Dos películas de las que se
estrenan hoy tienen a las mujeres como protagonistas absolutas. Una francesa, Las guardianas, otra suiza, El orden divino. En las dos encontramos
mujeres que deben enfrentarse a circunstancias históricas adversas y difíciles
para salir adelante. Las guardianas viven en la retaguardia de la Primera
Guerra Mundial, cuando los hombres estaban en el frente muriendo y ellas tenían
que mantener las tierras, las granjas, la vida. La Nora protagonista central de
una película coral como es El orden
divino, nos recuerda que no hace tanto tiempo que en Suiza las mujeres no
existían como ciudadanas. El voto de la mujer no se consiguió hasta 1971 y no
sin mucha resistencia.
Pero lo que me ha llamado más
la atención de estos dos films es la presencia de mujeres que van contra el progreso. No hombres, mujeres. Lo que viene a demostrar que no es el género
el que determina ser de izquierda, derecha, progresista, reaccionaria, sino la
educación, la solidaridad, el respeto y sobre todo la capacidad de enfrentarse
al mundo para cambiarlo y hacerlo avanzar. Aunque sea con la oposición de otras
mujeres.
En el film de Xavier Beauvois
hay tres mujeres protagonistas pero solo una guardiana. Hortense, la madre,
capaz de asumir el peso de la granja y sacarla adelante, pero incapaz de entender
que la guerra ha acabado con su mundo de privilegios, castas y clases. Al final
de la película, cuando la guerra ha terminado y los hombres han vuelto a casa,
es decir a mandar en su pequeño mundo, Hortense le dice a su hija Solange.
“Todo vuelve a ser igual”. Es ella el principal obstáculo para que Solange
modernice la granja a pesar de ser la mas preparada; es ella la principal
enemiga de Francine, la chica del pueblo que demuestra tener mas recursos para
salir adelante. El futuro es de Solange y de Francine, pero las Hortense de
este mundo siguieron (y siguen aun, por desgracia) velando por las tradiciones.
En la película de la suiza
Petra Volpe, las mujeres de un pequeño pueblo de la Suiza alemana luchan por
conseguir ser reconocidas por sus maridos y por la sociedad. Estamos en 1971 (no
hace tanto) y estas mujeres aun no tienen ningún derecho, ni a votar, ni a
trabajar, ni a viajar, sin el permiso de sus maridos o padres. Estas mujeres que
ven como el mundo cambia lejos de su pueblo, tienen que convencer a sus hombres para que apoyen en un referéndum la aprobación del voto de la mujer. Pero para
ello han de combatir tanto a los hombres anclados en sus derechos ancestrales
como a un grupo de mujeres fuertemente posicionadas en contra del sufragio
femenino. Y no unas mujeres cualquiera. Mujeres con estudios, poderosas, muy
conservadoras, representadas en el film por la única mujer que tiene un cargo
de responsabilidad en la empresa que da trabajo a casi todos los hombres del
pueblo. Petra Volpe investigó a fondo los movimientos a favor y en contra del
voto femenino en la Suiza de aquellos años y se encontró con la frase que da título
al film: “Las mujeres que se inmiscuyen en la política atentan contra el orden
divino”. Lo dijo una mujer, no un hombre.
(solo unas líneas para recordar
que Clara Campoamor tuvo que enfrentarse con Victoria Kent, ambas progresistas,
ambas de izquierdas, para defender sus argumentos a favor del voto de la mujer
frente a los argumentos de Kent que sostenía que las mujeres no debían votar
porque eran fácilmente manipulables por la Iglesia y el poder. Lo cierto es que
no solo las mujeres, todo el mundo es fácilmente manipulable por la iglesia, el
poder, los medios de comunicación, las redes sociales…)
También son cuatro mujeres las
protagonistas de la novela El ojo del
cielo que acaba de publicar Manuel Gutiérrez Aragón. Una madre y tres hijas.
El entorno es el de ahora mismo, aunque a veces parece el de las mil y una noches;
el paisaje es el tranquilo y dulce de los montes pasiegos de Cantabria que ya
retrató el director en La vida que te
espera. Tres hijas Valen, Bel, Clara. Una madre Meg. Todas pelirrojas,
todas fuertes. Pero la madre más. Ella domina el valle, la cabaña, las vidas de
sus hijas. Ella manda. No por mucho tiempo, porque Valen, sobre todo, acabará
por imponerse. Preciosa novela de campo, de hierbas, de vacas, de helados de
canela y vainilla, de queso y de flores. De cuentos y relatos, de amores
escondidos. Historia de ausencias y deseos escrita como si se viera, en un
presente de cine que siempre es pasado, el pasado de lo que se cuenta, el
pasado de lo que se ve, pero el presente de quien lo está viendo o leyendo. Esta
es una novela de mujeres únicas a las que aprendes a querer, de hombres que no
están pero nunca se han ido del todo.
Esta es una historia de las que se quedan en la memoria: Valentina,
Valen, Val, María Isabel, Maribel, Bel, Clara, solo y siempre Clara y la madre Margarita, también llamada Meg.
Adenda obligada
Escribí este texto el viernes
por la mañana, antes de ser consciente de que de verdad iban a soltar a los
cinco miembros de La Manada. Por la tarde del viernes, un clamor morado y azul, naranja y rojo, recorrió las calles de las ciudades de España. La indignación era enorme.
Y la incomprensión: ¿No los habían juzgado? ¿No los habían encontrado
culpables? ¿No los habían condenado? Entonces, ¿por qué los dejaban irse a su
casa con una fianza ridícula? Mi indignación se sumó a la de todos y todas. Una
indignación no solo como mujer,
simplemente como persona que se siente estafada por un código penal que parece
estar anclado en el siglo XIX en lugar de mirar al siglo XXI. Pero lo que más
me dolió, porque de alguna manera daba la razón a la tesis de este post, es que
entre los tres jueces que concedieron la libertad a los lobos había una jueza:
Raquel Fernandino. Increíble. Cien años después
de Las guardianas, casi cincuenta
después de El orden divino, a las
tres hijas de Meg les queda aún mucho por conquistar.
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