Jugar con fuego, Delphine y Muriel Coulin
Jugar con fuego es lo que hace
Fus, el hijo mayor de un sindicalista de izquierdas fascinado por los
movimientos de extrema derecha. Fus ha crecido en un entorno progresista, su
madre murió y su padre ha sacado adelante a sus dos hijos. Pero mientras el
pequeño, Louis sigue un camino claramente establecido, el mayor Fus, se ha ido
distanciando de las enseñanzas de su padre, atraído por los cantos de sirena de
la extrema derecha. Es un fenómeno más habitual de lo que nos gustaría
reconocer. Sobre todo entre los chicos, más que entre las chicas. Un contexto
de precariedad económica, la frustración respecto al futuro, la sensación de
marginalización en una sociedad que los culpabiliza sin saber porqué, ha provocado
en muchos adolescentes un rechazo a los valores humanistas y de progreso conquistados
a lo largo de mucho tiempo. Eso, unido a una lógica revuelta contra la
ideología de los padres, que se produce en igual dirección haciendo hijos de
izquierdas de padres de derechas, como hijos de derechas de padres de
izquierdas, es lo que lleva a una situación insostenible a esta familia donde
el padre, Pierre, se pregunta en qué ha fracasado. Una pregunta que se deben
hacer muchos padres en toda Europa al ver como sus hijos votan a la extrema
derecha nacionalista de sus países. Jugar
con fuego está basada en una novela de Laurent Pettimangin que las hermanas
Coulin han llevad a su terreno. El terreno de las contradicciones y la incertidumbre.
Dos de sus películas anteriores, La
escala y La vida de Charlotte Salomon,
se pueden ver en Filmin. Las dos son muy interesantes, sobre todo para
comprobar el salto que han dado estas directoras francesas con Jugar con fuego, un film que va de la
denuncia al melodrama, de la advertencia del peligro, al malestar por la forma
de solucionarlo. Si hay solución, cosa que ellas, las directoras no tienen
claro. Pierre, el padre, sabe que ha perdido la batalla y yo, yo me pregunto qué
responsabilidad tenemos todos en que se haya llegado a este extremo.
Una casa llena de dinamita, Kayhryn Bigelow
También juegan con fuego los
protagonistas de la última película de Kathryn Bigelow. Un fuego mucho más
destructivo y violento, el fuego que acabará con el mundo: la guerra nuclear.
Siempre me ha gustado Kathryn Bigelow, desde Acero azul, una de las primeras películas con una mujer policía,
hasta Días extraños o Le llamaban Bodhi. Pero donde esta mujer
poderosa y única ha sabido conquistar el terreno de los hombres/directores es
en el cine de acción, de guerra, político. Ya sea En tierra hostil, un ejercicio de tensión dramática sostenido en las
calles de una ciudad iraquí, La noche más
oscura, donde nos contaba cómo se llegó a matar a Osama Bin Laden en un
film de espionaje de una violencia contenida y seca, o en Detroit, ambientada en los graves disturbios raciales que asolaron
la ciudad en 1967, Bigelow mantiene el pulso del mejor cine del género. Una casa llena de dinamita, sigue la
estela de su cine político, pero lo hace de una manera más sutil, más
subterránea. La premisa del film es muy clara: es una mañana cualquiera para
los que trabajan en la seguridad del mundo, pero no lo será por mucho tiempo.
Un misil balístico intercontinental de origen desconocido, surge del Océano
Pacífico y se dirige hacia Estados Unidos. Tienen 19 minutos para interceptarlo
antes de que colisione con la ciudad de Chicago y mate a 10 millones de
americanos. Son los 19 minutos más largos y angustiosos que se puedan imaginar.
Un guión milimétrico nos coloca en esa mañana en distintos escenarios: una base
de misiles en Alaska desde donde se lanzará un contra misil para destruir el
misil; la sala de crisis de la Casa Blanca donde viven con desespero esos
minutos en un diálogo con un panel de televisiones donde los distintos
políticos y militares intentan encontrar una solución. Este fragmento se llama Inclinación plana, un término militar
que describe el punto sin retorno en el que un misil no puede ser interceptado.
