As bestas
Es una de las mejores
películas españolas del año. Sin ninguna duda. Es uno de los films más potentes
y sólidos del cine español y creo que es un salto adelante en la filmografía de
Rodrigo Sorogoyen y su fiel guionista Isabel Peña. Es, también, una prueba de
que el cine puede denunciar situaciones de injusticia, de expolio, de
insolidaridad y de abuso, sin dejar de ser entretenimiento con mayúsculas. Se
puede ser políticamente muy claro sin ser ni aburrido ni doctrinario. Y eso no
es fácil. Inspirado en un hecho real, As
bestas sucede en una aldea gallega, de esas que nadie sabe como se llaman,
donde dos urbanitas franceses se han instalado con la intención de cultivar la
tierra con productos ecológicos. Pero igual que en Perros de paja, en esta versión hispana y actual, el engarce de
esta pareja con sus vecinos y con el entorno no es nada fácil. Especialmente
con dos hermanos de la finca colindante, espléndido Luis Zahera, que no
soportan la superioridad moral de estos llegados de fuera. En ese sentido, la
pareja que integran Antoine y Olga, encarnados en el poderoso Denis Ménochet,
al que vimos hace poco como el Peter von Kant de François Ozon y la frágil Marina
Fois, a pesar de su buena voluntad y su vocación ecológica, son tan ajenos al
espacio donde pretenden vivir y casi tan destructivos del equilibrio natural
del paisaje como los inmensos molinos de viento que quieren levantar en los
terrenos comunales del pueblo. Hace unos días hablaba del impacto negativo del
progreso en los medios rurales y citaba As
bestas como uno de los mejores ejemplos de esta imparable destrucción. (1)
Pero As bestas es una gran película no solo por lo que nos cuenta, lo es
por el pulso cinematográfico que demuestra. Sorogoyen y Peña nos tienen
acostumbrados a un cine adrenalínico, poderoso, con giros de guión y de tono
inesperados. En este film eso lo llevan hasta los límites. El principio del
film, con la secuencia de la rapa de los caballos, paisaje moral, donde se
inscribe toda la historia, tiene una secuencia paralela en un bosque donde se
consuma un crimen con la misma coreografía de lucha y acoso al caballo y un
plano final casi igual entre los belfos del animal y los labios de asesinado. A
partir de ese momento, la película cambia de tono, de ritmo, de centro. Incluso
de manera de filmar. Si en las dos primeras partes la cámara ha sabido ser seca
y distante, dejando crecer la tensión en el encuadre, en esta tercera parte se
convierte en un ojo que sigue sin dejarlo nunca el personaje de Olga, dueña
absoluta de este tercer acto en el que se inscriben dos secuencias antológicas:
la conversación con su hija en la cocina y la conversación con la madre de sus
vecinos. Cuando la vi la primera vez tuve la sensación de que esta tercera
parte era demasiado larga, incluso repetitiva. Un segundo visionado me ha
permitido apreciar mejor lo que Sorogoyen y Peña han querido transmitir con
esta dilatación del tiempo en contraste con el ritmo y el tono de violencia y
acoso de las dos primeras partes del film. As
bestas es una gran película.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
Total Control Filmin
Vuelvo a este rincón seriéfilo para recomendar una gran serie de Filmin, Total control. Es australiana, tiene dos temporadas y es magnífica. Creada por Rachel Perkins, Miranda Dear y Darren Dale, la serie está dirigida en su mayor parte por Rachel Perkins, directora australiana de raíces aborígenes y protagonizada por un autentico descubrimiento, la actriz Deborah Mailman, junto a la veterana Rachel Griffiths que ejerce también de productora. El contraste entre estas dos mujeres, Mailman como Alex Irving, la inesperada política de origen indígena, con un físico muy alejado de los cánones habituales pero tremendamente atractivo, con la fría y rubia Griffiths que encarna a Rachel Anderson, la política blanca, rica y bien situada en el stablishment, es una de las bazas principales de una serie que juega a la política en todos sus terrenos. Cuando Alex se convierte casi involuntariamente en una heroína, no sabe que su acto de valor (es la primera secuencia del primer capítulo) la va a arrastrar a una carrera política en la que su ingenuidad y creencia de que podrá cambiar las cosas se irá perdiendo a medida que se ve enredada en los sucios y feos trucos de la política gubernamental. Lo que le sucede a Alex es lo que les pasa a casi todos los que llegan al poder pensando que podrán hacer mil cosas y se dan cuenta que en realidad es el poder el que va hacer cosas con ellos: cambiarlos a peor en el mejor de los casos, destruirlos casi siempre. Si la política y sus entresijos de engaños, abusos y desprecios de todo tipo (en eso la serie es extrapolable a todas partes, basta con ver las noticias de este fin de semana en nuestro país, ejemplo perfecto de cinismo y manipulación) son el caldo de cultivo de la historia de amistad/odio de Alex y Rachel, hay en esta serie muchas más cosas interesantes. Sus diálogos son brillantes y los personajes secundarios potentes (el equipo de asesores de Alex en la segunda temporada no tiene desperdicio). El paisaje desértico y fascinante del interior de Australia es uno más de los elementos de la personalidad de Alex y las ciudades, Camberra y Sidney, lugares tan inhóspitos y ajenos a alguien como ella como el enjambre político en el que se ha metido casi sin querer, son lugares invivibles. En este sentido es brillante la oposición gran ciudad, Canberra, Sidney, donde Alex se aloja siempre en hoteles impersonales y fríos, con la pequeña ciudad de Winton en la que Alex tiene una casa acogedora compartida con su madre, con su hijo y con su hermano. En total son doce episodios en dos temporadas que se pueden ver como dos películas largas. En realidad, las series de pocos episodios empiezan a parecerse a películas largas. O quizás, las películas largas empiezan a parecer series de pocos episodios.
El regalo de esta semana son
unos lindos tomates, no sé si ecológicos que Ramon me ha dibujado en honor a
los dos esforzados franceses de As bestas.
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