Hace un año escribía en la
entrada del 26 de febrero: “Esta semana ha empezado la guerra. Si será mundial
y catastrófica para la humanidad o si se quedará circunscrita a la pobre
Ucrania, lo sabremos dentro de poco. Pero pase lo que pase, el mundo ya no será
igual.” Un año después, hoy 24 de febrero del 2023, el mundo ya no es igual, es
más peligroso, inestable, desigual. La guerra, de momento, no ha saltado
fronteras, pero sus consecuencias las sentimos todos y el riesgo sigue estando
ahí. Mas después del delirante discurso de Putin en un escenario digno de un
Hitler cutre y pobretón. ¡Ni Leni Riefenstahl habría podido sacar nada de esa
puesta en escena grandilocuente y vacua! No sé si nos hemos acostumbrado a la
guerra, pero lo cierto es que, como me contaba mi madre cuando recordaba el
Madrid de1936-1937, la vida sigue adelante. Y el cine está ahí para ayudarnos
un poco. Sobre todo si hay películas y series y cortos bonitos que recomendar.
Una película: The Quiet Girl
Hay una sección en el Festival
de Berlín que a mí siempre me ha gustado mucho. Generation es una sección
pequeñita, pero muy potente, de la que han salido algunos nombres
imprescindibles del cine contemporáneo. Baste recordar el de Carla Simón con Verano 1993, y el de otra Carla
catalana, Subirana, que este año ha participado con Sica. De esta sección especializada en cine para adolescentes o con
adolescentes y niños ha salido también The
Quiet Girl que se estrena esta semana. La niña callada del título se llama
Cait, tiene nueve años y vive en un entorno rural de la Irlanda de 1981. Cait
ha hecho de su silencio y su invisibilidad la mejor defensa frente a una
familia demasiado agobiada por problemas de todo tipo y frente a una escuela en
la que no se siente protegida. Su padre la define como “la hija errante”,
porque en cuanto puede, Cait desaparece del paisaje familiar. Ese verano de
1981, Cait va a vivir una nueva experiencia cuando la manden a vivir unos meses
con unos parientes lejanos. Con ellos Cait descubrirá que el mundo no tiene
porque ser un lugar hostil y que puede sentirse querida sin necesidad de hablar
mucho. En realidad en esa nueva casa todos son muy callados, mas dados a
expresar sus emociones y sentimientos con actos, pequeños detalles, que dicen más
que muchas palabras: dejar una galleta en la mesa; dar un paseo hasta el pozo,
hacer un pastel. Primera película del irlandés Colm
Bairéad, nacido por cierto en el año 1981, The Quiet Girl es un retrato sutil, emocionante, tranquilo y
callado como su preciosa protagonista, la pequeña Catherine Clinch. Vale la
pena sumar Cait a una larga lista de niñas de ojos grandes y mirada profunda
que en el cine podemos encontrar desde la pequeña Ana Torrent de El espíritu de la colmena (de la que se
cumplen 50 años este 2023) y que se prolonga hasta ahora mismo en otra película
de abejas que también está en Berlín, 20.000
especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren.
Una serie: Happy Valley Serie, 3 temporadas Movistar
En los lejanos y casi
olvidados años cincuenta, Ida Lupino, una de las pocas directoras en la era
dorada de Hollywood, inventó un género nacido del cruce del cine negro, en el
que ella brillaba como estrella, y el melodrama mas desaforado. Se le llamó Home Noir. Desde entonces, no he vuelto
a ver ninguna película o serie que continúe esta variante del negro hogareño.
