Hace unos días participé en un Seminario sobre La carretera en el paisaje, organizado
en Barcelona por El Observatori del Paisatge de Catalunya. Fue muy interesante y sugerente escuchar las ponencias de ingenieros, arquitectos, paisajistas, historiadores y
biólogos sobre un tema aparentemente con tan poco glamour como puede parecer habla de carreteras . A mí me invitaron para hablar de Carreteras y cine, o Carreteras en el cine,
o Cine y carreteras. Cualquier enunciado era bueno. Por eso titule mi
charla Carretera de dos direcciones: el cine y la carretera. La cuelgo aquí, en lugar de hacerlo en el
otro blog. Es larga, como corresponde a una conferencia de media hora. Pero
espero que quien quiera, la disfrute.
Una carretera es una vía
de transporte de
dominio y uso público, proyectada y construida fundamentalmente para la
circulación de vehículos automóviles.
Coloquialmente se usa el término carretera para definir a la vía convencional
conectada a través de accesos a las propiedades colindantes, diferenciándolas
de otro tipo de carreteras, las autovías y autopistas, que no
pueden tener pasos y cruces al mismo nivel. Las carreteras se distinguen de un
simple camino porque
están especialmente concebidas para la circulación de vehículos de transporte.
Esta es la definición de carretera
que se puede encontrar en un diccionario. Pero a mí me gusta más definirlas de
otra manera: las carreteras, desde las grandes autopistas hasta las más
pequeñas vías rurales, son no lugares.
Mejor dicho, son los no lugares por
excelencia. La idea del No Lugar se
aplica en antropología y en urbanismo a esos espacios que no forman parte de la
historia, que están fuera, al margen. ¿Y qué hay más al margen, fuera de todo,
que una larga cinta de asfalto donde cada vehículo es un mundo aislado que se
mueve sobre ella como si fuera una nave espacial perdida en la inmensidad del
universo? Una inmensidad a veces muy concurrida, es cierto, no siempre amable,
con momentos de tensión, de miedo, de abandono, de libertad.
Me doy cuenta releyendo esto que
estoy hablando mas de las carreteras en la ficción que en la realidad. La
realidad es una y la imaginación es otra. No siempre se corresponda una con la
otra. Probablemente es cierto que son no espacios, no lugares, no tiempos. Pero
el factor humano las devuelve al tiempo y al espacio, las acota. Y el paisaje
las delimita.
Pero yo aquí quiero hablar de
carreteras y cine tanto como carreteras en el cine. Hay algo muy sutil que une
estas dos ideas: carretera/cine. El cine es movimiento, la carretera es un
lugar para el movimiento. El cine se consume en solitario aunque se vea
acompañado; los viajes en carretera se hacen en solitario, aunque se hagan en
compañía. El tiempo se detiene cuando vemos una película: la historia, el
mundo, la realidad queda fuera de nuestra vida; el tiempo también se detiene
cuando nos sumergimos en una carretera y dejamos fuera todo el contexto, todo lo que nos preocupa. Durante la película,
durante el viaje, no existe nada más que eso: la película, el viaje.
Si nos paramos a pensar un poco en
las carreteras en el cine nos daremos cuenta de que los paisajes atravesados
por el asfalto de una, dos, tres o múltiples direcciones, aparecen en el 99% de
las películas contemporáneas que podemos ver. Entendiendo por contemporáneo el
momento en que se hizo la película, no solo nuestro presente. Y eso me lleva a
otra reflexión curiosa de la relación de ambas cosas. El cine nació a finales
del siglo XIX casi al mismo tiempo que los automóviles a motor. El cine reflejó
el mundo moderno de los coches y las carreteras desde el primer momento. Ambos inventos
eran coetáneos, ambos significaron una liberación. El cine, liberaba la
imaginación, el coche liberaba las ataduras sedentarias y facilitaba el cambio.
El movimiento.
