domingo, 14 de diciembre de 2014

DOS PELICULAS IMPORTANTES

Esta semana se han estrenado dos películas importantes. Dos de esos títulos que estarán en todas las listas de mejores films del año. Son dos películas que no se parecen en nada y sin embargo… Sin embargo tienen algunas cosas en común, elementos que las hermanan. Primero, las dos miran como referente directo e inmediato a clásicos  de la historia del cine; segundo, las dos hablan de hijas perdidas;  tercero, ambas tienen una calidad pictórica indiscutible.
Hasta aquí lo que las relaciona. A partir de aquí hay que hablar de cada una por separado.


Jauja, de Lisandro Alonso.
Jauja es un film hermoso, reflexivo. Una historia de pocos personajes, uno en realidad, ambientada en los grandes  espacios abiertos de la Patagonia, que sin embargo se hacen claustrofóbicos a causa del formato cuadrado que los oprime sin dejarlos respirar. Jauja cuenta una búsqueda, una quête que  dirían los trovadores (y algo tiene de leyenda artúrica esta aventura solitaria). Estamos en 180…. Un destacamento militar, un capitán danés, su hija. La hija desaparece, el capitán decide ir a buscarla hasta el fin del mundo si hace falta. Y ahí empieza este viaje hacia el infinito, emprendido por un hombre con los rasgos de Viggo Mortensen. Un viaje que le adentrará en territorios desconocidos no solo físicos, también mentales. El padre en busca de esa hija que no sabemos si ha sido raptada o ha huido, se encontrará completamente solo. Y en una secuencia inolvidable en una cueva chamánica, descubrirá que es lo que está buscando. Todo encerrado en ese cuadrado iluminado por Timo Salminem, un hombre del frío norte (Finlandia) que entiende muy bien el frío sur (Patagonia). Jauja es una aventura del tiempo, del pensamiento, del futuro. ¿Y el referente? Lo han nombrado en todas las críticas y textos sobre el film: Centauros del desierto, de John Ford.



Camino de la cruz, de Dietrich Brüggemann
Camino de la cruz es un film hermoso y doloroso. La historia de una adolescente, María, tan perdida como la hija del capitán. Pero a María no la busca nadie. Más bien la expulsan de la vida. La conducen como un cordero al matadero, como se condujo a Cristo a la cruz. Catorce planos fijos sirven para contar las catorce estaciones del asesinato de María a manos de la intransigencia católica mas furibunda. Catorce planos fijos en los que, al contrario de los espacios abiertos y claustrofóbicos de Jauja, todo respira y se mueve en torno a una María que siempre está en el centro de la imagen polarizando la mirada hacia ella. Cada plano fijo es una aventura para el espectador. Una aventura de tristeza ante el rigor insostenible de esa familia ultramontana, de esa madre asesina, de ese seminarista sin sentimientos, de ese padre ausente. María no encuentra salida mas que en  Bernardette, una chica francesa que le ofrece un cierto aliento. Pero ya es tarde, María ha elegido el camino de la cruz y no lo dejará.  El referente inmediato de este film extraño y fascinante es Ordet de Dreyer. También aquí hay un milagro, pero es un milagro sin esperanza. Lo que hace que la vida de María sea tan dura es la extraña combinación entre el catolicismo mas feroz y preconciliar y un entorno dominado por la austeridad calvinista. La fe católica en los países mediterráneos se vive con mas esplendor, con mas boato. La culpa siempre se perdona. En el mundo en que vive Angela Merkel del que ha surgido el austericidio de Europa, la alegría está condenada a la hoguera. No hay  refugio en ninguna parte. Camino de la cruz crece, crece y crece, a medida que María se adentra en sus estaciones hasta conseguir que el espectador que la mira, se sienta parte de ese retablo contemporáneo de un martirio de los tiempos modernos. 

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