(en
1998 estaba en Turín con Ramon, seguramente coincidiendo con Massimo)
Hay
películas que funcionan como despertadores de la memoria. No tienen que ser
buenas películas, ni siquiera películas interesantes. Su función es otra.
Aunque desde luego, mucho mejor si además de accionar los mecanismos del
recuerdo son buenas películas, películas interesantes. Para mí, el último
trabajo de Marco Bellocchio, un director que no figura entre mis favoritos, ha
sido ese despertador. Felices sueños
es un film evocador.
La
historia es la de Massimo y su madre. Massimo que pierde a su adorada madre a
los nueve años sin saber nunca como murió. Massimo que arrastra toda su vida
esa ausencia, ese vacío que le incapacita para sentir el dolor ajeno (Sarajevo
y la guerra de los Balcanes). Massimo que sufre ataques de pánico y acaba a los
cuarenta años, asumiendo sus heridas y tras un baile frenético y liberador, siente
que quizás puede empezar a vivir de verdad.
Pero
si solo fuera eso, no sé si estaría escribiendo en este blog. Lo que me impulsa
a escribir y lo que le agradezco al veterano (no me gusta la palabra viejo que
implica decadencia y en Bellocchio no la hay) director italiano es la
evocación.
De
repente, mientras la veía, me puse a pensar: ¿Qué hacía yo en el año 1969
cuando Massimo baila un twist con su madre y mira Belphegor en la tele? Y me acordé. Tenía 19 años, llevaba un año
viviendo con Ramón, estudiaba geografía y veía Belphegor¡¡¡ Claro que en otro
contexto, (España no era Italia) y con diez años mas que Massimo. La siguiente fecha
que me produjo esta sensación fue 1974. Massimo tiene quince años y es un
adolescente que calla cosas. Yo tenía 24 y vivía en un país muy siniestro.
Siempre pensé que los años sesenta fueron una explosión de luz, pero los
primeros setenta fueron una sombra cada vez más negra y amenazante sobre
nuestras cabezas. Luego hay un salto hasta el 92 o el 93. Massimo está en
Sarajevo. Esa fecha me trajo a la memoria un flash de un momento muy especial.
Estaba en Venecia, en la Mostra de Cine.
Era por la tarde, ya había acabado el trabajo del día y estaba con dos amigos
italianos, Vincenzo y Angela, sentados en un bar donde tenían la televisión puesta.
Y vimos, creo que fue la primera vez que fui consciente, el horror de la guerra
de los Balcanes que estaba pasando allí, enfrente de donde nosotros tomábamos
un Bellini. Fue un shock. De repente los tres tuvimos claro que algo se había
roto para siempre. Nunca pudimos imaginar que fuera tan profunda la ruptura y
con consecuencias tan nefastas para todo el continente.
Hay
otra fecha importante en la película, 1999, cuando Massimo deshace el piso
familiar y de paso sus nudos internos. En 1999 yo estaba punto de cumplir 50
años. Trabajaba en el Festival de San Sebastián y me sentía en un momento de
gran plenitud. Nada que ver con el pobre Massimo. Pero la película me hizo
pensar si yo había sido capaz de deshacer mis propios nudos. Y no estoy tan
segura.
Pido
perdón por este post tan personal y hacia dentro. No tiene porque interesarle a
nadie lo que a mí me pasaba o dejaba de pasar. Pero es un blog y escribo lo que
siento. Es una de las pocas, o mejor dicho, la gran ventaja de escribir
libremente.
En
todo caso, Felices sueños es una
película para ver y para darse cuenta que los 77 años de Marco Bellocchio no
solo no son un problema para hacer una película como ésta, sino que,
probablemente, sean una ventaja.
También
se ha estrenado Moonlight, otra
película sobre el crecer, sobre el hacerse adulto y asumirse.
Es muy sencilla en su belleza y en su historia, pero es muy compleja en sus
emociones. Se ha hablado mucho de ella estos días. No voy a insistir. Pero si
la recomiendo.
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