Una vez dicho esto que más o menos sitúa
al cine y las carreteras en una doble dirección paralela, está claro que no
todas las películas han utilizado el espacio y el paisaje de la misma manera. Si
en las carreteras podemos establecer una especie de gradación que va de las
autopistas y las autovías, pasando por las carreteras nacionales, las
secundarias, las rurales o las de montaña, en el cine podemos hablar de road movies, films que tienen la
carretera como protagonista principal cuando no único; o de películas que yo definiría
de road secuencias, es decir historias
donde la carretera solo aparece una vez pero lo que sucede en ella es
fundamental para el argumento. Por último encontramos las no road movies, films donde la carretera es un escenario más,
un simple decorado por el que circula la acción como circula el coche, el
camión o el autobús.
Las tres categorías son
interesantes para esta charla porque yo no quiero hablar solo de argumentos,
sino de paisajes, de espacios, de no lugares, no tiempos. Por eso las fotos que
están pasando en estos momentos no están ordenadas por películas sino por el
tipo de información sobre las carretera que dan, los puntos de vista que
plantean, los elementos que se encuentran en ellas y sobre todo, el factor
humano que condiciona todo lo demás. Porque si hay un coche es que alguien lo
conduce. Y ese alguien ve y es mirado y contempla lo que se va encontrando.
Unas veces más, otras veces menos, pero siempre con una visión panorámica que
comparte con el espectador.
De las tres categorías de películas
que he enunciado, a mi la que me resulta más fascinante es la de las películas
que no son de carretera, ni tienen una secuencia importante en la carretera. El
cine normal, el que vemos cada día. Les animo a que durante unos días se fijen
en cuantas carreteras salen en películas que no tienen nada que ver con ellas.
Hay montones. Porque una carretera y más si es secundaria, mas si es local o
comarcal o rural, es siempre un hilo de conexión que se utiliza contantemente.
En un momento u otro, un personaje cogerá un coche y saldrá a la carretera para
ir a comprar, a buscar a los niños, a pasear, a ver a su amante, a matar o a
robar. Para escapar un rato de su cotidianidad, para estar solo, para estar
acompañado. Para lo que sea. Pero se lanzará a una carretera. Y si no tiene
coche, lo hará en autobús. Y en esos trayectos banales, que no son
fundamentales para la historia que nos estén contando, habrá muchísima
información y pasarán muchas cosas.
Por ejemplo, los cruces y letreros
de la autopista por la que sale de su ciudad nos dirán donde estamos; donde
vamos. No por qué vamos, no hace falta. Solo que estamos ahí. En esa autopista
nos encontramos con camiones a los que hay que adelantar, otros coches, cada
uno con su historia privada dentro, autobuses de línea que unen dos ciudades.
Pero nada de eso nos interesa. La carretera es un decorado por el que pasa sin
dejar rastro la historia que es otra. Hay carreteras muy bonitas que nos
cuentan que estamos en un paisaje de paz, en una película tranquila, quizás una
comedia o un melodrama agridulce, hay carreteras pequeñas que nos dicen mucho
de los personajes solo con un par de planos. Hay algunas carreteras vacías, de
hecho hay muchas carreteras vacías en el cine, que provocan en el espectador la
sensación de soledad, de peligro, de aislamiento. Las hay que cruzan desiertos
o que atraviesan bosques. Las que se adentran en campos labrados o en zonas
semi urbanas. Los personajes las transitan con cierta indiferencia. Puede que
miren ese paisaje precioso de olivos, o que fijen la mirada en el mar que se
divisa al fondo. O simplemente circulan pensando en que en la siguiente curva
empieza una nueva secuencia que los sacara para siempre de esa carretera donde
por un instante han estado en un no lugar. Son muy interesantes estos planos no
funcionales de carreteras secundarias, solitarias, polvorientas, con lluvia o
con nieve, con túneles y puentes, con historias por imaginar.
