domingo, 15 de febrero de 2015

DEPORTE Y POLITICA



(Ramon me ha dibujado esta estrella roja expresamente para esta entrada)
La mejor película de esta semana es un documental. Un documental de  hockey sobre hielo. Un documental político. Las  relaciones del deporte y la política son muy estrechas.  Todos los gobiernos se han apoderado de sus deportistas para convertirlos en héroes nacionales. Pero solo  los regímenes mas totalitarios los han instrumentalizado de una manera brutal. Basta con recordar las Olimpiadas de 1936 para la mayor gloria de la raza aria (les fastidió un poco la fiesta que ganara una medalla un negro); Franco y el futbol como ariete contra los enemigos de España, ya fuera la pérfida Albión o los masones comunistas de Rusia. Y desde luego Stalin y el régimen soviético. De esto habla Red Army, nombre del equipo nacional de hockey sobre hielo de la URSS que entre 1969 y 1990 ganó todo lo que se podía ganar en este especialidad.
La verdad es que este documental contado así no parece nada apasionante, pero cuando empiezas a verlo sientes que estás ante algo más que una película sobre un deporte. En la elección y el encuadre de su principal y casi único protagonista, Slava Fetisov, uno de los jugadores estrella del periodo glorioso del equipo y actual ministro de deportes de Putin, se puede ver que estamos ante algo más profundo, más interesante. Su mirada, la manera con la que elude las preguntas que no le gustan, la forma como relata lo que si le interesa, dice tanto o más que sus propias palabras. Es un duelo de inteligencias entre el entrevistado y el entrevistador, el director Gabe Polsky.
Hay muchas cosas en esta historia de la guerra fría sobre el hielo que relata cómo se tomó la decisión de construir un equipo que fuera capaz de derrotar a los americanos. Ese era el único objetivo. Para conseguirlo, no dudaron en militarizar a los jugadores, instrumentalizarlos, usarlos, destrozarlos. A ellos y a su entrenador, al que en 1975 defenestraron por una crítica al final de un partido y pusieron en su lugar a un comisario político incompetente y malvado al que los jugadores odiaban. Si siguieron ganándolo todo, fue gracias a que eran muy buenos, no a las indicaciones de un gris personaje con ínfulas y poder. Ya suele pasar eso. Se quita a los buenos profesionales con criterio propio para encumbrar a los mediocres y obedientes. No solo en el hockey, no solo en la URSS de los años 70. Siempre.
El documental  repasa los trece años que Fetisov y los otros cuatro jugadores, los cinco magníficos, vivieron en la gloria de la URSS. Luego, cuenta su combate para poder escapar de ese régimen absolutamente tiránico y acceder a jugar en las ligas  norteamericanas cuando el desastre ideológico era ya evidente y la vieja URSS se desintegraba. Traiciones, humillaciones, ostracismo y finalmente un triunfo que sabía a derrota. Todo esto contado con rigor y con humor, con unas imágenes que cuentan más de lo que se dice, dejando entrever el auténtico tema de la historia: el poder manipula, y explota el deporte para su único beneficio patriótico y nacional.

Y de patriótico, nacional y olímpico va otra película que curiosamente se puede entrelazar con esta. Foxcatcher, estrenada la semana pasada. También aquí se habla de patriotismo y de convertir a los deportistas en marionetas al servicio de una idea. La única diferencia es que en el documental sobre los rusos, es el poder, el estado el que manipula; y en Foxcatcher es el dinero y la egolatría de un personaje desequilibrado el que quiere convertirse en dios todopoderoso. En las dos, el deportista lo tiene complicado. Y ojo, las dos están basadas en hechos reales.

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Estas dos películas me han llevado a pensar por un momento en la difícil relación del deporte y el cine y en concreto el fútbol y el cine. El fútbol ha tenido muy mala suerte en la pantalla. Si dejamos de lado Quiero ser como Beckham, que habla de otra cosa,  Evasión o victoria, que también habla de algo distinto, o Fuera de juego, de Panahi, que usa el fútbol para denunciar la situación de la mujer en Irán, pocas, muy pocas películas han sabido sacar partido del fútbol. En cambio otros deportes han tenido más suerte: béisbol, baloncesto, fútbol americano, tienen una filmografía estimable. No sé muy bien cuál es la razón, pero una posible explicación, temeraria y absurda es, que los deportes americanos son muy cinematográficos. En cambio el fútbol, un deporte europeo  no lo olvidemos, tiene un ritmo mucho más pesado, un tempo de ballet en lugar de un tempo de rock and roll. Los directores yanquis conocen el tempo de sus deportes nacionales, los directores europeos no controlan igual el tempo del suyo.

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Y antes de acabar solo comentar que mientras escribía esto me venía una y otra vez a la cabeza una película de James Caan. Se titula Rollerball, de Norman Jewison, estrenada en 1975 (en plena gloria del Red Army), está ambientada en el entonces super lejano 2018.No la he vuelto a ver, pero por lo que recuerdo, y por eso me venía a la cabeza, parece inspirada directamente en lo que Slava Fetisov cuenta que hacían en el equipo soviético en el también lejano 1980. Curioso.


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