sábado, 25 de febrero de 2017

NEGRITUD Y ANIMACIÓN






(no todos los negros son iguales)
El año pasado con motivo de las quejas sobre el supuesto racismo en Hollywood por la falta de películas y nominados de color en la ceremonia de los Oscar, escribí esto en el blog:
El espinoso asunto del racismo en  Hollywood y en las nominaciones a los premios. De las llamadas al boicot, las bromas más o menos acertadas y las reivindicaciones profesionales, me quedo con una idea: “señores de la industria, queremos las mismas oportunidades”. Así que decidí fijarme que oportunidades habían perdido los actores y actrices de color en las películas nominadas este año. Tomando como referente los títulos en danza para los premios gordos me di cuenta de que los actores de color no habían perdido oportunidades, simplemente porque no tenían  ninguna oportunidad. El problema no es que escogieran a un blanco en lugar de un negro. El problema es que no había papeles para los negros. El racismo, si es que existe, empieza en las historias que se filman.
Parece como si me hubieran hecho caso, aunque eso es imposible, porque en el momento de la ceremonia, la mayor parte de las películas de negros y con negros que se han estrenado este año y figuran en las nominaciones ya debían estar escritas e incluso rodadas. El caso es que este año se han estrenado un montón de películas Negras. Y siguiendo con el mismo método que utilicé entonces para demostrar(me ) que no podía haber personajes negros en los films, lo aplico ahora a los cinco títulos negros que están en danza en los que no podía haber personajes blancos:
Moonlight, historia de un hombre (niño, joven, adulto) de los guetos de Miami. Es la mas interesante de las cinco películas negras. La que tiene un planteamiento mas arriesgado en estilo y en contenido.
Figuras ocultas, historia (real) de tres mujeres de color en la Nasa de los años sesenta. Es un biopic muy convencional, incluso condescendiente, pero bienvenida sea la reivindicación de estas mujeres.
Loving, historia (real) de una pareja mixta hombre blanco/mujer negra en los años 50. Melodrama mas que otra cosa, el film de Jeff Nichols (blanco) se aguanta sobre todo por su pareja protagonista
Fences, obra de teatro del gran autor de la negritud August Wilson. Denzel Washington tiene tanto respeto a la obra que se le olvidó que estaba haciendo una película. De todos modos es un gran texto,
El nacimiento de una nación, historia (real) de un esclavo que protagonizó la primera revuelta contra sus amos blancos. Si el primer Nacimiento de una nación, Griffith, 1915, era una película ideológicamente marcada en su contenido pero absolutamente revolucionaria en sus formas, esta de Nate Parker, es sumisa en su historia y tremendamente  convencional en su forma.
Lo que está claro es que son películas que solo podían hacer los afroamericanos. Seguro que su presencia tendrá mucho protagonismo la noche del domingo. Eso con el permiso de Donald Trump que se llevará la mayor parte de los minutos en los parlamentos de la ceremonia.






Mi vida como calabacín. No tenía ni la más remota idea de lo que se podía esconder detrás de este título vegetariano. Podía ser cualquier cosa, menos lo que fue. No sé si quiero escribir mucho más de esta triste y feliz película, de esta terrible y esperanzada historia, de estos niños olvidados que encuentran un espacio de complicidad donde menos se lo esperan. Vayan a verla y descubran ustedes mismos que hay detrás del calabacín. Se reconciliaran con una parte de la humanidad, detestarán a otra y saldrán con una sonrisa entre las lágrimas.

También están olvidados los niños de los Psiconautas, la película que ha ganado el Goya a la Mejor Animación. Niños que intentan escapar de una isla destruida donde los psicopájaros malvados, los estúpidos perros policías y las ratas avariciosas, no les dejan vivir. Viajeros de la mente y del alma, Dinki, la ratoncita, Sara, la conejita, Zorrito y sobre todo Birdboy, el Niño/Pájaro, emprenden una aventura para liberarse de su entorno. Y nosotros con ellos, a su lado.
Dos películas que demuestran que el cine de animación para adultos no solo es posible, sino muchas veces es maravilloso.

