Los perdedores dan mucho juego
en la literatura y en el cine. A las desgracias le sienta bien la ficción.
Sobre todo cuando se las busca uno mismo.
El cine de perdedores tiene títulos gloriosos. No sé si los tres de esta
semana se pueden calificar de gloriosos, pero en todo caso, son dos buenas
películas y una serie excelente, que tienen en común un hecho trascendental: robar
es relativamente fácil; qué hacer con lo que se roba es lo realmente difícil.
Los Tigres,
Alberto Rodríguez
Todo el cine de Alberto Rodríguez
es un cine de perdedores que revisa y transforma los géneros. Le dio la vuelta
al cine de quinquis con 7 vírgenes;
en Grupo7, trazó el retrato de unos
policías corruptos; La isla mínima
fue, con su estética y la sequedad de su historia de sórdidos crímenes, un
punto y aparte; El hombre de las mil
caras era cine político con sello español; Modelo 77 renovaba el cine carcelario. Es una constante en su cine
coger un género muy codificado y transmutarlo con una mirada personal que lo
identifica. En Los Tigres, lo vuelve
a hacer, en este caso, con el cine de aventuras en el mar en su variante
submarinistas. ¿Por qué se llama Los
Tigres una historia de buzos? La película lo cuenta muy bien y además hace
un homenaje a un género literario con mala prensa y que, quizás, valdría la
pena revisar. Los Tigres convierte la
pareja Antonio de la Torre, Bárbara Lennie en un duelo de hermanos. Duelo con
mayúscula por la muerte de un padre al que no querían, pero les inculcó el amor
al fondo del mar; duelo con minúscula en sus interpretaciones, sus miradas
cómplices, la ternura de su relación, sus silencios que hablan por sí solos.
Antonio y Estrella se complementan: él es buzo, como su padre, ella es su
asistente en la barcaza. También buceaba, pero una lesión en el oído la ha
retirado del fondo del mar. Ella es sensata, inteligente, él es osado y un
desastre. Cuando su vida más o menos tranquila se ve amenazada (hay muchos
tipos de amenazas y la enfermedad es una muy potente), Antonio toma un camino
equivocado robando un alijo de drogas, y aunque Estrella le advierte de lo que
puede pasar, ambos hermanos se ven envueltos en una historia que los supera.
Todo esto ambientado en un paisaje industrial, de plantas petrolíferas, barcos
cargueros, filmado de forma espectacular por Pau Esteve. Un mundo contaminado
por dentro y por fuera, en la superficie y en el fondo. Un mundo para el que el
Tigre no está preparado.
The Mastermind, Kelly Reichartd
Hay dos cosas que tienen en
común Alberto Rodríguez y Kelly Reichardt, los dos hacen un cine de perdedores,
a los dos les gusta revisitar los géneros. Los resultados no tiene nada que ver, Alberto es espectacular en su
puesta en escena, Kelly es intimista y concentrada. Hasta ahora, la directora
americana había revisitado el western, las road movies, el cine de aventuras o
el thriller político, siempre desde su personal punto de vista centrado en
personajes más cerca del común que de lo extraordinario. En su último trabajo
este The Mastermind que ahora se
estrena, sigue esta línea revisando el cine de atracos. Reichardt no hará nunca
una película de acción, su ladrón de cuadros es un hombre taciturno, invisible,
aburrido, que organiza un robo en un pequeño museo a plena luz del día, un robo
que sale bien. El problema surge cuando tenga que hacer algo con esos cuadros.
No es tan fácil convertir un botín como ese en dinero. Y ahí Kelly introduce un
giro que hace que toda la película cambie. El punto de inflexión es una larga
secuencia en la que JB Mooney esconde los cuadros robados en un granero.
Filmada en tiempo real, esta secuencia es una de las mejores del cine de
Reichardt. Igual que Hitchcock mostraba que no era nada fácil matar a una
persona en una secuencia antológica de Cortina
rasgada, Kelly Reichardt nos enseña que esconder los cuatro cuadros robados
no es nada sencillo. Muy lejos del universo Soderbergh, la película roza el universo Schrader y por
alusiones, el universo Bresson. La segunda parte del film, sigue a JB en su
huida hacia adelante, solo, perdido en un mundo que le cierra las puertas. Un
mundo que acabará por engullirlo. Porque como el Tigre, JB no está preparado
para enfrentarse a él.
Task, Brad Ingelsby serie de Max
Seguimos entre perdedores, seguimos entre personajes invisibles, seres sin historia, sin épica. Pero seres con dignidad. Esta serie de siete capítulos es una de las mejores que se pueden ver estos días en las plataformas. Tiene dos protagonistas. Tom, (Mark Ruffalo), oficial del FBI antiguo sacerdote católico, que carga con una culpa tremenda, es el encargado de dar caza a una banda de atracadores de casas de narcotraficantes; Robbie (Tom Pelphrey), ladrón de poca monta, empeñado en una venganza contra un clan de moteros que trafican con droga, responsables de la muerte de su hermano, se verá envuelto en un robo mucho más grande de lo que puede asumir. Igual que JB no sabía qué hacer con los cuadros, ni el Tigre que hacer con la droga robada, tampoco Robbie sabe qué hacer con esos once kilos de fentanilo que le queman en las manos. La vida de estos dos hombres buenos, aunque sumidos en un marasmo emocional y violento, acabará por encontrarse en un episodio ejemplar. Más de pensamiento que de acción, Task es casi cine metafísico. La huella de Schrader también se siente en el dibujo de estos dos personajes atormentados por sus demonios. Que Task sea una serie tan perfecta sorprende menos cuando sabemos que su creador, Brad Ingelsby, es el responsable de la magnífica Mare of Eastown.
El regalo de esta semana es un
cuadro que tiene muchos años, pero es una buena ilustración, no de perdedores,
pero sí de pieles de tigre.



