Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson
Esta semana no puedo empezar
diciendo “esta semana se estrena” porque la película que me parece más interesante,
Licorice Pizza, lleva ya dos semanas
en los cines. Lo que ha pasado con el último film de Paul Thomas Anderson es
muy extraño. Se tenía que estrenar a principios de enero, se retrasó, no pasa
nada y se anunció su estreno para el 11 de febrero, bien. Pero, de repente, el
28 de enero apareció, casi clandestinamente, en tres cines de Barcelona (ignoro
si también se estrenó en otras ciudades). Así que, no, no se estrena esta
semana. Aunque la verdad es que este culebrón que demuestra el enorme
desconcierto de la industria en el terreno de la exhibición postpandémica, es
lo de menos, Porque lo que cuenta es la película. Y tengo que reconocer que en
la polémica que ha suscitado su estreno yo me sitúo entre los que la disfrutaron
mucho. El titulo Licorice Pizza no
nos dice casi nada a nosotros, pero para Paul Thomas Anderson tiene una honda
resonanci: es el nombre de una cadena de tiendas de discos de los setenta y contiene
la palabra pizza que le transporta a su niñez y adolescencia. Licorice Pizza es la película más feliz
del director de melodramas tan potentes como Magnolia, The Master o Pozos de ambición. Aquí Anderson pone su
saber dirigir al servicio de una historia ambientada en 1973, en plena crisis
del petróleo, en una pequeña ciudad californiana. La primera secuencia, donde
conocemos a los dos protagonistas, Alana y Gary es de aquellas que te meten en
el film o te sacan para siempre. A mi me metió de lleno. Ver a Alana, una de
las tres hermanas del gripo musical Haim, caminando indolentemente al lado de
una fila de chicos y chicas diciendo, “Espejo, peine”, me dio la clave de cómo tenía
que tomarme la película. Como un divertimento. Pero poco a poco me fui dando
cuenta de que en realidad aquello era un cuento. Anderson habla de Peter Pan y
Wendy, con los niños perdidos como acopañamiento para definir a sus personajes.
Algo de eso tienen, pero a mí me gusta
pensar también en una especie de Blanca Nieves y los siete enanitos correteando
por las calles del Valle de San Fernando. El hecho de que Alana tenga 25 años y
Gary tenga 15, no impide primero que se hagan amigos, segundo que se hagan
socios y tercero que se enamoren en un devenir lógico del relato. Tampoco me
sorprende que alguien que tiene 15 años sea capaz de montar un negocio de camas
de agua y un salón de máquinas del millón. En un país como Estados Unidos un
niño actor (y este lo es como miembro de la obra Tuyos, míos nuestros con Lucille Ball como madre) dispone de dinero
y libertad suficiente para hacerlo. En realidad, el director cuenta que Gary
está inspirado en un amigo suyo que hizo de verdad esas cosas cuando tenía 15
años. Pero aunque todo fuera una invención suya, daría igual. Porque la película
es de una felicidad y alegría y complicidad contagiosa gracias en gran parte a
los dos actores protagonistas. Gary, es Cooper Hoffman, hijo (y semi clon) de
Philip Seymour Hoffman; Alana es Alana Haim, una de las tres hermanas del grupo
musical Haim que, junto con sus
padres aparecen en el film. Sin olvidarnos de los niños perdidos o los enanitos
que los acompañan en todas sus aventuras y los cameos deliciosos de Sean Penn,
Bradley Cooper o Tom Waits. Ambientada en el año 1973, en plena crisis del petróleo,
Licorice Pizza es una película de las
que te dejan un buen recuerdo, tarareando canciones y evocando tu propia
adolescencia, tan alejada, seguro, de la de estos chicos, pero a la vez
posiblemente con tantas historias como la de ellos si de verdad quisieras recordarla.