Aunque no me extienda mucho, es
evidente que tengo que citar aquí las road movies. Una road movie siempre tiene
un componente de huida, de búsqueda de libertad, de cambio. Las hay que sirven
para resolver conflictos familiares, como Dos
en la carretera, o Pequeña Miss
Sunshine; otras, en cambio, sirven para afianzar la propia libertad,
incluso la libertad de morir, como Thelma
y Louise. Hay road movies que son diarios de carretera filmados, el caso de
Días de agost de Marc Recha o En la carretera de Walter Salles, son
ejemplares en este sentido. Una road movie puede ser un film de terror, El diablo sobre ruedas o Kalifornia lo prueban perfectamente, o
puede ser la excusa para conseguir un reto personal, es el caso de Vanishing Point de Richard Sarafian o la
emocionante Una historia verdadera de
Lynch. Pero si hay un director contemporáneo que ha hecho de la carretera su
principal escenario ese es Alexander Payne. A
propósito de Schmidt, Entre copas y Nebraska,
integran una trilogía que simboliza lo mejor de las road movies, lo que tienen
de catalizador de emociones. Y no querría olvidarme de otro realizador que ha
utilizado los caminos de su país como escenario privilegiado para sus
historias: Abbas Kiarostami. Todos sus personajes están siempre en continuo
movimiento en busca de algo o de alguien, cruzando esos no lugares polvorientos
que son las carreteras de los alrededores de Teherán.
Bien, ahora ya sabemos que las
carreteras son no lugares. Pero eso no quiere decir que estén deshabitados ni
mucho menos. En la jungla de los caminos cohabitan varias familias de
vehículos, de animales mecánicos. Los más grandes, los machos alfa de la
carretera, son sin duda los camiones de gran tonelaje siempre agresivos,
siempre mirando desde su altura al resto de vehículos que circulan cerca de
ellos. Los camiones dan miedo. Spielberg lo entendió muy bien en su primera
película, Duel, El diablo sobre ruedas,
donde un enorme y peligroso camión acosa y destruye a un automóvil que se
atreve a plantarle cara.
Después de los camiones, nos
encontramos con los autobuses, si los camiones son gorilas, los autobuses son
elefantes, pesados, tranquilos, de movimientos lentos. Circulan a su aire, sin
meterse con nadie. Es muy curioso que los personajes que viajan en un autobús
son los únicos que pueden disfrutar del paisaje. Los pasajeros miran por las
ventanas, soñolientos, perdidos en sus pensamientos. Tienen la enorme ventaja
de no tener que estar atentos a la carretera desde el volante de un coche, pero
también están liberados de tener que entretener sin distraer al conductor,
labor que hace de los copilotos unos personajes siempre cansados.
Pero los auténticos reyes de la
carretera son los automóviles. Casi siempre habitados por una sola persona
aislada en su interior, protegida tras las ventanas de su coche, mirando el
mundo de forma parcial. Un conductor de coche ve solo lo que tiene delante, lo
que hay alrededor lo intuye, pero no lo ve. Un personaje encerrado en su coche
tiene claro que el resto de islas que circulan a su lado son enemigos a batir,
a conquistar, a dejar en ridículo, en el mejor de los casos, a ignorar. Los
adelantamientos y los piques entre conductores suelen tener nefastas consecuencias.
Los coches van en grupos como los animales salvajes que van juntos pero no son
solidarios entre sí, al contrario. Se vigilan, se acosan, se persiguen. Se
protegen de los animales más grandes, los camiones, pero desprecian a los más
pequeños. Cuando estos grupos se convierten en manada, es decir en una
acumulación de individuos, se produce el colapso, el atasco. Todo se paraliza.
No se puede avanzar ni retroceder: la carretera se convierte en una prisión.
Los atascos son muy cinematográficos. Hay algunas películas memorables que
suceden en atascos. Un dia de furia, por ejemplo o la inclasificable
Weeek-endde Godard.
En esta jungla de tráfico en el
cine, quedan por lo menos dos animales más: son pequeños, molestos, estorban y
nadie sabe qué hacer con ellos. Las motos serian las desagradables moscas y las
bicicletas los odiados mosquitos. Las motos en el cine tuvieron su momento de
esplendor en los años sesenta y setenta, cuando eran símbolo de libertad y de
rebeldía. Luego, el uso obligatorio del casco, las domesticó. La bicicleta, tan
peligrosa y tan irresponsable, es por ahora el único vehículo de los que
circulan en las carreteras que permite ver el paisaje, disfrutarlo. A costa a
veces de poner en peligro a todos los demás.
