(La
foto se la robo a Manu Yáñez que está en Cannes escribiendo estupendas crónicas/críticas
para Otros Cines de Europa y que nos permite Vivir el festival con sus fotos y vídeos en facebook. Espero que no le importe.)
Esta
semana ha empezado el festival de Cannes y lo ha hecho con una polémica que me
parece muy interesante. ¿Pueden competir en el festival películas producidas
por plataformas on line que no se podrán ver en los cines? La reacción ha sido
violenta por parte de los distribuidores y los exhibidores franceses. También
Pedro Almodóvar como presidente del jurado ha anunciado que, ni por asomo, las
dos películas de la sección oficial producidas por Netflix podrán tener la
Palma de Oro. Aunque sean las mejores.
Todo
junto me parece muy reaccionario y sobre todo, conservador y viejo.
Este
empeño en que las películas se tienen que ver en las salas de cine me parece
una cosa del pasado. A ver. Si hubiera salas de exhibición maravillosas, cómodas,
con una proyección estupenda, un sonido magnifico, en todas las ciudades y
pueblos de España (y quien dice España, dice Europa), quizás estaría de acuerdo
en que películas como 2001 o El renacido, por poner dos ejemplos muy
distintos, me gustaría más verlas en
el cine que en casa. Pero la verdad es que el 90% de los cines de España (y me
imagino que de Europa) tienen unas condiciones lamentables de exhibición y las
películas se ven muchas veces en muy malas condiciones. Así que, ¿por qué esta
insistencia en verlas en salas? Eso sin olvidarnos del precio. Por lo que vale
una entrada de cine, 9 euros, tienes un
mes entero de películas y series en buena calidad. Me parece mucho más
democrático. Y otra cosa, la mayor parte del cine que se ve en España es
doblado y hay muchísimos lugares donde ni siquiera así llega.
Defender
que las películas se vean en los cines es una postura egourbana que deja fuera a muchísima gente. Es una posición
tremendamente reaccionaria frente a las plataformas que permiten ver las
películas o las series dobladas o con subtítulos y además, y eso es lo más
interesante, permite que la veas en un remoto y pequeño pueblo siempre y cuando
haya cobertura, claro.
El
cine del futuro está en esta manera de consumirlo. Las salas seguirán, seguro,
pero tendrán que recuperar su función de acontecimiento, de espectáculo como el
que tenían hace cien años. Para ver la
mayoría de las películas que se hacen y se consumen en el mundo, las
plataformas son el vehículo ideal. Son baratas, son fáciles de utilizar, son
variadas y en ellas cabe todo. Lo que hay que impulsar es que se puedan ver en
buenas condiciones, en buenas televisiones o pantallas caseras. O de una forma que me parece que podría ser
muy interesante: en comunidad. Ver
películas con otra gente es una de las ventajas de las salas de cine. Pero eso
no es incompatible con las plataformas.
Se pueden montar ciclos, charlas, presentaciones, discusiones. Aquello tan antiguo del
cine-club, compartiendo películas en una plataforma: tanto por separado como
todos juntos. (Mientras escribía esto me he acordado de Las chicas Gilmore, una preciosa serie de hace diez o quince años.
Las chicas Gilmore viven en un pueblecito de Connecticut llamado Stars Hollow.
No hay sala de cine. Pero eso no quiere decir que no se vea cine. Cada semana
se organiza en el salón de Miss Pathy una sesión para ver una película con un video (aun
había videos) a la que acude todo el pueblo y sobre la que se charla,
acaloradamente a veces.)
Acabo
de darme cuenta de otra cosa: tanto quejarse de la piratería que está acabando
con el cine y ahora que se ofrece la posibilidad de ver los productos
audiovisuales (ese sería otro tema, la división entre cine, series, televisión
es cada vez mas obsoleta) de una forma legal, que poco a poco está acabando con
la piratería, salen en tromba para combatirlo.
Leyendo
los periódicos de la mañana del sábado donde se hace referencia al estreno en
Cannes de una de las dos películas de Netflix, he pensado otra cosa. Cuando
apareció el cine a principios del siglo XX, se dijo que el teatro había muerto.
No, simplemente se tuvo que poner las pilas y reinventarse. Cuando apareció la
tele después de la segunda guerra mundial, se dijo que el cine había muerto.