(me
encanta hacer puzles)
La huella Joseph L. Mankiewicz Filmin
Ya avisé hace unos días que
estaba un poco cansada de series. Y ese cansancio me ha llevado a explorar las
plataformas en busca de otras cosas (que las hay). Fue el recuerdo del puzle blanco
(aprovecho para decir que soy una fan total de los rompecabezas) el que me
llevó a buscar La huella, la última película
de Joseph Leo Mankiewicz rodada en 1972 con dos actores excepcionales, Laurence
Olivier y Michael Caine. La empecé a ver con cierta prevención, ¿y si no se
aguantaba? Menuda tontería, La huella
no solo se aguanta, es que además, ha ganado con los años. Los juegos de
engaño, maldad y manipulación que se establecen entre el escritor de novelas
policiacas y el joven peluquero amante de su mujer, siguen siendo crueles y envolventes
y siguen creando una sensación de impotencia en el espectador incluso cuando
sabes todo lo que va a pasar. Fue una delicia volver a disfrutar del duelo
interpretativo de sus actores completamente distintos en su registro y en su
manera de estar ante la cámara, histriónico Olivier, flemático Caine, que sin
salir nunca de la casa y casi del salón, consiguen que nos sintamos inmersos en
esa enorme charada malvada. En estos tiempos en los que todo va tan rápido, en
los que no se aguanta más de un minuto en pantalla sin que pase algo, ver esta
tranquila pero no lenta historia ha sido un bálsamo de inteligencia. Con un
efecto colateral: invita a revisar y disfrutar del cine de Mankiewicz. Esta es
la huella que yo dejo aquí para que la sigan o no los que quieran.
(en este Berlín destruido se levanta ahora el modernísimo complejo de Potsdamer Platz)
Se interpone un hombre, Carol Reed Filmin y Netflix
Este clásico que nunca había
visto, lo encontró Ramon escondido en Neflix donde aparece como The Man Between gracias a descubrir antes
que en esta plataforma tan guay y moderna hay un montón, si un montón, de
películas inglesas en blanco y negro de los años 40, 50 y 60. Un tesoro en el
que sumergirse para encontrar joyitas, como esta, o pedruscos infumables,
(también los hay). En todo caso, este thriller negro de Carol Reed, realizado
en 1953, cuatro años después de El tercer
hombre y ambientado en un Berlín
devastado por los bombardeos y dividido por la partición de la ciudad, fue una
auténtica pequeña sorpresa. Es una historia de espionaje muy poco Le Carré. Yo
diría que en realidad no es una historia de espías es más bien una historia de
perdedores o perdedor, James Mason en hombre que se interpone mientras intenta
escapar de una red de mentiras, delitos menores y engaños que le tiene atrapado
en la zona rusa de la ciudad. Una fascinante Claire Bloom recién salida de Candilejas, es la joven inglesa que se
enamora de ese hombre interpuesto y paga las consecuencias de quererle. Pero
para mí, la auténtica estrella del film es la ciudad de Berlín que Reed retrata
con la misma frialdad objetiva que aplicó en la Viena del tercer hombre. Un
Berlín irreconocible en sus ruinas, un Berlín que ha dejado una huella incluso
en el super moderno Berlín de ahora mismo.
Y hablando de Berlín,
justamente esta semana comienza la segunda Berlinale en pandemia (casi la
tercera porque el del 2020 se celebró por los pelos y ya con problemas). Pero
si este Berlín es importante, al menos para mí, es porque POR FIN, hay dos
películas españolas en la competición oficial. Diez años después de intentar inútilmente
que aceptaran Los pasos dobles, al
final se han dado cuenta de que Isaki Lacuesta y su mujer y guionista Isa Campo,
están entre las figuras más solidas del cine español y europeo. No he visto aun
Un año, una noche, pero estoy segura
que no dejará indiferentes a nadie en ese Berlín de la modernidad. Pero Isaki
no está solo. También estoy contenta de que Carla Simon vuelva a Berlín donde
triunfó hace unos años en Generation con Verano
1993. Esta vez Carla llega con un film ambientado en el pueblo de Alcarrás
que da título a la película. Es una noticia estupenda y estoy segura que ambos
dejaran una huella en ese Berlín que nada tiene que ver con el de The Man Between.
El regalo de esta semana es una flor para Isaki, Isa y Carla.
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