Pero, ¿que observa el personaje que
conduce un coche, un camión, una furgoneta? En primer lugar, la carretera con
sus líneas pintadas en el suelo, sus curvas, sus límites, el horizonte lejano,
el paisaje que lo rodea y lo enmarca. En segundo lugar, lo que ve son los demás
vehículos: los que tiene delante, los que vienen en dirección contraria, los
que suponen una amenaza, los que son un estorbo, los que le persiguen. Pero hay
un tercer y muy importante elemento que hay que tener en cuenta: el conductor
observa y se detiene, en los no lugares
del no lugar que es la carretera. La definición que dábamos del no lugar
como una zona fuera del tiempo y del espacio, se puede aplicar aun con más
sentido a esos sitios que no pertenecen a nadie, que son ajenos al contexto: gasolineras,
áreas de servicio, áreas de descanso en la autopista, bares de carretera,
moteles.
En una película, pararse en una
gasolinera puede significar muchas cosas: poner gasolina en el coche es la más
evidente; pero hay más: puede que lo que busque el personaje sea información si
está perdido o simplemente necesita descansar y estirar las piernas. Una
gasolinera es en sí misma un territorio neutro, que puede anunciar un peligro
inminente, el final del camino o un encuentro inesperado. La gasolinera pasa, se
deja atrás, es un escenario volátil, una figura en el paisaje que se olvida
rápidamente.
Las áreas de descanso de las
autopistas, son como oasis en el desierto. El personaje se detiene en ellas a
reponer fuerzas, a descansar, a ir al baño. Las áreas de descanso son todas
iguales: no pertenecen a ningún país, son parte de una geografía internacional
intercambiable. En estas áreas no suele suceder nada relevante para las
historias que se cuentan. Pero son fundamentales para que transite la
narración.
Muy diferentes son los bares de
carretera, esos lugares donde se suelen parar los camioneros y que si son, al
contrario que las áreas de servicio de las autopistas, completamente distintos
de un país a otro. Si vemos una carretera en una película y vemos un bar, un
restaurante donde los personajes se detienen, sabremos ya antes de que hablen
si estamos en España, en Francia, en Inglaterra o donde sea. En los bares de
carretera si que pasan cosas importantes. Un personaje no se detiene en ellos
solo a comer o beber. Se detiene allí por algo. Y ese algo es casi siempre
relevante.
Los moteles son muy interesantes. Un
motel tiene su propia historia que a veces se impone a la de los personajes:
recuerden el tenebroso motel de Norman Bates en Psicosis. En un motel pueden pasar muchas cosas: desde la más
simple de dormir y reponer fuerzas para continuar el camino, hasta ser un buen
lugar donde esconderse, tener una aventura, sentir que no estás en ningún
sitio. Un motel permite el anonimato mas absoluto. No lugar, no tiempo, no
existencia.
Una carretera necesita una
cartografía. Una señalización que ordene el tráfico, que transmita códigos que
todos los que circulan por ella sepan distinguir. Las señales de tráfico son
los símbolos del lenguaje de la selva de la carretera. Todo el mundo los
entiende, o al menos debería entenderlos. Es un código de comunicación
internacional.
En cuanto a carteles que indican
destinos son en sí mismos una contradicción: son señales que señalan lugares desde el no lugar. Indicadores de destinos
que se quedan al margen de la historia, lugares donde seguramente nuestros
personajes no quieren ir, no tienen que ir, no les sirven mas que para situar
en el espacio y en el paisaje al espectador que mira la película.
Junto a las señales, en la carretera
encontramos otro tipo de imágenes: los anuncios que puntean los caminos. Los
anuncios son muy importantes en una película: distraen al conductor y al
espectador, obligan a fijar la mirada en un punto. Informan de la época y del
lugar. Poca gente dudará donde está si ve el Toro de Osborne recortándose en la
lejanía de los Monegros. Los anuncios nos informan de donde estamos y en qué
tiempo vivimos. Los anuncios son como pequeñas pantallas en la pantalla. Eso es
algo que entendió muy bien el director Martin McDonagh en una película que está
en la memoria reciente de todos: Tres
anuncios en las afueras. La carretera secundaria que conduce al pueblo, se
convierte con estos anuncios en una pieza indispensable para comunicar una
indignación: este es un buen ejemplo de road secuencia de un tipo muy
diferente.
