sábado, 12 de febrero de 2022

CLÁSICOS

 


Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson

Esta semana no puedo empezar diciendo “esta semana se estrena” porque la película que me parece más interesante, Licorice Pizza, lleva ya dos semanas en los cines. Lo que ha pasado con el último film de Paul Thomas Anderson es muy extraño. Se tenía que estrenar a principios de enero, se retrasó, no pasa nada y se anunció su estreno para el 11 de febrero, bien. Pero, de repente, el 28 de enero apareció, casi clandestinamente, en tres cines de Barcelona (ignoro si también se estrenó en otras ciudades). Así que, no, no se estrena esta semana. Aunque la verdad es que este culebrón que demuestra el enorme desconcierto de la industria en el terreno de la exhibición postpandémica, es lo de menos, Porque lo que cuenta es la película. Y tengo que reconocer que en la polémica que ha suscitado su estreno yo me sitúo entre los que la disfrutaron mucho. El titulo Licorice Pizza no nos dice casi nada a nosotros, pero para Paul Thomas Anderson tiene una honda resonanci: es el nombre de una cadena de tiendas de discos de los setenta y contiene la palabra pizza que le transporta a su niñez y adolescencia. Licorice Pizza es la película más feliz del director de melodramas tan potentes como Magnolia, The Master o Pozos de ambición. Aquí Anderson pone su saber dirigir al servicio de una historia ambientada en 1973, en plena crisis del petróleo, en una pequeña ciudad californiana. La primera secuencia, donde conocemos a los dos protagonistas, Alana y Gary es de aquellas que te meten en el film o te sacan para siempre. A mi me metió de lleno. Ver a Alana, una de las tres hermanas del gripo musical Haim, caminando indolentemente al lado de una fila de chicos y chicas diciendo, “Espejo, peine”, me dio la clave de cómo tenía que tomarme la película. Como un divertimento. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que en realidad aquello era un cuento. Anderson habla de Peter Pan y Wendy, con los niños perdidos como acopañamiento para definir a sus personajes. Algo de eso tienen, pero  a mí me gusta pensar también en una especie de Blanca Nieves y los siete enanitos correteando por las calles del Valle de San Fernando. El hecho de que Alana tenga 25 años y Gary tenga 15, no impide primero que se hagan amigos, segundo que se hagan socios y tercero que se enamoren en un devenir lógico del relato. Tampoco me sorprende que alguien que tiene 15 años sea capaz de montar un negocio de camas de agua y un salón de máquinas del millón. En un país como Estados Unidos un niño actor (y este lo es como miembro de la obra Tuyos, míos nuestros con Lucille Ball como madre) dispone de dinero y libertad suficiente para hacerlo. En realidad, el director cuenta que Gary está inspirado en un amigo suyo que hizo de verdad esas cosas cuando tenía 15 años. Pero aunque todo fuera una invención suya, daría igual. Porque la película es de una felicidad y alegría y complicidad contagiosa gracias en gran parte a los dos actores protagonistas. Gary, es Cooper Hoffman, hijo (y semi clon) de Philip Seymour Hoffman; Alana es Alana Haim, una de las tres hermanas del grupo musical Haim que, junto con sus padres aparecen en el film. Sin olvidarnos de los niños perdidos o los enanitos que los acompañan en todas sus aventuras y los cameos deliciosos de Sean Penn, Bradley Cooper o Tom Waits. Ambientada en el año 1973, en plena crisis del petróleo, Licorice Pizza es una película de las que te dejan un buen recuerdo, tarareando canciones y evocando tu propia adolescencia, tan alejada, seguro, de la de estos chicos, pero a la vez posiblemente con tantas historias como la de ellos si de verdad quisieras recordarla.

