sábado, 17 de octubre de 2020

ENGAÑOS


 Entre los estrenos de esta semana hay tres que son interesantes por distintas razones. El denominador común que los une es el Engaño. En las tres historias el engaño, la mentira respecto a uno mismo y los demás, juega un papel importante. Aunque entre sí las pelis no se parecen en nada. 


Corpus Christi

El engaño en esta película polaca es evidente. En un país tan profundamente hipócrita y católico, pero al mismo tiempo tan profundamente falso y comunista, aunque las dos cosas parezcan contradictorias, que Daniel engañe a todo un pueblo haciéndose pasar por un joven sacerdote, cuando en realidad es un delincuente cumpliendo condena, no parece tan fuera de lugar, No sé si se puede decir “los polacos”, pero si “ciertos polacos”, están dispuestos a dejarse engañar por alguien que les de seguridades y les solucione problemas. Y Daniel, con su energía, su fe, su voluntad, consigue incluso que se puedan  cerrar las heridas del alma que no dejan vivir a las gentes de ese pueblo tras una terrible tragedia que costó la vida a siete jóvenes. Bajo la apariencia del Padre Tomasz, un sacerdote poco ortodoxo y muy cercano, Daniel vive un engaño que le sirve tanto a él como a los demás. El film de Jan Komasa se suma a una tradición de cine polaco muy interesante que comienza en los lejanos sesenta con Polanski y llega hasta ahora, un cine que podemos definir como de un clasicismo radical en el que el clasicismo le viene de la perfecta linealidad de la narrativa, y la radicalidad la aporta la interpretación de Bartosz Bielenia, un actor capaz de transmitir poder y fuerza solo con su mirada alucinada. Corpus Christi es una película que no engaña, al contrario: permite conocer la realidad de un país que se ha incorporado a la Unión Europea sin dejar atrás sus viejas costumbres heredadas de tradiciones políticas y sociales muy autoritarias y de obligado seguimiento. Una Polonia que si intenta engañar.


(una reciente protesta contra el AVE en Euskadi, la foto es de los periódicos)

Ane

Esta es una película española hablada en euskera y ambientada en Vitoria. Estamos en el año 2009. Lide trabaja como vigilante de seguridad en las obras del AVE que deben unir las tres capitales vascas. Está separada de Fernando y vive con su hija Ane de 17 años a la que cree conocer. El engaño aquí lo provoca el personaje de Ane, la adolescente eco-euskalduna que forma parte de un colectivo empeñado en que las obras del tren no se lleven a cabo, provocando accidentes, atrasos y acusaciones de traidores, entre otros a su propia madre. Como ya pasó con la autopista de Lizarán objetivo prioritario de ETA durante toda su construcción, la llamada Y vasca que conectará las tres capitales entre sí y con Francia y Madrid, no debe existir: mejor aislados que unidos a la chusma extranjera (ese era el concepto que presidía los atentados a la autopista). De hecho el AVE aun está en construcción trece años después del inicio de las obras y siguen las protestas en contra de su llegada a Euskadi. En la película, Ane engaña a su madre y a su padre bajo una apariencia de joven rebelde ecologista, cuando en realidad no es más que un peón en un juego mucho más grande. La gracia y el principal interés de esta prometedora y estimulante opera prima es que Sañudo, el director, enfoca el problema desde la perspectiva de un conflicto personal: el de una madre que se da cuenta que no conoce a su hija. Lide está convencida y así intenta hacérselo a entender a su intolerante hija, que el tren será bueno para todos, incluso para las personas que ahora van a sufrir las consecuencias de las expropiaciones. Ane no lo entiende, para ella, las obras del AVE y el propio tren son un atentado contra la sociedad y contra el país. Rodada con gran austeridad y rigor, Ane cuenta entre sus alicientes la presencia de una actriz estupenda, Patricia López Arnaiz que encarna a Lide, la madre. Ane es una película arriesgada y valiente en todos los sentidos. Ayuda a reflexionar sobre las difíciles relaciones tanto las familiares como las nacionales. Una grata sorpresa.


