(Esta semana sin estrenos en Barcelona, con cines cerrados, con la Cultura enviada a las mazmorras de la indiferencia, he encontrado en la Luna y en unas elecciones lejanas un tema para la entrada. Espero volver a las películas muy pronto, pero he de reconocer que no soy nada optimista.)
“Clavius, de 240 km de
diámetro, es el segundo cráter por su tamaño, de la cara visible de la Luna y
se encuentra en el centro de las cordilleras del Sur. Es muy viejo; eras de
vulcanismo y de bombardeo del espacio han cubierto de cicatrices sus paredes y
marcado de viruela su suelo. Pero desde la última era de formación del cráter,
cuando los restos del cinturón de asteroides estaban aun cañoneando los
planetas interiores, había conocido la paz durante quinientos mil años.” (2001, Arthur Clarke)
2001
de
Clarke/Kubrick nunca deja de sorprenderme. Su anticipación de casi todo es
infinita. Una nueva prueba la hemos tenido esta misma semana en que se ha
confirmado la existencia de agua (es decir, posible vida) en el cráter Clavius
al sur de la cara iluminada de la Luna. Clavius, precisamente el que eligieron
los autores de la odisea del espacio para situar la Base Clavius desde la que parte la expedición que descubrirá el
monolito en la Luna. Una buena noticia en medio de esta horrible semana en la
que más que nunca desearía que apareciera un monolito capaz de iluminar un poco
el vacío provocado por el bicho espantoso y por los más espantosos políticos
(mundiales, nacionales y locales) que se suponen deberían combatirlo.
Y hablando de bichos
espantosos, la amenaza la próxima semana no es solo la de la COVID 19, la
amenaza se llama Donald Trump que puede salir reelegido para los próximos
cuatro años. Estados Unidos reúne lo mejor y lo peor de las democracias
modernas. Su enorme capacidad de autocritica y de denuncia de las inmoralidades
políticas, con un saludable ejercicio de contrapoderes que van desde la prensa
y los medios de comunicación hasta el senado y el poder judicial, convive con una
sociedad reaccionaria, regresiva, analfabeta, violenta, insolidaria y devota de
las mayores estupideces, representada para desgracia del mundo en su actual y,
ojala no, futuro presidente. En Movistar se pueden ver estos días dos series
que ilustran muy bien esta ambivalencia que tiene a Donald Trump en el centro.
Las dos tratan un mismo tema, un mismo momento histórico: el enfrentamiento de
Donald Trump con el Director del FBI James Comey en el año 2017 con el asunto
de la injerencia rusa en el resultado de las elecciones del 2016 como fondo.
Una en clave documental, la otra en clave de ficción.
El
efecto Trump,
Esta miniserie documental de
dos capítulos forma parte del programa de televisión Frontline que desde 1983 se dedica a analizar la realidad política
norteamericana. El efecto Trump se
centra en el primer año de su presidencia. Comienza su recorrido en enero del
2017 cuando Trump se reunió en Nueva York con cuatro de los hombres más
poderosos del gobierno entre los que se encontraban el director de Inteligencia
Nacional James Clapper y el director de la CIA, John Brennan. En esta tensa
reunión, el entonces director del FBI James Comey le mostró un dossier con
información comprometida para él, donde se afirmaba que el presidente había
estado recibiendo apoyo por parte del gobierno ruso durante los últimos cinco
años. También revelaba que el gobierno ruso conocía ciertos escándalos sexuales del presidente y
amenazaba con hacerlos públicos. Desde ese momento el incontrolable,
egocéntrico e imprevisible presidente elegido de forma inesperada, lanzó una
furiosa guerra contra los servicios de inteligencia de su propia
administración, el Departamento de Justicia y en concreto contra James Comey al
que acabó por destituir del cargo de director del FBI. Clásico documental de
televisión, lo que cuenta El efecto Trump
es tan apasionante, sobre todo en su primer capítulo, que te hace olvidar la sencilla
forma como está narrado. Las declaraciones de altos cargos del gobierno,
abogados y periodistas junto con el exclusivo y abundante material de archivo
que maneja, hacen que El efecto Trump
sea absolutamente fascinante. Una provocación en toda regla para el twitero
maniaco y sus amigos de la embajada rusa. Es interesante verlo justo ahora,
cuando el superbicho está a punto de ganar unas nuevas elecciones.
