sábado, 5 de febrero de 2022

VOCES


 


Drive my Car de Ryûsuke Hamaguchi,

Drive my car es un film de tres horas que se pasan volando. La historia necesita ese tiempo para desplegarse en toda su grandeza, en toda su poesía. El protagonista es un actor y director de teatro que tras perder a su mujer ensaya la obra de teatro Tío Vania de Chejov, con la particularidad de que los actores hablan cada uno en un idioma, incluso hay un personaje que habla en la lengua de los sordomudos. Y se entienden y se comunican y la obra fluye y funciona como fluye y funciona el dolor de Yusuke Kafuku y como fluye y funciona la relación con la conductora del coche rojo y con uno de los actores dentro y fuera de la escena. Drive My car, basado en un relato corto de Murakami, es uno de esos extraños films que te invitan a caminar a su lado. Una prueba de que un cuento puede dar para una película de tres horas y de que el tiempo es algo profundamente elástico. Escribí estas palabras al volver de San Sebastián donde vi la película a las 10.00 de la noche con el miedo en el cuerpo de dormirme por el cansancio acumulado del día. Pero no. No solo no me dormí, al contrario. La dulce cadencia de las conversaciones que jalonan el film, con los interludios de los ensayos de Tio Vania y la voz acariciadora de la mujer muerta en las cintas en las que recita los diálogos de la obra, despertaron no solo mi conciencia, sino mis propias voces. Dice el director Ryûsuke Hamaguchi que las razones que le llevaron a adaptar este cuento breve de Murakami, publicado en la antología Hombres sin mujeres, fueron tres: la intimidad de las conversaciones que establece Kafuku, el director de la obra, con su silenciosa conductora Misaki compartiendo su dolor, con el fondo de la voz de Oto, la mujer muerta; las múltiples capas que tiene la interpretación y más en esta obra donde todos conocen el texto, pero cada uno lo recita en su idioma y todos se entiendes sin necesidad de comprender la palabra; la tercera razón es “la voz” que oye Kafuku en el actor Takatsuki: “Si uno desea ver en serio a los demás, no le queda más remedio que observarse en profundidad, de frente, a sí mismo”. Es este último punto el que me dejó impresionada y me llevó a dar un largo paseo nocturno por el puerto de Donostia antes de decidirme a volver a mi hotel. La película despertó en mi las voces que oyes dentro de ti y te van avisando de las cosas, te van indicando los caminos, voces que tantas veces no sabemos escuchar agobiados por el ruido ambiente que nos condiciona en nuestra vida y en nuestras decisiones. Drive my car es una película para dejarse llevar, para mirarla y acompañarla como un amigo al que vale la pena prestar atención. Eso es lo que yo sentí en San Sebastián. No sé si en Barcelona o Madrid o donde sea que la puedan ver, se sentirá lo mismo. Las películas son siempre iguales, pero nosotros cambiamos continuamente. En todo caso, no he querido hacer la prueba de volverla a ver. De momento prefiero quedarme con las sensaciones de esa noche en Donostia.

 


(un paisaje grandioso oculta una realidad muy oscura)

Noche de fuego de Tatiana Huezo Netflix

Las voces de esta película mexicana son muy diferentes. Son voces calladas, escondidas, asustadas. Son las voces de tres niñas en un pueblo de la sierra de Jalisco en México, obligadas a esconderse para evitar ser secuestradas y vendidas por los narcotraficantes de los carteles que controlan la zona. Todo el pueblo vive del cultivo de la amapola que es la base del narco. Pero todo el pueblo vive atemorizado por la llegada inesperada de los grandes todoterrenos que se llevan a las niñas y las adolescentes. En ese pueblo, Ana y sus dos amigas, viven una doble vida. Con el pelo corto y pantalones pasan por niños, con los vestidos de sus madres y los pintalabios, intentan recuperar su feminidad a escondidas. Con estas premisas se podría pensar que estamos ante uno más de los films latinoamericanos tremendistas y miserabilistas a los que nos tiene acostumbrado. Pero por suerte no es así. Las voces cristalinas de estas niñas construyendo un mundo de solidaridad, amistad y frescura, resuenan mucho más fuertes que las de la denuncia social. Por eso Noche de fuego es un film positivo, por eso Noche de fuego es un film hermoso. Y por eso defiendo y alabo a Tatiana Huezo que ha entendido que para denunciar una injusticia y un crimen, es mucho más eficaz la alegría que el dolor. 

 


Arrebato, Iván Zulueta, FlixOlé

Para todos los que recuerden la icónica y legendaria película de Iván Zulueta, no será un misterio saber que voces se oyen aquí. Mejor dicho que voz. La voz que domina el relato, que lo recorre, lo estructura, lo deviene en misterio, es la de Pedro, el adolescente extraño surgido de un film expresionista que desde una vieja casete va desgranando su historia de vampirismo con la cámara y su confianza en que José Sirgado, el director de cine al que le manda las cintas en súper 8 y la casete, sea capaz de entenderlo e incluso de salvarlo, si es posible. Arrebato es una historia de arrebatos producidos por la droga como elemento creativo, del sexo como elemento destructivo y de la amistad como elemento cohesionador. Y además está el cine, esa imagen vampirizada por un fotograma en rojo que poco a poco se va apoderando de todo. Zulueta rodó Arrebato hace 42 años y se convirtió inmediatamente en uno de los pilares fundacionales y referenciales del cine español de la transición (y de mucho mas, su influencia no ha dejado de crecer). Ahora, gracias a una copia restaurada y remasterizada, la plataforma de cine español FlixOlé nos permite recuperarla. Tengo que reconocer que me daba un poco de miedo volver a verla ¿Y si no aguantaba el paso del tiempo? ¿Y si había envejecido como tantas películas míticas de mi juventud que vistas ahora producen una cierta vergüenza ajena? Me armé de valor y la volví a ver. Y volví a quedarme enganchada con Wil More, su abrigo imposible y sus ojos desorbitados; con Eusebio Poncela, encarnando ese director de serie B, que sabe que el cine le quiere pero no sabe qué hacer con ese amor; con Cecilia Roth vestida de Betty Boop intentando recuperar algo perdido para siempre. Volví a sentir el arrebato de esos súper ochos tan lejanos, tan primitivos, tan ajenos a la inmediatez de los videos del móvil, y por eso mismo tan fascinantes. No quiero extrapolar estos sentimientos a los demás. Los que la recuerden pueden sentirse decepcionados con ella, no lo sé. Los que nunca la han visto pueden reaccionar de muchas maneras que me resultan difíciles de saber. En todo caso, me quedo con la sensación de haber vuelto a oír a Iván Zulueta y con él a las voces de unos años en los que todo parecía posible. 

El regalo de esta semana parece un cuadro abstracto, pero es una oreja, elemento indispensable para “escuchar las voces”, que forma `parte de un proyecto de Ramon sobre Las Orejas.



 

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