Todos sabemos que las carreteras no
son territorios neutros. El que sean no lugares no quiere decir que no pasen
cosas en ellas. Algunas muy trágicas, los accidentes, por ejemplo. Hay muchos accidentes
en el cine que desencadenan historias. Puede que no vuelva a salir otra
carretera, otro accidente, en toda la película, pero ese habrá sido
fundamental. Solo un ejemplo para demostrarlo. En Azul, la primera película de la trilogía de Kieslowski, Tres colores, un accidente inesperado
deja a Juliette Binoche sin su hija y sin su marido. Todo lo demás sucede
porque ha pasado eso. Los accidentes despiertan la solidaridad de los isleños
del tráfico que se paran a ver qué pasa, unas veces para ayudar, otras, solo
para mirar. Los accidentes son anuncios de dramas y entre ellos una variante
del accidente es el atropello. No es tan común como se podría pensar. En las
carreteras no se atropella tanto como en las calles de una ciudad. Pero si, hay
atropellos que dejan huella: el de Muerte
de un ciclista, de Juan Antonio Bardem, es quizás uno de los más
interesantes.
Otro tipo de incidente en las
carreteras son las averías También despiertan la solidaridad de los demás, pero
es una solidaridad interesada que se suele plantear desde la superioridad del
que no está averiado, el que se sabe con capacidad de ayudar al que ha sufrido
un percance mecánico. En estas situaciones, el no lugar pasa a ser un lugar: el
lugar donde hubo un accidente se recordará siempre; el lugar donde alguien
ayuda a alguien a cambiar una rueda, puede ser el inicio de una bonita historia
de amor o de una amistad. El acontecimiento singulariza el espacio. El factor
humano humaniza nunca mejor dicho el no lugar.
Hasta aquí he hablado de la
carretera en su contexto: el no lugar que cruza el paisaje con una línea gris
de asfalto sobre la que circulan vehículos. Pero hay algo que si hablamos de
carreteras en el cine no podemos dejar de lado: el factor humano. Las personas,
los personajes que se mueven en esa carretera fuera de los vehículos. Porque
también son importantes y también tienen un papel en las historias. Son los
hombres y mujeres que caminan por la carretera, a veces sin saber dónde van.
Hay un matiz que me parece importante: la gente que anda por las carreteras no
pasea. Pasear según el diccionario es “Andar por placer o para hacer ejercicio
por un lugar, generalmente al aire libre, despacio y sin un destino determinado”.
La gente que camina por las carreteras en el cine suele tener un destino
determinado, va a algún sitio y por alguna razón. No lo hace por ejercicio, lo
hace para conseguir algo: ir a comprar gasolina porque se ha quedado tirado en
la carretera; llegar a una parada de autobús; alejarse de un lugar que no le
gusta; volver a casa tras un día de trabajo; buscar un horizonte nuevo donde
empezar una historia de amor, de vida. Caminar por una carretera es contar una
historia.
Podemos encontrar otro tipo de
personas en la carretera. Los que están parados. En general son personajes que
esperan algo, que alguien los recoja, que pase un autobús, que pase algo en el
horizonte que miran. Son personajes estáticos en un paisaje en movimiento,
personajes que miran a su alrededor. Entre los personajes que esperan los
autoestopistas ocupan un lugar privilegiado. Ellos esperan a que alguien les
lleve a otro sitio, un autoestopista anuncia una aventura o un peligro. En todo
caso un encuentro.
Los encuentros pueden ser de muchos
tipos, pero hay uno que el cine ha mostrado en muchísimas ocasiones, desde el
humor, hasta el horror, desde el realismo hasta la ciencia ficción: el encuentro
con la policía que pone la sirena a tope, persigue el vehículo, lo detiene e
infunde un miedo inconsciente en los pasajeros del coche, incluso aunque no se
haya hecho nada.
No sé si estas líneas han ayudado a
vislumbrar las múltiples posibilidades de las carreteras en el cine. Pero
espero que la selección de fotos que han acompañado mis palabras haya servido
para estimularles a fijarse en las carreteras que aparecen una y otra vez en
las películas. Gracias
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