Me gustan las películas que no
son previsibles, las que parece que irán por un sitio y giran hacia otro. Me
gustan las películas circulares, las que empiezan en un lugar y acaban en el
mismo lugar, pero en el transcurso del viaje, sus protagonistas han cambiado
por completo. Me gustan las películas que no tienen que demostrar que son
modernas con encuadres absurdos, movimientos de cámara incomprensibles o
cualquier otro recurso formal, generalmente gratuito. El cine es una historia
en imágenes. Saber encontrar que imágenes son las mejores para contar la
historia es lo que hace un buen director. Todo esto viene a cuento de las dos
películas de esta semana. Una es un estreno del viernes, Los domingos; la otra se estrenó hace ya algunas semanas, Maspalomas. Las dos estuvieron en San
Sebastián, las dos volvieron con premios.
Los domingos, Alauda Ruiz de Azúa
Después de todo lo que se ha
escrito y dicho de esta película, creo que no hay nadie que no sepa que va de
una chica de 17 años que quiere ser monja. Es una lástima que se haya contado
tanto, porque se pierde el factor, imprevisible, que tiene el film cuando se ve
por primera vez sin saber nada de la película. La primera secuencia nos
presenta un grupo de chicas, en el dormitorio de lo que podría ser un internado.
Es de noche y se han reunido allí para charlar, reírse y romper el reglamento.
No sabemos quién son, ni donde están. Lo averiguaremos enseguida, están en un
convento el último día de un retiro espiritual. Primer giro de guión. Cuando
nos quedamos con Ainara, descubrimos poco a poco quién es esta chica de rasgos
suaves y mirada limpia, su entorno, sus deseos, sus amigos, su familia. Entonces,
¿va de un coming of age de Ainara en un momento decisivo de su formación? Sí y
no. Porque ahí el guión vuelve a descolocarnos con una secuencia tan extraña
como espiritual, tan mágica como física. Ya estamos instalados en el hueso de
la historia. Ainara quiere ser monja. Su padre no lo entiende, pero se ve
incapaz de impedírselo, sus amigos confían en ella. Solo su tía Maite, la más
racional, se opone rotundamente. Y fracasa. No porque Ainara triunfe (yo no
estoy segura que sea un triunfo su decisión) pero si porque no sabe encontrar
el camino para darle a su sobrina herramientas e ideas que contrarresten lo que
ella llama su vocación. Alauda hace un film de una belleza austera, de tonos ocres,
de cantos corales. Una película que bebe en Bresson para la sobriedad y
desnudez de su puesta en escena y en Rossellini para el humanismo espiritual de
su personaje. Los domingos suelen ser días con mala prensa, aburridos,
familiares, con compromisos. Es el día de la semana que hay que llenar con algo
y ese algo no siempre es algo que nos guste o nos interese. Yo he escogido los
domingos para publicar este blog. Es mi manera de decir que los domingos se
puede hacer lo que se quiera. Como Ainara.
Maspalomas, José Mari Goenaga, Aitor Arregui
Maspalomas se estrenó en el Festival de Donosti y allí ganó la Concha de Plata al Mejor Intérprete para José Ramón Soroiz. En Sanse no la vi, tampoco en su estreno hace casi un mes. Pero la he recuperado hace un par de días y he comprendido porque gusta tanto. La primera secuencia nos descoloca, una playa, hombres desnudos, encuentros fortuitos en la maleza, la atmósfera de El desconocido del lago. Solo que este no es un desconocido, Vicente es un hombre mayor, un homosexual de la tercera edad. Los primeros minutos de la película transcurren en Maspalomas, el paraíso gay, la orgía de los cuerpos desnudos y libres. Vale, va de eso. Pues no. Porque la historia da un giro inesperado y entramos en otra película. Vicente, el viejo gay de Maspalomas, ya no está en paraíso de la playa y los hombres desnudos, está en el infierno de la enfermedad y el encierro. Pero esta no es una película pesimista o victimista o triste, porque aquí, en este viejo/nuevo mundo donde Vicente oculta su condición de homosexual, encontrará algo que nunca había tenido: amigos, sobre todo un amigo, y se dará cuenta de que también puede tener relaciones con hombres que no pasen por el sexo. Con esto la película ya habría cumplido una función, pero aun dará un nuevo giro que llevará a Vicente a acabar en Maspalomas otra vez. Pero ni él, ni el mundo, es ya el mismo. Lo mejor del film de los directores de la preciosa Loreak, es que a pesar de mostrar espacios y situaciones duras, nunca caen en la sordidez o el envilecimiento. El film es brutalmente luminoso en Maspalomas, y suavemente luminoso cuando acompaña a Vicente en su encierro. Incluso se permiten crear el personaje de Xanti, el contrapunto perfecto para que Vicente encuentre el camino de la reconciliación. Una lección de dignidad.
(Esta semana se estrena Frankenstein de Guillermo del Toro. No he podido verla, cuando se estrene en Netflix hablaré de ella. Aprovecho para recodar que Un fantasma en la batalla, de Agustín Díaz Yanes y Una casa llena de dinamita, de Kathryn Bigelow, ya están en la plataforma de la N).
El regalo de esta semana es un
cuadro que me gusta mucho. Una abadía en la que Ainara sería feliz.



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