sábado, 18 de febrero de 2017

NOMBRES PROPIOS



JACKIE
Qué difícil es contar algo muy conocido y ser capaz de decir algo nuevo. Qué difícil es hablar de una situación y un personaje que todo el mundo tiene en su imaginario y conseguir provocar la sorpresa, el descubrimiento. Es algo que solo está al alcance de los grandes directores y de los grandes guionistas. Es el caso de Pablo Larraín y de Noah Oppenheim que con Jackie trascienden el personaje y van mucho más allá de la situación. Jackie es Jacqueline  Kennedy y la película cuenta que sucedió los días después del asesinato del presidente Kennedy en Dallas. El film se articula en torno a una entrevista a la ex primera dama. Hay una frase en esa entrevista que me impresionó. El periodista le comenta a Jackie que su manera de hablar de Kennedy recuerda a la realeza. Y ella contesta: “Para hablar de realeza se necesita tradición y para hablar de tradición necesitas tiempo”. Tradición y tiempo, dos elementos que los Kennedy no tuvieron y que Larraín, con su inteligencia hace que sean los ejes para desarrollar el conflicto de esta mujer que tuvo que decidir si quería hacer un duelo público o privado. Y optó por lo público en aras precisamente de esta tradición y de ese tiempo. Contenida, austera, verdadera, aunque no se ajuste la realidad ya que nadie sabe lo que le pasaba a esta mujer en su interior en esos días terribles después de Dallas. Absolutamente absorbente, Jackie no es un biopic, no es una película histórica, no es una más sobre el asesinato de Kennedy. Es el retrato de una mujer que tenía muy claro que no tenía nada. “Hay dos clases de mujeres en el mundo, las que quieren poder en el mundo y las que quieren poder en la cama. ¿En qué me he convertido yo ahora?” le pregunta Jackie al sacerdote que interpreta John Hurt. No hay respuesta.
Nota: la presencia continuada de la música de Camelot, cuatro años antes de que existiera la película de Joshua Logan, le da al film de Larraín un tono de romanticismo y de nostalgia por un reino perdido. Pero lo mejor es que despierta el deseo irrefrenable de volver a verla y de ponerse a cantar con el rey Arturo, Ginebra y Lancelot.




(hace muchos años estuve en el rodaje de una película de Penélope Cruz en Túnez. No recuerdo donde estábamos, pero el hotel se parecía mucho al que aparece en esta película)

HEDI
¿Qué diferencia hay entre un sueño y un proyecto? ¿Un proyecto es un sueño hecho realidad? ¿Un sueño es un proyecto que no llegó a hacerse? Esta pregunta flota en la película tunecina Hedi. Y flota no solo por encima de su personaje, flota por encima de todo el paisaje del norte de África. Hedi es un joven callado y aparentemente sin ambiciones, fácilmente manipulable por su dominante madre, su despótico jefe y su convencional hermano. Hedi es como Túnez, un país sin ambiciones. Pero no es cierto, porque Hedi tiene un sueño y quiere que ese sueño se convierta en proyecto. Como el país que tenía el sueño de la libertad y tras el estallido de la revolución del 2011 que dio origen a las primaveras árabes y de paso a los indignados europeos, empezó a convertirlo en proyecto. Aunque no siempre los proyectos salen bien y además, exigen muchos sacrificios. Hedi debe enfrentarse a su familia y a su entorno y debe renunciar a una aventura de amor y de cambio: Túnez se enfrenó a una estructura de poder anquilosada y tuvo que renunciar a su (falso) bienestar económico y cultural. Hedi no sabe si su decisión ha sido la correcta; Túnez sabe seis años después, que el sueño se hizo trizas y que el proyecto (el colectivo del mundo árabe) cayó en manos de talibanes que lo han pervertido.



MIREIA

Pero hay veces que los sueños se convierten en proyectos y los proyectos llegan a hacerse realidad. “Para que recuerdes que remando con fuerza se puede llegar a buen puerto”, escribió mi hermana Mireia en la dedicatoria que me hizo de su libro La Capitana Dofi, un relato de iniciación y de aventuras en el mar, de misterios y tesoros, de fidelidad y de amor a la vida. Un libro que está pensado para los niños y los adolescentes, pero que cualquier adulto puede disfrutar en su (aparente) sencillez y en su (profunda) historia. Acaba de salir y desde aquí lo recomiendo a todos. Felicidades Mireia¡¡¡

