Esta semana es la más rara del
año. En medio del mes de agosto, se crea una sensación de paréntesis. Todo se
detiene. Hay una calma chicha como la que aparecía en el océano y mantenía a
los barcos varados días y días. Lo que no quiere decir que fuera (sea) una
calma chicha tranquila. No. En este barco estancado y sin viento, pasan muchas
cosas. Algunas buenas, muchas malas, o simplemente raras. En el barco de esta
semana ha habido de todo.
Acababa la anterior semana con
una imagen de comedia rosa: los paseos de Sánchez y Merkel por Doñana como si
fueran personajes de Dallas
(seguramente las nuevas generaciones no sepan que era Dallas, pero los mayores lo entenderán).
El lunes fue un día de
película de terror de serie B: nos enteramos del hundimiento en el puerto de
Vigo que fue como un preludio del terrible desastre de Génova que convirtió la
ciudad en un escenario de auténtica película de catástrofes hecha realidad. Uno
y otro producto, entre otras cosas, de la corrupción (la de los materiales por
el tiempo y la otra que no cesa).
Como nota a pie de página, un
kamikaze sudanés decidió tener sus quince minutos de gloria lanzando su coche a
toda velocidad en Westminster. Afortunadamente sin consecuencias demasiado
graves
El jueves nos subían los
colores con las fotos de las alegres comadres de Waterloo en viaje de fin de
curso para visitar al Líder Supremo, en plan “tú a Waterloo, yo a Cadaqués”. En
contrapartida leíamos que 350 diarios norteamericanos habían plantado cara a
Donald Trump dando una muestra de salud democrática en un país que tiene una
enorme enfermedad en forma de presidente.
(las nubes en Barcelona, la
tarde del 17 de agosto)
Y el viernes, el viernes debía
ser un día de recogimiento, silencio, recuerdo y homenaje. Y lo fue en parte.
Primó el respeto a las víctimas y sus familiares sobre otros criterios y se les
dio protagonismo. Pero viendo el acto oficial en la Plaza Catalunya no pude
menos que sentir que era algo falso, teatral. Estaba todo escenificado en un
espacio donde cada actor sabía lo que tenía que hacer. No es que fuera frío, es que no era sincero. Pero de todos modos, mejor esto que nada y mucho mejor
esto que convertirlo en un bochorno colectivo.
Leyendo diversos artículos de
prensa la mañana del sábado me di cuenta de que no era la única que había
tenido esa sensación de falsedad. Pero también me di cuenta de otra cosa. Si
todo fue tan poco espontáneo, tan comedido, fue por miedo. Miedo de unos a que
se convirtiera en un acto soberanista; miedo de otros al ridículo inmenso que
eso acarrearía. Miedo. En la plaza Catalunya “hi havia molta por”. Quizás por eso fue tan breve el acto, tan
insustancial, tan falto de todo. Quizás por eso ninguna autoridad despidió al
rey, quizás por eso el rey no hizo caso de ninguna provocación. Pero en
definitiva, lo que me queda hoy es la sensación de que ayer ,en
Plaza Catalunya, hubo una enorme muestra de desprecio de la ciudad hacía las familias de las víctimas a las que se dejó solas. Barcelona no estuvo con ellas.
La semana que viene volveré a
hablar de cine, que ya toca.
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