El
otoño es la temporada alta de los estrenos españoles. Después de San Sebastián
y Valladolid, empiezan a llegar los títulos que pueden optar a los Premios
Goya. Por eso hay tantas películas españolas estas semanas. Esta, en concreto,
se estrenan dos que me gustan mucho. Por distintas razones. Las dos están
dirigidas por mujeres, pero una es una historia de mujeres y la otra es una
historia de hombres. Y sin embargo, en ambas se siente una mirada diferente
sobre la realidad.
El
agua, de Elena López Riera.
Los
que siguen este blog saben de mi interés por el agua en todas sus formas. Son
muchas las entradas referentes al agua y con el agua como protagonista. La
verdad es que es un tema que me apasiona al que llevo años dándole vueltas para
hacer algo con él. Un libro del agua en el cine, una exposición, una recopilación
de secuencias comentadas… No lo sé, pero el agua es algo que me sumerge en
pensamientos e ideas. Por eso, es fácil entender que una película que se llama El agua, me entusiasmara ya antes
incluso de verla. La descubrí en San Sebastián cuando el film de Elena López
Riera llevaba ya un largo camino de éxitos desde su estreno en la Quincena de
Realizadores de Cannes. Y me enamoré de la película, de sus protagonistas, de
su magia y su espíritu de ondinas. La historia empieza como algo que hemos
visto mil veces, especialmente en los últimos tiempos: La vida en un pueblo y
el tedio del verano, la industrialización del campo, amores adolescentes, crisis
existencial. Pero muy pronto, este realismo naturalista se va impregnando de un
realismo mágico. Aparece el misterio del agua y surge el cuento y la leyenda. Hay
un rio que se desborda, hay tres mujeres de tres edades distintas y con tres
aguas dentro. Porque de lo que habla esta preciosa película rodada en la Vega
Baja del Segura en Alicante es de un río enamorado que rapta a su amada; del
agua que las mujeres tenemos dentro y nos llena y nos desborda; de la
confluencia como si de tres afluentes se tratara de tres vidas de mujeres
solas, libres, felices en una historia mucho más antigua y engarzada en las
viejas tradiciones. El agua es un
film de ahora mismo, con gentes de ahora mismo. Está presente el desencanto de
la vida aburrida de una pequeña ciudad, el progreso que destruye entornos sin
crear nuevos, los deseos y anhelos de la que podemos llamar “generación de la
pandemia”, esos adolescentes que llevan casi tres años desvinculados del mundo
real. Todo eso está ahí, pero cubierto por la transparencia del agua, de su
magia, de su fascinación. Somos seres de agua. Elena lo ha sabido contar muy
bien.
(Si tienen ganas de saber más de esta directora en Filmin se pueden ver sus tres cortos anteriores: Pueblo, Las vísceras y Los que desean)
Vasil, de
Avelina Prat
Curioso que este segundo film español también venga de Valencia, de la capital del Turia que es uno de los protagonistas del film, junto con Karra Elejalde y el búlgaro Iván Barnev, estupendos y merecidos premio ex aequo a la Mejor Interpretación en la Seminci de Valladolid. Esta es la historia de una amistad extraña y desigual tanto como de un proceso de humanización por ósmosis. Alfredo es un arquitecto jubilado, solitario, huraño, frío y poco empático. Le gusta jugar al ajedrez y comer con su hija todos los miércoles. También le gustaba jugar al bridge pero no soporta “la caspa” que había en el club de bridge que frecuentaba. A través de una excelente amiga, Alfredo se ve un poco forzado a dar cobijo en su casa a un hombre sorprendente. Vasil es búlgaro, excelente ajedrecista y jugador de bridge. Lleva tiempo en España pero sigue durmiendo en la calle. Cuando Alfredo le abra su casa, solo por un par de días, empezará entre ellos un doble proceso de aprendizaje sobre la vida. Antes he dicho que se notaba que esta historia de hombres estaba contada por una mujer. Intentare explicarlo. Hay en Vasil dos personajes femeninos muy importantes. Sin ser los protagonistas, son decisivos en lo que les sucede a estos dos hombres. Por un lado está Maureen, Sue Flack , una irlandesa progresista dispuesta a ayudar a Vasil y de paso espabilar a Alfredo; por otro lado está Luisa, Alexandra Jiménez, la hija de Alfredo que vive la aventura de su padre con ese extraño como una doble experiencia, la de acercarse de una forma mucho más profunda a un padre distante y el descubrimiento de un país y una sociedad de la que no sabe nada. Avelina Prat, de la que confieso que nunca había oído hablar, aunque tiene varios cortos premiados, trasciende la historia de Alfredo y Vasil para hablarnos de soledad y de relaciones padres/hijas. Pero también, y sin necesidad de cargar las tintas ni poner el acento, de las enormes dificultades que pone la administración para resolver los problemas de los ciudadanos. Coincidencia o no, justo el día que escribo estas líneas, el miércoles 2 de noviembre, he leído en La Vanguardia un artículo de Lluís Foix planteando el problema de cómo las administraciones públicas están ahí para hacernos la vida más difícil, más incómoda, más invivible. Él habla del campo y los agricultores, pero lo mismo se podría decir del ayuntamiento de Barcelona o el de Valencia o de cualquier administración del estado. Los burócratas nos ahogan: “La desconfianza es total. Los funcionarios, no necesariamente los consellers o los cargos políticos, no escuchan, sino que imponen. Tienen la verdad urbana que quieren aplicar a una realidad rural que desconocen. Las rentas de la agricultura y la ganadería están cayendo por la crisis global, pero también porque se hace la vida imposible a quienes cultivan tierras o tienen ganado con una hostilidad burocrática inútil e ineficaz.” Este es uno de los grandes males sociales que nos aquejan y en Vasil, están muy presentes.
El
regalo de esta semana es una gran Mujer de Agua
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