sábado, 11 de febrero de 2017

MEMORIA


(en 1998 estaba en Turín con Ramon, seguramente coincidiendo con Massimo)
Hay películas que funcionan como despertadores de la memoria. No tienen que ser buenas películas, ni siquiera películas interesantes. Su función es otra. Aunque desde luego, mucho mejor si además de accionar los mecanismos del recuerdo son buenas películas, películas interesantes. Para mí, el último trabajo de Marco Bellocchio, un director que no figura entre mis favoritos, ha sido ese despertador. Felices sueños es un film evocador.
La historia es la de Massimo y su madre. Massimo que pierde a su adorada madre a los nueve años sin saber nunca como murió. Massimo que arrastra toda su vida esa ausencia, ese vacío que le incapacita para sentir el dolor ajeno (Sarajevo y la guerra de los Balcanes). Massimo que sufre ataques de pánico y acaba a los cuarenta años, asumiendo sus heridas y tras un baile frenético y liberador, siente que quizás puede empezar a vivir de verdad.
Pero si solo fuera eso, no sé si estaría escribiendo en este blog. Lo que me impulsa a escribir y lo que le agradezco al veterano (no me gusta la palabra viejo que implica decadencia y en Bellocchio no la hay) director italiano es la evocación.
De repente, mientras la veía, me puse a pensar: ¿Qué hacía yo en el año 1969 cuando Massimo baila un twist con su madre y mira Belphegor en la tele? Y me acordé. Tenía 19 años, llevaba un año viviendo con Ramón, estudiaba geografía y veía Belphegor¡¡¡ Claro que en otro contexto, (España no era Italia) y con diez años mas que Massimo. La siguiente fecha que me produjo esta sensación fue 1974. Massimo tiene quince años y es un adolescente que calla cosas. Yo tenía 24 y vivía en un país muy siniestro. Siempre pensé que los años sesenta fueron una explosión de luz, pero los primeros setenta fueron una sombra cada vez más negra y amenazante sobre nuestras cabezas. Luego hay un salto hasta el 92 o el 93. Massimo está en Sarajevo. Esa fecha me trajo a la memoria un flash de un momento muy especial. Estaba en  Venecia, en la Mostra de Cine. Era por la tarde, ya había acabado el trabajo del día y estaba con dos amigos italianos, Vincenzo y Angela, sentados en un bar donde tenían la televisión puesta. Y vimos, creo que fue la primera vez que fui consciente, el horror de la guerra de los Balcanes que estaba pasando allí, enfrente de donde nosotros tomábamos un Bellini. Fue un shock. De repente los tres tuvimos claro que algo se había roto para siempre. Nunca pudimos imaginar que fuera tan profunda la ruptura y con consecuencias tan nefastas para todo el continente.
Hay otra fecha importante en la película, 1999, cuando Massimo deshace el piso familiar y de paso sus nudos internos. En 1999 yo estaba punto de cumplir 50 años. Trabajaba en el Festival de San Sebastián y me sentía en un momento de gran plenitud. Nada que ver con el pobre Massimo. Pero la película me hizo pensar si yo había sido capaz de deshacer mis propios nudos. Y no estoy tan segura.
Pido perdón por este post tan personal y hacia dentro. No tiene porque interesarle a nadie lo que a mí me pasaba o dejaba de pasar. Pero es un blog y escribo lo que siento. Es una de las pocas, o mejor dicho, la gran ventaja de escribir libremente.
En todo caso, Felices sueños es una película para ver y para darse cuenta que los 77 años de Marco Bellocchio no solo no son un problema para hacer una película como ésta, sino que, probablemente, sean una ventaja.


También se ha estrenado Moonlight, otra película sobre el crecer, sobre el hacerse adulto y asumirse. Es muy sencilla en su belleza y en su historia, pero es muy compleja en sus emociones. Se ha hablado mucho de ella estos días. No voy a insistir. Pero si la recomiendo.