La
ley de Comey
Esta miniserie de cuatro
capítulos forma con El efecto Trump
un díptico imprescindible para entender lo que sucedió en ese país hace cuatro
años. La ley de Comey cuenta
prácticamente los mismos hechos que el documental, pero ficcionados con gran
inteligencia. Es muy interesante ver los mismos actos, por ejemplo la encerrona
de Trump a Comey en el despacho oval, o la cena privada entre los dos, para
darnos cuenta de cómo la realidad no solo supera la ficción sino que la enriquece
muchísimo. James Comey registró en memorándums todas las conversaciones que
mantuvo con Trump durante los primeros meses de su mandato y en base a ellos
pudo redactar el libro A Higher Loyalty
publicado en el 2018, después de ser cesado fulminantemente por Trump. La serie
se basa sobre todo en ese texto, pero ha utilizado más fuentes de información
para su desarrollo. Los dos primeros capítulos recuerdan la investigación del
FBI a los correos electrónicos de Hilary Clinton que supuestamente le costaron
la elección de noviembre del 2016. Los dos segundos, en cambio se centran en
narrar las tensas relaciones de Comey con Trump y las vinculaciones de su
gabinete y su entorno con el gobierno de Putin. La sola existencia del libro de
Comey, del documental y de la serie de ficción, son la prueba de la
contradicción de ese país capaz de albergar lo peor Trump y todo lo que
significa) y lo mejor: los contrapoderes, la libertad de crítica y la capacidad
creativa para hacer de la realidad histórica un instrumento útil y necesario de
educación política. Ver las dos miniseries seguidas es una lección ideológica,
pero también cinematográfica. En ese sentido cabe destacar el inmenso papel de
Jeff Daniels como James Comey y de Brendan Gleeson como Donald Trump. No es que
se parezcan físicamente (que también) es que reflejan en su interpretación el
espíritu de uno y otro. Y no dejan dudas de a quién creer.
EL RINCON DE LAS SERIES
The Americans
Hablar del FBI, de rusos y de política me ha
hecho pensar inmediatamente en The
Americans, una de las mejores series de la década que se puede ver entera
en sus seis temporadas en Amazon Prime. The
Americans empezó a emitirse en septiembre del 2013 y se convirtió muy
rápidamente en una serie adictiva para cualquiera que veía su primer capítulo.
La sexta y última temporada se emitió en mayo del 2018. Cinco años en los que
seguimos a Philip y a Elizabeth Jennings en su doble y peligrosa vida. Este modélico
matrimonio con dos hijos adolescentes, que viven en un barrio residencial de clase
media en Washington, son en realidad dos peligrosos y letales agentes del KGB
infiltrados como espías encubiertos en Estados Unidos. Philip y Elizabeth
llevan quince años ejerciendo con gran eficacia su trabajo sin que hasta el
momento nadie les haya podido descubrir. Pero la serie se encargará de ponerlos
en los más difíciles aprietos mientras intentan mantener una amistad con su
nuevo vecino, un agente del FBI especializado en espionaje soviético. Estamos
en los años 80, Reagan empieza su mandato presidencial y en la URSS hay una
nueva generación de políticos que ansían algunos cambios que la vieja
nomenclatura del Partido se resiste a aceptar. Excelentemente ambientada en
todos sus detalles, en paralelo a los Jennings conocemos una serie de personajes
muy interesantes, sobre todo los funcionarios de la embajada soviética,
auténtico centro del espionaje ruso. Lo mejor de The Americans es la estupenda combinación de lo inverosímil que
resultan sus tramas, –Elizabeth y Philip son maestros en los disfraces de todo
tipo– con el hecho de reflejar un tipo de espionaje que efectivamente existió
en esos años recogido ampliamente en lo que se denomina Los Archivos Mitrojin, miles y miles de páginas recopiladas por el
ex agente del KGB Vasili Mitrojin sobre operaciones encubiertas soviéticas en
Occidente. Para completar el retrato de la época, el creador de la serie Joseph
Weisberg, contó también con la colaboración y ayuda de agentes del FBI que le
contaron experiencias vividas con el espionaje ruso. La serie es buena del
primero al último episodio, prácticamente no baja nunca de tono. Sus personajes
crecen, cambian, evolucionan. Tienen dudas, más Philip que Elizabeth, ella es
dogmáticamente estalinista y tiene las ideas muy claras sobre el mundo y sobre
quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Los actores que los encarnan,
Matthew Rhys como Philip y Keri Russell como Elizabeth, consiguen una química absoluta.
Tanto que acabaron formando una pareja en la vida real. Junto a ellos, el
agente Beeman que interpreta Noah Emmerich, es el contrapunto perfecto:
representa un peligro constante, pero es prácticamente su único amigo. Y no
podemos olvidarnos de Paige, la hija adolescente de los Jennings con un
personaje complejo y muy difícil interpretado por Holly Taylor. No sé si sería
posible hacer un The Americans ambientado
ahora mismo, en los tiempos de los móviles y los hackers. Sería muy diferente. Seguramente
sigue habiendo espías como los Jennings infiltrados en todos los países
occidentales, trabajando por socavar la cultura occidental y todo lo que
representa. Tenemos pruebas de sus acciones y sus intenciones en toda Europa,
España y Catalunya incluida, donde esta misma semana hemos sabido la más que
probable conexión ruso/putinesca con el entramado independentista y el entorno
corrupto de Puigdemont. Si los 10.000 soldados de Putin suenan a delirio de una
mente alienada, la intervención directa a través de hackers y la financiación indirecta
del tinglado mafioso, es mucho menos tintinesca pero bastante más real de lo
que podríamos imaginar. No creo que estos nuevos espías desalmados y ocultos tengan
el romanticismo que desprenden los dos rusos en Estados Unidos. Atractivos y
odiosos a partes iguales, letales y entrañables. Una gran serie.
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Magnifico análisis de los americanos (Usa) que han usurpado el término aunque un taripaqueño sea tan americano como un californiano. No te desesperes, siempre nos quedará la
ResponderEliminarLuna...