 Vitalina Varela

El nuevo film del portugués Pedro Costa es una película fascinante, pero de una gran dureza. Formal sobre todo, pero también argumental, si es que podemos hablar de argumentos en el cine de este director tan poco dado a las narraciones. Vitalina Varela es una mujer de 55 años, campesina de Cabo Verde, que llega a Lisboa tras la muerte de su marido al que no ha visto en 25 años. El engaño en esta película es el que vive Vitalina creyendo en un sueño imposible. Cuando llega  a Lisboa, la mujer se encuentra sola en un mundo de hombres, un barrio donde nadie la conoce, nadie la ayuda, mujer e inmigrante perdida en su desolación. Todo el film está rodado en el barrio lisboeta de Fontainhas que se ha convertido en el núcleo central de la obra de Pedro Costa. La historia transcurre siempre de noche, en espacios cerrados, laberintos de pesadilla, rincones de miseria. Y sin embargo, quizás eso explique porque Costa gusta tanto a determinada critica, es de una belleza deslumbrante hecha de claro oscuros de Caravaggio y de Rembrandt, con una luz nocturna enfocada a lo que quiere iluminar, creando imágenes y atmósferas fascinantes. Este es su principal atractivo, ver Vitalina como una experiencia estética más que como un documento de cine social. Toda esta creación de imágenes poderosas parte de la vida  de la auténtica Vitalina, una mujer que llena con su presencia los espacios de luces y sombras por donde deambula como una sonámbula. Pero yo no quiero engañar a nadie. Vitalina Varela es una película que exige del espectador una entrega absoluta, un dejarse llevar. No es una película que recomendaría a todo el mundo. Aunque, ¿por qué no? En definitiva, la vida está hecha para descubrir cosas y decidir por uno mismo si nos gustan o no nos gustan, nos interesan o no nos interesan. A mi me gusta y me interesa, Con eso no engaño a nadie.

 

EL RINCON DE LAS SERIES


 (este cartel de la serie me parece uno de los que mejor representa lo que se cuenta)

Antidisturbios (Movistar)

La serie de esta semana tampoco engaña a nadie. Antidisturbios  es sin duda la mejor serie española del año y probablemente una de las mejores entre todas las estrenadas en este maldito año del bicho. Me sabe un poco mal decir esto. No porque Antidisturbios de Rodrigo Sorogoyen no se lo merezca, sino porque la experiencia me ha demostrado que crear demasiadas expectativas sobre algo, produce luego alguna decepción. Y no querría que eso pasara. Antidisturbios nace como un cruce entre Que Dios nos perdone y El reino. Tiene algo de las dos, pero sobre todo tiene tiempo para desarrollar en seis capítulos una trama que abarca mucho más que la vida de este grupo de hombres de un cuerpo de policía particularmente odiado y en muchos casos desconocido. Sorogoyen y su coguionista Isabel Peña son conscientes de que el titulo es provocador: ¿será una apología de los antidisturbios?, se pregunta una cierta izquierda; ¿será un ataque a la policía?, piensa una cierta derecha. Pues no, ni una cosa ni otra, Porque el tema central de esta serie imprescindible vuelve a ser la corrupción que como una tela de araña se extiende en todos los estamentos de la vida política. Una corrupción que escoge como chivos expiatorios a este grupo de antidisturbios sobre los que recae la acusación de una mala praxis con resultado de un muerto. Un hecho fortuito y desafortunado que desencadena una cadena de represalias y complicaciones en las que poco a poco el foco se va centrando en el personaje de Laia, la investigadora de Asuntos Internos dispuesta a llegar hasta el fondo de la historia. Si la serie solo fuera el argumento ya sería importante, pero no la gran serie que es, Lo que la hace grande es la forma como está rodado cada capítulo, cambiando el ritmo, los angulares, la luz. Una de las cosas más sorprendentes de Antidisturbios es que no empatizas con nadie, bueno casi nadie. Los personajes de Diego y Salva, son los únicos que despiertan cierta comprensión, pero los demás y sobre todo el personaje de Laia, son decididamente desagradables. Y sin embargo, no puedes dejar de querer ver hacia donde los conducen sus errores, y sus intuiciones. Retrato de una época que sigue estando ahí, la historia se sitúa en Madrid entre el verano del 2016 y el verano del 2017, unas fechas nada fortuitas ni elegidas al azar, sino plenamente justificadas. Antidisturbios es un regalo que vale la pena ver. Si los Goya dieran cabida a las series, ésta sin duda lo ganaría todo. Creo que no les engaño. 

El regalo de la semana son unas hojas que creo le gustarían a Pedro Costa



 

 

 

 

 

 

 

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