Hasta esta imprescindible serie inglesa, una de las mejores que he visto en
mucho tiempo. Happy Valley es Catherine
y Catherine es Sarah Lancashire. Ella es el centro y el motor de una historia
que abarca nueva años desde su primera temporada en el 2014, hasta la tercera
en 2022. Creada por Sally Wainwright, Happy
Valley es cine negro y es melodrama a partes iguales, pero también es cine
de un realismo social que nunca cae en fáciles demagogias. Son 18 episodios en
los que vemos crecer a los personajes, en edad y en hondura dramática. Y los
vamos queriendo cada vez más. Happy
Valley también es Tommy Lee Royce y Tommy Lee Royce es James Norton, un
actor capaz de encarnar el mal en estado puro y al mismo tiempo ser
tremendamente atractivo. Catherine y Tommy Lee son los dos grandes
protagonistas de una historia que empieza cuando el pequeño Ryan, nieto de
Catherine, tiene 9 años. Ryan es hijo de Becky, la hija adolescente de
Catherine que se suicidó poco después de nacer el niño. Pero Ryan también es hijo
de Tommy Lee Royce, hecho que Catherine no puede soportar. La relación con Ryan
es el eje central de la serie que se adentra en los terrenos difíciles de la
responsabilidad y el cariño, de la paternidad y el deseo de saber de dónde
venimos. Mientras esta historia se va desarrollando en el tiempo, Catherine
desde su posición de sargento en una comisaría de una pequeña ciudad del
Yorkshire, se enfrentará a todo tipo de problemas y crímenes, algunos
relacionados con su némesis, Tommy Lee. La inteligencia de la serie es la de
dejar pasar un tiempo entre una temporada y otra, 18 meses entre la primera y
la segunda; casi siete años entre la segunda y la tercera. Descubrí las dos
primeras temporadas de Happy Valley
en 2016, pero no sé porque no escribí de ella a pesar de gustarme mucho.
Recuerdo que vi las dos primeras temporadas seguidas y me quedé con la
sensación de que no estaba acabada la historia. La espera se ha hecho larga,
pero ha valido la pena. Normalmente las series que funcionan se prolongan
artificialmente en segundas y terceras temporadas que no suelen estar a la
altura de la primera. Cuantas buenas series se han malogrado por este afán de
explotar un éxito. La creadora de Happy
Valley, Sally Wainwright, decidió esperar hasta tener claro como quería
continuar y sobre todo acabar, la historia de Catherine, Tommy Lee Royce y
Ryan. Los siete años transcurridos no han hecho más que enriquecer los
personajes y las situaciones en esta tercera y definitivamente última
temporada, sin duda la mejor de las tres, broche de oro negro a esta serie imprescindible.
Los personajes secundarios que acompañan a la protagonista, su entrañable y
débil hermana Claire, Ann, la víctima que se convierte en amiga, Daniel, el
hijo recuperado, Richard el ex marido fiel, son fundamentales para crear el
paisaje emocional donde brilla Sarah Lancashire y su enorme humanidad. Voy a
echar de menos a Catherine ahora que, por fin se ha jubilado y puede viajar al
Himalaya. Pero me alegra mucho haberla conocido. Una recomendación, si la
vieron hace años, vuelvan a verla entera. Vale la pena.
(yo también tengo un banco)
Un corto: Arquitectura emocional 1959, de Elías León Siminiani
El nombre de Elías León Siminiani ha aparecido en este blog en dos ocasiones. Una, para comentar Mapa, del 2012, (se puede ver en Filmin), otra para hablar de Apuntes para una película de atracos, un producto (¿ficción, documental, reportaje, diario, crónica?) absolutamente inclasificable. Vuelvo a él para recomendar ver su último trabajo, el corto que ganó el Goya al Mejor Corto de Ficción, Arquitectura emocional 1959, disponible en Movistar. Con un estilo inconfundible que mezcla elementos de geometría emocional con trazos documentales y de ficción, Siminiani nos cuenta una preciosa historia de amor en 1959 entre una chica de la burguesía y un chico de extrarradio. Ambos habitantes de edificios construidos por el arquitecto Secundino Zuazo, autentico protagonista de este encuentro sentimental en el que la ideología y la clase social se convierten en fronteras de dos mundos unidos por una calle, el Paseo de la Castellana. Pero Siminiani no hace un documental sobre el arquitecto, ni nos cuenta la historia de Sebas y Andrea de una manera realista. Usando una voz en of narrativa (característica de su cine), los planos urbanos y arquitectónicos que delimitan el espacio, y los bancos en los parques como lugar privilegiado de encuentro, asistimos tanto a la historia de amor imposible entre estos dos chicos, como a la evolución de una ciudad reflejada en los edificios emblemáticos de este poco conocido, al menos para mí, arquitecto español. Arquitectura emocional 1959 es una película del 2022 tanto como una historia del 1959 unidas por el hilo invisible que Siminiani teje entre estos dos momentos. Una curiosidad. Una preciosidad.
El regalo de esta semana es
una arquitectura emocional de Ramon
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