sábado, 4 de febrero de 2017

MANCHESTER NO ESTÁ EN EUROPA


(Badalona también está frente al mar)
Manchester frente al mar.
El nombre ya es extraño. Manchester no está en el mar. No el Manchester que todos pensamos, pero si este Manchester nevado y pesquero que está frente al mar de Nueva Inglaterra. Manchester donde vivía Joe y su hijo Patrick; donde vivía Lee y sus hijos y su mujer. Vivían, porque ya no viven. Joe acaba de morir y Lee, su hermano pequeño, se fue hace mucho tiempo. Pero ahora tiene que volver a Manchester para hacerse cargo de su sobrino, de una barca, y si es posible, de su vida. Lee vuelve y recuerda y revive, en los dos sentidos de la palabra: revive porque vuelve a vivir el dolor que le dejo vacío, muerto por dentro y revive porque recupera el aliento para seguir adelante. Pero nada es fácil y el proceso de duelo por su hermano se mezcla con su propio proceso de duelo por él mismo. ¡Qué difícil es mostrar el dolor y los sentimientos sin caer en situaciones tópicas y sensibleras! ¡Qué difícil es mostrar las emociones solo con una mirada, con un gesto, con una palabra! Y qué hermoso es cuando se consigue. No sé si la palabra justa es hermoso. En realidad debería decir que emocionante es ver esas emociones latiendo sin aflorar del todo. Lonergan, el director y guionista, consigue hacer que lo cotidiano flote sobre el sentimiento. Lee y Patrick resuelven los problemas del funeral, de la casa, de la barca, de las novias, de una forma natural: viven. Pero por debajo, Lee y de alguna forma también Patrick, van sentando las bases de lo que será su futura relación. Y eso es una de las cosas que más me gustan de esta película. Que no es nada previsible aun siéndolo; que las soluciones que encuentra son las lógicas de la vida pero no suelen ser las del cine; y que eso lo logra en gran parte por un actor que merece que le den el Oscar para el que está nominado: Casey Affleck . Melancólico, hipnótico, desconsolado, son tres adjetivos que la crítica ha utilizado para definir este melodrama callado.  Estoy de acuerdo con los tres.


(nubes de tormenta en el cielo de Europa)
Hotel Europa
La primera imagen que me vino a la mente viendo Hotel Europa, el nuevo film de Danis Tanovic, fue el de las ratas de laboratorio corriendo como locas en un laberinto sin salida. Luego me di cuenta que en realidad las ratas de esta película corren cada una en su nivel, sin mezclarse. Solo hay una rata, Lamija, la recepcionista, capaz de moverse en los distintos niveles. Los demás están completamente estancados en su espiral infernal. Hay cuatro espacios en este Hotel. En el sótano está el dinero, la mafia, la prostitución: el poder; en la planta baja están los obreros, los explotados, los humillados; en las plantas de las habitaciones están los intelectuales y los políticos; en la terraza están los medios de comunicación. Todos están ahí reunidos para celebrar el centenario del atentado de Sarajevo en el que el estudiante serbio Gavrilo Princip atentó contra el archiduque Fernando provocando la primera guerra mundial. Cien años después de este hecho, heroico para unos, terrible para otros, y casi veinte años mas tarde de otra guerra espantosa que dividió y tiñó de sangre los Balcanes en un enfrentamiento medieval de religiones y razas, la violencia sigue latente en Sarajevo. Porque el Hotel Europa está en Sarajevo, la ciudad mártir de la guerra de los noventa donde aun hay heridas abiertas, producidas en un tiempo en el que se sembraron las ideas de podredumbre nacionalista, de xenofobia religiosa, de odio y de separación. Ideas que cayeron en un terreno abonado y que ahora, en el 2017, están dando sus frutos envenenados en distintos rincones de Europa en forma de nacionalismos excluyentes y soberbios, de populismos fascistas.
Podemos ver este Hotel Europa como una metáfora. Mientras los que creen tener la única verdad, se pelean ferozmente en la terraza del hotel como todos los que desde la calle reclaman sus derechos nacionales, en la suite presidencial un famoso actor francés ensaya un monólogo sobre Europa pensado desde su propio interior, sin mirar a su alrededor, con las cortinas cerradas: el exterior no existe. Es un monólogo de lugares comunes desconectado de la realidad como el que tienen los políticos de Bruselas. Dos pisos más abajo, los obreros buscan desesperadamente un líder que les conduzca, que les diga que tienen que hacer, alguien a quien obedecer, porque no son capaces de decidir por si mismo. Y en el sótano, la mafia y la banca controlan todo el hotel y deciden sobre la vida de cualquiera de los que lo habitan. Ejemplar.

Claro que si quieren ver esta película como un Altman balcánico, una especie de cruce entre Shorts Cuts y Pret-a-Porter, interpretado por un grupo de actores desconocidos para nosotros pero de una gran calidad, pueden disfrutarla mucho. No hace falta más.