Cuando la pantalla se funde a negro, volvemos al principio de ese día
aparentemente normal para vivir como si fuera el día de la marmota del fin del
mundo los mismos 19 minutos, pero desde otra perspectiva. Los personajes
protagonistas de este segundo capítulo, fundamentalmente un joven director
adjunto, convertido en pieza imprescindible del desarrollo de la acción por una
carambola y un militar del ala más dura del ejército, llenan algunas de las
lagunas que habían quedado en el relato anterior, para llegar a la misma
conclusión: fundido en negro del capítulo que se llama Interceptar una bala con otra bala. El tercero vuelve al origen de
ese día, pero ahora estamos con el Presidente de los Estados Unidos que hasta
ese momento solo era una voz en una pantalla sin imagen. Es él el que pronuncia
la frase que da nombre al fragmento y a la película: vivimos en una casa de
dinamita. Bigelow nos ha mantenido pendientes de la historia sin dejarnos
respirar, sin darnos una coartada a la que agarrarnos, forzándonos a imaginar
el día después. Y en el camino nos ha mostrado como la supuesta seguridad del
mundo no es tan segura como parece, que las personas que están encargadas de
mantenerla son tan humanas como cualquiera, que las máquinas a veces fallan
aunque hayan costado 50.000 millones de dólares. En definitiva, que todo pende
de un botón mal cosido que puede apretar el primero que decida lanzar un misil
nuclear provocando la guerra total. Nunca se sabe si son rusos, chinos,
coreanos, ¿los halcones americanos? En realidad, para lo que nos está contando
Bigelow, da igual quien es el enemigo, porque el enemigo real está en la
respuesta que se dé a ese ataque. Como dice uno de los personajes cuando el
presidente, sumido en dudas insoportables sobre la decisión que debe tomar, le
pregunta que piensa: solo hay dos opciones: rendirse o suicidarse. Una película
que te mantiene pegado a la butaca y al salir mantiene tu mente despierta
haciéndose miles de preguntas. Una casa llena de dinamita se estren en cines
esta semana, y en Netflix el próximo 24 de octubre.
Un
premio importante. La mirada femenina
para Filmtopia
Siempre que alguien recibe un
premio que me parece justo me gusta reconocerlo en este blog. En este caso es
una satisfacción múltiple, porque el Premio La
mirada femenina del Festival Internacional de Cine de Comedia de Begur
Costa Brava, ha sido para Filmtopia,
la web dedicada al cine hecho por mujeres que desde hace un año y medio dirige
Marta Armengou y en la que trabajamos un grupo de redactoras y colaboradoras.
Entre todas hemos construido un instrumento de memoria, de presencia, con entrevistas,
críticas, estudios. Que este trabajo se reconozca es algo que te recompensa de
muchas horas de dedicación. Este es el primer premio que tiene Filmtopia y esperemos que no sea el último. La mirada
femenina es un premio “que quiere destacar aquellos proyectos que contribuyen a
hacer visible el talento de las mujeres dentro del mundo del cine”. Marta
Armengou ha expresado muy bien lo que significa este premio: “Recibir ese
reconocimiento es, para nosotras, un honor profundo y también una responsabilidad.
Filmtopia nació hace sólo año y medio
con la voluntad de amplificar las voces femeninas y diversas en el sector
audiovisual, de generar conocimiento crítico y de crear espacios para la
reflexión y el descubrimiento. En ese tiempo, hemos ido tejiendo una comunidad
que cree en un cine más inclusivo, abierto y transformador.” A mí solo me queda
dar las gracias al Festival de Begur, y sobre todo a Oti Rodríguez Marchante y
Santiago Lapeira, sus programadores, y a Clara Dato su directora.
Conocer este festival que se
realiza en un pequeño pueblo de la Costa Brava, me lleva también a una
reflexión sobre lo importantes que son los festivales locales que se realizan
en poblaciones alejadas del centralismo de las grandes capitales. Los
festivales locales son de una enorme utilidad, sirven para crear público,
permiten conocer películas que difícilmente se verán de otra manera (las
plataformas no lo tienen todo), atraen a figuras del mundo del cine a lugares
donde jamás irían. Son espacios para fortalecer el orgullo de pertenencia. A mí
me gustan mucho estos festivales, sobre todo los que saben crecer poco a poco y
son conscientes de sus limitaciones, del techo de cristal que no deben intentar
romper porque lo que se rompería serían ellos. En estos festivales se puede ver
cine, pero también se puede charlar, conocer a gente distinta, hacer amigos. A
lo largo de mi vida he colaborado con algunos de estos festivales, el Clam de Manresa, el Memorimage de Reus, y sé lo importantes que son. Por eso me siento
muy contenta de que el Premio La mirada
femenina nos lo hayan dado en uno de estos espacios de convivencia como es
el Festival de Begur. Un festival que, además, ha escogido como eje central de
su programación La Comedia, con mayúsculas. Mucha suerte a ellos y a todos los
demás festivales. Y gracias de nuevo por ser los primeros en reconocer el valor
de Filmtopia. https://filmtopia.net este es
el link a la página por si alguien tiene curiosidad de ver por qué nos han dado
este premio.
El regalo de esta semana es una casa que no está llena de dinamita