viernes, 22 de junio de 2018

MUJERES (FUERTES)






Dos películas de las que se estrenan hoy tienen a las mujeres como protagonistas absolutas. Una francesa, Las guardianas, otra suiza, El orden divino. En las dos encontramos mujeres que deben enfrentarse a circunstancias históricas adversas y difíciles para salir adelante. Las guardianas viven en la retaguardia de la Primera Guerra Mundial, cuando los hombres estaban en el frente muriendo y ellas tenían que mantener las tierras, las granjas, la vida. La Nora protagonista central de una película coral como es El orden divino, nos recuerda que no hace tanto tiempo que en Suiza las mujeres no existían como ciudadanas. El voto de la mujer no se consiguió hasta 1971 y no sin mucha resistencia.
Pero lo que me ha llamado más la atención de estos dos films es la presencia de mujeres que van contra el progreso. No hombres, mujeres. Lo que viene a demostrar que no es el género el que determina ser de izquierda, derecha, progresista, reaccionaria, sino la educación, la solidaridad, el respeto y sobre todo la capacidad de enfrentarse al mundo para cambiarlo y hacerlo avanzar. Aunque sea con la oposición de otras mujeres.
En el film de Xavier Beauvois hay tres mujeres protagonistas pero solo una guardiana. Hortense, la madre, capaz de asumir el peso de la granja y sacarla adelante, pero incapaz de entender que la guerra ha acabado con su mundo de privilegios, castas y clases. Al final de la película, cuando la guerra ha terminado y los hombres han vuelto a casa, es decir a mandar en su pequeño mundo, Hortense le dice a su hija Solange. “Todo vuelve a ser igual”. Es ella el principal obstáculo para que Solange modernice la granja a pesar de ser la mas preparada; es ella la principal enemiga de Francine, la chica del pueblo que demuestra tener mas recursos para salir adelante. El futuro es de Solange y de Francine, pero las Hortense de este mundo siguieron (y siguen aun, por desgracia) velando por las tradiciones.
En la película de la suiza Petra Volpe, las mujeres de un pequeño pueblo de la Suiza alemana luchan por conseguir ser reconocidas por sus maridos y por la sociedad. Estamos en 1971 (no hace tanto) y estas mujeres aun no tienen ningún derecho, ni a votar, ni a trabajar, ni a viajar, sin el permiso de sus maridos o padres. Estas mujeres que ven como el mundo cambia lejos de su pueblo, tienen que convencer a sus hombres para que apoyen en un referéndum la aprobación del voto de la mujer. Pero para ello han de combatir tanto a los hombres anclados en sus derechos ancestrales como a un grupo de mujeres fuertemente posicionadas en contra del sufragio femenino. Y no unas mujeres cualquiera. Mujeres con estudios, poderosas, muy conservadoras, representadas en el film por la única mujer que tiene un cargo de responsabilidad en la empresa que da trabajo a casi todos los hombres del pueblo. Petra Volpe investigó a fondo los movimientos a favor y en contra del voto femenino en la Suiza de aquellos años y se encontró con la frase que da título al film: “Las mujeres que se inmiscuyen en la política atentan contra el orden divino”. Lo dijo una mujer, no un hombre.
(solo unas líneas para recordar que Clara Campoamor tuvo que enfrentarse con Victoria Kent, ambas progresistas, ambas de izquierdas, para defender sus argumentos a favor del voto de la mujer frente a los argumentos de Kent que sostenía que las mujeres no debían votar porque eran fácilmente manipulables por la Iglesia y el poder. Lo cierto es que no solo las mujeres, todo el mundo es fácilmente manipulable por la iglesia, el poder, los medios de comunicación, las redes sociales…)



También son cuatro mujeres las protagonistas de la novela El ojo del cielo que acaba de publicar Manuel Gutiérrez Aragón. Una madre y tres hijas. El entorno es el de ahora mismo, aunque a veces parece el de las mil y una noches; el paisaje es el tranquilo y dulce de los montes pasiegos de Cantabria que ya retrató el director en La vida que te espera. Tres hijas Valen, Bel, Clara. Una madre Meg. Todas pelirrojas, todas fuertes. Pero la madre más. Ella domina el valle, la cabaña, las vidas de sus hijas. Ella manda. No por mucho tiempo, porque Valen, sobre todo, acabará por imponerse. Preciosa novela de campo, de hierbas, de vacas, de helados de canela y vainilla, de queso y de flores. De cuentos y relatos, de amores escondidos. Historia de ausencias y deseos escrita como si se viera, en un presente de cine que siempre es pasado, el pasado de lo que se cuenta, el pasado de lo que se ve, pero el presente de quien lo está viendo o leyendo. Esta es una novela de mujeres únicas a las que aprendes a querer, de hombres que no están pero nunca se han ido del todo.  Esta es una historia de las que se quedan en la memoria: Valentina, Valen, Val, María Isabel, Maribel, Bel, Clara, solo y siempre Clara y  la madre Margarita, también llamada Meg.



Adenda obligada
Escribí este texto el viernes por la mañana, antes de ser consciente de que de verdad iban a soltar a los cinco miembros de La Manada. Por la tarde del viernes, un clamor morado y azul, naranja y  rojo, recorrió las calles de las ciudades de España. La indignación era enorme. Y la incomprensión: ¿No los habían juzgado? ¿No los habían encontrado culpables? ¿No los habían condenado? Entonces, ¿por qué los dejaban irse a su casa con una fianza ridícula? Mi indignación se sumó a la de todos y todas. Una indignación no solo  como mujer, simplemente como persona que se siente estafada por un código penal que parece estar anclado en el siglo XIX en lugar de mirar al siglo XXI. Pero lo que más me dolió, porque de alguna manera daba la razón a la tesis de este post, es que entre los tres jueces que concedieron la libertad a los lobos había una jueza: Raquel Fernandino. Increíble. Cien años después de Las guardianas, casi cincuenta después de El orden divino, a las tres hijas de Meg les queda aún mucho por conquistar.





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