No, lo que tuvo que hacer fue ponerse las pilas y reinventarse. Ahora se dice
que el cine en las salas está en peligro (no muerto), es la oportunidad para que
esta forma de exhibición se ponga las pilas y se reinvente.
Cerrarse
a esta idea, bloquearla, es ir contra el futuro, es ir contra el progreso. Lo
que ha sucedido en Cannes es una advertencia a varios niveles. A los
exhibidores para que cuiden sus salas, las modernicen y las hagan confortables
y atractivas; a los distribuidores, para que se planteen nuevas formas de vender
el cine a través de las plataformas (Filmin es un ejemplo, seguramente muy
mejorable en muchos aspectos, pero nadie le puede negar el valor de ser pionera);
a los productores para que acepten nuevas reglas de funcionamiento en las que
ya no serán los que decidan todo, pero eso no quiere decir que no sigan siendo
indispensables. Y a los políticos para que reglamenten este inmenso territorio desconocido
de manera que todos acabemos saliendo beneficiados.
(Maureen
y los fantasmas versión Ramon Herreros)
Se
estrena esta semana la última película de Olivier Assayas que se vio en el Cannes
del año pasado. Esa es otra de las rémoras de la exhibición tal como la
entendemos. Las películas tardan muchísimo en llegar a los cines y a veces no
llegan nunca o lo hacen en malas condiciones. Personal Shopper, film que provocó una agria polémica en Cannes
2016, se estrena coincidiendo con Cannes 2017. Y menos mal porque es una
película excelente.
No
soy fan absoluta de Olivier Assayas, hay películas suyas que me gustan y hay
otras que no me gustan. Pero ésta sí. Esta es de las que me gustan. Assayas se
parece cada vez más a Truffaut, y no solo físicamente ni tampoco en trayectoria.
Su cine es muy personal y único pero comparte con el añorado François el gusto
por el eclecticismo, la mezcla de géneros, no tener miedo a adentrase en
terrenos muy codificados para transgredirlos. En este caso el fantástico.
Dos
tramas se entrelazan en el film: Maureen, una joven americana en París, vive la
tristeza de la muerte de su hermano gemelo, buscando una señal del más allá que
le reconcilie con su pérdida. Maureen y su hermano Lewis comparten un don, son
médiums. Los fantasmas de la casa donde murió Lewis se manifiestan a Maureen,
pero no el fantasma que ella busca. Para ganarse la vida, Maureen es la personal shopper de una celebrity, una
mujer tan ocupada que no puede ir a comprar su propia ropa o complementos. Esto
le permite a la protagonista, y de paso a los espectadores, entrar en unos
territorios mucho más fantásticos e inaccesibles que los de los fantasmas: las
tiendas de lujo, Cartier, Chanel, Dior. Lugares de maravilla a los que Maureen
accede como intermediaria, ya que ella, por si misma, jamás podría comprarse
nada en esos templos del esplendor.
Las
dos tramas se mezclan en la vida de Maureen donde irrumpen Víctor Hugo y sus Conversaciones con la Eternidad o la
pintora sueca Hilma af Klint y sus cuadros abstractos inspirados por los
espíritus. Pasado y futuro en los mensajes en el móvil que la hacen sentirse
acosada, vigilada, mientras circula en moto por Paris o en un tren a Londres.
La visualización de los mensajes en los
móviles se ha convertido en un elemento indispensable del cine moderno, a veces
de una forma abusiva. Pero la manera como lo utiliza Assayas en este contexto
de cine de fantasmas con asesinato incluido, recuerda a los letreros del cine
mudo.
Me
doy cuenta que en todo lo que llevo escrito no he hablado de quién es Maureen.
Es decir de la actriz Kristen Stewart que colabora por segunda vez con Assayas,
después de Viaje a Sils Maria.
Stewart es sin duda una de las jóvenes actrices americanas que mejor está
encarrilando su carrera. Elige con cuidado a los directores y los proyectos, no
le da miedo el cine de autor, pero tampoco le hace ascos a una película de
Hollywood si el film le interesa. Maureen es ella. El misterio, la sensibilidad,
la ternura y al mismo tiempo la fuerza que desprende el personaje, le vienen de
ella, de saber llevar con igual atractivo un amplio jersey y el pelo sucio, o
un vestido de Chanel y un elegante collar. Kristen Stewart es sin duda una
digna heredera (sin parecerse) de Audrey
Hepburn.
(un
cuadro de esta desconocida pintora sueca que se avanzó al arte abstracto del
siglo XX)
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