sábado, 23 de mayo de 2015

CORN ISLAND



(este cuadro de Ramon me provoca los sentimientos de la película)

Corn Island. Isla del maíz. La imagen que sugieren estas palabras evoca la naturaleza. Una naturaleza que se despliega en toda su belleza en este film que podría ser una pieza de Land Art. Estamos en un mundo lacustre, mejor dicho un mundo de ríos. El río Enguri, en la frontera entre Georgia y Abjasia, crea en la primavera unas islas con fecha de caducidad formadas por el aluvión de tierras que arrastra el agua en su deshielo. Estas islas son de una fertilidad enorme y permiten el cultivo del maíz en una sola y única cosecha. Una de estas pequeñas islas es el lugar de la acción (acción es una palabra un poco exagerada para esta película) digamos mejor es el lugar de los sentimientos que viven un abuelo y su nieta a lo largo de un verano en el que primero construyen amorosamente una cabaña y luego plantan y cultivan un campo de maíz. Mientras el maíz crece y fructifica, la nieta también crece ante nuestros ojos. El fondo de la guerra entre Georgia y Abjasia, que también era el fondo de Mandarinas, no interfiere en este devenir, ni siquiera cuando invade el sereno territorio de la creación entre abuelo y nieta. Mas coreana que rusa (me recuerda más a Kim Ki duk que a Tarkowski) lo único que reconoce el film como verdaderamente incontrolable es la naturaleza. Esa naturaleza que al final se impone como estaba anunciado desde el principio y acaba con lo creado, lo construido. Quizás parte de su belleza y lo que hace que sea un placer verla en una pantalla grande, es el hecho de estar filmada en 35 mm, cosa poco habitual ya en el cine y menos en una película de rodaje tan complejo como esta. También contribuye a ese algo especial el hecho de que no estemos ante una isla de verdad, sino una creación hecha para el cine. Como la naturaleza, la película inventa esa isla, la hace crecer ante la cámara, la viste de verde y de amarillo y al final la destruye. Viéndola tenía una extraña sensación de anti naturalidad y cuando leí en una entrevista con el director que la isla no existía ni había existido, sino que la habían construido para el film, entendí lo que sentía y porque me gustaba. Prácticamente sin diálogos, con muy poca música, utilizando como banda sonora los sonidos propios del paisaje, Corn Island solo pierde el tono hacia el final, demasiado precipitado, demasiado obvio. Pero de todos modos, el perfil de la isla y la relación entre abuelo y nieta, unida a la belleza de las imágenes, se quedan con uno durante mucho tiempo.


2

Hacía tiempo que no veía una película tan extraña, tan inclasificable, tan desasosegante como ésta. Me gusta mucho la palabra desasosegante como me gusta la palabra desazonadora. No sé si significa lo mismo, pero 52 martes es las dos cosas. Desazonador es algo así como quitar la sazón, dejar un plato sin sabores o con los sabores cambiados. Este film australiano es un plato con las sazones alteradas. Una madre que quiere ser padre; una hija que no sabe que quiere ser; un tío que quiere ser tía; amigos que son más que amigos. Una cámara que recoge escenas que no deberían ser filmadas. Todo rodado cada martes durante un año entero en el que los personajes crecen, cambian y en definitiva se asumen unos a otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario