Loreak o  El negociador; que Catalunya produzca films como Murieron por encima de sus posibilidades o El cami mes llarg per tornar a casa; que Extremadura nos sorprenda con una historia como  El complejo del dinero o Andalucía cuente con directores como Alberto Rodríguez, es la mejor noticia que podía tener el maltrecho y a veces poco esperanzado cine español.

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Unos apuntes sobre Las altas presionesCamiños de Bardaos de Ángel Santos. De Camiños de Bardaos, un corto que habla de encuentros extraterrestres en un pequeño rincón de Galicia, me gustó sobre todo la mirada sobre el paisaje. Pensé que ahí había un buen localizador de caminos que tejen una extensa red de aterrizaje para los ovnis que visitan Galicia desde la Edad Media. Y cual no fue mi sorpresa al ver que el protagonista de Las altas presiones es… un localizador. Curiosa coincidencia con un tema que últimamente me ha ocupado mucho con el libro Scouting in Catalonia y la exposición que lo ha acompañado. En este  caso se trata de un localizador que busca en la Galicia de ahora mismo paisajes industriales en ruinas mientras intenta reconstruir la ruina de su propia vida. El contraste de la Galicia rural y brumosa de A esmorga y la Galicia urbana y luminosa de Las altas presiones, es la mejor prueba de que un mismo escenario y una misma identidad cultural produce un sin fin de historias diferentes.




sábado, 2 de mayo de 2015

MANDARINAS

(preciosas mandarinas dibujadas por Ramon para este blog)

Las mandarinas son frutas muy especiales. Más dulces que las naranjas, menos ácidas que los limones, las mandarinas se sitúan en un terreno intermedio entre ambos cítricos. Como Ivo. El viejo Ivo que se encuentra en medio de una de esas guerras nacionalistas y de religión, tan absurdas como crueles, que asolaron los Balcanes en el último tercio del siglo XX. Ivo es carpintero y se ha quedado solo en un pueblo abandonado donde únicamente vive su amigo y vecino Markus. Ivo y Markus son estonios, pero su familia lleva instalada en Georgia de hace varias generaciones. Ivo no se quiere ir de su casa ni de los campos de mandarinas que cuidan amorosamente entre Markus y él. Pero nadie vive al margen del mundo y si uno no va a la guerra, la guerra viene a uno. Un estúpido y violento enfrentamiento entre georgianos que reivindican esas tierras  y chechenos mercenarios a sueldo de los rusos, deja a Ivo con una naranja y un limón metidos en su casa. Lo que pasa en esa casa, como la mandarina consigue hacer un jugo común con todos ellos, es lo que cuenta esta película tranquila, de una belleza sencilla que huele a azar a pesar de la guerra. Una historia que ya se ha contado otras veces. Jordi Batlle recordaba en su crítica en La Vanguardia un film de Isasi Isasmendi del año 1961, que se llamaba Tierra de todos con un argumento muy parecido en la guerra civil española; o el referente obligado de En tierra de nadie, de Danis Tanovic. Si Mandarinas tiene interés al margen de su argumento es gracias precisamente a ese tono sereno sin dogmatismo, respetuoso, donde no hay buenos o malos: solo hay un hombre digno que es capaz de transmitir esa dignidad a los demás.

viernes, 1 de mayo de 2015

D'A 3. RECOMENDACIONES



Esta es una entrada muy corta. Simplemente para dejar constancia de películas vistas en el D’A, que creo que son recomendables, de las que no he hablado en las dos entradas anteriores  y que invito a buscar en estrenos comerciales, en circuitos paralelos o en plataformas.

La chambre bleu, de Mathieu Amalric
The Forbideen Room, de Guy Maddin
Hill of Freedom, de Hong Sang-Soo
P’tit Quinquin, de Bruno Dumont
El incendio, de Juan Schnitman
Las altas presiones, de Ángel Santos
Les Combattants, de Thomas Cailley
Corn Island, de George Ovashvilli
Los exilados románticos, de  Jonás Trueba
Güeros, de Antonio  Ruizpalacios