 

(me encanta hacer puzles)

La huella Joseph L. Mankiewicz Filmin

Ya avisé hace unos días que estaba un poco cansada de series. Y ese cansancio me ha llevado a explorar las plataformas en busca de otras cosas (que las hay). Fue el recuerdo del puzle blanco (aprovecho para decir que soy una fan total de los rompecabezas) el que me llevó a buscar La huella, la última película de Joseph Leo Mankiewicz rodada en 1972 con dos actores excepcionales, Laurence Olivier y Michael Caine. La empecé a ver con cierta prevención, ¿y si no se aguantaba? Menuda tontería, La huella no solo se aguanta, es que además, ha ganado con los años. Los juegos de engaño, maldad y manipulación que se establecen entre el escritor de novelas policiacas y el joven peluquero amante de su mujer, siguen siendo crueles y envolventes y siguen creando una sensación de impotencia en el espectador incluso cuando sabes todo lo que va a pasar. Fue una delicia volver a disfrutar del duelo interpretativo de sus actores completamente distintos en su registro y en su manera de estar ante la cámara, histriónico Olivier, flemático Caine, que sin salir nunca de la casa y casi del salón, consiguen que nos sintamos inmersos en esa enorme charada malvada. En estos tiempos en los que todo va tan rápido, en los que no se aguanta más de un minuto en pantalla sin que pase algo, ver esta tranquila pero no lenta historia ha sido un bálsamo de inteligencia. Con un efecto colateral: invita a revisar y disfrutar del cine de Mankiewicz. Esta es la huella que yo dejo aquí para que la sigan o no los que quieran.


 (en este Berlín destruido se levanta ahora el modernísimo complejo de Potsdamer Platz)

Se interpone un hombre, Carol Reed Filmin y Netflix

Este clásico que nunca había visto, lo encontró Ramon escondido en Neflix donde aparece como The Man Between gracias a descubrir antes que en esta plataforma tan guay y moderna hay un montón, si un montón, de películas inglesas en blanco y negro de los años 40, 50 y 60. Un tesoro en el que sumergirse para encontrar joyitas, como esta, o pedruscos infumables, (también los hay). En todo caso, este thriller negro de Carol Reed, realizado en 1953, cuatro años después de El tercer hombre  y ambientado en un Berlín devastado por los bombardeos y dividido por la partición de la ciudad, fue una auténtica pequeña sorpresa. Es una historia de espionaje muy poco Le Carré. Yo diría que en realidad no es una historia de espías es más bien una historia de perdedores o perdedor, James Mason en hombre que se interpone mientras intenta escapar de una red de mentiras, delitos menores y engaños que le tiene atrapado en la zona rusa de la ciudad. Una fascinante Claire Bloom recién salida de Candilejas, es la joven inglesa que se enamora de ese hombre interpuesto y paga las consecuencias de quererle. Pero para mí, la auténtica estrella del film es la ciudad de Berlín que Reed retrata con la misma frialdad objetiva que aplicó en la Viena del tercer hombre. Un Berlín irreconocible en sus ruinas, un Berlín que ha dejado una huella incluso en el super moderno Berlín de ahora mismo.



Y hablando de Berlín, justamente esta semana comienza la segunda Berlinale en pandemia (casi la tercera porque el del 2020 se celebró por los pelos y ya con problemas). Pero si este Berlín es importante, al menos para mí, es porque POR FIN, hay dos películas españolas en la competición oficial. Diez años después de intentar inútilmente que aceptaran Los pasos dobles, al final se han dado cuenta de que Isaki Lacuesta y su mujer y guionista Isa Campo, están entre las figuras más solidas del cine español y europeo. No he visto aun Un año, una noche, pero estoy segura que no dejará indiferentes a nadie en ese Berlín de la modernidad. Pero Isaki no está solo. También estoy contenta de que Carla Simon vuelva a Berlín donde triunfó hace unos años en Generation con Verano 1993. Esta vez Carla llega con un film ambientado en el pueblo de Alcarrás que da título a la película. Es una noticia estupenda y estoy segura que ambos dejaran una huella en ese Berlín que nada tiene que ver con el de The Man Between.

El regalo de esta semana es una flor para Isaki, Isa y Carla.


 

 


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