FUTUROS Y HUMOR. D'A 2


Un festival es un lugar perfecto para ver películas. Pero también es el espacio ideal para confrontar posturas, reunir personalidades diversas y plantear retos de futuro. Al menos un festival de las dimensiones y objetivos del D’A de Barcelona. Preocupado por dar visibilidad a un  nuevo cine español que se teje en los márgenes de una industria paralizada por la falta de canales de financiación y una cierta incapacidad de adaptarse a los nuevos modelos de producción y explotación del cine, el D’A ofreció su plataforma a dos grupos de directores diferentes pero con un nexo común entre todos ellos: intentar hacer las cosas de otra manera.
Por un lado y en torno a una mesa redonda bajo el lema de Futuros (Im)posibles, reunió a cuatro de los jóvenes autores de la última hornada.  Miguel Llansó, Ion de Sosa,  Velasco Broca y Chema García Ibarra. Es reconfortante comprobar que los discursos más innovadores se repiten periódicamente entre la gente más inquieta. No es que lo que estos directores dicen, hacen o  piensan sea  nada totalmente nuevo, pero si es cierto que se enlazan en la tradición de aquellos creadores que han intentado escapar de la rutina en cualquier tiempo. Escuchándolos pensaba que su discurso era muy parecido al que tenía Marc Recha o Huerga a principios de los años 90, o Guerín y Almodóvar en los 80, o Arrieta y Zulueta en los 70, o Jorda en los 60, o…. podríamos remontarnos hasta el origen del cine. Pero lo que lo hace interesantes es que siga vivo este espíritu y que se presente siempre renovado y con un ímpetu subjetivo. No sé si estos (nuevos) directores tendrán o no futuro (¿habrá futuro para alguien en el terreno de la cultura en España? a veces me lo pregunto) pero lo que sí es seguro es que siempre habrá gente con necesidad de contar las cosas de otra manera, de acercarse al mundo desde distintos espacios: ya sea la lejana Etiopia; ya sea un sueño de androides en un Benidorm desierto poblado de zombies; o el salón de una casa donde una abuela lee una carta o esa India tan lejana de las postales turísticas.  El problema es que estos talentos en ciernes no sean capaces, por las razones que sean, propias o ajenas, de su propio devenir o del comportamiento de la sociedad, de llegar a su público natural y de dar el salto a una profesionalidad indispensable para continuar haciendo lo que les gusta hacer.
En el mismo día y en otra mesa redonda que se agrupaba bajo el lema de Posthumor se reunieron los componentes de los colectivos Venga Monjas, Burmin’Percebes, Miguel Noguera, Carlos de Diego y Carlo Padial. El tema: la comedia en este nuevo cine español que ha encontrado en Internet y en los medios de difusión que ofrece la red un lugar ideal para imponer un lenguaje de humor distinto (o no) pero en todo caso, entroncado con una tradición que tiene un largo recorrido en el cine español. Una tradición que siempre ha sabido entroncarse con la realidad que le corresponde y que va de Mihura a Berlanga.
Las dos mesas redondas me dejaron una sensación de optimismo. Y lo digo contenta porque a pesar de todas las dificultades, a pesar de que hay mucha confusión de ideas, a pesar de que todo es difícil, comprobar que hay gente que todavía tiene ganas de hacer cine como El cami mes llarg per tornar a casa, Les amigues de l’Agata, Antígona despierta, No todo es vigilia,  Searching for Meritxell o Taller Capuchoc,  por citar solo algunas de las películas que se han visto estos días, me hace pensar que el cine está vivo. Mejores o peores, estos y otros muchos títulos, son la garantía del relevo necesario para seguir adelante.

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Más que de películas (quizás mañana haga un repaso de algunas de las que me han interesado) quiero acabar esta crónica con un baño de realidad. Estando en la cola para entrar a ver Juana a los 12, pasó a nuestro lado una mujer mayor, una  vagabunda con su carrito lleno con todas sus pertenencias. Estaba enfadadísima porque la gente que hacía cola ocupaba la acera y no la dejábamos pasar.  Mirando a los que esperábamos allí lanzó un grito: “Sois todos unos muertos en vida”.  Pere Vall y yo que estábamos hablando en ese momento, nos quedamos helados. ¿Era verdad lo que decía aquella mujer? ¿Éramos muertos en vida sumergidos en una sala oscura y en silencio en lugar de estar en la calle viendo el sol y paseando? Nosotros vemos la vida en la pantalla y esa mujer vive la vida en sus carnes. No sé qué extraña sensación me produjo ese grito airado después de un día de estar escuchando a los directores hablar y hablar de lo que se puede y no se puede hacer. Creo que la única conclusión posible es que hay que vivir la vida como uno quiera, viendo películas, haciéndolas o con un carrito lleno de cosas. No hay nada peor que los muertos en vida. En eso tenía la razón la señora.